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Mi vida, que es fundamentalmente religiosa, la edifico en mi destino final en la eternidad. Siendo mi carácter eminentemente religioso, siento un gran respeto y afecto por las personas, por mi familia, amigos, conocidos, por el género femenino. Soy muy cordial, podría decir que, en apariencia, no tengo enemigos.
Orígenes
La familia Bravo se radicó en Colombia en la época de la Nueva Granada para dedicarse a servirle al país en el Tesoro Público.
Mi tío abuelo, Pascual Bravo, fue un hombre activo políticamente, tanto que, a sus veinticuatro años, ya era presidente del Estado Soberano de Antioquia. También hizo parte del Congreso de Rionegro que escribió la Constitución de 1863. Como presidente de Antioquia se vio obligado a participar en una guerra civil: ya terminada la batalla, los opositores, escondidos en unos matorrales, vieron que se acercaba, se instalaron y lo mataron, es decir, lo asesinaron.
Pedro Bravo Echeverry, mi abuelo, fue alguien muy estudioso, sabía de filosofía, de finanzas públicas, de política. Tanto él como su hermano Pascual pertenecieron al Partido Liberal hasta cuando, a finales del siglo XIX, mi abuelo escribió unos artículos en la prensa en los que defendió a la Iglesia Católica y criticó las expropiaciones de que había sido víctima. Estos artículos cayeron tan mal dentro de su Partido que fue expulsado, pero de inmediato recibido por los conservadores. Desde entonces, los Bravo somos conservadores.
En ese momento mi abuelo se trasladó con su familia para Bogotá, cuando se viajaba a lomo de mula y los menores lo hacían a lomo de indio, como le tocó viajar a mi papá. Estando en la capital, se destacó en la política, fue ministro de Hacienda y del Tesoro de la administración de Miguel Antonio Caro. Le correspondió, por designación del gobierno, defender a Colombia en un tribunal de arbitramento por un pleito internacional a raíz de la construcción del ferrocarril de Antioquia. Estando allá, viaje que realizó con su hijo mayor Federico, hizo un paso importante por Francia y España donde, José María de Pereda, uno de los escritores más destacados del momento, le dedicó uno de sus libros. Cuando fui director de Impuestos entre 1960 y 1963, el doctor Mariano Ospina Pérez se refería a mí como: “el nieto de Don Pedro”.
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Juan de Dios Bravo, mi papá, fue tesorero general de la República en la época del general Pedro Nel Ospina, en 1923. También fue un literato y poeta muy distinguido, participó en el desarrollo de la Sociedad Arboleda, en memoria del poeta Julio Arboleda Pombo. Fue una persona especialmente simpática, con grandes amigos en la sociedad bogotana. Administró las Salinas de Zipaquirá, ciudad donde nacimos sus dos hijos menores. En la plaza principal se puede ver una construcción de estilo francés con una placa que lleva su nombre y el de los constructores.
Rama materna
Jesús María Arteaga Franco, mi abuelo materno, se trasladó de Medellín a Bogotá por la misma época en que lo hiciera la familia de mi papá, lo que conllevó a que mis padres se conocieran. Su viaje se dio al haber sido designado magistrado de la Corte Suprema de Justicia. Fue uno de los fundadores de la Academia Colombiana de Jurisprudencia, de la que soy su primer vicepresidente. Solamente dos de sus miembros tenemos un ancestro que hubiera estado vinculado a la fundación de la Academia: el doctor Juan Carlos Esguerra Portocarrero y yo.
Su hijo, Miguel Arteaga Hernández, fue también abogado, magistrado de la Corte Suprema de Justicia, gobernador de Cundinamarca y miembro presidente de la Academia Colombiana de Jurisprudencia en 1920.
Rafaela, mi mamá, fue una persona especialmente sabia, admirable, con una inteligencia superior, tuvo una gran sabiduría de pensamiento, clara filosofía de vida, cultura en su hablar, en su comportamiento. De carácter calmado, reflexivo, profunda, cariñosa, afectuosa. Me invitaba a recostarme junto a ella diciendo: “¡Venga para el rincón del cucarrón!”.
Infancia
Fuimos seis hijos, dos hombres y cuatro mujeres. Elvira fue una persona muy activa, se casó con un hacendado. Cecilia fue religiosa, monja Belemita. Blanca, se dedicó a la enseñanza. Pedro, trabajó en contaduría pública. Ángela se casó con un colombiano criado y educado en los Estados Unidos entonces se establecieron en Nueva York.
Vivimos en un ambiente muy agradable. Aunque mi papá trabajaba en el centro, la movilidad permitía que fuera todos los días a almorzar a la casa, que quedaba en el parque de Chapinero. Él, con sus dotes literarias, nos reunía a la mesa para hablarnos de literatura, de moral, de religión. Después de comer, en su biblioteca, para leernos las obras completas de la literatura universal: así lo hizo con El Quijote de la Mancha y varios otras.
Mi hermano y yo crecimos con un gran respeto hacia nuestra mamá y hacia nuestras hermanas, el que nos inculcó nuestro papá. Nos educaron en gran admiración por el género femenino, parte fundamental de nuestra formación.
Academia
Estudiamos, mi hermano y yo, con los hermanos cristianos, en el mismo colegio de mi papá, el Liceo de la Salle. La edificación hoy está dedicada a la Universidad de la Salle, que se ve desde la carrera séptima con calle 60.
A mí me gustaba mucho estar en la casa, por lo mismo, los primeros días de colegio fueron un poco mortificantes, por el cambio. Pero fui haciendo amigos y siendo guiado por mi hermano Pedro, quien iba cuatro años adelante.
Disfruté muchísimo el álgebra, la trigonometría, la física, pero también la historia, la literatura y las humanidades que me llevaron a estudiar Derecho. Figuro en la revista del colegio como uno de sus alumnos destacados; revisándola, mi hijo Juan de Dios me dijo: “Mi papá quedó déplacé”, después de Enrique Ariza.
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Me gradué en 1949 y siempre tuve claro que quería ser abogado del Rosario. Por mi familia Arteaga con su línea tan destacada en el Derecho quise ser abogado y por la Bravo destacada en Hacienda Pública me especialicé en derecho tributario, materia en la que fui uno de los únicos alumnos que obtuvo cinco. Esta fue la rama a la que dediqué mi oficina en la que al comienzo llevaba pleitos simples, cobraba parte de la cartera vencida de clientes del Banco de Bogotá y de la oficina de arrendamientos de mi amigo Roberto Collins.
Mi tío Miguel Arteaga, magistrado y gobernador de Cundinamarca, había sido profesor del Rosario y decano de la Facultad de Jurisprudencia de la Nacional, y fue quien me orientó para que estudiara en la Universidad del Rosario, pues consideraba que en la Nacional eran revolucionarios y hacían muchos paros. Me identifiqué completamente con la Universidad por su carácter filosófico y religioso.
La Universidad fue fundada en 1650 y, desde ese entonces, los mejores alumnos son elegidos colegiales quienes tienen varios privilegios, entre otros, el de elegir rector y consiliarios, es decir, los integrantes de la Junta Directiva. En mi caso, fui colegial y consiliario en dos oportunidades, también profesor por veinte años y profesor honorario porque me dediqué a la academia como catedrático.
Estando en segundo año de Derecho murió mi papá, situación que generó un cambio desfavorable en nuestra situación económica. Carlos Arteaga, mi tío, de inmediato me dijo que me pagaba los estudios, pero, por fortuna, como los padres de mi profesor de Derecho Constitucional, el doctor Copete, eran muy amigos de los míos y justo para ese momento fue nombrado procurador General de la Nación, entonces me llamó a ofrecerme ser su secretario privado. Cargo que, por supuesto, acepté. Así, durante toda mi carrera, trabajé en las tardes después de estudiar en las mañanas.
Recuerdo que, mientras mis compañeros de carrera se hicieron expertos en billar, yo me iba a trabajar y, como digo: “Yo no jugué billar porque nunca supe cuál era el ojo que se cerraba” (risas). En mis tiempos libres me iba a estudiar a la Biblioteca del Banco de la República. Este fue un período de mi vida en que leí muchísimo. Claro que tuve aficiones como el tenis y, más adelante gracias a mi esposa, la equitación. El doctor Rodríguez Plata, vicerrector, era tenista y director de la Quinta de Mutis que contaba con canchas de tenis en las que él jugaba y yo iba con mis amigos los sábados.
Impuestos nacionales
Después de que la Junta Militar que sucedió a Rojas Pinilla, nombraron al doctor Héctor Julio Becerra, mi profesor de Tributaria en el Rosario, director de Impuestos Nacionales. Sorprendentemente se presentó en mi oficina de la calle diez con carrera octava, debajo de la Plaza de Bolívar, para invitarme a que le manejara los temas de personal. Le manifesté que eso no era de mi interés, sino aprender de derecho tributario. Así me vinculó en calidad de subdirector.
Cuando fui nombrado director de impuestos nacionales, acaban de expedir en el Congreso la Ley 81 de 1960, la estaban sancionando. cuando ocupé la dirección en la administración de Alberto Lleras Camargo, recibí el encargo del ministro de Hacienda de reglamentarla. Era diciembre y debía quedar listo en enero o primeros días de febrero, cuando se presentaban las declaraciones de renta, por lo que era imperativo que la gente conociera la norma. Así lo hice, contra reloj. También me ocupé de preparar el decreto de facultades extraordinarias, sobre procedimiento tributario, el cual se expidió a finales de junio de 1960.
También afronté una situación delicada con el sindicato del Ministerio de Hacienda, el mismo que empezó a tomar un auge muy grande y planteó que todos los nombramientos que se hicieran en la Dirección de Impuestos Nacionales tenían que ser aprobados por ellos. Me opuse, dije que eso no ocurriría mientras yo fuera el director de la entidad, esto me generó un enfrentamiento muy fuerte con el sindicato. Mis superiores en el Ministerio de Hacienda no me respaldaron, lo que obligó mi renuncia del cargo.
Arthur Andersen
Como cosa providencial, Arthur Andersen, oficina americana de auditorías, muy importante en el mundo, una de las cinco más grandes, comenzaba en Colombia. Una vez me retiré de la oficina de Impuestos, me ofrecieron ser tax manager, cargo que ocupé por cinco años, tiempo durante el que viajé a sus sedes de Nueva York y Chicago. Como no soy contador, supe que como abogado no tendría mucho futuro en la empresa, así que decidí retomar mi trabajo en mi oficina, la misma que reabrí en el Edificio de Colseguros. Hace diez años la trasladamos al Parque de la 93, en la que participan mis dos hijos y mi nieto, todos abogados rosaristas.
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Colegio de Abogados Rosaristas
El Colegio de Abogados Rosaristas se fundó como idea del doctor Jaime Michelsen Uribe, abogado egresado del Rosario de quien fui compañero de Facultad, más no de curso, pues él iba unos años antes. Recuerdo que Michelsen en algún momento me contrató para algunos temas de su banco. Su grupo de amigos consideró que él debía presidirlo. Para ese momento yo era consiliario del Rosario cuando el rector era el doctor Álvaro Tafur Galvis. Recibimos la solicitud, de este grupo de abogados, de convocar una asamblea en el Aula Máxima para su fundación.
Efectivamente se llevó a cabo. Ese día llegó una cantidad de gente que acompañaba a Jaime, pero también empezamos a observar que llegó otro grupo numerosísimo, solo que opuesto a este nombramiento. En el curso de la reunión alguien tomó la palabra para lanzar la candidatura de Jaime Michelsen, la misma que tuvo enorme y radical resistencia. Un vocero habló en su contra presentando argumentos que lo descalificaban obligando a sus simpatizantes y a él a retirarse.
De inmediato el rector tomó la palabra para decir que ese intento de establecer el naciente Colegio de Abogados no debió terminar de esa manera, que proponía como presidente a Juan Rafael Bravo: esto sin haberme consultado. Tuve alguna acogida, aunque no muy grande. Decidieron abrir la votación y en ella todos me dieron su voto. La división original subsiste hasta ahora: quienes rechazan la existencia del Colegio de Abogados Rosaristas, son descendientes de ese grupo.
De entrada, propuse institucionalizar el Congreso de Abogados Rosaristas, de forma anual, para estudiar los temas más importantes del Derecho y vivir el año en función de ese Congreso, preparándolo, comentándolo. Se fundó en mayo para celebrarlo en octubre según la fecha de la conmemoración de la virgen del Rosario, La Bordadita. Invitamos al presidente Belisario Betancur, pedimos una audiencia en Palacio para comentarle, aceptó y al llegar, el día de la inauguración, le pedimos se registrara, pero también que fuera miembro honorario. Aceptó encantado.
Para esa época estaba recién expedido el Código del Comercio que incluyó la fiducia mercantil, una figura completamente nueva, que no conocíamos, entonces nos dedicamos a estudiarla. También surgió el Código de Procedimiento Civil, por lo tanto, lo estudiamos. Cuando se conmemoraron los doscientos años del Memorial de Agravios, el Congreso estuvo dedicado a la memoria de Camilo Torres. Una de las cosas que quisimos hacer fue llevar al claustro del Rosario un busto suyo que se ubicó en la Plaza a la entrada de la Iglesia de la Bordadita. Buscamos una contribución y Pedro Gómez fue uno de quienes hizo el más generoso de los aportes. A lo largo de los cuarenta congresos de Abogados Rosaristas se han presentado trabajos muy importantes, aportes a las diferentes ramas del Derecho que reposan en los archivos del Colegio.
La presidencia es por un año y, aunque no quise ser reelegido, me nombraron varias veces (1983, 1984, 1985, 1986, 1987, 2002 y 2003).
Familia
En mi infancia conocí a mi esposa, quien era sobrina del esposo de mi hermana mayor. Como se acercaron las dos familias, crecimos compartiendo juntos especialmente en su finca de La Calera. Desde mis diez años viví pensando en Marielita, aunque ella me miraba con cierta indiferencia. En el curso de la carrera me le declaré y me dijo: “Voy a pensarlo”. Y se tomó una semana. Nos casamos a mis veinticuatro años cuando ya contaba un año de haberme graduado.
Marielita fue una mujer muy querida. Desde pequeña sus tíos la llevaban a montar a caballo a sus fincas de la Sabana. Yo había participado en equitación de manera similar cuando mi papá me llevaba a su finca en Cogua. Recuerdo que allí nació un burrito, uno de los primeros regalos que me hizo cuando yo apenas tenía tres años. Inicié montándolo, luego pasé a los caballos. Mis hijos también han sido muy buenos equitadores de salto. Marielita estudió en el Nueva Granada, posteriormente fue profesora del Colegio Estados Unidos. Como Emita Gaviria (esposa del abogado Diego Uribe Vargas ministro de Relaciones Exteriores, embajador de Colombia en Francia, gobernador de Cundinamarca, miembro de la Academia), había fundado el Saint Patrick School, entonces Marielita se entusiasmó con el tema y a los dos años de habernos casado decidió fundar y dirigir el Colegio Boston.
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A la muerte de Marielita le recibió mi hija Josefina, doctora en filosofía del Rosario, alumna muy aventajada, colegial, quien se casó con Jaime Ramos, administrador de los Andes, con MBA en Columbia, su vida ha sido trabajar en finanzas. Actualmente están radicados en Canadá. Son padres de Santiago, abogado y administrador de los Andes, con master en Art and Digital Media Management en Hyper Island en Inglaterra, actualmente vive en México. María José, Majo, obtuvo un doble diploma en International Development Studies, es psicóloga en McGill University y tiene un MBA en HEC Montreal, está casada con Alejandro Martínez, administrador de empresas, y son padres de Sofía, mi segunda bisnieta. Camila, es bachelor of Arts en Digital Media and Arts History en University of British Columbia, casada con Ricardo Gómez, ingeniero industrial de los Andes y especialista en efectos especiales para películas. Y Juliana, estudió en Concordia University Political Science.
Juan de Dios, el segundo de nuestros hijos lleva el nombre de mi papá dado el amor de Marielita por su suegro. A la muerte de papá, nosotros éramos novios, y ella dijo: “Cuando tenga un hijo, lo llamaré como él”. Juan de Dios es miembro de la Junta Directiva del Polo Club de Bogotá. Está casado con Luisa Gaviria. Son padres de Juan Rafael, abogado rosarista y polista, quien está casado con Natalia García, padres de mi primer bisnieto, Juan Gonzalo. Luisita está casada con Esteban Garcia Martinez- Zurita, viven en México y esperan en este momento a mi tercer bisnieto, Mateo. Miguel, es ingeniero químico y biólogo de los Andes, ahora se está especializando en Holanda y trabaja en una empresa de Ámsterdam.
Francisco, es abogado, campeón nacional juvenil de equitación a sus dieciocho años; pues también gané copas que conservo. Enviudó hace dos años, siendo muy joven. Su esposa, Alexandra Lora Sabahg, era abogada del Rosario. Son padres de Gabriela, egresada del Nueva Granada, quien se ganó una beca para estudiar en Northeastern University Bussiness Administration & Political Science y su práctica la adelanta en una empresa americana. Y de Amelia, su hija menor, graduada del colegio Nueva Granada, estudia en el CNG 9TH Grade y es una excelente y apasionada golfista a quien ya le han ofrecido aplicaciones para becas en algunas Universidades de Estados Unidos.
Cierre
El recorrido por mi vida me genera mucha satisfacción, la de haber hecho lo mejor con los elementos que me dio la vida, la familia, la academia, las instituciones en que trabajé, mi señora, mis hijos, nietos y bisnietos.
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