Mi libro platónico
Estaba decidida a escribir un libro de una sola sentada. Que su primera versión fuera su versión final, sin ediciones ni reescrituras, que tardara menos de un mes en redactarlo y menos de un año en publicarlo.
Juliana Muñoz Toro*
Un libro que no hablara en absoluto de mí. Objetivo, mesurado, que no me doliera, que solo me trajera una profunda satisfacción y con el que no haría falta procrastinar. Un libro que saliera solamente de mi imaginación, con el que no me haría falta investigar, ni conversar, ni leer otros libros o tener referentes. Un libro que no necesitara de disciplina. Que lograra terminar apenas dedicándole un rato los domingos, sin madrugones, ni trasnochos, ni ningún otro tipo de sacrificio. Un libro para el que no haría falta saber de ortografía ni de comas, porque alguien más lo corregiría.
Le sugerimos: Historia de la literatura: “La vida es sueño”, de Pedro Calderón de la Barca
Quería además que me pagaran por escribirlo y no tener que trabajar en nada más, que me invitaran a vivir temporalmente a una residencia de artistas lejos de la ciudad, al lado de un lago y con caminatas programadas a diario para tener inspiración. Que mis conocidos supieran lo que hacía y me felicitaran de antemano por un libro que no había escrito, pero que era necesario. Indispensable. Que no vieran la hora de comprarlo.
Quería que la prensa empezara a entrevistarme sin haber leído el libro y que mi nombre empezara a figurar en los programas de pódcast más escuchados. Que me llamaran a dictar talleres de escritura presenciales y en plataformas virtuales con estudiantes que ya supieran escribir bien y que no me tocara leer sus borradores ni ponerles a leer los clásicos. No. Solo mi libro.
Que se imprimieran 25.000 ejemplares en la primera edición, que esta se agotara en menos de seis meses y además la crítica me amara. Un libro que le gustara a todo tipo de lector y del que no se leería jamás un solo mal comentario. Que ganara un premio que sonara importante, que quedara en la lista de los más leídos, que lo tradujeran a 15 idiomas, que me invitaran a ferias del libro nacionales e internacionales y que mi rostro saliera en Wikipedia, aunque solo hubiera publicado ese libro.
Le puede interesar: Frank Sinatra y una vida a su manera
Era seguro que por haberlo escrito ganaría a miles de seguidores en Instagram y Twitter, y ninguno querría insultarme, y le pondría un corazón a cada selfie que subiera con el libro. Que me reconocerían en la calle y dijeran con un suspiro: “Oh, ahí está “la escritora”. Estaba decidida a convertirme en un mito con ese libro. Que se escribirían muchos más libros sobre él y a mí no me tocaría volver a redactar una sola palabra para pasar a la historia.
Al final me arrepentí. Me gusta complicarme sin necesidad.
*@julianadelaurel
Un libro que no hablara en absoluto de mí. Objetivo, mesurado, que no me doliera, que solo me trajera una profunda satisfacción y con el que no haría falta procrastinar. Un libro que saliera solamente de mi imaginación, con el que no me haría falta investigar, ni conversar, ni leer otros libros o tener referentes. Un libro que no necesitara de disciplina. Que lograra terminar apenas dedicándole un rato los domingos, sin madrugones, ni trasnochos, ni ningún otro tipo de sacrificio. Un libro para el que no haría falta saber de ortografía ni de comas, porque alguien más lo corregiría.
Le sugerimos: Historia de la literatura: “La vida es sueño”, de Pedro Calderón de la Barca
Quería además que me pagaran por escribirlo y no tener que trabajar en nada más, que me invitaran a vivir temporalmente a una residencia de artistas lejos de la ciudad, al lado de un lago y con caminatas programadas a diario para tener inspiración. Que mis conocidos supieran lo que hacía y me felicitaran de antemano por un libro que no había escrito, pero que era necesario. Indispensable. Que no vieran la hora de comprarlo.
Quería que la prensa empezara a entrevistarme sin haber leído el libro y que mi nombre empezara a figurar en los programas de pódcast más escuchados. Que me llamaran a dictar talleres de escritura presenciales y en plataformas virtuales con estudiantes que ya supieran escribir bien y que no me tocara leer sus borradores ni ponerles a leer los clásicos. No. Solo mi libro.
Que se imprimieran 25.000 ejemplares en la primera edición, que esta se agotara en menos de seis meses y además la crítica me amara. Un libro que le gustara a todo tipo de lector y del que no se leería jamás un solo mal comentario. Que ganara un premio que sonara importante, que quedara en la lista de los más leídos, que lo tradujeran a 15 idiomas, que me invitaran a ferias del libro nacionales e internacionales y que mi rostro saliera en Wikipedia, aunque solo hubiera publicado ese libro.
Le puede interesar: Frank Sinatra y una vida a su manera
Era seguro que por haberlo escrito ganaría a miles de seguidores en Instagram y Twitter, y ninguno querría insultarme, y le pondría un corazón a cada selfie que subiera con el libro. Que me reconocerían en la calle y dijeran con un suspiro: “Oh, ahí está “la escritora”. Estaba decidida a convertirme en un mito con ese libro. Que se escribirían muchos más libros sobre él y a mí no me tocaría volver a redactar una sola palabra para pasar a la historia.
Al final me arrepentí. Me gusta complicarme sin necesidad.
*@julianadelaurel