“El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” (474 años de Cervantes)
Por motivo del natalicio de Miguel de Cervantes, revivimos este texto de La jácara literaria de El Espectador. Con una mezcla de lenguajes, a partir de una puesta en escena, de un teatro dentro de la novela, ofrecemos un viaje por la consolidación de la obra insignia de la literatura en castellano, Don Quijote de la Mancha.
Mónica Acebedo
Esta perenne obra ha traspasado las fronteras del tiempo y se ha convertido en un referente sublime de la literatura universal. Miguel de Cervantes forma parte de la gran mayoría de cánones de los estudios literarios, desde su publicación hasta nuestros días. Se han escrito numerosos ensayos, artículos, tesis doctorales y reflexiones sobre múltiples temas, a partir de diversas disciplinas; de hecho, en este mismo espacio ya me he referido a la relación de la obra con el derecho (El Quijote y el derecho: aquí se habla español, 3 de abril de 2020); la vida de su autor ha sido materia de innúmeras biografías; la poesía inserta en los dos tomos se ha examinado en unas cuantas ocasiones; la historia del siglo XVII ha permitido plantear reinterpretaciones a partir de la obra cervantina; la lengua española encuentra un referente identitario, incluso del hecho de haber sido bautizada como el idioma cervantino y, por si fuera poco, el personaje literario ha pervivido hasta confundir los límites de lo ficcional y lo real.
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Pues bien, en este recuento caprichoso de la historia de la literatura occidental me voy a referir por separado a cada uno de los tomos de Don Quijote de la Mancha porque considero que son dos piezas que merecen una reflexión independiente, a pesar de que cuentan con un mismo protagonista y eje argumental. Sin embargo, la construcción discursiva presenta elementos diferentes que, a mi juicio, merece dos entregas separadas, entre otras razones, por los diez años que transcurrieron entre la publicación de una y otra.
Miguel de Cervantes Saavedra nació en Alcalá de Henares (España), el 29 de septiembre de 1547 y murió en Madrid el 23 de abril de 1616. Su vida es en sí misma una novela y, como diría Donald P. McCrory en la magnífica biografía que hace del ilustre autor, no fue un hombre ordinario, no solo por sus dotes literarios sino por todos los aspectos de su vida (No ordinary man: The life and Times of Miguel de Cervantes, Dover Publications, 2002). Entre los datos de su biografía que vale la pena recordar están, por ejemplo, la complicada vida y los problemas financieros y legales de su padre, el exilio forzoso al que se vio sometido por problemas con la justicia, al haber herido a otro hombre en un duelo; su alistamiento con el ejército, la guerra de Lepanto y la famosa herida que le dejó lisiado el brazo izquierdo, su intento de regresar a España y la captura por parte de los moros, su estadía como prisionero en los baños de Argel y sus intentos de huida, la solicitud que hizo para venir a Cartagena de Indias, que le fue negada, y en fin, son muchos los hechos interesantes de su vida, de los cuales tenemos referencias en las mismas tramas de sus obras.
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha fue publicado en 1605 con una dedicatoria al duque de Béjar y un prólogo y unos poemas preliminares que de entrada rompen con la tradición literaria del momento. La muy conocida frase del prólogo: “Desocupado lector: sin juramento, me podrás creer que quisiera que este libro fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse” (Q I, 7, RAE, 2005) supone un “yo” que no solo está en el prólogo sino en varios apartes y que se adelanta como uno de los aparatos narratológicos de la novela: él, Miguel de Cervantes, como personaje. Además, incluye una divertida advertencia en relación con los preliminares, que usualmente estaban escritos por otros autores de la época: nos dice que como él no tiene a quién solicitarle poemas y sonetos, ha decidido que sean personajes literarios los encargados de dar la bienvenida al libro. Así encontramos, entre muchos, sonetos del Amadís de Gaula a don Quijote de la Mancha, o de la señora Oriana (amante del Amadís de Gaula) a Dulcinea del Toboso o el divertido diálogo entre Rocinante, el caballo de don Quijote, y Babieca, el del Mío Cid.
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Luego, nos internamos en la singular historia de un hidalgo manchego, Alonso Quijano, que ha leído novelas de caballería —cuando ya esas novelas estaban pasadas de moda— y que decide revivir la caballería andante —una institución que, probablemente, solamente existió en la literatura—. Decide pues, rescatar de un rincón sucio y olvidado unas armas para limpiarlas y devolver a España la gloria perdida, en un acto simbólico, que, además, da cuenta de un momento histórico crucial para España, pues está pasando por una fuerte crisis económica, política y monárquica. Una vez limpias las armas, agarra su caballo y sale en busca de aventuras. Es armado caballero por un ventero en una ceremonia que aparece en varios de los libros de caballería medievales y que, al mismo tiempo, constituye un símbolo del paso de la juventud a la madurez. En una segunda salida contrata a un vecino suyo, Sancho Panza, quien hará las veces de escudero, bajo la promesa de otorgarle una ínsula que pueda gobernar. Juntos se enfrentan a muchas aventuras, en un juego entre la locura y la lucidez.
De repente, llegamos al capítulo IX, en medio de una singular batalla de don Quijote, y la narración se detiene. El narrador (no sabemos si es el mismo Cervantes) nos advierte que no puede seguir porque ya no conoce el desarrollo del relato. Nos presenta un juego metanarrativo en el que convierte en personaje al autor. Más adelante, la narración explica que la obra está escrita por una árabe, un tal Cide Hamete Benengeli. Este artilugio literario, que, adicionalmente, retoma el tópico del manuscrito perdido, tantas veces utilizado en la literatura de todos los tiempos, ha sido analizado por la crítica desde muchas perspectivas.
Pero, además de la comicidad, la erudición, la modernidad, la forma de ver el papel de la mujer en la sociedad y muchos otros aspectos, la novela desarrolla otra tramoya narratológica a partir de la cual incluye varios géneros: poesía, teatro, otras novelas insertas y una serie de dispositivos que contribuyen a que se haya convertido en la novela completa y duradera. Cierro con una cita de Vargas Llosa en el prólogo a la última edición de la RAE: “La modernidad del Quijote está en el espíritu rebelde, justiciero, que lleva al personaje a asumir como su responsabilidad personal cambiar el mundo para mejor, aun cuando, tratando de ponerla en práctica, se equivoque, se estrelle contra obstáculos insalvables y sea golpeado, vejado y convertido en objeto de irrisión. Pero también es una novela de actualidad porque Cervantes, para contar la gesta quijotesca, revolucionó las formas narrativas de su tiempo y sentó las bases sobre las que nacería la novela moderna” (XLIII, DQ, RAE, 2005).
Esta perenne obra ha traspasado las fronteras del tiempo y se ha convertido en un referente sublime de la literatura universal. Miguel de Cervantes forma parte de la gran mayoría de cánones de los estudios literarios, desde su publicación hasta nuestros días. Se han escrito numerosos ensayos, artículos, tesis doctorales y reflexiones sobre múltiples temas, a partir de diversas disciplinas; de hecho, en este mismo espacio ya me he referido a la relación de la obra con el derecho (El Quijote y el derecho: aquí se habla español, 3 de abril de 2020); la vida de su autor ha sido materia de innúmeras biografías; la poesía inserta en los dos tomos se ha examinado en unas cuantas ocasiones; la historia del siglo XVII ha permitido plantear reinterpretaciones a partir de la obra cervantina; la lengua española encuentra un referente identitario, incluso del hecho de haber sido bautizada como el idioma cervantino y, por si fuera poco, el personaje literario ha pervivido hasta confundir los límites de lo ficcional y lo real.
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Pues bien, en este recuento caprichoso de la historia de la literatura occidental me voy a referir por separado a cada uno de los tomos de Don Quijote de la Mancha porque considero que son dos piezas que merecen una reflexión independiente, a pesar de que cuentan con un mismo protagonista y eje argumental. Sin embargo, la construcción discursiva presenta elementos diferentes que, a mi juicio, merece dos entregas separadas, entre otras razones, por los diez años que transcurrieron entre la publicación de una y otra.
Miguel de Cervantes Saavedra nació en Alcalá de Henares (España), el 29 de septiembre de 1547 y murió en Madrid el 23 de abril de 1616. Su vida es en sí misma una novela y, como diría Donald P. McCrory en la magnífica biografía que hace del ilustre autor, no fue un hombre ordinario, no solo por sus dotes literarios sino por todos los aspectos de su vida (No ordinary man: The life and Times of Miguel de Cervantes, Dover Publications, 2002). Entre los datos de su biografía que vale la pena recordar están, por ejemplo, la complicada vida y los problemas financieros y legales de su padre, el exilio forzoso al que se vio sometido por problemas con la justicia, al haber herido a otro hombre en un duelo; su alistamiento con el ejército, la guerra de Lepanto y la famosa herida que le dejó lisiado el brazo izquierdo, su intento de regresar a España y la captura por parte de los moros, su estadía como prisionero en los baños de Argel y sus intentos de huida, la solicitud que hizo para venir a Cartagena de Indias, que le fue negada, y en fin, son muchos los hechos interesantes de su vida, de los cuales tenemos referencias en las mismas tramas de sus obras.
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha fue publicado en 1605 con una dedicatoria al duque de Béjar y un prólogo y unos poemas preliminares que de entrada rompen con la tradición literaria del momento. La muy conocida frase del prólogo: “Desocupado lector: sin juramento, me podrás creer que quisiera que este libro fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse” (Q I, 7, RAE, 2005) supone un “yo” que no solo está en el prólogo sino en varios apartes y que se adelanta como uno de los aparatos narratológicos de la novela: él, Miguel de Cervantes, como personaje. Además, incluye una divertida advertencia en relación con los preliminares, que usualmente estaban escritos por otros autores de la época: nos dice que como él no tiene a quién solicitarle poemas y sonetos, ha decidido que sean personajes literarios los encargados de dar la bienvenida al libro. Así encontramos, entre muchos, sonetos del Amadís de Gaula a don Quijote de la Mancha, o de la señora Oriana (amante del Amadís de Gaula) a Dulcinea del Toboso o el divertido diálogo entre Rocinante, el caballo de don Quijote, y Babieca, el del Mío Cid.
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Luego, nos internamos en la singular historia de un hidalgo manchego, Alonso Quijano, que ha leído novelas de caballería —cuando ya esas novelas estaban pasadas de moda— y que decide revivir la caballería andante —una institución que, probablemente, solamente existió en la literatura—. Decide pues, rescatar de un rincón sucio y olvidado unas armas para limpiarlas y devolver a España la gloria perdida, en un acto simbólico, que, además, da cuenta de un momento histórico crucial para España, pues está pasando por una fuerte crisis económica, política y monárquica. Una vez limpias las armas, agarra su caballo y sale en busca de aventuras. Es armado caballero por un ventero en una ceremonia que aparece en varios de los libros de caballería medievales y que, al mismo tiempo, constituye un símbolo del paso de la juventud a la madurez. En una segunda salida contrata a un vecino suyo, Sancho Panza, quien hará las veces de escudero, bajo la promesa de otorgarle una ínsula que pueda gobernar. Juntos se enfrentan a muchas aventuras, en un juego entre la locura y la lucidez.
De repente, llegamos al capítulo IX, en medio de una singular batalla de don Quijote, y la narración se detiene. El narrador (no sabemos si es el mismo Cervantes) nos advierte que no puede seguir porque ya no conoce el desarrollo del relato. Nos presenta un juego metanarrativo en el que convierte en personaje al autor. Más adelante, la narración explica que la obra está escrita por una árabe, un tal Cide Hamete Benengeli. Este artilugio literario, que, adicionalmente, retoma el tópico del manuscrito perdido, tantas veces utilizado en la literatura de todos los tiempos, ha sido analizado por la crítica desde muchas perspectivas.
Pero, además de la comicidad, la erudición, la modernidad, la forma de ver el papel de la mujer en la sociedad y muchos otros aspectos, la novela desarrolla otra tramoya narratológica a partir de la cual incluye varios géneros: poesía, teatro, otras novelas insertas y una serie de dispositivos que contribuyen a que se haya convertido en la novela completa y duradera. Cierro con una cita de Vargas Llosa en el prólogo a la última edición de la RAE: “La modernidad del Quijote está en el espíritu rebelde, justiciero, que lleva al personaje a asumir como su responsabilidad personal cambiar el mundo para mejor, aun cuando, tratando de ponerla en práctica, se equivoque, se estrelle contra obstáculos insalvables y sea golpeado, vejado y convertido en objeto de irrisión. Pero también es una novela de actualidad porque Cervantes, para contar la gesta quijotesca, revolucionó las formas narrativas de su tiempo y sentó las bases sobre las que nacería la novela moderna” (XLIII, DQ, RAE, 2005).