Michel Foucault: un acercamiento a los conceptos de poder y sexualidad
A raíz de lo ocurrido esta semana con las declaraciones de Guy Sorman sobre los posibles casos de pedofilia por parte de Michel Foucault en Túnez, presentamos una serie de artículos que explican la vida y obra del francés, partiendo desde un acercamiento a sus conceptos centrales, hasta los conflictos que él y otros pensadores tuvieron con el círculo intelectual de sus tiempos.
Andrés Osorio Guillott
Intentar resumir la obra filosófica de Michel Foucalt en 1.200 palabras podría bien considerarse un despropósito, pues una explicación escueta de algunos de sus conceptos principales no apela a encerrar todo lo que el pensador francés dejó como legado, sino a brindar un acercamiento sobre su aporte al estudio de las ciencias humanas. ¿Las acusaciones cancelarán su obra?
Para entender el concepto de poder en Michel Foucault habría que centrarse en Vigilar y castigar. En este libro, el pensador francés expone una teoría bajo la cual se demuestra que el poder no es algo abstracto y no era solamente un asunto ejercido del Estado al ciudadano, sino que se trataba de una relación que transgredía todas las estructuras sociales.
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En el libro en mención, Foucault afirma que: “Ahora bien, el estudio de esta microfísica supone que el poder que en ella se ejerce no se conciba como una propiedad, sino como una estrategia, que sus efectos de dominación no sean atribuidos a una “apropiación”, sino a unas disposiciones, a unas maniobras, a unas tácticas, a unas técnicas, a unos funcionamientos; que se descifre en él una red de relaciones siempre tensas, siempre en actividad más que un privilegio que se podría detentar; que se le dé como modelo la batalla perpetua más que el contrato que opera una cesión o la conquista que se apodera de un territorio. Hay que admitir en suma que este poder se ejerce más que se posee, que no es el “privilegio” adquirido o conservado de la clase dominante, sino el efecto de conjunto de sus posiciones estratégicas, efecto que manifiesta y a veces acompaña la posición de aquellos que son dominados. Este poder, por otra parte, no se aplica pura y simplemente como una obligación o una prohibición, a quienes “no lo tienen”; los invade, pasa por ellos y a través de ellos; se apoya sobre ellos, del mismo modo que ellos mismos, en su lucha contra él, se apoyan a su vez en las presas que ejerce sobre ellos. Lo cual quiere decir que estas relaciones descienden hondamente en el espesor de la sociedad, que no se localizan en las relaciones del Estado con los ciudadanos o en la frontera de las clases y que no se limitan a reproducir al nivel de los individuos, de los cuerpos, unos gestos y unos comportamientos, la forma general de la ley o del gobierno; que si bien existe continuidad (dichas relaciones se articulan en efecto sobre esta forma de acuerdo con toda una serie de engranajes complejos), no existe analogía ni homología, sino especificidad de mecanismo y de modalidad”.
Los vínculos entre padres e hijos, entre profesores y alumnos, entre jefes y cargos subalternos son ejemplos de relaciones de poder que van desde el núcleo mismo de la sociedad, entendido este como el de la familia según una visión conservadora de occidente, hasta los ámbitos laborales y, por ende, en todas las estructuras que componen una comunidad. Así, el poder no se entiende como uno solo y como un algo relacionado con el aspecto político, sino que este se divide y se manifiesta de múltiples maneras.
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Otro aspecto a tener en cuenta son los métodos de vigilancia y castigos colectivos que menciona Foucault. Lugares como cárceles o instituciones educativas establecieron un poder asociado a la disciplina, logrando que sus manuales y reglas controlen y alcancen un comportamiento adecuado al deseado por estos espacios, eso sin la necesidad de castigos físicos como podía ser en el pasado. La regulación de la conducta se da mediante el concepto de las tecnologías del poder, en la que por ejemplo las redes sociales parecen imponer también un mecanismo de vigilancia. Y de hecho, dentro de las redes y el mismo funcionamiento del Estado, pasamos a hablar del poder discursivo, de un poder que resulta omnipresente e incluye el saber, el conocimiento, como un medio para el control de los cuerpos.
Hablar de cuerpos y no de sujetos es indispensable para entender por qué la sexualidad es otro concepto importante en la filosofía de Foucault y en su propósito de estudiar el poder. Pero antes de pasar a él, hay que aclarar que el poder establecido por el concepto del discurso es omnipresente y difícil de hallar por su capacidad misma de generar una noción de verdad que genera una jerarquía y excluye otros discursos o ideas. De esa manera, el pensador francés parte de ahí para explicar que una revolución social o la resistencia pueden fracasar en el sentido que las colectividades atacan el poder del Estado y no las verdades que rodean a la sociedad, de manera que una forma de lograr una verdadera resistencia parte del hecho de oponerse a los discursos y no solo al poder político.
En La historia de la sexualidad, el pensador francés expone un estudio del concepto y explora la forma en la que el poder se ha encargado de atravesar los cuerpos y hacer de ellos instrumentos de lo político. Desde la Antigua Grecia hasta las dos rupturas que propone Foucault en el siglo XVIII y el siglo XX, la sexualidad ha sido el medio por el cual el ser humano “se vio llevado a reconocerse como sujeto de deseo”.
El uso de los placeres, La inquietud de sí y la sabiduría del matrimonio son apartados de La historia de la sexualidad, en cada uno de ellos parte de lo estudiado en la Antigua Grecia por los filósofos e incluso médicos clásicos y va demostrando por medio de conceptos como la aphrodisia o el biopoder que la sexualidad se convirtió con el paso del tiempo en una noción asociada al control por parte de la religión, la política y el orden social. El libro, como lo dice Foucault en el mismo, propone una exploración “de una historia de la sexualidad como experiencia –si entendemos por experiencia la correlación, dentro de una cultura, entre campos del saber, tipos de normatividad y formas de subjetividad”, y desde esa búsqueda llega por ejemplo a repensar la función del matrimonio desde la sociedad griega.
Como lo dijo Ana Méndez en un artículo de la revista Quórum académico, de la Universidad de Zulia, publicado en 2017, “El matrimonio es uno de esos deberes por los cuales la existencia particular toma valor para todos. El placer debe estar subordinado a las obligaciones conyugales y a las ciudadanas”. En ese sentido, por ejemplo, se ve una relación de poder del hombre sobre la mujer, en el que la actividad sexual y el matrimonio generan un deber y un compromiso de actuar en función de ellos y de la familia como núcleo o base de una sociedad.
Y así como hablamos del biopoder hablamos de la biopolítica, concepto que también vale destacarse para entender una parte de la filosofía foucaltiana. Bajo la premisa “hacer vivir, dejar morir”, el francés “intentaba destacar que el soberano ejercía su poder condenando a muerte a quienes desafiaran su poder o exponiendo a sus súbditos a la eventualidad de morir en una guerra toda vez que fuera necesario defenderlo de sus enemigos”, dice Cristina López en el ensayo La biopolítica según la óptica de Michel Foucault : alcances, potencialidades y limitaciones de una perspectiva de análisis, publicado en la revista de filosofía y teoría política contemporánea, El banquete de los dioses.
“La biopolítica tiene que ver con la población, y la población como problema político, como problema a la vez científico y político, como problema biológico y como problema de poder”, dice Foucalt. Y así, para el francés, la biopolítica tiene que ver con el sistema liberal y neoliberal que gobiernan la vida, que ejercen no un poder coercitivo, sino que crean los sistemas de vigilancia ya mencionados con anterioridad para modular e influenciarnos bajo los comportamientos deseados por el sistema, logrando así posicionar el discurso de las libertades individuales en nuestras relaciones y apoderándose entonces de nuestros cuerpos.
Intentar resumir la obra filosófica de Michel Foucalt en 1.200 palabras podría bien considerarse un despropósito, pues una explicación escueta de algunos de sus conceptos principales no apela a encerrar todo lo que el pensador francés dejó como legado, sino a brindar un acercamiento sobre su aporte al estudio de las ciencias humanas. ¿Las acusaciones cancelarán su obra?
Para entender el concepto de poder en Michel Foucault habría que centrarse en Vigilar y castigar. En este libro, el pensador francés expone una teoría bajo la cual se demuestra que el poder no es algo abstracto y no era solamente un asunto ejercido del Estado al ciudadano, sino que se trataba de una relación que transgredía todas las estructuras sociales.
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En el libro en mención, Foucault afirma que: “Ahora bien, el estudio de esta microfísica supone que el poder que en ella se ejerce no se conciba como una propiedad, sino como una estrategia, que sus efectos de dominación no sean atribuidos a una “apropiación”, sino a unas disposiciones, a unas maniobras, a unas tácticas, a unas técnicas, a unos funcionamientos; que se descifre en él una red de relaciones siempre tensas, siempre en actividad más que un privilegio que se podría detentar; que se le dé como modelo la batalla perpetua más que el contrato que opera una cesión o la conquista que se apodera de un territorio. Hay que admitir en suma que este poder se ejerce más que se posee, que no es el “privilegio” adquirido o conservado de la clase dominante, sino el efecto de conjunto de sus posiciones estratégicas, efecto que manifiesta y a veces acompaña la posición de aquellos que son dominados. Este poder, por otra parte, no se aplica pura y simplemente como una obligación o una prohibición, a quienes “no lo tienen”; los invade, pasa por ellos y a través de ellos; se apoya sobre ellos, del mismo modo que ellos mismos, en su lucha contra él, se apoyan a su vez en las presas que ejerce sobre ellos. Lo cual quiere decir que estas relaciones descienden hondamente en el espesor de la sociedad, que no se localizan en las relaciones del Estado con los ciudadanos o en la frontera de las clases y que no se limitan a reproducir al nivel de los individuos, de los cuerpos, unos gestos y unos comportamientos, la forma general de la ley o del gobierno; que si bien existe continuidad (dichas relaciones se articulan en efecto sobre esta forma de acuerdo con toda una serie de engranajes complejos), no existe analogía ni homología, sino especificidad de mecanismo y de modalidad”.
Los vínculos entre padres e hijos, entre profesores y alumnos, entre jefes y cargos subalternos son ejemplos de relaciones de poder que van desde el núcleo mismo de la sociedad, entendido este como el de la familia según una visión conservadora de occidente, hasta los ámbitos laborales y, por ende, en todas las estructuras que componen una comunidad. Así, el poder no se entiende como uno solo y como un algo relacionado con el aspecto político, sino que este se divide y se manifiesta de múltiples maneras.
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Otro aspecto a tener en cuenta son los métodos de vigilancia y castigos colectivos que menciona Foucault. Lugares como cárceles o instituciones educativas establecieron un poder asociado a la disciplina, logrando que sus manuales y reglas controlen y alcancen un comportamiento adecuado al deseado por estos espacios, eso sin la necesidad de castigos físicos como podía ser en el pasado. La regulación de la conducta se da mediante el concepto de las tecnologías del poder, en la que por ejemplo las redes sociales parecen imponer también un mecanismo de vigilancia. Y de hecho, dentro de las redes y el mismo funcionamiento del Estado, pasamos a hablar del poder discursivo, de un poder que resulta omnipresente e incluye el saber, el conocimiento, como un medio para el control de los cuerpos.
Hablar de cuerpos y no de sujetos es indispensable para entender por qué la sexualidad es otro concepto importante en la filosofía de Foucault y en su propósito de estudiar el poder. Pero antes de pasar a él, hay que aclarar que el poder establecido por el concepto del discurso es omnipresente y difícil de hallar por su capacidad misma de generar una noción de verdad que genera una jerarquía y excluye otros discursos o ideas. De esa manera, el pensador francés parte de ahí para explicar que una revolución social o la resistencia pueden fracasar en el sentido que las colectividades atacan el poder del Estado y no las verdades que rodean a la sociedad, de manera que una forma de lograr una verdadera resistencia parte del hecho de oponerse a los discursos y no solo al poder político.
En La historia de la sexualidad, el pensador francés expone un estudio del concepto y explora la forma en la que el poder se ha encargado de atravesar los cuerpos y hacer de ellos instrumentos de lo político. Desde la Antigua Grecia hasta las dos rupturas que propone Foucault en el siglo XVIII y el siglo XX, la sexualidad ha sido el medio por el cual el ser humano “se vio llevado a reconocerse como sujeto de deseo”.
El uso de los placeres, La inquietud de sí y la sabiduría del matrimonio son apartados de La historia de la sexualidad, en cada uno de ellos parte de lo estudiado en la Antigua Grecia por los filósofos e incluso médicos clásicos y va demostrando por medio de conceptos como la aphrodisia o el biopoder que la sexualidad se convirtió con el paso del tiempo en una noción asociada al control por parte de la religión, la política y el orden social. El libro, como lo dice Foucault en el mismo, propone una exploración “de una historia de la sexualidad como experiencia –si entendemos por experiencia la correlación, dentro de una cultura, entre campos del saber, tipos de normatividad y formas de subjetividad”, y desde esa búsqueda llega por ejemplo a repensar la función del matrimonio desde la sociedad griega.
Como lo dijo Ana Méndez en un artículo de la revista Quórum académico, de la Universidad de Zulia, publicado en 2017, “El matrimonio es uno de esos deberes por los cuales la existencia particular toma valor para todos. El placer debe estar subordinado a las obligaciones conyugales y a las ciudadanas”. En ese sentido, por ejemplo, se ve una relación de poder del hombre sobre la mujer, en el que la actividad sexual y el matrimonio generan un deber y un compromiso de actuar en función de ellos y de la familia como núcleo o base de una sociedad.
Y así como hablamos del biopoder hablamos de la biopolítica, concepto que también vale destacarse para entender una parte de la filosofía foucaltiana. Bajo la premisa “hacer vivir, dejar morir”, el francés “intentaba destacar que el soberano ejercía su poder condenando a muerte a quienes desafiaran su poder o exponiendo a sus súbditos a la eventualidad de morir en una guerra toda vez que fuera necesario defenderlo de sus enemigos”, dice Cristina López en el ensayo La biopolítica según la óptica de Michel Foucault : alcances, potencialidades y limitaciones de una perspectiva de análisis, publicado en la revista de filosofía y teoría política contemporánea, El banquete de los dioses.
“La biopolítica tiene que ver con la población, y la población como problema político, como problema a la vez científico y político, como problema biológico y como problema de poder”, dice Foucalt. Y así, para el francés, la biopolítica tiene que ver con el sistema liberal y neoliberal que gobiernan la vida, que ejercen no un poder coercitivo, sino que crean los sistemas de vigilancia ya mencionados con anterioridad para modular e influenciarnos bajo los comportamientos deseados por el sistema, logrando así posicionar el discurso de las libertades individuales en nuestras relaciones y apoderándose entonces de nuestros cuerpos.