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Amante del rock y el jazz, apasionado por las maratones, opositor de la educación primaria y secundaria, por su misma objeción al quehacer por obligación; un literato que abrió, en su época universitaria, un bar que consumía su vida de sol a sol; y, finalmente, un escritor, ese es Haruki Murakami. Por más de tres décadas ha dedicado sus amaneceres al papel y la pluma, y se ha consagrado como un autor de novelas de largo aliento. Sus textos han sido traducidos a más de cincuenta idiomas, logrando alcance mundial.
A la una y media de la tarde del 1° de abril de 1978, Murakami tomó la decisión de escribir su primera novela. “Ese día estaba solo en la grada exterior del estadio Jingu, viendo un partido de béisbol mientras tomaba cerveza (…) y en aquella época yo era un ferviente seguidor de los Yakult Swallows (…). En el turno de bateo de los Yakult, el primer bateador, Dave Hilton, un joven outfielder recién llegado de Estados Unidos, golpeó la bola hacia la línea exterior izquierda. El agudo sonido del bate impactando de lleno en aquella bola rápida resonó en todo el estadio. Hilton superó ágilmente la primera base y alcanzó con facilidad la segunda. En ese instante me dije: “Ya está, voy a probar a escribir una novela”, así escribió Murakami en De qué hablo cuando hablo de correr, su libro de memorias.
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La escritura nunca fue su aspiración, así como las novelas nunca fueron su ambición. Escribir nació de la inquietud misma por probar qué podía hacer, aun cuando no tenía una idea clara sobre qué podía escribir. “Al volver a casa, me senté frente a la mesa y me dispuse a intentar escribir algo, pero —hasta ese momento no había caído en cuenta— resultó que no tenía ni una estilográfica decente. Así que fui a la librería Kinokuniya, de Shinjuku, y me compré un paquete de folios con cuadrícula y una pluma Sailor de unos mil yenes. Fue una inversión de capital muy modesta”.
Así fue como en el otoño de 1978, Murakami le puso punto final a Oíd cantar al viento, su primera novela, hecho que coincidió con la victoria de los Yakult Swallows, tras una tradición de constantes pérdidas en los campeonatos. Aunque este libro ganó el concurso de la revista Gunzo, lo importante para el autor no fue el reconocimiento, sino el hecho de haberla terminado. A Oíd cantar el viento le siguió Pinball 1973, dos experiencias que sembraron en Murakami el deseo de escribir una novela más profunda que lo dejara satisfecho. La caza del carnero salvaje fue el resultado de ello. “Recuerdo que en la redacción de la revista Gunzo, que entonces buscaba la denominada literatura mainstream, La caza del carnero salvaje no gustó nada. En mi opinión, esta obra supuso mi punto sustancial de partida como novelista. Creo que si hubiera seguido escribiendo obras de tipo más intuitivo, como Oíd cantar al viento o Pinball 1973, seguramente, antes o después, me habría atascado y no habría podido continuar”.
Y es que con su carácter solitario y hasta un poco individualista, pues él mismo reconoce, por ejemplo, que no le gustan mucho los deportes en equipo y sí las maratones, a Murakami le importa muy poco el qué dirán. Más bien, su preocupación central es que sus escritos cumplan con sus propias expectativas y que su relación con sus lectores se siga cultivando. El resto es añadidura. “En la profesión de novelista (al menos para mí) no hay victorias ni derrotas. Tal vez el número de ejemplares vendidos, los premios literarios, o lo buenas o malas que sean las críticas constituyan una referencia de los logros obtenidos, pero no los considero una cuestión esencial. Lo más importante es si lo escrito alcanza o no los parámetros que uno mismo se ha fijado, y frente a eso no hay excusas. Ante otras personas, tal vez, uno pueda explicarse en cierta medida; pero es imposible engañarse a sí mismo”.
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Para Murakami, la escritura implica un esfuerzo físico parecido al que requiere el cuerpo a la hora de trotar. Las dos actividades requieren dedicación y padecer algún tipo de dolor, pero no de sufrimiento. Él se define como un escritor al que no le fluye la creatividad, como a otros cuantos, y que como tal escribir una novela le exige gastar fuerza física. En su libro de memorias, recuerda que Raymond Chandler, uno de sus referentes literarios, alguna vez dijo: “Aunque no tenga nada que escribir, siempre me siento unas cuantas horas al día ante mi mesa, a solas, para concentrarme”. “Yo entiendo por qué lo hacía: de ese modo, Chandler fortalecía, con todo empeño y silencio, su entusiasmo y tono muscular necesarios para poder ser novelista profesional”.
En el libro De qué hablo cuando hablo de escribir, Murakami afirma que para hacer una novela no es necesario ser inteligente. Nada más se requiere tener buena redacción, un bolígrafo, un cuaderno y algo de imaginación para crear la historia. Para él, el ring al que pueden entrar los novelistas es bastante amplio. Sin embargo, el reto está en lograr mantenerse dentro de él. Por eso afirma: “La experiencia nos enseña a los escritores lo duro que es seguir siendo escritor”. Para él, el novelista es como un personaje de un libro que leyó cuando era niño. La historia narraba la experiencia de dos hombres al observar el monte Fuji. “Uno de los protagonistas, el más inteligente de los dos, observaba la montaña desde diversos ángulos y regresaba a casa después de convencerse de que, en efecto, ese era el famoso monte Fuji, una maravilla, sin duda. Era un hombre pragmático, rápido a la hora de comprender las cosas. El otro, por el contrario, no entendía bien de dónde nacía toda esa fascinación por la montaña y por eso se quedó allí solo y subió hasta la cima a pie. Tardó mucho tiempo en alcanzarla y le supuso un considerable esfuerzo. Gastó todas sus energías y terminó agotado, pero logró comprender físicamente qué era el monte Fuji”.
“Ser escritor (al menos en la mayoría de los casos) significa no ser extremadamente inteligente. Somos ese tipo de personas que no entienden bien la fascinación que despierta el Fuji a menos que subamos hasta la cima por nuestros propios medios”.
Murakami siempre ha preferido vivir las experiencias en carne propia, pues, a su parecer, recorrer grandes distancias es sinónimo de redactar largas novelas. De ahí que quiera ser recordado como un escritor (corredor).