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“La última ceniza " es el más reciente libro de la escritora Montserrat Martorell, publicado por la editorial Palabra Libre. En estas páginas encontramos el diario vivir de cuatro personajes que se sumergen en el dolor, el asombro, el desapego y el amor.
Conrado y Alfonsina, los protagonistas, nos narran la condición humana y cómo cada uno asume el amor, pues desde sus diferentes perspectivas y vidas los dos coinciden, hasta cierto punto, en que este puede soportarlo o causarlo todo, cualquier tipo de sentimiento, cualquier tipo de acción. Para él, su vida se determinó por el amor a su hijo y a Laura, mientras que para ella, fue por Federico, su gran y único amor.
Cada uno, ahogado por las circunstancias que la vida les tenía preparadas fueron asumiendo su rol en una sociedad que no tiene el tiempo ni el espacio para querer escuchar al otro, pues como dice Martorell: “Creo que las personas sí hablamos y mucho. Tenemos necesidad de contar historias. El problema es que muchas veces, mientras alguien está intentando decir lo que le pasa, nosotros estamos en otro tiempo, en otro espacio. A veces no cuesta mucho detenernos a observar, a pensar, a quedarnos simplemente en silencio mirando con los ojos muy abiertos a ese sujeto que le pone nombre a sus heridas”.
La escritora chilena, que estará este jueves presentando su libro en la Feria Internacional del Libro, las Artes y la Cultura de Santa Marta, habló para El Espectador sobre su libro y los personajes que habitan en él, su interés en la psicología y el psicoanálisis y sus obsesiones al momento de escribir.
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¿Cómo definiría, en sus palabras, el concepto de violencia?
Como el uso de la fuerza, física o simbólica, para aplastar o dominar a uno u otro, para conseguir un objetivo. Condeno todas las formas de violencia.
¿Qué significa para usted, o cómo entiende la idea de la ‘muerte’?
Alguna vez leí que la muerte es algo tan antiguo y sin embargo cuando nos sucede siempre parece nueva. Soy consciente del paso del tiempo, de que hay cosas que se acaban y de que hay tránsitos que muchas veces pueden ser eternos. La muerte es memoria, es espejo, es vida dormida.
A lo largo del libro nos encontramos con momentos dedicados a las diferentes religiones, ¿para usted qué es la religiosidad y la espiritualidad?
Cuando tenía 12 años asumí que no creía en dios. Siempre tuve muchas dudas. Desde entonces me defino como atea. Sin embargo, sí me considero una persona espiritual. Agradezco permanentemente a mis ancestros, celebro ritos como la Noche de San Juan, soy consciente de lo que me rodea y cuido mis relaciones, mis afectos. La fe es algo muy personal y muy íntimo. Creo que a mucha gente le calma el corazón. Los procesos por saber qué siente uno, qué piensa uno, son largos. Yo todavía estoy caminando, pero no necesito la religión como bastón o como marco para vivir mi vida.
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¿Por qué en el libro se habla de las vidas pasadas y las relaciones de estas almas?
Quizás porque nuestros países están llenos de leyendas, de creencias, de historias. Me gusta la magia que existe detrás de eso. Hay una cultura muy potente respecto a ello.
¿Qué relación tiene con la psicología y el psicoanálisis?
Tengo muchas ganas de volver a la universidad y estudiar psicología. Leo bastante psicoanálisis e incluso tengo un estante de mi biblioteca dedicado a él. Permanentemente estoy estudiando porque me gusta y, además, me ayuda a entender a mis personajes.
En el libro menciona a Freud, ¿cuál es su relación con este autor?
Como decía antes, me gusta mucho el psicoanálisis, la psicología en general, y leo los libros de Freud como si fueran también literatura.
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¿Cómo, desde la literatura, podemos comprender el comportamiento natural del ser humano?
La literatura es un espejo para saber quiénes somos. Nos permite sacarnos las máscaras, mirar y analizar y dejar caer nuestras verdades oficiales, contemplar la vida desde otro lugar, viajar, transformarnos, vivir y morir en una página.
¿Por qué hemos llegado a creer que el ser humano puede ser civilizado si también cuenta con un instinto animal, como el de Conrado?
Porque necesitamos un orden, una estructura, una normalidad que nos salve de esas amalgamas de ángeles y bestias que llevamos todos adentro.
Sin justificar ningún acto violento por parte de un hombre hacia una mujer, ¿por qué la sociedad se detiene solo a juzgar el acto y no a entender las causas?
Yo creo que las causas tienen que ver con una construcción cultural. Los hombres aprenden desde muy chicos a ejercitar su violencia hacia los otros, sus propios pares. Luego, o al mismo tiempo, le toca a las mujeres. Vivimos en una sociedad donde hemos sido durante gran parte de la historia subyugadas. Ese es el origen. Pero la violencia no tiene ninguna justificación y tiene que ser castigada sin miramientos.
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¿Cómo entiende usted el papel de la madre en esta sociedad occidental?
Una figura que la sociedad ha construido como sinónimo de ser mujer y que cada día pierde más fuerza en una generación que quiere ser también otras cosas.
¿Cuál considera que es su obsesión al momento de escribir?
Me gusta estar en silencio, estar sola, poder leer en voz alta y repasar y repasar cada párrafo hasta que esté perfectamente bien hilvanado.
¿Cómo fue el proceso de construcción de los cuatro personajes?
Muy intenso. Yo estaba viviendo en Madrid, haciendo un Máster en Escritura Creativa, en la Universidad Complutense y esta novela surgió en uno de los ejercicios que hacíamos todas las semanas en clases. Después fueron andando solos. Con una vida muy propia. Es una historia que comenzó con unos tacos en el suelo en mi departamento de la Calle de Tremps y que me devolvió nuevas y viejas preguntas.
¿Cree que todas las mujeres son Laura?
Creo que sí. Creo que todas alguna vez hemos sido Laura o podemos convertirnos en ella. Me quedo con su fuerza, con su resiliencia, con su tenacidad. De todas formas Alfonsina siempre ha sido mi personaje favorito. Quizás porque se parece un poco a mí.