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                                                                                                                                Mohamed Alí: Cuando todo era posible

                                                                                                                                Cincuenta años atrás, Mohamed Alí regresó a los rings luego de que lo despojaran de su título del mundo por haberse negado a ir a la guerra de Vietnam. Su postura fue esencial para que años más tarde las tropas norteamericanas se retiraran de Vietnam, en abril del 75.

                                                                                                                                Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                                Editor de Cultura
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                                                                                                                                Foto: Ilustración: Nátaly Londoño Laura
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO

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                                                                                                                                Foto: Ilustración: Nátaly Londoño Laura
                                                                                                                                PUBLICIDAD

                                                                                                                                La ilusión se fundía con la angustia, porque los días parecían no pasar, y las horas eran como inmensas rocas que nadie podía mover, y los minutos no existían, y los segundos, si acaso, contaban cuando uno jugaba al boxeo y un imaginario árbitro gritaba Uno, dos, tres, y así, hasta la mitad de la cuenta de la derrota, que luego se transformaba en victoria, y uno, sí, uno, de niño, de fantasía, de sueño, de imposible, uno, se creía Mohamed Alí, y jugaba a ser Mohamed Alí, en parte para que la espera no fuera tan larga, porque todo el día por todos lados, todo el mundo decía que faltaban dos meses, o 45 días, o 30, o 20, para la pelea de Mohamed Alí contra Jerry Quarry. La gente hablaba de aquello, y hacía pronósticos, y apostaba sus pocos pesos a que “Clay” ganaría.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Uno lo imaginaba vestido a rayas con un número en el pecho, mirando y peleando detrás de unos barrotes, y les preguntaba a los mayores si era que iba a pelear desde una prisión. “No, claro que no”, contestaban y seguían hablando de que iban a ver el combate en la casa de tal o de cual, y de que iban a llevar una botella de ron, o cosas así, según la costumbre de aquellos años, e incluso según la costumbre de los años de antes, cuando la gente se reunía de a diez o veinte en una casa a oír por la radio las peleas de boxeo. Así fue, por ejemplo, cuando unos diez tipos se citaron en la casa de uno de ellos para escuchar una pelea de Eduardo Lausse por el título del mundo, pero esa fue otra historia que terminó con la muerte de varios de aquellos hinchas, acusados de ser “peronistas” en la época de la dictadura de Pedro Eugenio Aramburu en la Argentina de los 50.

                                                                                                                                Le sugerimos leer Cees Nooteboom leyendo el libro del mundo

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                El día de la pelea de Alí, o Clay, contra Jerry Quarry, 26 de octubre de 1970, las calles de las distintas ciudades adonde llegó la señal de televisión, “vía satélite”, como la anunciaban, quedaron vacías desde las seis de la tarde. El retorno de Alí a los cuadriláteros era el acontecimiento por aquellos días. Los periódicos publicaron una y mil veces su historia. Que había sido campeón olímpico en los Juegos de Roma, 1960. Que apenas llegó a su ciudad, leyó un poema, y semanas más tarde lanzó su medalla al río Ohio, porque no lo habían dejado entrar a una cafetería por ser negro. Que su origen no era tan humilde como el de otros boxeadores, que su padre pintaba casas y tenía un “buen vivir”, y él, el pequeño Cassius Marcellus Clay había ido a la escuela, pero allá consideraban que su coeficiente intelectual era muy bajo.

                                                                                                                                Que alguna vez un periodista escribió sobre aquello, y él le dijo que si hubiera tenido un coeficiente más alto, le habría gustado su artículo. Lo conocían como “the champ”, porque él mismo se llamaba así. Cuando fue campeón del mundo de los pesados por vez primera, al vencer a Sonny Liston en el round número 7, en febrero de 1964, comenzó a decir que era El más grande. Lo decía en serio y en broma, pues le encantaba provocar a la gente. Así había sido desde niño. Jugaba. Siempre jugaba. Jugaba al mago, al parlanchín, al boxeador, al hombre de negocios, al adulto, al poeta, al periodista. Jugaba a que vivía, y vivió gran parte de su vida jugando. Se reía de la vida, de la gente y de sí. En los 90, cuando le diagnosticaron el mal de Parkinson, preguntó que quién era ese tal Parkinson, y a quién le había ganado.

                                                                                                                                Lo tildaron de agrandado, de fanfarrón, de payaso, de discriminador y rebelde sin causa, como el protagonista de la película de James Dean que se había estrenado a fines de los 50. Y era todo aquello y mucho más. Antes de su primera pelea con Jerry Quarry, había dejado de ser Cassius Clay y se había convertido al Islam, con el nombre de Muhammad Alí, y se había negado a ir a Vietnam con una frase que recorrió el mundo una y mil veces: Ningún vietnamita me ha llamado jamás nigger. Su posición le costó el título del mundo, una orden de cárcel, tres años de inactividad, tal vez los más valiosos de su carrera, y amigos y enemigos a lo largo y ancho de Estados Unidos, de América y de Europa. Él seguía diciendo cosas, y a la vez, se burlaba de las mediciones y de quienes lo habían condenado a ser bruto e ignorante.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “Una persona con conocimiento del propósito de su vida es más poderosa que diez mil que trabajan sin ese conocimiento”, decía. “Cuando eres tan grandioso como yo, es difícil ser humilde”. “Soy joven; soy guapo; soy rápido. No puedo ser vencido”. “Pasamos más tiempo aprendiendo a ganarnos la vida que aprendiendo a hacer una vida”. Alí bailaba como una mariposa y picaba como una abeja, arriba y abajo del ring. Se distanciaba de quienes querían utilizarlo, y se acercaba a los derrotados, aunque la prensa, la gran prensa, muchas veces usada por el sistema, transmitiera una imagen totalmente contraria sobre él. Fue cercano a Malcolm X, y luego se le alejó, y conversó con Martin Luther King sobre los problemas de los negros, sobre su posible solución, sobre la guerra de Vietnam y las posibilidades de acabarla, y fue esencial para que se acabara.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Cuando peleó con Quarry y lo derrotó por k.o. técnico, ya empezaba a importar bien poco si era el campeón o no, si lo volvería a ser oficialmente. Alí destrozaba a quien se le cruzara con sus palabras, en parte, por el show. Por llamar la atención. Por reírse una y mil veces de quienes habían dicho que no era muy inteligente. Escribía poemas y los leía cada vez que podía. Era patriota en ocasiones, y del sur, siempre. De todos los sures. Hacía bromas y repetía ante quien podía un truco de ilusionistas con una moneda, y sobre el ring también era una especie de ilusionista, que aparecía cuando se le antojaba para ser Alí, y luego se esfumaba y parecía meterse en el cuerpo de cualquier otro boxeador. Fue un perfecto ejemplo de su tiempo, cuando todo estaba por derrumbarse y volverse a construir. Cuando todo era posible.

                                                                                                                                Por Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                                De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com
                                                                                                                                Ver todas las noticias
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