“Mi filosofía de vida está en permanente hacer, pero no de manera precipitada”
La historia de vida del exdecano de la Facultad de Jurisprudencia y Director del Instituto de Derecho Internacional de la Universidad del Rosario, Antonio Aljure Salame. Esta entrevista hace parte de la serie Memorias conversadas, escrita por Isabel López Giraldo.
Isabel López Giraldo
¿Usted quién es, Antonio?
Soy hijo de inmigrantes libaneses. Las familias, tanto la paterna como la materna, vivieron en el Líbano por centenares de generaciones. Somos maronitas, rito católico que obedece al Papa. A nuestro cardenal le llamamos patriarca, y tiene sede en el Líbano.
Hablemos de sus orígenes.
El primero de mi familia que llegó a Colombia fue precisamente mi abuelo, Agustín Aljure Saab. Desafortunadamente, la muerte prematura de mis padres nos cortó la comunicación con el pasado, entonces tenemos muchas preguntas sin resolver.
Entiendo que Agustín, como mi papá, tuvo una gran serenidad para las cosas, decidían con cabeza fría, ecuánimemente. Se casó con Sara Manya, mi abuela, con quien tuvo seis hijos, uno de ellos mi papá. Luego se casó con Dibe, su prima hermana, con quien tuvo seis hijos más. Sara murió en 1910, nadie la conoció. El abuelo murió de vejez, en el Líbano.
En el Líbano, los hijos de una familia tienen como primer apellido el nombre de pila del papá, un reconocimiento del patronímico. Por eso mi papá se llama, Yusef Gustinos Aljure Manya, en Colombia se registró como José Agustín. Alcanzó a nacer en Colombia, en 1904. Estudió comercio en París y regresó al país y se instaló en Girardot para trabajar con su tío y con mi abuelo en los negocios de la familia dedicados a la importación de mercancías llamado Aljure, Hermanos, Bogotá, La Chaqueta Roja.
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Papá fue un hombre que supo disfrutar la vida, tuvo amigos, salía de paseo. Lo noté siempre en equilibrio, en calma, pleno. Fue muy respetuoso con la gente, se hacía querer. Fue un líder natural. Se casó en 1952.
¿Y de la familia de su mamá qué me puede contar?
Mis abuelos maternos se casaron siendo muy jóvenes los dos, en 1928. Salomón Salame Chalela, mi abuelo, se dedicó al comercio de telas, tuvo el Almacén Real. Faride Bassil, mi abuela, fue la trabajadora por excelencia, quien marcaba la disciplina de la casa. Mi abuelo fue el bonachón que les daba gusto a los niños.
Juliette Salame Bassil, mi mamá, nació en diciembre del 29, año de su llegada al país, quizás la abuela viajó embarazada, y fue la mayor de los siete hijos.
Era muy querida, simpática, afable, abierta, generosa, dulce, apacible, solidaria, alegre: transmitía felicidad. Sintió una gran pasión por la música, tocó piano, tuvo un Geyer vertical que le regaló mi papá y que heredó mi hermano Luis Carlos. Participó en todas las causas sociales.
El origen libanés por las ramas paterna y materna no le quita nada al amor que siento por Colombia.
Rescatemos recuerdos de su infancia.
Provengo de una familia que ha tenido una coexistencia feliz, un entorno bonito. Tengo de mis padres, en especial de mi papá, una cierta serenidad en el desarrollo de la vida. Es decir, una filosofía que está en permanente hacer, pero no de manera precipitada, sino dando tiempo; una filosofía que entiende que la regla general es la ética por encima de cualquier otra consideración: más que religión o una fe en particular o una secta o escuela, el concepto es ético. Ese sentido de la ética es la guía de todos mis comportamientos.
Mi vida ha estado muy marcada por la música, herencia materna. Por los viajes, me fascina caminar las ciudades. También por la lectura, que es universal.
Soy el tercero de sus siete hijos. Recibimos de mi papá un cariño profundo, más no meloso, tampoco nos hablaba con diminutivos. Además de nuestros juegos de hermanos en el patio de atrás de la casa, jugábamos en la calle, nos subíamos a los árboles, montábamos en bicicleta.
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Teníamos la costumbre de compartir alrededor de la mesa sin la distracción del celular, hablando de la cotidianidad, de la familia, contando cuentos.
En el perfil biográfico de mi página consignamos una cantidad de anécdotas y datos curiosos, no solo de esta etapa, sino de sus orígenes que invito al lector de esta entrevista a conocerlos, por magníficos. Ahora internémonos en su academia.
Desde niño tuve preguntas existenciales que les formulé a los padres y sacerdotes del colegio. El libro fundamental que resolvió mis dudas fue Siddhartha de Hermann Hesse.
Sentí vocación por las humanidades, por el derecho, por la historia. Embelesados en el bachillerato con el mensaje de Mahatma Gandhi fundamos y dirigí el periódico Ahimsa, sin violencia. Pero nunca me vi seducido por la izquierda, por el comunismo.
La preocupación de mis papás era la típica de los papás que viven en provincia y que se agobiaban con lo que se pensaba en la época: “Si dejamos la adolescencia de los hijos en Girardot, se pueden perder por el licor, por el vicio”. Pensando en una educación más severa, más recogida, tomaron la decisión de enviarnos a estudiar a un internado en Bogotá, quedándose ellos en Girardot.
Yo tenía diez años cuando esto ocurrió, pero no me traumatizó. Recuerdo con claridad que presentamos entrevista en el Gimnasio Moderno, pero en ese enero, cuando íbamos a empezar, quitaron el internado. Como opción teníamos la Quinta de Mutis del Rosario y La Salle, de los hermanos franceses en la calle once. Llegamos al Rosario, pero a los dos años cerraron el internado. Entonces quedaba el de La Salle, donde terminamos nuestros estudios con la última generación de hermanos franceses que eran unos sabios ya octogenarios, dedicados al conocimiento. Durante esta época estudiamos francés en la Alianza Colombo Francesa e inglés en el Colombo Americano, llenándonos de herramientas para el futuro.
Estando usted en el colegio su mamá se enfermó.
Mi mamá se enfermó de cáncer, el mismo que padeció por más de un año. Murió antes de cumplir cuarenta años, cuando yo tenía quince. El año de su muerte, 1970, fue especialmente triste. Además, en ese diciembre mi hermano menor, Luis Carlos, fue secuestrado, pero con tan buena fortuna que los secuestradores, por encargo de una banda criminal, creyeron que los buscaban al ver una patrulla de policía y devolvieron a mi hermano antes de que llegara la carta de rescate por una suma de dinero. Ese episodio hizo que mi papá acentuara más el deseo de que las reuniones de sus hijos se hicieran en la casa.
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A mamá la visitábamos en el hospital con frecuencia. Estando en el internado nos fueron a buscar para anunciarnos el hecho consumado. Le hicimos el duelo natural, aunque, contando a todos mis hermanos, vivimos infancia y adolescencia huérfanos de mamá.
¿Cómo tomó la decisión de carrera que lo llevó a estudiar en la Universidad del Rosario?
La vida marcó mi época de colegio y mi ingreso a la Universidad. Durante los últimos tres años, los hermanos cristianos nos exigían a los estudiantes tomar uno de tres caminos, una suerte de preespecialización en humanidades, ciencias médicas y biológicas, matemáticas, ingenierías y demás. Entonces, tomé humanidades.
En la propia vocación, mi gusto por otras civilizaciones, culturas y naciones, me marcaban hacia el Derecho, pero por el Derecho Internacional que está inmerso en el Derecho mismo. Si hubiera escogido la música, habría sido, además, por la posibilidad de recorrer el mundo. La arqueología también me gustó por esa mezcla de mundo e historia. Entonces, elegir mi carrera fue fácil, decidí sin pensar en las cosas prácticas, no me importó si me daría plata o no, si había trabajo o no en el derecho internacional. La escogí por la mera pasión. Soy abogado.
Si bien me sentí muy identificado con la Universidad, en un momento dado sufrí una crisis de carrera. A pesar de estar tan imbuido de lo que quería, en segundo año de Derecho quise estudiar Ingeniería Mecánica dado mi gusto por las máquinas de cuerda. Le comenté a mi papá y me dijo: “No se haga un problema con eso. Termine este año y, si ve que no es su vocación, se cambia de carrera”. Pasó el año y me reafirmé en que el Derecho no era incompatible con lo que me gustaba. Aquí está la sabiduría de mi papá, no se opuso, no se enojó, no me culpó y me permitió reafirmarme en mi elección.
Entiendo que su papá murió cuando usted no había terminado la carrera.
Cuando murió mi papá yo tenía diecinueve y apenas llevaba dos años de Derecgi. Sentí que el mundo se me había acabado, todo se me derrumbó. Un primer rasgo de madurez que demostramos siendo nosotros unos niños, tuvo que ver con la causa de su muerte que consignamos en Memorias conversadas.
Lo invito a que hagamos un recorrido por su trayectoria profesional.
Me gradué el 18 de diciembre de 1978, que coincidió con la celebración de aniversario de la fundación de la Universidad del Rosario que tuvo lugar un 18 de diciembre de 1653.
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Sin que yo lo pensara, estando en quinto año de Derecho, José Joaquín Díaz, mi profesor de Derecho Comercial – Títulos Valores, director jurídico nacional del Banco de Bogotá, me llamó a la casa a decirme que quería que me fuera a trabajar con él.
Acepté al entender que el camino de la vida era largo, pues las funciones no estaban relacionadas con el Derecho Internacional, que era lo que me gustaba. Pero fue una gran experiencia de la mano de uno de los grandes del derecho.
Después de un año en el Banco, recibí una llamada de la Universidad para que fuera secretario académico, hoy en día equivale a un vicedecano. Este es un cargo de honor al que no podía negarme.
Siempre me ha gustado la docencia, pero equilibrándola con el ejercicio de la profesión. Y, estando aquí, di mis primeros pasos en la monitoría de Derecho Internacional Privado con el doctor Carlos Holguín Holguín, eminencia universal quien después fue rector de la Universidad.
Después de dos años en la Secretaría Académica del Rosario renuncié para viajar a estudiar Derecho Internacional Público y Privado en Paris I, heredera directa de la Sorbona cuando ya estaba dividida después del famoso mayo del 68.
Este fue un proyecto de vida que siempre tuve en mente, y la experiencia fue la mejor. Mis profesores eran casi todos magistrados de la Corte Internacional de Justicia de la Haya o litigaban ante ella o tenían arbitrajes nacionales e internacionales. Esto envolvía historia, juridicidad, cosas que en Colombia resultaban prácticamente inaccesibles o que uno solo podía ver de una manera embrionaria.
Nunca pensé en establecerme en París, tuve siempre muy claro que regresaría, no lo dudé jamás. Estuve dos años estudiando y uno más recorriendo el mundo.
Una vez en Colombia, la esposa de un amigo quien trabajaba en la Comisión de Valores, hoy Superintendencia Financiera, me recomendó con su presidente, Juan Camilo Restrepo. Sin ser yo javeriano, Juan Camilo me entrevistó y me vinculó.
Fue muy buena esta experiencia. Se trataba de una organización del Estado muy pequeña donde la gente era entusiasta y mística de su misión de salvaguarda del mercado de valores. Quedábamos inmersos en cada problema, pues éramos muy poquitos abogados.
Ahí viví el coletazo de la crisis del Grupo Grancolombiano, esa lucha de poderes económicos y políticos. Era la primera vez que se daba una condena por especulación en el valor de una acción. Se hizo tal especulación de manera fraudulenta, lo que originó la creación del delito de captación ilegal de ahorro privado. A las pirámides las están condenando por un delito que surgió de esa época.
Me retiré después de dos años, cuando asumió la presidencia Alba Lucia Orozco, quien quiso que yo fuera el secretario general de la Comisión. Pero había recibido una llamada de Fernando Ferro, compañero de carrera y vicepresidente legal del Banco Colpatria. Fui entrevistado por Mario Pacheco y nombrado secretario general y director legal. Después de un tiempo renuncié al Banco para vincularme a la oficina de abogados Cárdenas y Cárdenas, donde uno de los asociados había sido mi profesor, me conocía y me invitó.
También trabajó en un petrolera y por muchos años.
Gustavo Suárez, gran amigo, quien trabajaba en la petrolera francesa Elf Aquitaine, fue llamado por la British Petroleum – B.P. cuando se estaban dando los descubrimientos de Cusiana y Cupiagua, la noticia petrolera del año. La B.P. se convirtió en una empresa con gran producción.
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A Gustavo le habían pedido que presentara a alguien para reemplazarlo y habló de mí metiendo sus manos al fuego. No hubo casting, entiendo, para este cargo, porque de inmediato me llamaron y me contrataron. Los temas que asumí estaban relacionados con el Derecho Interno y con una arista muy grande en el Derecho Internacional Privado: derecho cambiario, divisas, inversión extranjera. Porque era yo solo, trabajé sin equipo, pero con carta blanca para que, si se presentaba un caso que ameritara una consulta, la hiciera.
La actividad de árbitro me ha permitido participar en procesos interesantes y controversiales donde han intervenido compañías financieras, de energía, infraestructura, petróleo y de otros campos de la economía.
Pese a mis planes de vivir en Europa, me quedé en la sede Bogotá por dieciocho años. Aquí viví en una burbuja, con muy buenas condiciones y con cláusula Telecom: “a usted no lo echan salvo que le dispare al presidente en la Asamblea General o le prenda fuego a las oficinas”. Y, realmente, yo no estaba pensando en eso (risas).
Volvió al Rosario.
La Universidad del Rosario me designó profesor de Derecho Internacional. Nunca dejé la cátedra, salvo el año en el que viajé a Cali. Luego Hans Peter Knudsen y su decano, Alejandro Venegas me invitaron a ser decano de la Facultad de Jurisprudencia.
Ellos han tenido una frase grandilocuente que se usa precedida de redoble de tambores, trompeta, fuegos artificiales, silencio del público y luego, una voz del más allá, diciendo: “Cuando el Rosario llama…, hay que atender su llamado”.
De manera consciente decidí asumir este cargo, sabiendo que pagaba un precio muy alto en términos de ingresos y beneficios. Nunca me engañé, sabía a lo que renunciaba. También que tendría contrato por cuatro años, pues, si bien se firma a término indefinido, existe un gentlemen´s agreement que consiste en que, cuando se cambia de rector, uno, cual ministro, sabe que debe renunciar tranquilamente. Aunque, cuando José Manuel Restrepo reemplazó a Hans, me tuvo un año más. Estando aquí, recién entrado, me tocó la renovación de la acreditación institucional de la Facultad frente al Ministerio de Educación y al ICFES.
Estos mundos, el del abogado y el del académico, son diametralmente opuestos.
Quizás lo más importante en términos personales es que la decanatura representa un ambiente amigable, benévolo, es la relación con estudiantes y profesores, mientras que el oficio de abogado es un oficio que tiene por naturaleza controvertir, así no se lleve legalmente el caso. Se trata de contraponer hipótesis. De hecho, es la única profesión que en su esencia implica controvertir y, desde luego, conciliar, porque las otras son profesiones de colaboración armónica entre profesional y cliente.
En la Universidad tampoco se están arriesgando grandes cantidades de dinero, se trata de convenios interuniversitarios a diferencia de la petrolera en que los contratos significan cada uno millones de dólares en riesgo.
Luego abrió su oficina de abogados.
Después de la decanatura decidí la independencia. Nos juntamos Eduardo Zuleta, Rafael Bernal y Gustavo Suárez, dentro de los mayores, porque Eduardo sumó a Rafael Rincón y a Miguel Castro, quienes ya trabajaban con él. Abrimos oficina sin que esto significara que armábamos una sociedad. Buscamos trabajar juntos y apoyarnos.
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La experiencia fue muy buena en la medida en que yo era reticente a la conformación de una sociedad. Les decía: “Tanta sociedad como sea necesaria, y tanta libertad como sea posible”.
Rápidamente empezaron a llegar casos que me anclaron al país. Cuando hubo trabajos conjuntos, presentábamos propuestas conjuntas como personas naturales. La pandemia cambió las circunstancias, entonces ahora algunos despachamos en la oficina que tenemos en casa.
Presidió el Colegio de Abogados Rosaristas.
En una reunión social, Juan Rafael Bravo se me acercó a decirme: “Antonio, quiero que te vincules al Colegio”. A Juan Rafael lo quiero enormemente, pese a que no fue mi profesor, pero despierta un respeto y cariño muy grandes. Lo asumí como una orden, amable, por supuesto. Entonces me vinculé, empecé a asistir a los Congresos y fui nombrado presidente y luego reelegido en el cargo. Nunca aspiré a ocupar la Presidencia, lejos de mí ese deseo.
También es empresario.
En un momento de mi vida decidí que, por el amor inculcado por mi papá a la hotelería, sobre los recursos que ganara, destinaría a riesgo total un dinero al ahorro y otro a inversión que llamo de riesgo, sin que signifique ser imprudente. Fue así como llegué a la hotelería. Construimos con un grupo de personas el edificio y contratamos una franquicia, la del Embassy Suites, franquicia que con el tiempo fue comprada por Hilton. Ahora es Embassy Suites by Hilton.
Dejo pues la invitación a que el lector se delite con su historia de vida. Gracias por la conversación.
Usted me puso a pensar, a reconstruir, a atar cabos, a rememorar, a recordar a mi familia, a mis amigos y a mis amores. Afortunadamente, conservo buenas relaciones con los amigos que me ha dado la vida, lo que me ha permitido mantener una memoria siempre viva de episodios y épocas del pasado.
¿Usted quién es, Antonio?
Soy hijo de inmigrantes libaneses. Las familias, tanto la paterna como la materna, vivieron en el Líbano por centenares de generaciones. Somos maronitas, rito católico que obedece al Papa. A nuestro cardenal le llamamos patriarca, y tiene sede en el Líbano.
Hablemos de sus orígenes.
El primero de mi familia que llegó a Colombia fue precisamente mi abuelo, Agustín Aljure Saab. Desafortunadamente, la muerte prematura de mis padres nos cortó la comunicación con el pasado, entonces tenemos muchas preguntas sin resolver.
Entiendo que Agustín, como mi papá, tuvo una gran serenidad para las cosas, decidían con cabeza fría, ecuánimemente. Se casó con Sara Manya, mi abuela, con quien tuvo seis hijos, uno de ellos mi papá. Luego se casó con Dibe, su prima hermana, con quien tuvo seis hijos más. Sara murió en 1910, nadie la conoció. El abuelo murió de vejez, en el Líbano.
En el Líbano, los hijos de una familia tienen como primer apellido el nombre de pila del papá, un reconocimiento del patronímico. Por eso mi papá se llama, Yusef Gustinos Aljure Manya, en Colombia se registró como José Agustín. Alcanzó a nacer en Colombia, en 1904. Estudió comercio en París y regresó al país y se instaló en Girardot para trabajar con su tío y con mi abuelo en los negocios de la familia dedicados a la importación de mercancías llamado Aljure, Hermanos, Bogotá, La Chaqueta Roja.
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Papá fue un hombre que supo disfrutar la vida, tuvo amigos, salía de paseo. Lo noté siempre en equilibrio, en calma, pleno. Fue muy respetuoso con la gente, se hacía querer. Fue un líder natural. Se casó en 1952.
¿Y de la familia de su mamá qué me puede contar?
Mis abuelos maternos se casaron siendo muy jóvenes los dos, en 1928. Salomón Salame Chalela, mi abuelo, se dedicó al comercio de telas, tuvo el Almacén Real. Faride Bassil, mi abuela, fue la trabajadora por excelencia, quien marcaba la disciplina de la casa. Mi abuelo fue el bonachón que les daba gusto a los niños.
Juliette Salame Bassil, mi mamá, nació en diciembre del 29, año de su llegada al país, quizás la abuela viajó embarazada, y fue la mayor de los siete hijos.
Era muy querida, simpática, afable, abierta, generosa, dulce, apacible, solidaria, alegre: transmitía felicidad. Sintió una gran pasión por la música, tocó piano, tuvo un Geyer vertical que le regaló mi papá y que heredó mi hermano Luis Carlos. Participó en todas las causas sociales.
El origen libanés por las ramas paterna y materna no le quita nada al amor que siento por Colombia.
Rescatemos recuerdos de su infancia.
Provengo de una familia que ha tenido una coexistencia feliz, un entorno bonito. Tengo de mis padres, en especial de mi papá, una cierta serenidad en el desarrollo de la vida. Es decir, una filosofía que está en permanente hacer, pero no de manera precipitada, sino dando tiempo; una filosofía que entiende que la regla general es la ética por encima de cualquier otra consideración: más que religión o una fe en particular o una secta o escuela, el concepto es ético. Ese sentido de la ética es la guía de todos mis comportamientos.
Mi vida ha estado muy marcada por la música, herencia materna. Por los viajes, me fascina caminar las ciudades. También por la lectura, que es universal.
Soy el tercero de sus siete hijos. Recibimos de mi papá un cariño profundo, más no meloso, tampoco nos hablaba con diminutivos. Además de nuestros juegos de hermanos en el patio de atrás de la casa, jugábamos en la calle, nos subíamos a los árboles, montábamos en bicicleta.
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Teníamos la costumbre de compartir alrededor de la mesa sin la distracción del celular, hablando de la cotidianidad, de la familia, contando cuentos.
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Sentí vocación por las humanidades, por el derecho, por la historia. Embelesados en el bachillerato con el mensaje de Mahatma Gandhi fundamos y dirigí el periódico Ahimsa, sin violencia. Pero nunca me vi seducido por la izquierda, por el comunismo.
La preocupación de mis papás era la típica de los papás que viven en provincia y que se agobiaban con lo que se pensaba en la época: “Si dejamos la adolescencia de los hijos en Girardot, se pueden perder por el licor, por el vicio”. Pensando en una educación más severa, más recogida, tomaron la decisión de enviarnos a estudiar a un internado en Bogotá, quedándose ellos en Girardot.
Yo tenía diez años cuando esto ocurrió, pero no me traumatizó. Recuerdo con claridad que presentamos entrevista en el Gimnasio Moderno, pero en ese enero, cuando íbamos a empezar, quitaron el internado. Como opción teníamos la Quinta de Mutis del Rosario y La Salle, de los hermanos franceses en la calle once. Llegamos al Rosario, pero a los dos años cerraron el internado. Entonces quedaba el de La Salle, donde terminamos nuestros estudios con la última generación de hermanos franceses que eran unos sabios ya octogenarios, dedicados al conocimiento. Durante esta época estudiamos francés en la Alianza Colombo Francesa e inglés en el Colombo Americano, llenándonos de herramientas para el futuro.
Estando usted en el colegio su mamá se enfermó.
Mi mamá se enfermó de cáncer, el mismo que padeció por más de un año. Murió antes de cumplir cuarenta años, cuando yo tenía quince. El año de su muerte, 1970, fue especialmente triste. Además, en ese diciembre mi hermano menor, Luis Carlos, fue secuestrado, pero con tan buena fortuna que los secuestradores, por encargo de una banda criminal, creyeron que los buscaban al ver una patrulla de policía y devolvieron a mi hermano antes de que llegara la carta de rescate por una suma de dinero. Ese episodio hizo que mi papá acentuara más el deseo de que las reuniones de sus hijos se hicieran en la casa.
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A mamá la visitábamos en el hospital con frecuencia. Estando en el internado nos fueron a buscar para anunciarnos el hecho consumado. Le hicimos el duelo natural, aunque, contando a todos mis hermanos, vivimos infancia y adolescencia huérfanos de mamá.
¿Cómo tomó la decisión de carrera que lo llevó a estudiar en la Universidad del Rosario?
La vida marcó mi época de colegio y mi ingreso a la Universidad. Durante los últimos tres años, los hermanos cristianos nos exigían a los estudiantes tomar uno de tres caminos, una suerte de preespecialización en humanidades, ciencias médicas y biológicas, matemáticas, ingenierías y demás. Entonces, tomé humanidades.
En la propia vocación, mi gusto por otras civilizaciones, culturas y naciones, me marcaban hacia el Derecho, pero por el Derecho Internacional que está inmerso en el Derecho mismo. Si hubiera escogido la música, habría sido, además, por la posibilidad de recorrer el mundo. La arqueología también me gustó por esa mezcla de mundo e historia. Entonces, elegir mi carrera fue fácil, decidí sin pensar en las cosas prácticas, no me importó si me daría plata o no, si había trabajo o no en el derecho internacional. La escogí por la mera pasión. Soy abogado.
Si bien me sentí muy identificado con la Universidad, en un momento dado sufrí una crisis de carrera. A pesar de estar tan imbuido de lo que quería, en segundo año de Derecho quise estudiar Ingeniería Mecánica dado mi gusto por las máquinas de cuerda. Le comenté a mi papá y me dijo: “No se haga un problema con eso. Termine este año y, si ve que no es su vocación, se cambia de carrera”. Pasó el año y me reafirmé en que el Derecho no era incompatible con lo que me gustaba. Aquí está la sabiduría de mi papá, no se opuso, no se enojó, no me culpó y me permitió reafirmarme en mi elección.
Entiendo que su papá murió cuando usted no había terminado la carrera.
Cuando murió mi papá yo tenía diecinueve y apenas llevaba dos años de Derecgi. Sentí que el mundo se me había acabado, todo se me derrumbó. Un primer rasgo de madurez que demostramos siendo nosotros unos niños, tuvo que ver con la causa de su muerte que consignamos en Memorias conversadas.
Lo invito a que hagamos un recorrido por su trayectoria profesional.
Me gradué el 18 de diciembre de 1978, que coincidió con la celebración de aniversario de la fundación de la Universidad del Rosario que tuvo lugar un 18 de diciembre de 1653.
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Sin que yo lo pensara, estando en quinto año de Derecho, José Joaquín Díaz, mi profesor de Derecho Comercial – Títulos Valores, director jurídico nacional del Banco de Bogotá, me llamó a la casa a decirme que quería que me fuera a trabajar con él.
Acepté al entender que el camino de la vida era largo, pues las funciones no estaban relacionadas con el Derecho Internacional, que era lo que me gustaba. Pero fue una gran experiencia de la mano de uno de los grandes del derecho.
Después de un año en el Banco, recibí una llamada de la Universidad para que fuera secretario académico, hoy en día equivale a un vicedecano. Este es un cargo de honor al que no podía negarme.
Siempre me ha gustado la docencia, pero equilibrándola con el ejercicio de la profesión. Y, estando aquí, di mis primeros pasos en la monitoría de Derecho Internacional Privado con el doctor Carlos Holguín Holguín, eminencia universal quien después fue rector de la Universidad.
Después de dos años en la Secretaría Académica del Rosario renuncié para viajar a estudiar Derecho Internacional Público y Privado en Paris I, heredera directa de la Sorbona cuando ya estaba dividida después del famoso mayo del 68.
Este fue un proyecto de vida que siempre tuve en mente, y la experiencia fue la mejor. Mis profesores eran casi todos magistrados de la Corte Internacional de Justicia de la Haya o litigaban ante ella o tenían arbitrajes nacionales e internacionales. Esto envolvía historia, juridicidad, cosas que en Colombia resultaban prácticamente inaccesibles o que uno solo podía ver de una manera embrionaria.
Nunca pensé en establecerme en París, tuve siempre muy claro que regresaría, no lo dudé jamás. Estuve dos años estudiando y uno más recorriendo el mundo.
Una vez en Colombia, la esposa de un amigo quien trabajaba en la Comisión de Valores, hoy Superintendencia Financiera, me recomendó con su presidente, Juan Camilo Restrepo. Sin ser yo javeriano, Juan Camilo me entrevistó y me vinculó.
Fue muy buena esta experiencia. Se trataba de una organización del Estado muy pequeña donde la gente era entusiasta y mística de su misión de salvaguarda del mercado de valores. Quedábamos inmersos en cada problema, pues éramos muy poquitos abogados.
Ahí viví el coletazo de la crisis del Grupo Grancolombiano, esa lucha de poderes económicos y políticos. Era la primera vez que se daba una condena por especulación en el valor de una acción. Se hizo tal especulación de manera fraudulenta, lo que originó la creación del delito de captación ilegal de ahorro privado. A las pirámides las están condenando por un delito que surgió de esa época.
Me retiré después de dos años, cuando asumió la presidencia Alba Lucia Orozco, quien quiso que yo fuera el secretario general de la Comisión. Pero había recibido una llamada de Fernando Ferro, compañero de carrera y vicepresidente legal del Banco Colpatria. Fui entrevistado por Mario Pacheco y nombrado secretario general y director legal. Después de un tiempo renuncié al Banco para vincularme a la oficina de abogados Cárdenas y Cárdenas, donde uno de los asociados había sido mi profesor, me conocía y me invitó.
También trabajó en un petrolera y por muchos años.
Gustavo Suárez, gran amigo, quien trabajaba en la petrolera francesa Elf Aquitaine, fue llamado por la British Petroleum – B.P. cuando se estaban dando los descubrimientos de Cusiana y Cupiagua, la noticia petrolera del año. La B.P. se convirtió en una empresa con gran producción.
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Pese a mis planes de vivir en Europa, me quedé en la sede Bogotá por dieciocho años. Aquí viví en una burbuja, con muy buenas condiciones y con cláusula Telecom: “a usted no lo echan salvo que le dispare al presidente en la Asamblea General o le prenda fuego a las oficinas”. Y, realmente, yo no estaba pensando en eso (risas).
Volvió al Rosario.
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De manera consciente decidí asumir este cargo, sabiendo que pagaba un precio muy alto en términos de ingresos y beneficios. Nunca me engañé, sabía a lo que renunciaba. También que tendría contrato por cuatro años, pues, si bien se firma a término indefinido, existe un gentlemen´s agreement que consiste en que, cuando se cambia de rector, uno, cual ministro, sabe que debe renunciar tranquilamente. Aunque, cuando José Manuel Restrepo reemplazó a Hans, me tuvo un año más. Estando aquí, recién entrado, me tocó la renovación de la acreditación institucional de la Facultad frente al Ministerio de Educación y al ICFES.
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Quizás lo más importante en términos personales es que la decanatura representa un ambiente amigable, benévolo, es la relación con estudiantes y profesores, mientras que el oficio de abogado es un oficio que tiene por naturaleza controvertir, así no se lleve legalmente el caso. Se trata de contraponer hipótesis. De hecho, es la única profesión que en su esencia implica controvertir y, desde luego, conciliar, porque las otras son profesiones de colaboración armónica entre profesional y cliente.
En la Universidad tampoco se están arriesgando grandes cantidades de dinero, se trata de convenios interuniversitarios a diferencia de la petrolera en que los contratos significan cada uno millones de dólares en riesgo.
Luego abrió su oficina de abogados.
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Rápidamente empezaron a llegar casos que me anclaron al país. Cuando hubo trabajos conjuntos, presentábamos propuestas conjuntas como personas naturales. La pandemia cambió las circunstancias, entonces ahora algunos despachamos en la oficina que tenemos en casa.
Presidió el Colegio de Abogados Rosaristas.
En una reunión social, Juan Rafael Bravo se me acercó a decirme: “Antonio, quiero que te vincules al Colegio”. A Juan Rafael lo quiero enormemente, pese a que no fue mi profesor, pero despierta un respeto y cariño muy grandes. Lo asumí como una orden, amable, por supuesto. Entonces me vinculé, empecé a asistir a los Congresos y fui nombrado presidente y luego reelegido en el cargo. Nunca aspiré a ocupar la Presidencia, lejos de mí ese deseo.
También es empresario.
En un momento de mi vida decidí que, por el amor inculcado por mi papá a la hotelería, sobre los recursos que ganara, destinaría a riesgo total un dinero al ahorro y otro a inversión que llamo de riesgo, sin que signifique ser imprudente. Fue así como llegué a la hotelería. Construimos con un grupo de personas el edificio y contratamos una franquicia, la del Embassy Suites, franquicia que con el tiempo fue comprada por Hilton. Ahora es Embassy Suites by Hilton.
Dejo pues la invitación a que el lector se delite con su historia de vida. Gracias por la conversación.
Usted me puso a pensar, a reconstruir, a atar cabos, a rememorar, a recordar a mi familia, a mis amigos y a mis amores. Afortunadamente, conservo buenas relaciones con los amigos que me ha dado la vida, lo que me ha permitido mantener una memoria siempre viva de episodios y épocas del pasado.