Aurelio Arturo, poeta de la naturaleza
En conmemoración al 50 aniversario de la muerte del poeta colombiano Aurelio Arturo, exploramos su único libro de poemas, Morada al sur, una obra que celebra la conexión profunda entre el hombre y la naturaleza. Su visión poética, que muestra al ser humano como parte integral del ecosistema, cobra una nueva relevancia en el contexto de la COP-16.
J. Mauricio Chaves- Bustos
Aurelio Arturo publicaría en 1963 su único libro “Morada al sur”, que contenía una selección de 13 poemas, haciéndolo ganador del Premio Nacional de Poesía Guillermo Valencia. Sin embargo, desde su llegada a Bogotá a mediados de los años 20, aparece publicando sus poemas de carácter social en los principales periódicos capitalinos, para irse granjeando poco a poco a la crítica literaria que pareciera fue siempre benevolente con él. Coinciden la mayoría de ellos en señalar la singularidad en su palabra poética, enmarcada gran parte en la saudade de su lejana La Unión, municipio ubicado al norte del departamento de Nariño, así como en la descripción de una naturaleza donde el hombre converge en ella como un elemento más y no como su dominador, la morada acaso del hombre total en donde el sol, los ríos o los árboles le permiten habitar un espacio común.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Aurelio Arturo publicaría en 1963 su único libro “Morada al sur”, que contenía una selección de 13 poemas, haciéndolo ganador del Premio Nacional de Poesía Guillermo Valencia. Sin embargo, desde su llegada a Bogotá a mediados de los años 20, aparece publicando sus poemas de carácter social en los principales periódicos capitalinos, para irse granjeando poco a poco a la crítica literaria que pareciera fue siempre benevolente con él. Coinciden la mayoría de ellos en señalar la singularidad en su palabra poética, enmarcada gran parte en la saudade de su lejana La Unión, municipio ubicado al norte del departamento de Nariño, así como en la descripción de una naturaleza donde el hombre converge en ella como un elemento más y no como su dominador, la morada acaso del hombre total en donde el sol, los ríos o los árboles le permiten habitar un espacio común.
Coinciden estos 50 años de su muerte con el sentimiento de diversidad biológica que ha dejado la COP-16 realizada en Cali en el mes de octubre, convenio que promueve el desarrollo sostenible a través de una visión que involucra a los ecosistemas y a las personas. Ya los lectores acuciosos han encontrado en Arturo un profundo sentimiento poético en donde la naturaleza no es un objeto protagónico en su obra, sino que habita ahí una reflexión estética sobre el puesto del hombre en el cosmos. Santiago Espinosa encuentra la ilación entre el recuerdo mítico de Arturo por una tierra que dejó una huella imborrable en su memoria de niño, esas lluvias torrenciales del Pacífico que parecieran inaugurar el mundo y que trascienden míticamente a la voz de todos los hombres con la naturaleza en la que todos convergemos.
No hay separación del hombre, fundador de la cultura, con la naturaleza a la que intenta dominar; quizá la voz arturiana es un llamado a recobrar la cordura que debe asistirnos como seres humanos, en donde el dominio sobre lo otro nos pone en riesgo a nosotros mismos. Asiste en su obra un vitalismo cósmico en donde el arte cabalga no sobre el lomo de la sinrazón, sino más bien, y en el mejor entendido de la propuesta vitalista del profesor Darío Botero Uribe, sobre la no-razón, que es pulsión del hombre sobre sí mismo y sobre lo que lo rodea, habitando ahí una posibilidad de reencuentro fraterno de este con lo que un día lejano optó por dominar, por pararse sobre el peldaño de la razón y sentirse superior frente a lo otro que es naturaleza.
Por eso la principal constancia en Morada al sur, y en algunos de sus poemas de su no tan extensa obra, es precisamente el entender el mundo como el hábitat, lugar donde podemos morar unos con otros, sin miramientos de ninguna clase, como especies diversas que tenemos como casa este universo. Es esta casa la única posibilidad de resguardar la vida, Arturo lo expone estéticamente al adentrarnos en sus recuerdos propios para encarnar el mito del hombre que no deja de ser naturaleza, de ahí la insistencia en la COP-16 de hacernos entender que no hay un plan B respecto a nuestro hábitat en la tierra, que ni siquiera tecnológicamente existe la posibilidad de embarcarnos y fundar nuevos mundos en el espacio sideral.
El río sube por los arbustos, por las lianas, se acerca,
y su voz es tan vasta y su voz es tan llena.
Y le dices, le dices: ¿Eres mi padre? Llenas el mundo
de tu aliento saludable, llenas la atmósfera.
—Soy el profundo río de los mantos suntuosos.
El agua es un elemento sustancial en la simbología arturiana, como se puede apreciar en el verso anterior, dador de vida hasta el punto de reconocerlo como padre seminal, evocación no solamente deifica sino reconocimiento de esa pulsión que asiste cuando se engendra vida, junto con la mujer contenedora de tal. No por nada su origen en el macizo colombiano, ahí cerca nacen los grandes ríos que se riegan por los países de Colombia, el país de la belleza. Y junto al agua los elementos que no son mero bucolismo de lo ido como algo perdido, porque en Arturo el poema continúa en un tic tac profundo que se acompasa también desde la ciudad, símbolo que funda el mundo buscado más en un encuentro que en una dualidad: viento/palabra, voz/sonido, árboles/reinos, y así un conjunto que puede ser verbalizado para sostener a través de su obra un intento de unir al hombre frente a aquello de lo que nunca debió separarse, por eso en Aurelio Arturo:
Hace siglos la luz es siempre nueva