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Para Angelica, sin tilde.
I
A tu casi ya finalizada semana de cumpleaños habitual, me permití escribir estas palabras. Ha pasado ya un año y más de un mes en que decidimos cruzar nuestras vidas de una manera que va más allá de lo que la gente podría llamar el amor común, que es habitual a todas las parejas de novios. El nuestro es diferente y sobrepasa cualquier definición, eso lo siento hasta en el último de mis cabellos. Pero no digamos eso en palabras. A fin de cuentas, las palabras son inventos humanos, arbitrariedades, y sus definiciones son muy cortas, o a veces muy largas. Están trazadas entre líneas inamovibles, como si más allá de esas líneas no existiera nada, o como si los sabios que redactaron las definiciones que tú y yo nos aprendimos de memoria fueran los dueños de todas las verdades del universo, y peor aún, como si nos hubiéramos quedado detenidos en el tiempo y las palabras se hubiesen fosilizado.
Tú eres mi inspiración y lo sabes, cuando me siento a escribirte te digo inspírame, porque tú eres vida, y la vida es creación, y la creación es espontaneidad, y eso, vida, creación y espontaneidad, es lo que necesito, porque de academias, libros muertos e ideas repetidas ya he tenido suficiente. Yo quiero palabras y frases nuevas, otras ideas, otras formas de ver y enfrentar el mundo. Quiero volver a empezar. Necesito volver a empezar. Desandar los caminos que recorrí, borrar las tonterías que aprendí, hacer de cuenta que no hay fronteras ni leyes ni banderas ni dioses ni mandamientos. Inspírame para ser capaz de romper y crear, porque hoy quiero lo imposible, pues, como decía la canción, de lo posible ya se sabe demasiado. Inspírame para entender por fin que tú eres lo imposible. Lo que más me saca la sonrisa es que tu logras hablar de muchas cosas a la vez y ninguna de ellas deja de ser historia, poesía, un sueño ahí atrapado en la música que no se escapa; Yo estoy respirando tu mismo aire y flotando a la vez.
Hay que reconocer que la sociedad ha hecho estragos en nosotros, pero quiero ratificarte mi promesa en aquellas primeras epístolas que te mandaba por correo: NINGUNA ADVERSIDAD DE ESTE MUNDO NI DEL OTRO PODRÁ SEPARARNOS. Creo que voy bien en cuanto a mi cumplimiento de esa palabra, yo te amo y seguiré luchando como luchan los caídos hasta el final de los días, porque, aunque no me considero militante de ningún partido político, soy un militante en amor hacia ti.
Pues escribirte hace parte de una voluntad distinta, una voluntad que te pertenece a ti. El día que me salga mi primera cana sé que estaré junto a ti recordando los días de nuestra juventud gloriosa y ya podremos simpatizar con nuestros demonios como si fueran amigos que vienen de lejos, a los cuales no se les ve desde hace mucho tiempo y te traen de nuevo a la memoria el recuerdo de alguna historia pasada. Sí, el recuerdo, un acto solemne o un acto de fe. Es la apoteosis de un pasado y la queja hacia el mismo. Los besos o cicatrices que le quedan al latido. Como si la fotografía fuera una guitarra, pasamos delicadamente los dedos y él sirve de sepultura para una lágrima o es espectador de una sonrisa. “Recordar” proviene del latín “cor-cordis” (corazón), por el cual traduciría finalmente “volver a traer al corazón”. Cuando incurrimos en esta acción, nos damos cuenta de que somos lo que el pasado ha hecho de nosotros. Nos convertimos en el duelo o en la celebración de nosotros mismos.
II
Por aquellos días, y como casi siempre, no me había hecho falta pensar en la hora. Verte llegar al paradero de los buses era suficiente para que yo supiera que era temprano para ti, pero ahora en este punto sé que ya no es temprano para mí. En días como hoy me gusta recordar aquellos encuentros en mi viejo cuarto de pensionado, cuando llegábamos y entonces yo abría la puerta y tu entrabas afanada, presta al desquicio de las horas ignotas, presta a recibir los besos y a ver cómo se te estropeaba el peinado por el furor inconsciente de la prisa, por la absoluta y extática satisfacción de escuchar el sonido de mi vieja cama. Llegue a la errada conclusión de que me preferías a mí cuando me acariciaste la cara, el pecho, el sexo, pero en cambio yo si supe que eras la que quería, sin la necesidad de atribuirte más cosas, sin meditar lo que vendría, sin contemplar lo que antecedió al momento justo en el que me lancé a ti con desenfreno. Importó sólo el ahí, el hecho. Sólo nos queda hacer cosas, cosas que no pasaron de la mera conversación y lo demás vale muy poco frente a eso.
He concluido algo quizá no tan errado y es que no se puede andar por ahí realizando y recibiendo los actos sin entender. ¿Qué sentido tiene que andemos poseyendo los hechos, pero sin saber por qué carajos hacemos las cosas? Piénsalo así: si decidiera matarme ahora mismo, seguramente estaría respaldado por mis pérdidas, por el fracaso que ha significado gran parte de esta mierda de vida: no he aportado nada. Entonces sería comprendido y justificado. Los demás desearían, de alguna manera, no ganarse, no merecer en sus propias vidas los motivos que yo tuve. Sería un desconcierto fácil de olvidar. Ahora la vieja tristeza causada por la pérdida de algo que quieres está de nuevo latente, satisfecha de no haber sido relegada, como aquel buen apostador que me consideraba en un tiempo, sé que un nuevo fracaso es apenas la manifestación de la costumbre que siempre azota en forma de recuerdos, hoy te confieso que quizá no me “descifrabas” por aquella palabra que me hizo hermético y solitario, lleno de ideas que nunca pronuncio siquiera, y que se han ido transformando poco a poco en verbos endemoniados y aberrantes.
RESIGNARSE: estoy contenido en esa sola palabra… Cuando me reincorporo y vuelvo la vista a mi cicatriz, a mi egoísmo, a mi ánimo, desecho material dolorosamente. He pensado en un paradigma: “Toda acción reprensible debe ser pagada”. Equilibrar la balanza. Por eso mismo se debe ver a la recapacitación, siempre, como predecesora de la acción.
A ti, ahora que somos verbos separados, te dejo estas letras que llevan un tanto de fracaso en la intención, te digo que te escucho donde quiera que esté y no alcanzo a entenderte nada, para nada. Ya tú no me debes estar escuchando, no sé qué vendrá más adelante, pero ahora, cuando sea de noche y la luna espabile colores y me escupa los surcos plata sobre la cara, te recordaré siempre, como aquella gran mujer que hizo que se me olvidara todo lo que decía saber sobre el arte de conquistar a las mujeres. Y sí, lo considero un arte porque este se aprende en la familia, en el pueblo, con el viejo sol caluroso que tanto te enseña.
Tú, mi mayor reto este año, y lo conseguí, pero ahora, por algo que pensé que no era tan importante para ti, todo se va al carajo. No sé qué pensaras de todo, no sé si estarás algo triste por esto o si solo dijiste que al fin se fue este que tanto molestaba, pero yo sí estoy triste, no lo niego. Quisiera que escucharas el sonido de un fuego que está ardiendo suavemente con un viento cruzado que sopla desde quién sabe dónde. Es un fuego que se traga las hojas en las que estuve poniendo algunas letras aleatoriamente. Y con esas letras te estás yendo tú que eras, en gran medida, lo que representaban ellas. Ahora sólo quedarás en mi memoria y en mi voz. Tú, que fuiste la nueva integrante de la soledad en los días dentro de la arenosa. Ahora el rey desea un cigarrillo y lo imagina como él, encendido, tirado en el suelo a medio fumar sin una mano que lo impulse, que siga los pasos enunciados en algo leído en internet, consumiéndose tan suavemente, no como Dios manda, pero consumiéndose en su incapacidad abrumadora para acelerar mi malaventurado y deseado destino. No impediré que vueles a un mundo más feliz con nubes de cristal.