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                                                                                                                                Mujeres invisibles (Relatos y reflexiones)

                                                                                                                                Pocas veces se oye que haya conflictos entre las parejas de clases altas latinoamericanas por el oficio doméstico. Quizás en vacaciones.

                                                                                                                                Beatriz Dávila Reyes

                                                                                                                                Cortesía
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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Lo invitamos a leer otro artículo de la serie "Relatos y reflexiones": El último paso, a propósito de Carl Gustav Jung 

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                No alcanzo a imaginarme lo que es vivir en Bosa o en Usme y levantarse con el frío de las cuatro de la mañana, bañarse con agua helada, arreglar la casa, hacer desayuno y almuerzo para todos, tal vez dejar al bebé con un extraño, meterse durante dos horas en alimentadores, buses o TransMilenios en hora pico donde van hacinadas, correr varias cuadras a veces loma arriba para llegar a atender una familia ajena, y tener una jornada brutal de cocinar, lavar, planchar, aspirar, lavar baños, barrer, arreglar la cocina diez mil veces, sin sentarse ni cinco minutos. Algunas son mayores. Y que la señora de la casa la regañe porque la camisa está mal planchada o el señor le reclame porque la carne está seca o cualquier otra nimiedad. Trabajar hasta muy tarde y llegar a su propia casa a hacer oficio y cocinar, donde a veces vive además la familia extendida, o conviven con mucha más gente o con compañeros maltratadores; trabajar muchos fines de semana, en casas y apartamentos bonitos, cómodos, grandes, donde hay abundancia de todo, a veces con empleadores que las denigra o las desprecian, y además hacerlo con buena actitud. Sin rabia ni frustración (creo que a todos nos ha quedado claro en esta cuarentena lo duro que es es el trabajo que hacen a diario las empleadas domésticas). Tener que enfrentarse con el sistema de salud, la inseguridad de tantos barrios, la falta de recursos y de oportunidades, los prejuicios, y todas las cosas con las que tienen que vivir los millones de personas de bajos ingresos en este país. Y me quedo corta, porque no sé cómo es, ni alcanzo a imaginarlo. (Si vieron Parásito y les impactó, pues aquí el contraste social y la discriminación con el servicio son mucho peores. Lo que pasa es que no somos conscientes. Tampoco somos testigos de sus luchas diarias).

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Sean considerados y bondadosos con estas personas que hacen todo lo que pueden para que tengamos vidas plácidas y amables, agradezcan lo que hacen por nosotros, páguenles realmente bien, no les exijan tanto, colaboren en la casa, tiendan su cama, recojan sus cosas, preocúpense por conocerlas, por cómo están, ábranles su corazón, inclúyanlas, díganles que se vayan temprano, y si viven con ustedes respeten su tiempo de descanso, ayúdenlas a que ellas y sus hijos salgan adelante. Dejen de creer que las tratan bien porque les pagan lo legal con prestaciones y les dejan descansar el domingo, y que les están haciendo un favor al darles trabajo en condiciones precarias. Dejemos de creer como sociedad que con ser generosos con nuestra propia gente, basta. “Nuestras gente” es toda la gente. Por favor, permitamos que estas extraordinarias mujeres que nos dan tanto tengan vidas buenas y que tengan dignidad. Yo también he sido desconsiderada y he perpetuado las divisiones sociales con algún comportamiento y me avergüenzo. Estamos ante una oportunidad histórica para mirarnos a nosotros mismos con honestidad y preguntarnos cómo podemos ser mejores seres humanos.

                                                                                                                                Decimos que en este país se necesita más educación, lo cual es indudable. Pero para que construyamos un país verdaderamente justo y compasivo, los primeros que tendrían que educarse, reeducarse a profundidad, son las élites. Y todos los demás. En ética y en humanidad.

                                                                                                                                Cortesía
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Lo invitamos a leer otro artículo de la serie "Relatos y reflexiones": El último paso, a propósito de Carl Gustav Jung 

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                No alcanzo a imaginarme lo que es vivir en Bosa o en Usme y levantarse con el frío de las cuatro de la mañana, bañarse con agua helada, arreglar la casa, hacer desayuno y almuerzo para todos, tal vez dejar al bebé con un extraño, meterse durante dos horas en alimentadores, buses o TransMilenios en hora pico donde van hacinadas, correr varias cuadras a veces loma arriba para llegar a atender una familia ajena, y tener una jornada brutal de cocinar, lavar, planchar, aspirar, lavar baños, barrer, arreglar la cocina diez mil veces, sin sentarse ni cinco minutos. Algunas son mayores. Y que la señora de la casa la regañe porque la camisa está mal planchada o el señor le reclame porque la carne está seca o cualquier otra nimiedad. Trabajar hasta muy tarde y llegar a su propia casa a hacer oficio y cocinar, donde a veces vive además la familia extendida, o conviven con mucha más gente o con compañeros maltratadores; trabajar muchos fines de semana, en casas y apartamentos bonitos, cómodos, grandes, donde hay abundancia de todo, a veces con empleadores que las denigra o las desprecian, y además hacerlo con buena actitud. Sin rabia ni frustración (creo que a todos nos ha quedado claro en esta cuarentena lo duro que es es el trabajo que hacen a diario las empleadas domésticas). Tener que enfrentarse con el sistema de salud, la inseguridad de tantos barrios, la falta de recursos y de oportunidades, los prejuicios, y todas las cosas con las que tienen que vivir los millones de personas de bajos ingresos en este país. Y me quedo corta, porque no sé cómo es, ni alcanzo a imaginarlo. (Si vieron Parásito y les impactó, pues aquí el contraste social y la discriminación con el servicio son mucho peores. Lo que pasa es que no somos conscientes. Tampoco somos testigos de sus luchas diarias).

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Sean considerados y bondadosos con estas personas que hacen todo lo que pueden para que tengamos vidas plácidas y amables, agradezcan lo que hacen por nosotros, páguenles realmente bien, no les exijan tanto, colaboren en la casa, tiendan su cama, recojan sus cosas, preocúpense por conocerlas, por cómo están, ábranles su corazón, inclúyanlas, díganles que se vayan temprano, y si viven con ustedes respeten su tiempo de descanso, ayúdenlas a que ellas y sus hijos salgan adelante. Dejen de creer que las tratan bien porque les pagan lo legal con prestaciones y les dejan descansar el domingo, y que les están haciendo un favor al darles trabajo en condiciones precarias. Dejemos de creer como sociedad que con ser generosos con nuestra propia gente, basta. “Nuestras gente” es toda la gente. Por favor, permitamos que estas extraordinarias mujeres que nos dan tanto tengan vidas buenas y que tengan dignidad. Yo también he sido desconsiderada y he perpetuado las divisiones sociales con algún comportamiento y me avergüenzo. Estamos ante una oportunidad histórica para mirarnos a nosotros mismos con honestidad y preguntarnos cómo podemos ser mejores seres humanos.

                                                                                                                                Decimos que en este país se necesita más educación, lo cual es indudable. Pero para que construyamos un país verdaderamente justo y compasivo, los primeros que tendrían que educarse, reeducarse a profundidad, son las élites. Y todos los demás. En ética y en humanidad.

                                                                                                                                Por Beatriz Dávila Reyes

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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