La llegada de Mo Yan a Bogotá no fue anticipada a los medios porque funcionarios chinos temían que opacara la visita del primer ministro de ese país. /Gustavo Torrijos - El Espectador
Foto: GUSTAVO TORRIJOS
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El evento, marcado por la lectura de algunos fragmentos de Cambios (una corta autobiografía de Mo Yan) y Sorgo Rojo, finalizó con un diálogo pausado, resquebrajado por los abismos de la traducción simultánea. Y de ese diálogo es preciso recordar la respuesta de Mo Yan a la pregunta de Roberto Burgos Cantor por el rompimiento en Latinoamérica entre una literatura de héroes y personajes ilustres y una de seres mundanos, ya que lo segundo permea la obra de Mo Yan.
“La literatura siempre ha creado personajes buenos, heroicos. Pero lo que más toca el corazón de los lectores son los personajes bajos, humildes”, respondió. “Recuerdo haber leído una obra de Gabriel García Márquez sobre un general que recuerda a Simón Bolívar. Mientras se bañaba en la bañera se echaba pedos. Bolívar debe ser un gran héroe para ustedes, pero esa descripción de García Márquez lo hace parecerse a nosotros. ‘A través del ojo del sirviente no hay héroes’, dice un refrán chino. Para un escritor se puede hablar de cualquier persona, de todas las personas. Con la pluma descubrimos las noblezas de personajes corrientes, incluso cuando son demonios. Para mí, por eso es que todas las novelas son traducibles: en todas se descubre la belleza de la humanidad”.
Pero primero, al comienzo de la jornada, nos presentaron a los desconocidos escritores; desconocidos por la lejanía y por la falta de traducciones, a pesar del renombre en su país de origen. Estaba allí la escritora Tie Ning, presidenta de la Asociación de Escritores Chinos, novelista, cuentista y ganadora de importantes premios nacionales de literatura, como el Lu Xun; estaba Mai Jai, uno de los escritores más conocidos en la actualidad, ganador del premio Mao Dun, máximo galardón de la narrativa china; también Ge Fei, escritor y catedrático de la Facultad de Filología China; los acompañaban tres traductores, y Yan Jiming, crítico literario, secretario de la Asociación de Escritores y vicepresidente tanto del Instituto de Ficción Literaria de China como del Centro de Estudios sobre Lo Xun. Y estaba Mo Yan, nobel de Literatura en 2012. Estuvo aquí y nadie se enteró, porque miembros del gobierno chino no querían que la visita de un nobel literario opacara la del primer ministro chino en Colombia. Pidieron que fuese un evento publicitado sólo dentro la universidad. Pero allí fuimos a parar, gracias al desasosiego del director del Departamento de Literatura de los Andes, que sintió la necesidad de que alguien supiera, de que alguien hablara de ello.
Después de presentar a los escritores acompañantes y de la lectura de fragmentos de sus obras, la antigua decana de la Facultad de Artes y Humanidades, Claudia Montilla, leyó una semblanza de Mo Yan para que el público confirmara que estaba frente a un escritor de envergadura universal. “Aunque algunas de sus obras no han sido aún traducidas al español, nosotros, lectores de García Márquez, entendemos que el sabor local es la mera superficie de una vasta profundidad. Que las tradiciones orales y los cuentos de los ancianos son nuestra capacidad de leer el mundo con perspectiva histórica. Y que el placer de la lectura compleja seguirá acompañándonos en muchos siglos de soledad”.
Mo Yan (Guan Moye) nació en 1955 en Gaomi, en la provincia de Shandong, en la China nororiental. Escogió la frase “mo yan”, que significa “no hables”, como su nombre literario para recordar las advertencias de su madre cuando era niño durante la Revolución Cultural: hablar demasiado podía resultar desastroso. “La lectura de su obra abre preguntas monumentales en cuanto a la historia milenaria de China, que para nosotros es lejana. Nos plantea dudas sobre el papel del escritor en el mundo contemporáneo, en particular en la China contemporánea. Las críticas que surgieron cuando se le otorgó el Premio Nobel nos hacen reflexionar sobre la vida pública de los escritores y la conveniencia o inconveniencia de su expresión personal”, dice Montilla. En su tono satírico, afirma, se puede apreciar la huella de escritores modernos chinos como Lu Xun (1881-1936), gran escritor del realismo social; también la literatura tradicional china (Viaje al Oeste y El sueño de la cámara roja) y, en su trabajo como cuentista, las historias tradicionales, el folclor local, mediante estructuras narrativas clásicas de la poesía y la cuentística.
Mo Yan ha mencionado escritores occidentales como William Faulkner y Gabriel García Márquez como influencias en su estilo. Esto se hace evidente en la creación de un mundo ficticio, Gaomi del Nordeste, donde transcurre casi la totalidad de su obra. Howard Goldblatt, traductor de Mo Yan al inglés, explica que Gaomi es “una metáfora del destino de China”.
En algunos libros, como Grandes pechos, amplias caderas y La vida y la muerte me están desgastando, dice Montilla, se aprecian técnicas modernistas (el monólogo interior, los cambios temporales y de narrador y los finales abiertos) y estrategias posmodernistas: la carnavalización, el canibalismo, lo escatológico y la presencia de locos y personajes ajenos a la realidad. El énfasis en el cuerpo —el cuerpo femenino, sobre todo— como lugar simbólico, como un lugar metafórico donde se arraiga el conflicto, es una constante en su obra. En Grandes pechos, amplias caderas, la madre “representa una especie de madre tierra simbólica que opaca a todos los personajes masculinos, tradicionalmente considerados como la fuerza conductora de una sociedad masculina como la china”.
La obra de Mo Yan abunda en elementos críticos sobre la historia de China en el siglo XX, abre grandes preguntas sobre asuntos cruciales como la guerra sino-japonesa, la resistencia y la guerra civil, la llegada del comunismo, la Revolución Cultural y la era posterior a Mao Zedong. Sus novelas tienen un telón de fondo histórico, pero se cuentan los dramas de seres humanos comunes y corrientes, los campesinos de Gaomi del Nordeste, sus duros trabajos, sus tremendos sufrimientos, las hambrunas y enfermedades que los azotan sin clemencia. “En Sorgo rojo, por ejemplo, Mo Yan muestra cómo la guerra de finales de la década de 1930 destruyó la vida civil y la comunidad en China y eliminó los límites de la decencia que podrían haber protegido a la gente vulnerable de la barbarie y la desolación.
En esta novela, las instituciones sociales y culturales no logran ofrecer protección ni alimento, y su fracaso hace que el cuerpo humano, lo único que queda, pase a representar todo lo que será quemado, mutilado, penetrado, desollado y desmembrado. La novela sugiere que el cuerpo humano es el único escenario posible para representar el conflicto cuando las instituciones han colapsado. En Sorgo rojo asoma ya, entonces, un universalismo que quiero subrayar en la obra de Mo Yan: esta novela, con su amplia perspectiva, observa atentamente lo que queda cuando una sociedad pierde el barniz de la cultura y las únicas fronteras que permanecen son aquellas que impone de manera directa la capacidad del cuerpo humano de padecer el dolor y sobrevivir”.
smalagon@elespectador.com
Por Sara Malagón Llano
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