Mitos y miedos presentes, diálogo con Mónica Ojeda
La escritora Mónica Ojeda presentó “Las voladoras” en la Feria del libro de Bogotá. Es el primer volumen de cuentos de la autora ecuatoriana que vive en España.
Juan Sebastián Lozano
Niñas extrañas, rechazadas por sus padres y la sociedad, que encuentran la fuerza en la naturaleza y en sí mismas. Que se liberan a través de vidas “salvajes”, se hacen poderosas y temibles para el mundo que las rodea, para los beatos que las juzgan. Mujeres-pájaro que vuelan por los andes, que atormentan a los humanos, pero también embellecen sus vidas, hacen sus sueños de colores. Le dan vida, imaginación a la pobreza. En “Las voladoras” de Mónica Ojeda, las mujeres acogen los insultos, los prejuicios sobre ellas y desde ese lugar brillan, se agigantan: si me dicen bruja lo soy y que todos se escondan. También hay mujeres con miedos urbanos, otras superficiales. El mundo femenino de los cuentos es muy amplio y la autora lo narra con maestría, se nota el bagaje académico, la poesía fluye.
(Le puede interesar: Opinión: La cara opaca del Museo del Oro)
El libro es poético y también cinematográfico, en este convive el lenguaje chamánico con el cine independiente, mitología andina filmada por Yorgos Lanthimos. Con banda sonora de black metal. El humor no falta, la burla a mujeres neuróticas tipo “Sex and the city”. Y en sus páginas vuelan los poetas latinoamericanos, la tradición ecuatoriana, simbolismo de la región como el del peruano José Watanabe. La estética de los relatos se engloba en el “gótico andino”, del que Mónica Ojeda es al menos la exponente más visible. Y queda mucha exploración en el camino, recién estudiamos nuestra mitología.
Mónica Ojeda nació en Guayaquil en 1988. Es una de las autoras con mayor prestigio internacional en la actualidad. Publicó los poemarios “El ciclo de las piedras” (2016) e “Historia de la Leche” (2019), las novelas “La desfiguración Silva” (2014), “Nefando” (2016) y “Mandíbula” (2018). “Las voladoras” (2020) es su primer libro de cuentos, de la editorial Páginas de Espuma.
Hoy se habla de fusionar los géneros literarios (novela, cuento, poesía), lo que de alguna manera se ha hecho desde inicios de la literatura. Su libro de cuentos está lleno de poesía, ¿cómo ve esto de la fusión?
Concuerdo con algo que dice María Negroni, que a la escritura no le importan los géneros. Si te sientas y no piensas en el formato lo que haces puede tomar formas híbridas diversas. Me interesa la hibridez, pero no soy una escritora híbrida, está claro que mis novelas son novelas, lo mismo en cuanto a mi libro de cuentos y poemarios. Es verdad que dentro de esos formatos sí me gusta jugar con los límites genéricos, por ejemplo, me gusta la posibilidad de que la escritura sea sensorial, que no solo cuente algo. No me interesa la narrativa que solamente cuenta, como lectora busco en los libros algo más, para lo primero puedo ir al cine. En la escritura me fascina lo que va más allá de la historia, la atmósfera que se genera con el ritmo de la palabra y su musicalidad , eso está muy muy ligado a la poesía. Cuando escribí Las Voladoras pensé en contar historias en formato cuento, pero también en trabajar con toda esa parte sonora y sensorial del lenguaje para que acompañe a las historias.
¿Las redes sociales, el streaming, etc., han hecho involucionar la literatura? Hoy los escritores para tener lectores se plantean competir con Netflix, muchas novelas parecen series. Recordemos la complejidad literaria de Joyce y Proust, por ejemplo, hace un siglo.
(Le puede interesar: Javier Bardem recibirá premio honorífico en el Festival de San Sebastián)
Me cuesta pensar en términos de evolución, ni siquiera pienso la historia así. Me cuesta pensar que el arte tenga un ethos, o un deber evolutivo, este es muy diverso, tiene distintos formatos y distintas formas de expandirse y de gestarse. La literatura que trabaja con la agilidad no necesariamente es mala por esto. He leído novelas muy buenas, que no intentan, por ejemplo, fusionar géneros, se concentran en la narrativa. La escritura que es mala directamente no me parece literatura, y siempre ha existido, en el siglo XIX también habían novelas malas, eso siempre va a ocurrir. Es verdad que los que buscamos más en la escritura, lo poético, por ejemplo, no solo contar una historia, tenemos menos lectores que los que buscan sobre todo efectividad. Ambas cosas son válidas.
Las escritoras que destacan hoy en latinoamérica se caracterizan por abordar estéticas oscuras: lo gótico, el terror, el realismo crudo. ¿En dónde se ubica en este sentido?
No soy tan fanática del terror, me gustan algunas películas de terror, pero no estoy tan pendiente del género, no leo casi nada de este. Lo que leo es mucha poesía; leo de todo, ensayo, narrativa, pero me gusta mucho lo primero. Yo llegué a escribir sobre el miedo, porque el miedo siempre me ha interesado como experiencia atada a la realidad, es decir, soy de Ecuador, que al igual que Colombia es un país atravesado por la violencia. Son sociedades violentas en donde sientes miedo per se, y siendo mujer, imagínate. En Guayaquil, mi ciudad natal, las violaciones, desapariciones, descuartizamientos de mujeres son cosa de todos los días. O sea, poner un pie en la calle da miedo si eres mujer. En Guayaquil mueren muchos hombres de un disparo, a mí me daba miedo lo que me harían antes del disparo.
Entonces, hay una relación intrínseca con el miedo, yo viví y crecí con miedo. Pero no me interesa el miedo como entretenimiento, para nada, trato de no ver películas de terror salvo de los directores que me gustan. Me perturban mucho, me hacen sufrir. Escribo sobre el miedo porque es la forma en que me relaciono con el mundo, trabajo con personajes mujeres porque soy mujer y he vivido toda mi vida en una ciudad latinoamericana muy violenta con nosotras. Al final uno siempre escribe sobre aquellas cosas que no termina de entender, que lo fascinan, lo apabullan o lo deslumbran. El miedo es algo que un poco te fascina, te apabulla y te deslumbra a la vez.
Pero todo eso lo lleva a la ficción, su escritura no es autobiográfica.
Siempre hago ficción, pero creo que, como decía Lacan, la ficción siempre tiene estructura de verdad. Una buena ficción siempre es muy verdadera, aunque no habla de la realidad de los hechos, habla de la realidad de la vida, las emociones y muchas otras cosas. Me gusta descentrarme cuando escribo y la ficción es la manera en que puedo hacerlo.
No explora el terror como entretenimiento, sí el gótico andino.
Sí, me interesa la idea de la imaginería de las leyendas orales en los andes, que están vinculadas con el terror, historias que tienen que ver con el miedo. Que hablan de miedos sociales históricos y geográficos en una territorialidad andina muy específica. Me interesa saber cómo esos relatos míticos, esas tradiciones orales también están hablando de miedos contemporáneos. Los miedos antiguos existen hoy con otras caras, con otros detalles, pero son los mismos. Quiero saber que me conecta, por ejemplo, con los primeros habitantes de los andes o con el primer neandertal que pintó un bisonte en una cueva. El miedo que le tenía él a la oscuridad también lo tengo yo.
(Le podría gustar: “Fieras”, una radiografía de la maldad humana)
La poesía en “Las voladoras” está muy relacionada con la oralidad y la cosmovisión de los indígenas de los andes.
Sí, totalmente. En los territorios de los primeros asentamientos humanos, comunitarios, habían chamanes, se trabajaba con la cultura oral en torno al fuego, alrededor del fuego, a través de bailes, rezos, cantos y conjuros. Un rezo, un conjuro, son poesía; lo que hacía el chamán discursivamente era poético, así se comunicaba, así se contaba la historia de la comunidad y se entendía qué pasaba socialmente. Si uno lo piensa así entiende que el primer pensamiento fue poético, que empezamos a pensar poéticamente.
En el libro las mujeres están cerca de la magia, de la brujería. ¿Ve diferencias entre el hombre y la mujer en cuanto a la conexión con la naturaleza, o el manejo de fuerzas misteriosas, o es solo un planteo estético?
No creo que haya un esencialismo, no creo que por ser mujer se tenga una mayor intuición o una mayor relación con la naturaleza. Lo que es una certeza y una realidad es que los relatos, la manera en que hemos construido nuestras sociedades heteronormativas han generado esa división: que el hombre esté relacionado con lo trascendente, la mujer con lo inmanente que tiene que ver con la tierra, la fertilidad, la naturaleza. No creo que esto sea verdad, es cultural y además global, en todo el mundo se generó en algún momento de la historia esta separación. Me interesa mucho lo mítico, saber de dónde vienen los relatos que construyen nuestras sociedades, el origen, ese lugar, esa caverna donde se gestó todo.
Leo mucho a Josep Cambbell, el famoso mitólogo. En en leí, por ejemplo, que en las primeras sociedades en las que no se sabía cómo se generaba el embarazo, o por qué la mujer sangraba, el hombre vio la diferencia de su cuerpo con el de la mujer que cambiaba y atribuyó esto a fuerzas misteriosas o sagradas; se relacionó a la mujer con estas. Se vinculó a la mujer con la naturaleza y con saberes oscuros, a partir de esto surgieron en el imaginario las brujas, las medusa, las gorgonas, etc., todos estos monstruos femeninos. Había asombro y temor del hombre respecto a la mujer, luego la ciencia explicó todo, pero estas ideas antiguas todavía viven en nuestras culturas.
No creo que los hombres tengan menos intuición que las mujeres, todos podemos tener la misma intuición porque en realidad es sensibilidad. Cuando eres sensible y observador te das cuenta de cosas que otras personas no, a eso le decimos intuición. No es que intuyes, es que has observado bien, eres sensible, has leído señales y por eso te das cuenta…eso lo puede hacer un hombre también.
¿Por qué se fue de Ecuador? Háblenos un poco de su experiencia en España.
Me fui de Ecuador por la violencia, ya no soportaba más vivir en una ciudad en donde caminar significa ser agredida, tenía miedo de que me ocurriera algo grave. Decidí irme a un país en el que puedo caminar sin temer por mi vida, España, pero cuando uno migra cambia unos dolores por otros. Cambié el dolor de la inseguridad por el de estar lejos de mi familia, del lugar donde viví siempre; además la experiencia migratoria en España es muy dura para los latinoamericanos. Yo estuve tres años sin papeles en España, conseguirlos fue muy complicado y eso que tuve suerte, redes de apoyo, no me tocó tan difícil como a otros. España es un lugar en cuanto a temas migratorios bastante violento, no se terminan de reformar las leyes de extranjería como para que esa violencia disminuya. Pero estoy muy feliz allí, no solo por la seguridad en las calles, también porque he creado una familia de amigos. Mi carrera está allí, mis editoriales, editores, trabajo, he hecho una vida; en este momento esas redes, esa burbujita que te creas para enfrentar el mundo está muy sana y fuerte.
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Niñas extrañas, rechazadas por sus padres y la sociedad, que encuentran la fuerza en la naturaleza y en sí mismas. Que se liberan a través de vidas “salvajes”, se hacen poderosas y temibles para el mundo que las rodea, para los beatos que las juzgan. Mujeres-pájaro que vuelan por los andes, que atormentan a los humanos, pero también embellecen sus vidas, hacen sus sueños de colores. Le dan vida, imaginación a la pobreza. En “Las voladoras” de Mónica Ojeda, las mujeres acogen los insultos, los prejuicios sobre ellas y desde ese lugar brillan, se agigantan: si me dicen bruja lo soy y que todos se escondan. También hay mujeres con miedos urbanos, otras superficiales. El mundo femenino de los cuentos es muy amplio y la autora lo narra con maestría, se nota el bagaje académico, la poesía fluye.
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El libro es poético y también cinematográfico, en este convive el lenguaje chamánico con el cine independiente, mitología andina filmada por Yorgos Lanthimos. Con banda sonora de black metal. El humor no falta, la burla a mujeres neuróticas tipo “Sex and the city”. Y en sus páginas vuelan los poetas latinoamericanos, la tradición ecuatoriana, simbolismo de la región como el del peruano José Watanabe. La estética de los relatos se engloba en el “gótico andino”, del que Mónica Ojeda es al menos la exponente más visible. Y queda mucha exploración en el camino, recién estudiamos nuestra mitología.
Mónica Ojeda nació en Guayaquil en 1988. Es una de las autoras con mayor prestigio internacional en la actualidad. Publicó los poemarios “El ciclo de las piedras” (2016) e “Historia de la Leche” (2019), las novelas “La desfiguración Silva” (2014), “Nefando” (2016) y “Mandíbula” (2018). “Las voladoras” (2020) es su primer libro de cuentos, de la editorial Páginas de Espuma.
Hoy se habla de fusionar los géneros literarios (novela, cuento, poesía), lo que de alguna manera se ha hecho desde inicios de la literatura. Su libro de cuentos está lleno de poesía, ¿cómo ve esto de la fusión?
Concuerdo con algo que dice María Negroni, que a la escritura no le importan los géneros. Si te sientas y no piensas en el formato lo que haces puede tomar formas híbridas diversas. Me interesa la hibridez, pero no soy una escritora híbrida, está claro que mis novelas son novelas, lo mismo en cuanto a mi libro de cuentos y poemarios. Es verdad que dentro de esos formatos sí me gusta jugar con los límites genéricos, por ejemplo, me gusta la posibilidad de que la escritura sea sensorial, que no solo cuente algo. No me interesa la narrativa que solamente cuenta, como lectora busco en los libros algo más, para lo primero puedo ir al cine. En la escritura me fascina lo que va más allá de la historia, la atmósfera que se genera con el ritmo de la palabra y su musicalidad , eso está muy muy ligado a la poesía. Cuando escribí Las Voladoras pensé en contar historias en formato cuento, pero también en trabajar con toda esa parte sonora y sensorial del lenguaje para que acompañe a las historias.
¿Las redes sociales, el streaming, etc., han hecho involucionar la literatura? Hoy los escritores para tener lectores se plantean competir con Netflix, muchas novelas parecen series. Recordemos la complejidad literaria de Joyce y Proust, por ejemplo, hace un siglo.
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Me cuesta pensar en términos de evolución, ni siquiera pienso la historia así. Me cuesta pensar que el arte tenga un ethos, o un deber evolutivo, este es muy diverso, tiene distintos formatos y distintas formas de expandirse y de gestarse. La literatura que trabaja con la agilidad no necesariamente es mala por esto. He leído novelas muy buenas, que no intentan, por ejemplo, fusionar géneros, se concentran en la narrativa. La escritura que es mala directamente no me parece literatura, y siempre ha existido, en el siglo XIX también habían novelas malas, eso siempre va a ocurrir. Es verdad que los que buscamos más en la escritura, lo poético, por ejemplo, no solo contar una historia, tenemos menos lectores que los que buscan sobre todo efectividad. Ambas cosas son válidas.
Las escritoras que destacan hoy en latinoamérica se caracterizan por abordar estéticas oscuras: lo gótico, el terror, el realismo crudo. ¿En dónde se ubica en este sentido?
No soy tan fanática del terror, me gustan algunas películas de terror, pero no estoy tan pendiente del género, no leo casi nada de este. Lo que leo es mucha poesía; leo de todo, ensayo, narrativa, pero me gusta mucho lo primero. Yo llegué a escribir sobre el miedo, porque el miedo siempre me ha interesado como experiencia atada a la realidad, es decir, soy de Ecuador, que al igual que Colombia es un país atravesado por la violencia. Son sociedades violentas en donde sientes miedo per se, y siendo mujer, imagínate. En Guayaquil, mi ciudad natal, las violaciones, desapariciones, descuartizamientos de mujeres son cosa de todos los días. O sea, poner un pie en la calle da miedo si eres mujer. En Guayaquil mueren muchos hombres de un disparo, a mí me daba miedo lo que me harían antes del disparo.
Entonces, hay una relación intrínseca con el miedo, yo viví y crecí con miedo. Pero no me interesa el miedo como entretenimiento, para nada, trato de no ver películas de terror salvo de los directores que me gustan. Me perturban mucho, me hacen sufrir. Escribo sobre el miedo porque es la forma en que me relaciono con el mundo, trabajo con personajes mujeres porque soy mujer y he vivido toda mi vida en una ciudad latinoamericana muy violenta con nosotras. Al final uno siempre escribe sobre aquellas cosas que no termina de entender, que lo fascinan, lo apabullan o lo deslumbran. El miedo es algo que un poco te fascina, te apabulla y te deslumbra a la vez.
Pero todo eso lo lleva a la ficción, su escritura no es autobiográfica.
Siempre hago ficción, pero creo que, como decía Lacan, la ficción siempre tiene estructura de verdad. Una buena ficción siempre es muy verdadera, aunque no habla de la realidad de los hechos, habla de la realidad de la vida, las emociones y muchas otras cosas. Me gusta descentrarme cuando escribo y la ficción es la manera en que puedo hacerlo.
No explora el terror como entretenimiento, sí el gótico andino.
Sí, me interesa la idea de la imaginería de las leyendas orales en los andes, que están vinculadas con el terror, historias que tienen que ver con el miedo. Que hablan de miedos sociales históricos y geográficos en una territorialidad andina muy específica. Me interesa saber cómo esos relatos míticos, esas tradiciones orales también están hablando de miedos contemporáneos. Los miedos antiguos existen hoy con otras caras, con otros detalles, pero son los mismos. Quiero saber que me conecta, por ejemplo, con los primeros habitantes de los andes o con el primer neandertal que pintó un bisonte en una cueva. El miedo que le tenía él a la oscuridad también lo tengo yo.
(Le podría gustar: “Fieras”, una radiografía de la maldad humana)
La poesía en “Las voladoras” está muy relacionada con la oralidad y la cosmovisión de los indígenas de los andes.
Sí, totalmente. En los territorios de los primeros asentamientos humanos, comunitarios, habían chamanes, se trabajaba con la cultura oral en torno al fuego, alrededor del fuego, a través de bailes, rezos, cantos y conjuros. Un rezo, un conjuro, son poesía; lo que hacía el chamán discursivamente era poético, así se comunicaba, así se contaba la historia de la comunidad y se entendía qué pasaba socialmente. Si uno lo piensa así entiende que el primer pensamiento fue poético, que empezamos a pensar poéticamente.
En el libro las mujeres están cerca de la magia, de la brujería. ¿Ve diferencias entre el hombre y la mujer en cuanto a la conexión con la naturaleza, o el manejo de fuerzas misteriosas, o es solo un planteo estético?
No creo que haya un esencialismo, no creo que por ser mujer se tenga una mayor intuición o una mayor relación con la naturaleza. Lo que es una certeza y una realidad es que los relatos, la manera en que hemos construido nuestras sociedades heteronormativas han generado esa división: que el hombre esté relacionado con lo trascendente, la mujer con lo inmanente que tiene que ver con la tierra, la fertilidad, la naturaleza. No creo que esto sea verdad, es cultural y además global, en todo el mundo se generó en algún momento de la historia esta separación. Me interesa mucho lo mítico, saber de dónde vienen los relatos que construyen nuestras sociedades, el origen, ese lugar, esa caverna donde se gestó todo.
Leo mucho a Josep Cambbell, el famoso mitólogo. En en leí, por ejemplo, que en las primeras sociedades en las que no se sabía cómo se generaba el embarazo, o por qué la mujer sangraba, el hombre vio la diferencia de su cuerpo con el de la mujer que cambiaba y atribuyó esto a fuerzas misteriosas o sagradas; se relacionó a la mujer con estas. Se vinculó a la mujer con la naturaleza y con saberes oscuros, a partir de esto surgieron en el imaginario las brujas, las medusa, las gorgonas, etc., todos estos monstruos femeninos. Había asombro y temor del hombre respecto a la mujer, luego la ciencia explicó todo, pero estas ideas antiguas todavía viven en nuestras culturas.
No creo que los hombres tengan menos intuición que las mujeres, todos podemos tener la misma intuición porque en realidad es sensibilidad. Cuando eres sensible y observador te das cuenta de cosas que otras personas no, a eso le decimos intuición. No es que intuyes, es que has observado bien, eres sensible, has leído señales y por eso te das cuenta…eso lo puede hacer un hombre también.
¿Por qué se fue de Ecuador? Háblenos un poco de su experiencia en España.
Me fui de Ecuador por la violencia, ya no soportaba más vivir en una ciudad en donde caminar significa ser agredida, tenía miedo de que me ocurriera algo grave. Decidí irme a un país en el que puedo caminar sin temer por mi vida, España, pero cuando uno migra cambia unos dolores por otros. Cambié el dolor de la inseguridad por el de estar lejos de mi familia, del lugar donde viví siempre; además la experiencia migratoria en España es muy dura para los latinoamericanos. Yo estuve tres años sin papeles en España, conseguirlos fue muy complicado y eso que tuve suerte, redes de apoyo, no me tocó tan difícil como a otros. España es un lugar en cuanto a temas migratorios bastante violento, no se terminan de reformar las leyes de extranjería como para que esa violencia disminuya. Pero estoy muy feliz allí, no solo por la seguridad en las calles, también porque he creado una familia de amigos. Mi carrera está allí, mis editoriales, editores, trabajo, he hecho una vida; en este momento esas redes, esa burbujita que te creas para enfrentar el mundo está muy sana y fuerte.
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