Metáforas para un duelo colectivo (Tras bambalinas)
“Develaciones, un canto a cuatro vientos”, obra de la Comisión de la Verdad que reúne a más de 100 artistas de diferentes territorios, se presenta hasta hoy en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo.
Daniela Cristancho y Andrés Osorio Guillott
Caminábamos tras bambalinas del Teatro Julio Mario Santo Domingo. Cerca de cinco salones estaban ocupados por las distintas agrupaciones que forman parte de Develaciones. En un intermedio del ensayo, nos invitaron a un refrigerio. Mientras comíamos pandebono con refresco, nos topamos con el general que forma parte de la escena del Banquete, la única que cuenta con un diálogo: “Nosotros los generales estamos acostumbrados a tomar whisky, pero hoy nos tocó jugo”, dijo y se rió. Nunca soltó su papel como representante de uno de los poderes del Estado colombiano, que en la escena de la obra está sentado en una mesa con mantel blanco, acompañado de empresarios, un cura y el presidente, quienes cenan, ríen y hablan sobre el porvenir de la nación, mientras son sostenidos por ciudadanos comunes y corrientes.
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En medio de la selva, se acordó cuál sería el fundamento de la obra: el teatro como puente. En las montañas de Minca, donde Nube Sandoval y Bernando Rey tienen el Teatro Cenit, se sentaron en hamacas con Iván Benavides. Juntos, los tres directores duraron 15 días armando el guion y la estructura dramática de Develaciones, un canto a cuatro vientos. “Creamos una metáfora: la obra en sí misma era un río, un caudal vivo. Para atravesar de una orilla a la otra había unas piedras, las escenas, que eran simplemente una idea general que iba a servir como punto de referencia para crear, en el encuentro con los artistas, ese puente que nos iba a llevar al otro lado del río, que es la obra que se va a presentar acá. Entonces es una metodología interesante y una metáfora chévere, porque nos da la posibilidad de darles un espacio muy amplio a los grupos y a los artistas para que aporten con su trabajo, rigor y creatividad a construir ese puente”, cuenta Sandoval. “Había una afinidad muy grande en cuanto a lo estético, y queríamos trabajar con la metáfora, porque era un lenguaje que nos podía lograr que los lenguajes e historias locales se llevaran a un lenguaje más universal, a contar todo a través de la poesía visual y sonora”. En ese momento previo al ensayo evidenciamos la primera de una serie de metáforas, como bien ella lo señaló, que nos íbamos a encontrar esa tarde y que se pueden ver en la obra. El arte de sugerir y no tomar partido. Mucho se muestra, pero poco se dice. Hablan los cuerpos, la danza, los colores, la música, las expresiones, las coreografías, pero no hay libretos.
“Nosotros cogemos fragmentos de realidad y los volvemos metáfora poética, visual y sonora, trabajada con representantes de las comunidades”, afirma Benavides, otro de los directores de la obra, quien visualiza el ensayo cerca del panel de sonido. Con micrófono en mano, les da indicaciones a los artistas. Ante nuestros ojos, otra metáfora. Dos jóvenes, que parecen más un par de niños, corren por el escenario. A su encuentro llegan más jóvenes que, entre coordinados pasos de baile, los hacen parte del grupo. En la obra, ellos llevan arcilla en sus cuerpos y bolsillos y, de a pocos, la van untando sobre los niños.
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La escena está en manos de los Jóvenes Creadores del Chocó, una corporación artística nacida en 2018, convencida de que desde el arte se pueden generar entornos protectores para los niños, las niñas y los adolescentes de Quibdó. Entre ellos hay un joven que llegó herido a un ensayo. Había sido apuñalado y sus compañeros le atribuyeron la culpa por haber cruzado, a sabiendas, una frontera invisible. Este integrante del grupo ha tenido que enterrar, en el último año, a tres de sus familiares, uno de ellos recientemente. Sin embargo, hoy todos bailan orgullosamente sobre las tablas. “Empezamos con ese proceso de vernos como hermanos, para construir desde el arte, para pensar en nuestros proyectos de vida y para sanar también. Katherine Gil es nuestra maestra, y ella nos ha enseñado a sobrevivir desde el arte, porque en el Chocó no se vive, se sobrevive”, nos cuenta Jhonier Valencia, otro de los miembros del grupo.
Parte del proceso de sanación desde el arte, en el caso específico de Develaciones, también tiene que ver con el hecho de que le ha mostrado a cada artista las realidades de otros cien homólogos de diferentes territorios. “Encontrarnos aquí en Develaciones con personas que comparten la misma historia, el mismo peso, el mismo miedo que nosotros confronta y duele. Uno se sensibiliza con la realidad de otros, pero reconoce que también es la realidad propia. Estamos sufriendo lo mismo y trabajamos juntos para que desde una mirada colectiva podamos aportarle al territorio sobre esto que está pasando”, continúa Valencia.
Héctor Gañán Bueno, miembro del equipo coordinador de la Guardia Indígena, quien nos contó que se conmovió por la escena que representa el secuestro. Había llegado de Quibdó la noche anterior al primer ensayo de Develaciones. Nos describió la crisis social que vive la capital del Chocó y habló de una de las masacres que ocurrieron a principio de año en Nariño, esto para decirnos que la importancia de la obra radica en que, justamente, trae a una ciudad tan lejana de la violencia esos viacrucis que viven diversas comunidades, allí donde la autoridad la imponen los primeros que empuñan las armas y no el Estado.
Congregación. Todos se ven como hermanos, recordando así que lo que ha ocurrido desde hace décadas es una cadena, aparentemente sin fin, de fratricidios. Todos comprenden las violencias de los otros. Y aunque lo afirmaron en diálogo con nosotros, eso también se hace evidente en la escena de las madres de Soacha. Mientras ellas desentierran las prendas de sus hijos, junto a ellas un grupo del Pacífico entonaba los alabaos, cantos de despedida a los seres queridos. “El teatro sí sana”, dijo Cecilia Arenas, quien reconoció que gracias a él varias de ellas han podido sobrellevar la incertidumbre de un duelo colectivo, ese mismo que nos mencionó Bernardo Benavides y que debemos hacer en Colombia para apropiarnos de nuestra paz y no encomendarla a los gobiernos de turno.
Caminábamos tras bambalinas del Teatro Julio Mario Santo Domingo. Cerca de cinco salones estaban ocupados por las distintas agrupaciones que forman parte de Develaciones. En un intermedio del ensayo, nos invitaron a un refrigerio. Mientras comíamos pandebono con refresco, nos topamos con el general que forma parte de la escena del Banquete, la única que cuenta con un diálogo: “Nosotros los generales estamos acostumbrados a tomar whisky, pero hoy nos tocó jugo”, dijo y se rió. Nunca soltó su papel como representante de uno de los poderes del Estado colombiano, que en la escena de la obra está sentado en una mesa con mantel blanco, acompañado de empresarios, un cura y el presidente, quienes cenan, ríen y hablan sobre el porvenir de la nación, mientras son sostenidos por ciudadanos comunes y corrientes.
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“Nosotros cogemos fragmentos de realidad y los volvemos metáfora poética, visual y sonora, trabajada con representantes de las comunidades”, afirma Benavides, otro de los directores de la obra, quien visualiza el ensayo cerca del panel de sonido. Con micrófono en mano, les da indicaciones a los artistas. Ante nuestros ojos, otra metáfora. Dos jóvenes, que parecen más un par de niños, corren por el escenario. A su encuentro llegan más jóvenes que, entre coordinados pasos de baile, los hacen parte del grupo. En la obra, ellos llevan arcilla en sus cuerpos y bolsillos y, de a pocos, la van untando sobre los niños.
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Parte del proceso de sanación desde el arte, en el caso específico de Develaciones, también tiene que ver con el hecho de que le ha mostrado a cada artista las realidades de otros cien homólogos de diferentes territorios. “Encontrarnos aquí en Develaciones con personas que comparten la misma historia, el mismo peso, el mismo miedo que nosotros confronta y duele. Uno se sensibiliza con la realidad de otros, pero reconoce que también es la realidad propia. Estamos sufriendo lo mismo y trabajamos juntos para que desde una mirada colectiva podamos aportarle al territorio sobre esto que está pasando”, continúa Valencia.
Héctor Gañán Bueno, miembro del equipo coordinador de la Guardia Indígena, quien nos contó que se conmovió por la escena que representa el secuestro. Había llegado de Quibdó la noche anterior al primer ensayo de Develaciones. Nos describió la crisis social que vive la capital del Chocó y habló de una de las masacres que ocurrieron a principio de año en Nariño, esto para decirnos que la importancia de la obra radica en que, justamente, trae a una ciudad tan lejana de la violencia esos viacrucis que viven diversas comunidades, allí donde la autoridad la imponen los primeros que empuñan las armas y no el Estado.
Congregación. Todos se ven como hermanos, recordando así que lo que ha ocurrido desde hace décadas es una cadena, aparentemente sin fin, de fratricidios. Todos comprenden las violencias de los otros. Y aunque lo afirmaron en diálogo con nosotros, eso también se hace evidente en la escena de las madres de Soacha. Mientras ellas desentierran las prendas de sus hijos, junto a ellas un grupo del Pacífico entonaba los alabaos, cantos de despedida a los seres queridos. “El teatro sí sana”, dijo Cecilia Arenas, quien reconoció que gracias a él varias de ellas han podido sobrellevar la incertidumbre de un duelo colectivo, ese mismo que nos mencionó Bernardo Benavides y que debemos hacer en Colombia para apropiarnos de nuestra paz y no encomendarla a los gobiernos de turno.