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Poco más de una semana después de la ofensiva rusa, los artistas y compañías rusas han visto sus espectáculos cancelados en las salas occidentales, lo que hace temer un aislamiento cultural. “Hasta en los momentos más duros de la Guerra Fría, los intercambios culturales entre artistas rusos, estadounidenses y europeos continuaron. Siempre hubo tensiones, pero fue posible”, explicó Peter Gelb, director de la Metropolitan Opera House de Nueva York.
“Lo que ocurre ahora es diferente, va más allá de la Guerra Fría, es una guerra real”, afirma Gelb, que visitó Moscú pocos días antes del ataque ruso para abordar una coproducción con el Bolshói.
Peter Gelb, de 69 años, sabe de lo que habla. En los 80, este estadounidense trabajaba como agente del legendario pianista de origen ucraniano Vladimir Horowitz, para quien organizó su regreso triunfal a Rusia. También grabó el concierto de regreso del violonchelista Mstislav Rostropovich.
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Las giras de artistas soviéticos en Occidente comenzaron en los años 50, sobre todo las de compañías de ballet, una disciplina con fuerte influencia rusa, convertida por los soviéticos en arma de propaganda. Algunos de estos viajes, (durante los cuáles los artistas estaban bajo fuerte vigilancia) entraron con fuerza en la historia. Por ejemplo, la estancia del Bolshói en Londres en 1956, con la mítica Galina Ulanova, o la gira del ballet Kirov (rebautizado Mariinsky) en París en 1961, donde Rudolf Nuréyev aprovechó para huir y quedarse en Francia.
Pero los estadounidenses tampoco se quedaban atrás: el American Ballet Theatre actuó por primera vez en Moscú en 1960, y dos años después (en plena crisis de los misiles en Cuba) fue el turno del New York City Ballet, que completó su gira a pesar de las tensiones.
Tras la caída de la URSS, los intercambios culturales se volvieron más fuertes, bailarines “estrella” rusos pasaban a otras compañías (como Svetlana Zajarova, la “zarina” de la danza, estrella a la vez del Bolshói y de la Scala de Milán). El nombramiento en 2011 del bailarín David Hallberg como “estrella” del Bolshói fue un paso más allá. Nunca un estadounidense había ocupado ese puesto. Lo inimaginable se había vuelto posible.
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Pero, para Gelb, “en el contexto actual de brutalidad contra ciudadanos inocentes, no hay ninguna posibilidad de hacer intercambios como los que hubo en la Guerra Fría”. La institución que dirige cesó su colaboración con el Bolshói. Y tanto el Metropolitan como la Opera de París y otras salas europeas, tomaron la decisión de no contratar a artistas proPutin. En Londres también se anuló la representación del Bolshói.
Quien fuera director del Bolshói antes de buscar suerte en el extranjero, el coreógrafo ruso Alexéi Ratmanski, abandonó dos nuevas producciones con esta compañía y con el ballet Mariinsky. El francés Laurent Hilaire, que dirige el Ballet Stanislavski de Moscú, dimitió tras cinco años al frente.
Las críticas se han centrado sobre todo en dos superestrellas consideradas próximas del régimen ruso: el director de orquesta Valeri Guérguiev, declarado persona non grata en muchas salas y abandonado por su agente; y la soprano Anna Netrebko, reina del arte lírico que tuvo que anular varios compromisos.
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“¿Dónde irán, en los próximos meses, los artistas rusos que no sean invitados en Europa y América? China no dio señales de que vaya a retomar la actividad (por el covid-19). Solo les queda su propio país”, explicó Laurent Bayle, antiguo director general de la Filarmónica de París. “Por lo que 3/4 partes de su actividad están en el aire”, añadió. Si la guerra “se termina con la ocupación de un país, está claro que nadie se arriesgará a invitar a artistas rusos” que no hayan mostrado su distancia con el régimen, considera Bayle.
Pero no todos los artistas están en el mismo cesto. Algunos, como el director de orquesta Vasili Petrenko, que vive en Gran Bretaña, anunciaron que suspenderían sus actividades en Rusia. Una situación que cambia cuando se habla de las instituciones subvencionadas. “No podemos desligar el Bolshói y el Mariinsky de las autoridades. Reciben financiación pública y, a los ojos del mundo, hablar del Bolshói es hablar del Estado ruso”, sentencia Bayle.