Miguel López: “Hay que saber interpretar la violencia”
A propósito de la publicación de la novela “Simón Coronado ha dejado de escribir”, presentamos una entrevista con su autor, el escritor Miguel López Echeverri.
María Paula Lizarazo
La mamá fue quien inspiró a Miguel López a leer. “Nos inculcó que el que sabía leer sabía pensar. Todos en casa somos ávidos lectores. Y fue gracias a ella que empezamos a leer textos de T. S. Eliot o el poema de La tierra baldía; nos enseñó a leer a Borges; Las aventuras de Tintín; a Robinson Crusoe”. En su infancia, la literatura lo transportaba a sitios mágicos y misteriosos. En los libros que leía aprehendió una intuición por buscar y siempre buscar, viajar, conocer, perderse y regresar.
Le sugerimos: El arte neoyorquino y la posibilidad de existir
Durante más de dos décadas, Miguel López ha publicado sus crónicas y relatos de viaje en revistas como Soho y Viajar, de El Tiempo, o en magazines norteamericanos. Ha contado sus trayectos: como el de su viaje en moto por el mundo, desde la Patagonia hasta el Sahara. Y en cada viaje sus lecturas han sido determinantes: Philip Roth o Germán Castro Caycedo, por ejemplo. Está convencido de que, en últimas, al viajar y aventurarse por lugares desconocidos y lejanos, termina haciendo realidad aquello que ha leído desde niño.
Por la pandemia, López se estableció en La Guajira, en donde administra su hotel y aprovecha el silencio y la soledad para escribir ocho horas diarias seguidas, con una hora para almorzar.
Simón Coronado ha dejado de escribir, dice, “es el retrato de un pueblo olvidado en La Guajira y curiosamente hay un personaje que trabaja con nosotros en el hotel, que se llama Carlos Coronado y que su papá tenía esta vida que se refleja en Simón Coronado. Este señor, que fue muy próspero, en la época de la marimba tenía tres mujeres y ellas eran íntimas. De ahí fue de donde se empezó a crear esta historia. Yo viví mucho de lo que está novelado: la marimba, los aviones, el tráfico, la gente: no es autobiográfico, pero muchas escenas fueron reales”.
La novela empieza con un hombre que aparece muerto. La violencia o las diferentes violencias han sido un eje en la historia literaria de Colombia, ¿cómo se posiciona ante ello como escritor?
La violencia es una tragedia que nos ha acompañado desde hace muchísimos años, tanto a la humanidad como a Colombia en sí. Desde el 48, en la época de Mariano Ospina Pérez y Gaitán, ha permeado. A mí me tocó, por ejemplo, todo el tema del narcotráfico en los años ochenta y eso me marcó muchísimo, porque era la inseguridad absoluta: tú no podías salir de Bogotá a La Calera porque el retén guerrillero te iba a afectar, entonces, creo que esto es una suma de una cantidad de acontecimientos con los que hemos tenido que convivir nosotros los colombianos y de una u otra manera se tiene que plasmar en la literatura que uno escriba acerca de Colombia. Nosotros somos víctimas (o no sé si es la palabra) de esa violencia que hemos vivido permanentemente y que permea al ciudadano común y corriente. Me acuerdo que Juan Gabriel Vásquez decía que Bogotá era una criatura hostil, y creo que ese es un poco el reflejo de las consecuencias de una violencia que hemos vivido durante tantos años los colombianos. El tema puntual de Simón Coronado, más que un tema de violencia como tal, es de lo que fue la marimba en los años ochenta y específicamente en La Guajira; entonces, todo es parte de esos acontecimientos que se viven en la novela y que cargamos nosotros en nuestro ADN. La violencia es algo que aún (y lo vemos desde hace dos meses para acá) vivimos en Colombia: respiramos violencia y hay que saberla interpretar. Pienso que uno debe abstraerse un poco del tema de la violencia. Y me dije: me tengo que abstraer de esa hostilidad que se vive constantemente en las ciudades densas, acá (en La Guajira) uno vive la vida, allá uno sobrevive. No quería que mi novela fuera un retrato de esa violencia colombiana, sino la cotidianidad de lo que es vivir con esa violencia, que son dos conceptos diferentes.
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Durante 25 años, López tuvo una agencia de publicidad y se desempeñó como director creativo. Incluso en esos años escribía todos los días de su vida y paralelamente publicaba en medios. También ha sido pintor y sus lienzos se han expuesto en Nueva York y Barcelona: “Eso complementaba la escritura para desfogar todas las energías y las inquietudes que tenía”. Hoy continúa siendo el lector ávido de la infancia. Para cada escritura, se propone sumergirse hasta lo más profundo en los temas que trata. Por ejemplo, para Simón Coronado se adentró en las comunidades de los koguis y los arhuacos de La Guajira.
¿La literatura y el arte tienen un para qué?
Son el remedio para poder vivir en un mundo como en el que vivimos. Escribir y pintar son artes que relevan de la realidad cotidiana, y me parece que el mundo necesita más artistas, más escritores y menos abogados.
Y la pregunta cliché: ¿cuál libro se llevaría a una isla desierta?
Me he hecho esa pregunta mil veces y no he encontrado la respuesta... Pero creo que me llevaría un diccionario: yo todos los días intento aprenderme una palabra nueva. Me entretendría cantidades con las palabras, entendiendo sus significados y memorizando.
La mamá fue quien inspiró a Miguel López a leer. “Nos inculcó que el que sabía leer sabía pensar. Todos en casa somos ávidos lectores. Y fue gracias a ella que empezamos a leer textos de T. S. Eliot o el poema de La tierra baldía; nos enseñó a leer a Borges; Las aventuras de Tintín; a Robinson Crusoe”. En su infancia, la literatura lo transportaba a sitios mágicos y misteriosos. En los libros que leía aprehendió una intuición por buscar y siempre buscar, viajar, conocer, perderse y regresar.
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Durante más de dos décadas, Miguel López ha publicado sus crónicas y relatos de viaje en revistas como Soho y Viajar, de El Tiempo, o en magazines norteamericanos. Ha contado sus trayectos: como el de su viaje en moto por el mundo, desde la Patagonia hasta el Sahara. Y en cada viaje sus lecturas han sido determinantes: Philip Roth o Germán Castro Caycedo, por ejemplo. Está convencido de que, en últimas, al viajar y aventurarse por lugares desconocidos y lejanos, termina haciendo realidad aquello que ha leído desde niño.
Por la pandemia, López se estableció en La Guajira, en donde administra su hotel y aprovecha el silencio y la soledad para escribir ocho horas diarias seguidas, con una hora para almorzar.
Simón Coronado ha dejado de escribir, dice, “es el retrato de un pueblo olvidado en La Guajira y curiosamente hay un personaje que trabaja con nosotros en el hotel, que se llama Carlos Coronado y que su papá tenía esta vida que se refleja en Simón Coronado. Este señor, que fue muy próspero, en la época de la marimba tenía tres mujeres y ellas eran íntimas. De ahí fue de donde se empezó a crear esta historia. Yo viví mucho de lo que está novelado: la marimba, los aviones, el tráfico, la gente: no es autobiográfico, pero muchas escenas fueron reales”.
La novela empieza con un hombre que aparece muerto. La violencia o las diferentes violencias han sido un eje en la historia literaria de Colombia, ¿cómo se posiciona ante ello como escritor?
La violencia es una tragedia que nos ha acompañado desde hace muchísimos años, tanto a la humanidad como a Colombia en sí. Desde el 48, en la época de Mariano Ospina Pérez y Gaitán, ha permeado. A mí me tocó, por ejemplo, todo el tema del narcotráfico en los años ochenta y eso me marcó muchísimo, porque era la inseguridad absoluta: tú no podías salir de Bogotá a La Calera porque el retén guerrillero te iba a afectar, entonces, creo que esto es una suma de una cantidad de acontecimientos con los que hemos tenido que convivir nosotros los colombianos y de una u otra manera se tiene que plasmar en la literatura que uno escriba acerca de Colombia. Nosotros somos víctimas (o no sé si es la palabra) de esa violencia que hemos vivido permanentemente y que permea al ciudadano común y corriente. Me acuerdo que Juan Gabriel Vásquez decía que Bogotá era una criatura hostil, y creo que ese es un poco el reflejo de las consecuencias de una violencia que hemos vivido durante tantos años los colombianos. El tema puntual de Simón Coronado, más que un tema de violencia como tal, es de lo que fue la marimba en los años ochenta y específicamente en La Guajira; entonces, todo es parte de esos acontecimientos que se viven en la novela y que cargamos nosotros en nuestro ADN. La violencia es algo que aún (y lo vemos desde hace dos meses para acá) vivimos en Colombia: respiramos violencia y hay que saberla interpretar. Pienso que uno debe abstraerse un poco del tema de la violencia. Y me dije: me tengo que abstraer de esa hostilidad que se vive constantemente en las ciudades densas, acá (en La Guajira) uno vive la vida, allá uno sobrevive. No quería que mi novela fuera un retrato de esa violencia colombiana, sino la cotidianidad de lo que es vivir con esa violencia, que son dos conceptos diferentes.
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Durante 25 años, López tuvo una agencia de publicidad y se desempeñó como director creativo. Incluso en esos años escribía todos los días de su vida y paralelamente publicaba en medios. También ha sido pintor y sus lienzos se han expuesto en Nueva York y Barcelona: “Eso complementaba la escritura para desfogar todas las energías y las inquietudes que tenía”. Hoy continúa siendo el lector ávido de la infancia. Para cada escritura, se propone sumergirse hasta lo más profundo en los temas que trata. Por ejemplo, para Simón Coronado se adentró en las comunidades de los koguis y los arhuacos de La Guajira.
¿La literatura y el arte tienen un para qué?
Son el remedio para poder vivir en un mundo como en el que vivimos. Escribir y pintar son artes que relevan de la realidad cotidiana, y me parece que el mundo necesita más artistas, más escritores y menos abogados.
Y la pregunta cliché: ¿cuál libro se llevaría a una isla desierta?
Me he hecho esa pregunta mil veces y no he encontrado la respuesta... Pero creo que me llevaría un diccionario: yo todos los días intento aprenderme una palabra nueva. Me entretendría cantidades con las palabras, entendiendo sus significados y memorizando.