Monólogo de un librero
Carlos Luis Torres, fundador de Luvina, habla de su oficio y la transformación de su librería de un espacio físico a uno virtual.
Daniela Cristancho
Carlos Luis Torres habla como si declamara un poema. Su voz es profunda, acentúa cada palabra con cuidado. La que debía ser una entrevista sobre una librería con nombre de cuento, rápidamente devino en una invitación a no hablar tanto del pasado, sino a conversar con otros lenguajes, aquellos que son propios del porvenir. El librero me lee el inicio de un texto que ha escrito, provocado por la carga emocional que le produjo la posesión presidencial el día anterior: “algo muy importante pasó sobre nosotros ayer. Claro que me emocioné. Me emocioné de muchas cosas. De ver la diversidad racial del país por primera vez ponerse junta, de ver un acto nacional que no se avergonzó al mostrar sus heridas, sus compatriotas asesinados, la pobreza extrema allí, en cada una de esas fotografías que le dieron vuelta al mundo del video. Claro que me emocioné”.
La lectura de aquel párrafo fue su respuesta a mi primera pregunta: si Luvina, su librería, había obtenido su nombre por el cuento del mexicano Juan Rulfo. “Ya mirará usted ese viento que sopla sobre Luvina. Es pardo. Dicen que porque arrastra arena de volcán; pero lo cierto es que es un aire negro. Ya lo verá usted. Se planta en Luvina prendiéndose de las cosas como si las mordiera. Y sobran días en que se lleva el techo de las casas como si se llevara un sombrero de petate, dejando los paredones lisos, descobijados”, se lee en el quinto cuento de El llano en llamas. Luvina es el título de un relato, es el nombre de un pueblo. “Luvina. Ese nombre me sabía a miel”, me dice el fundador de aquella esquina emblemática de La Macarena, la librería Luvina, que por 18 años fue el centro de congregación cultural del barrio, y que ahora cierra sus puertas físicas y se aventura a la virtualidad.
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“Quería empezar así esta entrevista contigo porque yo soy escritor. Siempre he sido escritor, quizás desde más joven que tú. Mis primeras cosas salieron cuando tenía 16-18 años. Novelas, libros de poemas, ensayos. Quería decir que estoy contento, porque también Luvina fue cerrar una página a la cual le dediqué 18 años de tiempo completo. Estoy dedicando más tiempo a muchas cosas a las que solo les dedicaba ratitos. Estoy leyendo un libro de poesía china maravilloso. Esta edición que tengo en mis manos es de 1960, de Buenos Aires, por una imprenta que se llamaba Compañía General Fabril Editora. Esta selección de poetas que encontré en mi biblioteca es de Rafael Alberti, lo que la convierte en una joya especial. Está un poco trajinado el libro. En 1962, la misma editorial editó, con mucha reticencia, la primera traducción que hace Alejandra Pizarnik desde París de la escritora Marguerite Duras. La primera edición, que se me deshace porque la conseguí en una vitrina en Palermo, es de la novela traducida de La vida tranquila.
Y te cuento esto porque mi última novela es sobre Alejandra Pizarnik, se llama Alejandra: la poeta que murió en su vestido azul. Tú que eres más joven y yo que soy más viejo, morimos de cosas muy simples: de coronavirus, atropellados por un bus, cáncer. Pizarnik murió de su vestido azul. Morir de su vestido azul es poesía. De eso murió Luvina. Murió de otras cosas. Por eso sigue viviendo, como la poesía sigue viviendo, como el libro de poesía china, escogida milenios después por Rafael Alberti, publicado en Buenos Aires. Cómo es posible que la traducción al español de Marguerite Duras solamente aparezca después de que se muere Alejandra Pizarnik.
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Y tú me dices ‘hablemos de Luvina y de Juan Rulfo’. Luvina es la historia de un profesor que va a Luvina a reemplazar a otro profesor, se encuentran y el uno le cuenta al otro cómo es el pueblo, así como hago yo contigo. Eso es lo que sucede en el cuento. Él le dice que es un pueblo donde los niños nacen y salen del vientre de la madre para el ejército. El hombre está en una cantina tomándose unos tragos, como tú y yo aquí tomando café. Y de pronto el hombre que narra cómo es el pueblo en siete páginas se da cuenta de que el otro está dormido y que estaba hablando solo. Y así me pasa contigo. Tú me preguntas cómo era Luvina y yo te digo ‘hablemos de otra cosa’.
Luvina se llama así porque es el mejor cuento escrito en América, escrito por Juan Rulfo, el mejor escritor mexicano del siglo XX, en 1953. Entonces la librería nació como un elemento artístico, no como una venta de libros. Tras de que vender libros no es negocio. Tú sabes que la cultura no es negocio. Nació como un negocio estético, no como un negocio comercial. Otras librerías son comerciales, esta no era eso. Fueron 18 años de trabajo, en los cuales ella se convirtió en mi pasión. Las grandes cosas se hacen cuando se hacen apasionadamente. Entonces fueron 18 años en los cuales convertimos esta esquina en un centro cultural, más que en una librería. Tuvimos un círculo de lectura muy importante que duró nueve años, leyendo en voz alta horas y horas. Leímos completo Rayuela, Cien años de soledad. Los miércoles teníamos siempre conciertos de música clásica con la Fundación Guitarrística Colombiana, logramos establecer un convenio que duró más de 12 años y antes de esos 12 años tuvimos un ciclo de chelo con Sofía Chávez. Ella ponía los pies en el suelo vivo y abrazaba el chelo. Era una esquina cultural que se fracturó por la crisis impresionante de años acumulados. Es la combinación de muchas cosas: de un negocio que es malo, que no tiene apoyo suficiente del Estado; de que llegó la pandemia y yo me volví viejo.
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Yo soy un hombre de Santander, que llegué a esta ciudad hace 40 años. No volví, pero fundamentalmente puedo decir una cosa: he dedicado toda la vida a los libros. Mi casa tiene 4.000 libros y la librería tenía 18.000. Mis más de sesenta años los he dedicado a la cultura. He sido escritor, teatrero, poeta, fui ingeniero, profesor. La cultura y la literatura son una cosa coherente. Yo no puedo concebir la vida sin estética. Las cosas se ordenan en el mundo porque son bellas, no porque son útiles.
Luvina se convirtió en el lugar de refugio de intelectuales, de políticos de izquierda de este país. Allí llegaban todas las serpientes a tomar un café y a conversar porque era un espacio de libertad independiente. Luvina no es una venta de libros, es un espacio físico que ahora estoy tratando de convertir en un espacio virtual”, contó el librero.
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Carlos Luis Torres habla como si declamara un poema. Su voz es profunda, acentúa cada palabra con cuidado. La que debía ser una entrevista sobre una librería con nombre de cuento, rápidamente devino en una invitación a no hablar tanto del pasado, sino a conversar con otros lenguajes, aquellos que son propios del porvenir. El librero me lee el inicio de un texto que ha escrito, provocado por la carga emocional que le produjo la posesión presidencial el día anterior: “algo muy importante pasó sobre nosotros ayer. Claro que me emocioné. Me emocioné de muchas cosas. De ver la diversidad racial del país por primera vez ponerse junta, de ver un acto nacional que no se avergonzó al mostrar sus heridas, sus compatriotas asesinados, la pobreza extrema allí, en cada una de esas fotografías que le dieron vuelta al mundo del video. Claro que me emocioné”.
La lectura de aquel párrafo fue su respuesta a mi primera pregunta: si Luvina, su librería, había obtenido su nombre por el cuento del mexicano Juan Rulfo. “Ya mirará usted ese viento que sopla sobre Luvina. Es pardo. Dicen que porque arrastra arena de volcán; pero lo cierto es que es un aire negro. Ya lo verá usted. Se planta en Luvina prendiéndose de las cosas como si las mordiera. Y sobran días en que se lleva el techo de las casas como si se llevara un sombrero de petate, dejando los paredones lisos, descobijados”, se lee en el quinto cuento de El llano en llamas. Luvina es el título de un relato, es el nombre de un pueblo. “Luvina. Ese nombre me sabía a miel”, me dice el fundador de aquella esquina emblemática de La Macarena, la librería Luvina, que por 18 años fue el centro de congregación cultural del barrio, y que ahora cierra sus puertas físicas y se aventura a la virtualidad.
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“Quería empezar así esta entrevista contigo porque yo soy escritor. Siempre he sido escritor, quizás desde más joven que tú. Mis primeras cosas salieron cuando tenía 16-18 años. Novelas, libros de poemas, ensayos. Quería decir que estoy contento, porque también Luvina fue cerrar una página a la cual le dediqué 18 años de tiempo completo. Estoy dedicando más tiempo a muchas cosas a las que solo les dedicaba ratitos. Estoy leyendo un libro de poesía china maravilloso. Esta edición que tengo en mis manos es de 1960, de Buenos Aires, por una imprenta que se llamaba Compañía General Fabril Editora. Esta selección de poetas que encontré en mi biblioteca es de Rafael Alberti, lo que la convierte en una joya especial. Está un poco trajinado el libro. En 1962, la misma editorial editó, con mucha reticencia, la primera traducción que hace Alejandra Pizarnik desde París de la escritora Marguerite Duras. La primera edición, que se me deshace porque la conseguí en una vitrina en Palermo, es de la novela traducida de La vida tranquila.
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Y tú me dices ‘hablemos de Luvina y de Juan Rulfo’. Luvina es la historia de un profesor que va a Luvina a reemplazar a otro profesor, se encuentran y el uno le cuenta al otro cómo es el pueblo, así como hago yo contigo. Eso es lo que sucede en el cuento. Él le dice que es un pueblo donde los niños nacen y salen del vientre de la madre para el ejército. El hombre está en una cantina tomándose unos tragos, como tú y yo aquí tomando café. Y de pronto el hombre que narra cómo es el pueblo en siete páginas se da cuenta de que el otro está dormido y que estaba hablando solo. Y así me pasa contigo. Tú me preguntas cómo era Luvina y yo te digo ‘hablemos de otra cosa’.
Luvina se llama así porque es el mejor cuento escrito en América, escrito por Juan Rulfo, el mejor escritor mexicano del siglo XX, en 1953. Entonces la librería nació como un elemento artístico, no como una venta de libros. Tras de que vender libros no es negocio. Tú sabes que la cultura no es negocio. Nació como un negocio estético, no como un negocio comercial. Otras librerías son comerciales, esta no era eso. Fueron 18 años de trabajo, en los cuales ella se convirtió en mi pasión. Las grandes cosas se hacen cuando se hacen apasionadamente. Entonces fueron 18 años en los cuales convertimos esta esquina en un centro cultural, más que en una librería. Tuvimos un círculo de lectura muy importante que duró nueve años, leyendo en voz alta horas y horas. Leímos completo Rayuela, Cien años de soledad. Los miércoles teníamos siempre conciertos de música clásica con la Fundación Guitarrística Colombiana, logramos establecer un convenio que duró más de 12 años y antes de esos 12 años tuvimos un ciclo de chelo con Sofía Chávez. Ella ponía los pies en el suelo vivo y abrazaba el chelo. Era una esquina cultural que se fracturó por la crisis impresionante de años acumulados. Es la combinación de muchas cosas: de un negocio que es malo, que no tiene apoyo suficiente del Estado; de que llegó la pandemia y yo me volví viejo.
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Luvina se convirtió en el lugar de refugio de intelectuales, de políticos de izquierda de este país. Allí llegaban todas las serpientes a tomar un café y a conversar porque era un espacio de libertad independiente. Luvina no es una venta de libros, es un espacio físico que ahora estoy tratando de convertir en un espacio virtual”, contó el librero.
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