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Historia de la literatura: “Moby Dick”

Herman Melville publicó su obra maestra en 1851, una novela que forma parte del canon de la literatura estadounidense y es una pieza irreemplazable de la literatura decimonónica.

Mónica Acebedo
05 de febrero de 2022 - 02:00 a. m.
“‘Moby Dick’ es una tragedia sobre la lucha por la vida en un mundo hostil  y las fatales consecuencias de la consideración absoluta del individuo”, dijo Christiane Zschirnt sobre esta obra.
“‘Moby Dick’ es una tragedia sobre la lucha por la vida en un mundo hostil y las fatales consecuencias de la consideración absoluta del individuo”, dijo Christiane Zschirnt sobre esta obra.
Foto: Getty Images.
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“Existen empresas en las cuales el verdadero método lo constituyen un cierto y cuidadoso desorden”.

Al momento de su publicación, sus lectores no le dieron la valoración positiva que le ha dado la crítica literaria contemporánea a Moby Dick. Posiblemente, la recepción y aproximación a este complejo relato se limitó a la trama de la persecución de una ballena blanca por parte de unos pescadores y no a los aspectos de raza, clases sociales y muchos otros símbolos y asuntos inherentes a las pasiones humanas que al pasar el tiempo se han podido extraer de la novela.

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Melville nació el 1.° de agosto de 1819 en Nueva York y murió en la misma ciudad el 28 de septiembre de 1891. Hijo de Allan Melvill (la “e” final se la añadió el autor después) y María Gansevoort, el padre, descendiente de inmigrantes escoceses y la madre de familia holandesa. Tanto el abuelo materno como el paterno participaron en la guerra de independencia estadounidense. Su padre fue comerciante acomodado y pudo dar buena educación a sus hijos, aunque murió prematuramente en 1832, después de que sus negocios se hubieran ido a pique. El hermano mayor de Melville asumió la responsabilidad de la familia.

El joven Herman empezó a escribir desde sus años de secundaria, quizá cuando estuvo enfermo de fiebre escarlata. Es famosa la frase de su padre al referirse a su hijo durante la época de la enfermedad: “Retrasado en el habla y algo lento en la comprensión”. Conoció de primera mano la vida del mar: inicialmente en el trayecto Nueva York-Liverpool, luego en un barco ballenero que lo llevó a una de las islas Marquesas, en donde fue capturado por una tribu, supuestamente, caníbal. Al final, fue vendido a otra tribu, viajó en otros barcos balleneros y hasta estuvo preso por amotinamiento.

Como se puede ver en este pequeño resumen, su vida estuvo marcada por numerosos eventos que marcaron su narrativa. Porque, como bien afirma el crítico John-Alexander Coleman: “La historia de Melville no es solo una vida, sino una pugna más que tenaz contra un destino ciego. No puede ser simple casualidad que una mortífera ballena simbolice, para él y para nosotros, la belicosidad del cosmos contra la frágil constitución humana” (Lecciones de literatura universal, Cátedra, 2002, p. 598).

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Taipi, su primera novela, de 1846, donde se refiere a sus experiencias con la tribu de los caníbales que lo retuvieron, lo inauguró como escritor y fue bien recibida por la crítica, que la entendió como una especie de sátira a la dicotomía entre la civilización y la barbarie.

En 1851, L. Richard Bentley (Inglaterra) publicó la primera edición de Moby Dick en tres volúmenes, bajo el título de La ballena. La novela está dedicada a Nathaniel Hawthorne, autor de la Letra escarlata, que es, tal vez, la obra más relevante del puritanismo americano del siglo XIX y ese solo hecho marca la influencia de este autor en su escritura. Melville lo admiraba, lo había reseñado como el autor más importante del momento y resaltó el poder narratológico de incluir diversas capas filosóficas y morales en una trama sencilla.

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También, Moby Dick toma prestados algunos aspectos trágicos de Shakespeare y utiliza nombres bíblicos para sus protagonistas, posiblemente por darle una dimensión alegórica. En el prólogo de la edición de Panamericana, Diego Ojeda afirma: “Entonces no fue coincidencia que los nombres de los dos principales personajes que Melville escogió para su obra fueran el de dos figuras bíblicas que se destacan especialmente: Ismael y Acab […]. El nombre de Ismael representa la benevolencia de Dios, mientras que el de Acab es sinónimo de venganza; las dos corrientes fundamentales que mueven la trama de la obra” (edición de 1994).

Desde la primera frase la novela plantea una incógnita, pues el narrador afirma: “Me podéis llamar Ismael”, así que los lectores no saben cuál es su verdadero nombre. Él nos explica que tiene la intención de embarcase en un barco cazador de ballenas. Ha hecho numerosos viajes como marinero, pero nunca a bordo de un ballenero. La trama es sencilla; el Pequod es un barco comandado por un enigmático hombre a quien una ballena llamada Moby Dick le ha arrebatado una pierna. La necesidad de venganza lo arrastra por varios lugares, cacerías de ballenas, conflictos, naufragios y un final trágico que relatará Ismael en primera persona.

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Esa trama aparentemente de aventuras deja ver numerosos temas, como los límites del conocimiento humano, la observación minuciosa del comportamiento social proyectado en el del animal, la cristiandad y los modos de actuar de Dios, el destino y la forma como el hombre lo dirige a través de las pasiones... Se vale de contrastes para resaltar las implicaciones de la raza y la otredad. Pero, sobre todo, Ismael se hace un paralelo constante entre los hombres y los animales: “No hay locura de los animales de este mundo que no quede infinitamente superada por la locura de los hombres”. Se cuestiona la permanente necesidad de la venganza y la pertinencia de la persecución: “¿Hemos de seguir persiguiendo a ese pez asesino hasta que hunda al último hombre? ¿Nos ha de arrastrar al fondo del mar?”.

Cierro con una cita de Christiane Zschirnt, que resume magistralmente el alcance de esta enigmática novela: “Moby Dick es todo lo contrario a un manual sobre ballenas y su captura. Es una tragedia sobre la lucha por la vida en un mundo hostil, la rebelión contra el destino, los desafíos de Dios, la megalomanía y las fatales consecuencias de la consideración absoluta del individuo” (Todo lo que hay que leer, Santillana, 2004, P. 48).

Por Mónica Acebedo

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