Milan Kundera, el arte del exilio
El escritor checo salió de su natal Checoslovaquia en 1975 con destino a Francia, luego de haber caído en desgracia con las autoridades de su país. Cuatro años más tarde fue despojado de su nacionalidad checa y se naturalizó como francés en 1981.
Andrea Jaramillo Caro
Francia, con su arquitectura y cultura, por siglos ha sido el punto de encuentro de escritores de diferentes nacionalidades, para algunos ha sido un lugar de paso e inspiración y para otros un refugio, una suerte de oasis. Este último es el caso del autor checo Milan Kundera. El escritor de la novela “La insoportable levedad del ser”, quien falleció el pasado martes 11 de julio, hizo de Francia su hogar en 1975 y en este país dio inicio a un nuevo capítulo, no solo en su vida, también en su carrera literaria.
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Francia, con su arquitectura y cultura, por siglos ha sido el punto de encuentro de escritores de diferentes nacionalidades, para algunos ha sido un lugar de paso e inspiración y para otros un refugio, una suerte de oasis. Este último es el caso del autor checo Milan Kundera. El escritor de la novela “La insoportable levedad del ser”, quien falleció el pasado martes 11 de julio, hizo de Francia su hogar en 1975 y en este país dio inicio a un nuevo capítulo, no solo en su vida, también en su carrera literaria.
Cuando República Checa era aún conocida como Checoslovaquia, Milan Kundera renunció a su madre patria luego de que su obra sufriera censuras y de haber sido expulsado del Partido Comunista, algo que ya había sucedido en el pasado por “actividades anti-comunistas”. Cambió Praga por París y entre nuevos aires escribió algunas de sus obras más reconocidas. Más allá de las letras, la tierra francesa vio su faceta de artista, como lo relató Jane Kramer del New York Times en 1984: “Cuando lo visité recientemente, me mostró algunos de sus gouaches: una cabeza con una mano que baila por cuerpo; un par de rostros derretidos; una mano que alarga un ojo oscuro y brillante; una pantalla en la que dos viejos sin pantalones entablan conversación”.
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Los años alejado de su tierra natal lo llevaron a cuestionar la noción del hogar, mientras veía cómo sus obras producidas desde el extranjero eran prohibidas en la nación que lo vio nacer. “Cuando los intelectuales alemanes partieron de su país hacia Estados Unidos en la década de 1930, estaban seguros de que algún día regresarían a Alemania. Consideraron temporal su estancia en el extranjero. Yo, en cambio, no tengo ninguna esperanza de volver. Mi estancia en Francia es definitiva y, por tanto, no soy un emigrado. Francia es mi única patria real ahora. Tampoco me siento desarraigado. Durante mil años, Checoslovaquia fue parte de Occidente. Hoy en día, es parte del imperio al este. Me sentiría mucho más desarraigado en Praga que en París”, le dijo desde su apartamento en París, cerca de Montparnasse, a Olga Carlisle, del New York Times.
Para la escritora y novelista, su colega de 56 años en ese momento, durante la década de 1980, “hizo por su Checoslovaquia natal, lo que Gabriel García Márquez hizo por América Latina en la década de 1960 y Aleksandr Solzhenitsyn por Rusia en la década de 1970. Ha llamado la atención del público lector occidental sobre Europa del Este, y lo ha hecho con ideas que son universales en su atractivo”.
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No fue el primero en llamar la atención sobre Europa del Este, sabía que otros ya lo habían hecho antes, y que junto con Alexander Solzhenitsyn componían un grupo de escritores “emigrados” de países comunistas. Kundera admitió en 1981 que cuando el Partido Comunista checoslovaco llegó al poder en 1948, él fue un fiel seguidor. Pero el encanto duraría poco y en 1950 fue expulsado del partido, un evento que inspiró su novela de 1967 “La broma”. Una vez más se integró al partido en 1956 y, de nuevo, fue expulsado en 1970. Creía en una reforma para el partido y esto, luego de la Primavera de Praga en 1968, continuó dando a conocer sus ideales de reforma que no fueron recibidos con agrado entre el sector político. El año de 1975 fue aquel en el que decidió abandonar esos sueños de reforma y partir, luego de haber enfrentado represalias por sus críticas al comunismo.
Vio sus obras ser censuradas en su Checoslovaquia, hasta que en 1988 su país natal revocó esta decisión, y cómo la política cada vez más se inmiscuía en la cultura. Desde el exilio le dijo a Kramer: “Para mí, uno de los hechos más llamativos de la vida moderna es hasta qué punto el periodismo -las noticias- se ha apoderado de la cultura. La cultura ha estado sujeta a una visión del mundo en la que la política ocupa el primer lugar, el lugar absolutamente más alto, en una escala de valores. Tanta gente tiene esa visión que ya conocen su cultura solo periodísticamente, es decir, simplifican; reducen su cultura a “noticias”, o, en otras palabras, a la política. No conscientemente. Y muchas veces con la mejor voluntad del mundo”.
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Comentó en esa entrevista de 1984 que si escribía una historia de amor en la que hubiera tres líneas sobre Stalin, la audiencia se fijaría en esas tres líneas más que en el resto del contenido. “Cuando la cultura se reduce a la política, la interpretación se concentra completamente en lo político, y al final nadie entiende la política porque el pensamiento puramente político nunca puede comprender la realidad política”.
Kundera dijo que “en francés, por supuesto, la palabra ‘’hogar’' no existe. Tienes que decir ‘’ chez moi ‘’ o ‘’ dans ma patrie ‘’ - lo que significa que el ‘’ hogar ‘’ ya está politizado, ese ‘’ hogar ‘’ ya incluye una política, un estado, una nación. Mientras que la palabra “hogar” es muy hermosa en su exactitud. Perderlo, en francés, es uno de esos diabólicos problemas de traducción. Hay que preguntarse: ¿Qué es el hogar? ¿Qué significa estar “en casa”? Es una pregunta complicada. Puedo decir honestamente que me siento mucho mejor aquí en París que en Praga, pero ¿puedo decir también que perdí mi hogar al irme de Praga? Todo lo que sé es que antes de irme estaba aterrorizado de “perder el hogar” y que después de irme me di cuenta -fue con cierto asombro- que no me sentía perdida, no me sentía privada”. Su visión de “hogar” es, entonces, una muy ambigua y consideraba que esta era una ficción, una ilusión, un mito. Decidió seguir escribiendo sus obras en francés, en vez de checo, y se consideraba un autor francés, tanto que cuando en 2009 la ciudad en la que nació, Brno, hizo una conferencia en su honor, él “insistió en que sus libros debían ser considerados literatura francesa y categorizados como tales en las librerías”, según Sian Cain de The Guardian.
A pesar de que el hogar de Kundera no existió, en 2019 la actual República Checa decidió restaurar la ciudadanía checa de Kundera. El escritor había regresado varias veces a su país, siendo la primera en 1996, pero siempre sin bombo.
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