Mostar, la ciudad del Puente Viejo
Se cumplen treinta años de la separación de Eslovenia de la antigua Yugoslavia, que fue el antecedente de la Guerra de Bosnia y causó más de cien mil víctimas.
María Paula Lizarazo
Las aguas del río Neretva son tan cristalinas que desde el Stari Most se alcanza a ver hasta la roca más profunda. Son las diecinueve horas de una tarde de verano en Mostar, Bosnia-Herzegovina. Desde el puente se escucha el llamado al iftar: la comida que ingieren los musulmanes cuando el Sol se pone durante el mes del ramadán. A la redonda hay por lo menos tres mezquitas y a lo lejos, un horizonte de montañas y verde, mucho verde. Los cantos que se emiten desde cada una de las mezquitas resuenan en un eco que decora el movimiento del río y la lenta difuminación del cielo.
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Las aguas del río Neretva son tan cristalinas que desde el Stari Most se alcanza a ver hasta la roca más profunda. Son las diecinueve horas de una tarde de verano en Mostar, Bosnia-Herzegovina. Desde el puente se escucha el llamado al iftar: la comida que ingieren los musulmanes cuando el Sol se pone durante el mes del ramadán. A la redonda hay por lo menos tres mezquitas y a lo lejos, un horizonte de montañas y verde, mucho verde. Los cantos que se emiten desde cada una de las mezquitas resuenan en un eco que decora el movimiento del río y la lenta difuminación del cielo.
Hace casi tres décadas este puente fue derrumbado por las fuerzas bosnias croatas. El Sitio de Mostar tuvo lugar en 1992 y 1993, en medio de la Guerra de Bosnia, que algunos relacionan con la muerte del dictador Josep Tito, primer ministro de Yugoslavia entre 1945 y 1980, que además se vio influenciada por lo que ocurría en la política internacional y las metamorfosis europeas.
Durante el mandato de Tito no hubo discursos nacionalistas que instaran al separatismo, tampoco faltaron ánimos de unidad. Las seis naciones que conformaban la República Federal Socialista de Yugoslavia tenían entre sus habitantes mayorías católicas, ortodoxas y musulmanas. El país se descompuso en lo que hoy es Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina., Serbia, Macedonia y Montenegro.
Era 1991 y con la caída del muro de Berlín y una Unión Soviética próxima a disolverse, Eslovenia convocó a elecciones y el 25 de junio de ese año declaró su independencia de Yugoslavia. En diez días logró repeler las fuerzas yugoslavas y obtener reconocimiento internacional.
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Tras la hazaña de Eslovenia, Bosnia y Croacia también buscaron separarse. Pero Bosnia era el país más diverso culturalmente, por lo cual, lo que para Eslovenia tardó diez días, para Bosnia fueron tres años en los que las minorías del país se enfrentaron y a la vez fueron atacadas por el Ejército serbio, que buscaba integrar un país en el que vivieran los serbios.
Pasado un poco más de un año del inicio de la guerra, el 9 de noviembre de 1993 una bomba destruyó los 28 metros de largo por cuatro y medio de ancho del Stari Most, una construcción del siglo XVI, cuando el Imperio otomano controlaba la región.
En noviembre del 93, faltando dos años para el final de la guerra, los otros siete puentes de la ciudad ya se habían desplomado. De la Mostar mítica apenas quedaba el río, que separaba a los croatas católicos de los bosnios musulmanes. La guerra causó más de 100.000 muertos y un silencio internacional que aún hoy los colectivos de sobrevivientes de la guerra cuestionan.
Sobre Mostar, el escritor Predrag Matvejevic expresó en el congreso Convivencia en Sarajevo, celebrado en 1994 en Madrid, cuando aún no terminaba la guerra, que “no podía creer que se atrevieran a destruir el viejo puente de mi ciudad natal. En esta última década del siglo, mientras iba de una ciudad extranjera a otra, no dejaba de evocarlo: ya habían sido destruidos siete puentes en Mostar, pero el más antiguo seguía en pie. Era el que había dado nombre a la ciudad (en nuestra lengua, Mostar quiere decir Puente Viejo)”.
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Según cifras oficiales, en los meses anteriores a la destrucción del puente, quedaban 10.000 personas en la ciudad. Escombros, hierros y ratas rodeaban a los ejércitos que se disputaban Mostar, que entonces era una ciudad fantasma en la que cualquier desesperado que buscara agua recibía un balazo proveniente de cualquier casa. El conflicto obligó a desplazarse al 90 % de los habitantes de Bosnia.
Entre precarios altos al fuego y camiones cisterna que llegaban a la ciudad, los civiles que no pudieron abandonarla apenas sobrevivían. Los combates se daban para controlar algunos metros de más, una casa de más, o una calle de más. Los bosnios eran superioridad en Mostar, pero los croatas tenían mayor artillería. La prensa reportaba que los francotiradores asesinaban en la ciudad. La cancha de fútbol se volvió un centro para prisioneros de guerra. Mientras que las mezquitas y las iglesias eran ruinas, las milicias se abastecían de armas en las fábricas de motores de la ciudad. Y también corría por los periódicos la voz de que en el invierno nadie sobreviviría en una ciudad tan olvidada. A las tropas españolas que estaban al servicio de la ONU se les prohibió entrar a Mostar a causa de dos bajas, de las que ningún bando asumió responsabilidad.
En esos años, la ciudad fue bautizada como la capital de la República Croata de Herzeg-Bosnia, nunca reconocida internacionalmente. Más del 60 % de las víctimas documentadas eran musulmanes. Ya en el 95, cuando Mostar no era más un campo de guerra, Sarajevo estaba controlada por los serbios. Atacaron campos seguros de la ONU, aunque hay víctimas que denuncian la complicidad de los cascos azules en masacres como la de Srebrenica, que dejó 8.000 muertos. En diciembre se firmaron los Acuerdos de Dayton entre Serbia, Croacia y Bosnia-Herzegovina. Al año siguiente, el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia, de La Haya, solicitó una petición de arresto para Radovan Karadžic, presidente de la República Srpska entre 1992 y 1996. En 2016 fue condenado a cuarenta años de cárcel por los delitos de genocidio y crímenes de guerra.
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Hoy Bosnia-Herzegovina tiene unos tres millones de habitantes y una esperanza de vida de setenta años. Para esas dos de cada tres familias que viven con poco más de US$1 al día, la guerra es una de las salidas: en algunos de los puestos ambulantes de las artesanías de Mostar se venden imanes y llaveros de balas que cientos de turistas compran. También ofrecen documentales que cuentan la guerra. Aquel episodio trágico es hoy un motivo turístico con el que los bosnios logran ganar algunos pocos marcos. La guerra pervive latente; la pornografía de la guerra también. Ya el escritor croata Dubravka Ugresic decía en 1994: “Por supuesto que a mí también me tienta la idea de escribir novelas a partir de esta situación. Pero sé cuál es el peligro que esto encierra. Al final, el resultado es pornografía”.