Cual moraleja aeronáutica
Una reflexión sobre el clásico del cine Mi Bella Dama (1964), que, a pesar de su estatus icónico y sus ocho premios Óscar, presenta estereotipos y mensajes que hoy resultarían problemáticos.
Fuad Gonzalo Chacón Tapias
Gracias al milagro tecnológico del wifi gratuito en los aviones, que nos permite usar WhatsApp durante los vuelos internacionales sin correr el innecesario riesgo de tumbar la aeronave por enviar demasiados emoticones amarillos partiéndose de la risa, con mi novia hemos adoptado una entretenida práctica para hacer más amenas las horas muertas en el aire: ver una película juntos, uno en tierra y el otro a miles de pies de altura, mientras la comentamos por chat. Toda una operación de coordinación logística que bien ejecutada realmente sirve al propósito último de olvidar que estás surcando el firmamento a velocidad de crucero montado en una silla.
En nuestra más reciente entrega de este pasatiempo, ella eligió el clásico “Mi Bella Dama”, la más que contundente ganadora de los Premios Óscar de 1964 con la inmortal Audrey Hepburn en el rol protagónico y una mastodóntica duración de casi tres horas que no dejan por fuera ningún detalle del musical en el que está basado. Para quienes no la han visto aún, es una especie de versión antigua de “Mujer Bonita” en la que el soberbio profesor de fonética Henry Higgins apuesta con un amigo que sería capaz de educar en modales a Eliza Doolittle, una humilde vendedora callejera de flores, hasta hacerla pasar por una integrante de clase alta londinense en el próximo baile anual de la embajada.
No hizo falta que pasaran muchas escenas antes de que empezáramos a sentir una cierta incomodidad hacia varios elementos de la película. Ya no era solo el constante maltrato al que Higgins somete a la pobre Eliza, supuestamente por su propio bien, mientras intenta enseñarle a hablar correctamente, sino también mensajes cantados a voz en cuello tales como “El sexo débil fue hecho para que el hombre se case, para compartir su nido y ver cómo se cocina su comida” o “¿No puede una mujer aprender a usar la cabeza? ¿Por qué todo lo hacen como sus madres? ¿Por qué una mujer no puede comportarse como un hombre?”, entre otras muchas afirmaciones que repetidas hoy en día serían tremendamente incorrectas.
Por supuesto que no estoy haciendo un llamado a la cancelación de “Mi Bella Dama”, ya que creo que las producciones artísticas no solo son producto de la creatividad de su autor sino también un reflejo vívido de los tiempos en las que se concibieron, pero sí permite reflexionar sobre la difícil labor que resulta inculcar el feminismo a una generación que creció con este tipo de ideas imbricadas en las películas y modelos de rol de su época. Sesenta años atrás, Higgins bien podía representar la masculinidad aspiracional de aquel entonces, donde un hombre culto moldeaba a la fuerza a una pareja sustancialmente más joven hasta hacerla digna de ser aceptada en su círculo social. Un estereotipo difícil de derrumbar que le valió un Óscar. Mientras que la rebeldía atemporal de Audrey Hepburn, quien antes del aterrizaje da una gran lección de empoderamiento femenino, cuál moraleja aeronáutica, no sería suficiente ni siquiera para alcanzar la nominación. Qué suerte que han cambiado las cosas.
Gracias al milagro tecnológico del wifi gratuito en los aviones, que nos permite usar WhatsApp durante los vuelos internacionales sin correr el innecesario riesgo de tumbar la aeronave por enviar demasiados emoticones amarillos partiéndose de la risa, con mi novia hemos adoptado una entretenida práctica para hacer más amenas las horas muertas en el aire: ver una película juntos, uno en tierra y el otro a miles de pies de altura, mientras la comentamos por chat. Toda una operación de coordinación logística que bien ejecutada realmente sirve al propósito último de olvidar que estás surcando el firmamento a velocidad de crucero montado en una silla.
En nuestra más reciente entrega de este pasatiempo, ella eligió el clásico “Mi Bella Dama”, la más que contundente ganadora de los Premios Óscar de 1964 con la inmortal Audrey Hepburn en el rol protagónico y una mastodóntica duración de casi tres horas que no dejan por fuera ningún detalle del musical en el que está basado. Para quienes no la han visto aún, es una especie de versión antigua de “Mujer Bonita” en la que el soberbio profesor de fonética Henry Higgins apuesta con un amigo que sería capaz de educar en modales a Eliza Doolittle, una humilde vendedora callejera de flores, hasta hacerla pasar por una integrante de clase alta londinense en el próximo baile anual de la embajada.
No hizo falta que pasaran muchas escenas antes de que empezáramos a sentir una cierta incomodidad hacia varios elementos de la película. Ya no era solo el constante maltrato al que Higgins somete a la pobre Eliza, supuestamente por su propio bien, mientras intenta enseñarle a hablar correctamente, sino también mensajes cantados a voz en cuello tales como “El sexo débil fue hecho para que el hombre se case, para compartir su nido y ver cómo se cocina su comida” o “¿No puede una mujer aprender a usar la cabeza? ¿Por qué todo lo hacen como sus madres? ¿Por qué una mujer no puede comportarse como un hombre?”, entre otras muchas afirmaciones que repetidas hoy en día serían tremendamente incorrectas.
Por supuesto que no estoy haciendo un llamado a la cancelación de “Mi Bella Dama”, ya que creo que las producciones artísticas no solo son producto de la creatividad de su autor sino también un reflejo vívido de los tiempos en las que se concibieron, pero sí permite reflexionar sobre la difícil labor que resulta inculcar el feminismo a una generación que creció con este tipo de ideas imbricadas en las películas y modelos de rol de su época. Sesenta años atrás, Higgins bien podía representar la masculinidad aspiracional de aquel entonces, donde un hombre culto moldeaba a la fuerza a una pareja sustancialmente más joven hasta hacerla digna de ser aceptada en su círculo social. Un estereotipo difícil de derrumbar que le valió un Óscar. Mientras que la rebeldía atemporal de Audrey Hepburn, quien antes del aterrizaje da una gran lección de empoderamiento femenino, cuál moraleja aeronáutica, no sería suficiente ni siquiera para alcanzar la nominación. Qué suerte que han cambiado las cosas.