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Milongas o Gualíes (El cajón de Santaora)

En esta entrega de la sección “El cajón de Santaora”, de Julia Díaz Santa, presentamos una historia que teje dos orillas lejanas: las milongas argentinas y los gualíes del Pacífico colombiano.

Julia Díaz Santa
12 de diciembre de 2021 - 04:52 p. m.
Los gualíes son cantos que acompañan a los niños cuando mueren.
Los gualíes son cantos que acompañan a los niños cuando mueren.
Foto: José Varón
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Antes de saber qué era la muerte, la niña notó que se trataba de algo doloroso. Primero, la anciana había hecho inflexiones con su voz de hilo, mientras narraba el nacimiento. Cerraba los ojos, abría la boca y mecía el tronco de una manera muy lenta.

Tampoco sabía qué era un bandoneón, pero en el relato que cantaba la abuela notó que era una cosa que podía rezongar y también sangrar. La historia del nacimiento había empezado con un contundente: “Bruna, bruna nació María y está en la cuna” y al rato siguió con “Negra maría que abriste los ojos en carnaval”. La frase escurrida en una escalera melódica descendente, había inundado su casa de guayacán. Y con ella, la vieja voz dejó de parecer una larga fibra para volverse gruta.

Por ese túnel se coló el carnaval: las guitarras y los violines y los rezongos del bandoneón. La abuela cantaba que, en el natalicio, todos estaban de fiesta porque María tendría fortuna. Y que la madre bordaba un vestido blanco, para cuando ella tuviera quince años.

“Vamos al baile, vamos María. Negra la madre, negra la niña. ¡Negra!... Cantarán para vos”, la fiesta le salía por una boca con pocos dientes. Y la niña, que también se llamaba María, se imaginaba bailando en esa escena del futuro. No había terminado de hacer la pirueta imaginaria cuando llegó una corta pausa.

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Y otra vez el hilo: “Bruna, bruna murió María y está en la cuna. Se fue de día, sin ver la luna”. “¿Qué pasó?” se preguntó la niña en medio de un espasmo. La anciana volvía y hacía inflexiones con su voz, mientras narraba la muerte de la recién nacida. Cerraba los ojos, abría la boca y mecía el tronco de una manera muy lenta. Era lo mismo que había dicho hace un segundo, pero ahora todas las luces se apagaban, hasta parecía que la abuela, y ella misma, iban a llorar.

La niña y la vieja estaban en la orilla del río Atrato, muy lejos del país en el que nació aquella vieja canción. En su pueblo, cuando un niño se muere no se le cantan esas milongas, sino que se le obsequian gualíes. Son tonadas jubilosas en honor a su espíritu. Ellos creen que el alma del niño protegerá a la familia y por eso celebran con unas fiestas alegres, llamadas chigualos, en las que se cantan formas como esta:

“Nació la vida sobre la muerte,

parranda y zafra, guarapo y miel,

sol y destino, amplio horizonte,

llevan los negros sobre su piel”.

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La niña tenía tres años y aún no sabía qué era una fiesta de esas. Entonces siguió escuchando esa milonga candombe en la voz de su abuela. Ella, a su vez, se la había aprendido cuando era joven y vivía en Buenaventura. La culpa fue de un disco grabado en la voz de Mercedes Simone, que sonaba en su vecindario. Los versos de Homero Manzi, musicalizados en 1941 por Lucio Demare, irrumpían así las noches del puerto:

¡Ay qué triste fue tu destino,

ángel de mota, clavel moreno!

¡Ay qué oscuro será tu lecho!

¡Ay qué silencio tendrá tu sueño!

Vas para el cielo, Negra María…

Llora la madre, duerme la niña. Negra… sangrarán para vos las guitarras y los violines y las angustias del bandoneón.

Te lloraremos, Negra María. Negra María cerraste los ojos en carnaval.

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Al final de la canción, la escalera melódica descendente parecía infinita. Pero cuando la abuela terminó de cantar, se quedaron calladas un buen rato. Luego, la anciana le contó a la niña que había tres tipos de gualíes: el erubín, el querubín y el ángel patón. “Si un niño se muere el mismo día que nace, es un erubín. Si nace, mama, y a los dos meses o a los dos años muere, es un ángel querubín. Y si muere hasta los diez o doce años se le llama ángel patón”.

También le dijo que los gualíes, a diferencia de esa milonga, son alegres porque se cree que el llanto puede detener o “encharcar” el camino de ese espíritu en ascenso. La niña estiró algunos dedos de la mano y contó sus tres años. “Si me muero ahora, seré ángel querubín”. La abuela, por su parte, imaginaba que la Negra María de la milonga era un erubín que había nacido muy lejos. Y aunque esa canción tenía versos tristes y no alegres como la mayoría de sus gualíes, le gustaba porque que narraba un viaje simétrico de vida y muerte. El día y la noche, la luz y la sombra, la tristeza y la alegría siempre le habían parecido dos caras de una misma moneda.

Por Julia Díaz Santa

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