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En el Hollywood actual ya quedan pocas familias que pertenecen a la llamada realeza del cine. La de Michael Douglas es una de ellas. Homenajeado en el Festival de Cannes, al hijo de Kirk le costó una buena cantidad de sangre, sudor y lágrimas para emprender su camino y hacerse de un nombre propio.
En los años 70, cuando Michael empezaba en la industria audiovisual, no se hablaba de los nepo babies, pero allí estaban las absurdas comparaciones con su progenitor. El listón estaba alto, eso él lo sabía.
“Ganar el Óscar me dio la oportunidad de deshacerme de la sombra de mi padre, descubrir el placer de la actuación y sentir confianza en mí”, afirmaba Douglas en un encuentro con el público y la prensa en el marco del Festival de Cannes. Y todo gracias a su Gordon Gekko en Wall Street (Oliver Stone, 1987), aquel yuppie impecablemente vestido y peinado, ambicioso y despiadado que puso de moda una de sus consignas: “La codicia es buena”.
Y pensar que en el segundo día de rodaje de esa película, cuenta que Oliver Stone le hizo una encerrona. Que parecía que nunca antes había actuado, le dijo el director, que se viera en las escenas que ya habían rodado. Así lo hizo, “oye, pero ni tan mal lo estaba haciendo”, se dijo el actor. Pero para Stone no era suficiente.
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“Muchos actores han tenido su mejor interpretación en una película de Oliver”, subrayaba dando ejemplos; él, por supuesto, se podía considerar uno de los afortunados. A sus 78 años y con más de cinco décadas en la profesión, empeñado en afinar sus habilidades interpretativas, tiene muy claro que por muy larga y sólida que sea una carrera, un actor tendrá el chance de interpretar cuatro o cinco roles tan contundentes que le sirvan de boleto a la transcendencia.
Pelo blanquecino por completo, arrugas atravesando su rostro, sonrisa permanente, afable, divertido y generoso en sus respuestas. Con un cáncer superado, tragedias personales vividas y con una prolongada y fructífera carrera en el cine y la televisión, a Douglas se le puede considerar como una leyenda.
Durante dos horas repasó gran parte de su filmografía y vida artística. Imitó a Danny DeVito, con quien junto a Kathleen Turner rodó tres de las películas más emblemáticas de los 80, Tras la esmeralda perdida (Robert Zemericks), La joya del Nilo (Lewis Teague) y La guerra de los Rose (DeVito). “A Kathleen y a mí Danny nos dejó colgando de la lámpara de araña y mandó al equipo a comer”, recordaba entre risas el rodaje de La guerra de los Rose.
Elogió la amistad y forma de trabajo de Milos Forman, el director de Alguien voló sobre el nido del cuco, cinta de la cual fue productor y que gracias a su tozudez, ya que ningún estudio quería hacerla, pudo sacarla adelante.
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La película, protagonizada por Jack Nicholson, conseguiría nueve nominaciones al Óscar. “La venganza es un plato que se come frío”, se burlaba 48 años más tarde de quienes no creyeron en ese proyecto.
Con el éxito de Alguien voló sobre el nido del cuco se colocaría en el mapa de los productores de postín, y el gusto hacia esa labor no lo perdería nunca. Eso sí, lo de dirigir solo le alcanzó para un par de episodios de la legendaria serie de televisión Las calles de San Francisco. “Dirigir es una tarea muy solitaria”, afirmaba.
En ese recorrido por su filmografía claro que no se podían quedar sin comentar Atracción fatal (Adrian Lyne) e Instintos básicos (Paul Verhoeven). De esta última, presentada en el Festival de Cannes de 1992, recuerda que “fue abrumador para mucha gente ver tantas escenas de sexo en la inmensa pantalla del Grand Palais”, soltó una carcajada.
Este actor tan presente en la pantalla tuvo que dar un parón para someterse a un intenso y abrasivo tratamiento contra el cáncer. “Pensé que nunca volvería a trabajar”, rememora aquellos días cuando ya estaba libre de las terapias, hasta que llegó Behind the Candelabra (Steven Soderbergh, 2013), una biopic donde interpretaría al excéntrico pianista Liberace. “Steven y Matt (Damon) no me quisieron decir que parecía un esqueleto andante”, recuerda y agradece el hecho de que Damon pospusiera el rodaje de esta película con la única intención de que Douglas se recuperase por completo.
Aunque ahora mismo considera que está “en pausa”, dedicándole más tiempo a su labor con las Naciones Unidas, acaba de terminar de filmar una película en Francia donde interpreta a Benjamin Franklin, además de formar parte del universo Marvel con el rol de Hank Pym.
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“Me pregunté qué no había hecho aún, y en eso llegó la propuesta para Ant-Man”, se muestra encantado con su aventura en el mundo de los superhéroes, asombrado con eso de trabajar con una pantalla verde, “se ganaron mis respetos”, alababa a los actores que suelen trabajar con efectos visuales.
“Por cierto, ¿han estado alguna vez en un Comic-Con?”, le preguntó al público en la sala Buñuel donde se celebró la charla, “¡caramba! ¡Qué locura!”, rió de buena gana dando detalles de todo lo que vio y vivió durante ese pintoresco evento.
Douglas pone en duda que siga trabajando hasta una edad considerablemente avanzada, tal como lo hizo su padre. Cierto es que tanto su trabajo en la celebrada serie The Kominsky Method, así como su incursión en el universo Marvel, le aseguran a Michael Douglas un lugar en el ideario de las nuevas generaciones.