Murió el colombianista Charles Bergquist
Ante la muerte esta semana del colombianista Charles Bergquist, reproducimos una entrevista que dio a este diario en 2014.
El historiador estadounidense Charles Bergquist, que murió esta semana, era autor de varios libros sobre Colombia, su conflicto armado y disputas sociales, además de extensa investigación en América Latina y el Caribe, particularmente alrededor de temas laborales.
Tal vez su libro más conocido sobre el país fue Café y Conflicto, de 1978, pero luego publicó otros dos sobre Violencia en Colombia, el último de ellos en 2001: “Violencia en Colombia 1990-2000: Haciendo la guerra, negociando la paz”.
Tan colombianólogo era que su correo de la Universidad de Washington, donde era profesor emérito y trabajó sus últimos años, era caramba@uw.edu
Como un pequeño homenaje, reproducimos una entrevista que le hizo Lina Britto, doctora en historia, para El Espectador en 2014.
“La historia de Colombia no es la de Cuba”: Charles Bergquist
El historiador norteamericano, autor de textos clásicos sobre economía cafetera y violencia política en Colombia, habló con El Espectador sobre el país dentro del contexto latinoamericano y las debilidades históricas y posibilidades a futuro de la izquierda desarmada.
Por: Lina Britto, especial para El Espectador (1 jun. 2014)
“A cazar hormigas”, fue lo que el historiador Charles Bergquist me respondió cuando le pregunté hace años por qué vino a Colombia la primera vez. Era mediados de los sesenta, cuenta él, cuando se instaló en el municipio de Vergara (Cundinamarca) como un miembro más de los Cuerpos de Paz, programa lanzado por el gobierno de John F. Kennedy para robarle protagonismo a la Revolución cubana entre las juventudes norteamericanas. Junto a otro compañero y a la comunidad, Bergquist se embarcó en la tarea de controlar la plaga de hormigas en la región, además de otras labores agrícolas.
Aunque cincuenta años después recuerda esos tiempos como una ironía de la vida, basta leerlo cuidadosamente para darse cuenta de que “cazar hormigas” es precisamente lo que ha venido haciendo desde entonces. Con altas dosis de paciencia, recursividad y creatividad, su obra remueve el fondo de los archivos para sacar a la luz los personajes y las coyunturas que construyeron los cimientos del país actual.
Sus libros y ensayos nos hablan de la República Cafetera, una nación atravesada por cambios profundos sucedidos a velocidades luz, desgarrada entre un conservadurismo ultramontano y un liberalismo insurreccional que ninguno de los ciclos de violencia desatados por la confrontación entre ambos sectores logró sanar.
Desde esta perspectiva de largo alcance, Charles Bergquist habló para El Espectador sobre el país de hoy en perspectiva latinoamericana, los retos históricos que enfrenta Colombia a comienzos del siglo XXI, cuando, al igual que hace un poco más de 100 años, se abre una encrucijada en la que nos jugaremos el futuro de la nación y su papel en el mundo.
Los dirigentes en Colombia tienen un gran afán por integrar al país a los mercados internacionales, por promover tratados de libre comercio sin mayor reflexión sobre las consecuencias. ¿Cree usted que esta tendencia tiene sus raíces en el despertar de la economía cafetera?
Sí, pero incluso desde antes. Lo que ahora entendemos del siglo XIX y todas sus guerras es que las clases dirigentes estaban tratando de reformar Colombia en un país liberal. Pero eso pasó en toda América Latina en el siglo XIX. Lo particular de Colombia es que el liberalismo no logró constituir hegemonía, por eso mientras esas guerras terminaron en los otros países, en Colombia continuaron hasta la Guerra de los Mil Días (1899-1902), la cual tampoco decidió nada, porque la visión liberal solo se aceptó después de 1910. Yo creo que es a raíz de esa lucha por el liberalismo desde el siglo XIX que Colombia tiene una característica que la distingue de sus vecinos: la fortaleza de los dos partidos y su apoyo popular. Es por medio de las guerras y de armar a los dos bandos desde sus bases populares que el sistema político bipartidista echa raíces y perdura a lo largo del siglo XX para deshacerse solo a comienzos del siglo XXI.
¿Entonces podríamos decir que es a partir del conflicto y la violencia que se han construido instituciones políticas en Colombia, que se han construido partidos?
Así es. Pero también es lo que ha impedido que terceros partidos tengan suerte. Colombia, que era un país cafetero de pequeños y medianos productores, no tenía una economía que giraba alrededor de un producto específico dominado por el capital extranjero y fabricado por mano de obra proletarizada, como es el caso de Venezuela con el petróleo, de Chile con el salitre y el cobre y de Cuba con el azúcar. En Colombia la clase dirigente y capitalista en el sector de exportación era nacional, mientras que la clase trabajadora estaba conformada por pequeños productores no proletarizados. Los partidos de izquierda en Colombia no prosperaban, los comunistas de los años treinta y el UNIR de Gaitán, por ejemplo, no pudieron, tuvieron que aliarse con el Partido Liberal. Por esa debilidad de los partidos de izquierda es que en Colombia no han aparecido tantos regímenes militares dictatoriales como en Chile, Venezuela o Cuba.
Pero más allá de las causas estructurales de la debilidad de la izquierda democrática, ¿qué pasa con otros factores como las relaciones sociales y los códigos culturales?
Lo que pasa es que la debilidad de la izquierda también nace de su incapacidad para confrontar e interactuar con el pequeño productor. Una meta universal de cualquier trabajador, sea de cuello blanco o agrícola, es controlar su trabajo. Esa era la lucha de los pequeños productores cafeteros, la cual tenía su aspecto negativo en la competencia individual y familiar y en la dependencia de los partidos tradicionales, lo cual explica en parte La Violencia. El problema es que la izquierda colombiana ha querido ver La Violencia como una revolución social abortada, cuando la realidad es otra, fue una contienda tradicional entre partidos que se terminó cuando los partidos decidieron compartir el poder (Frente Nacional). Y es ahí, en la segunda mitad del siglo XX, cuando el panorama cambia radicalmente a raíz de una decisión históricamente errada por parte de la izquierda de lanzarse a la insurrección.
¿Por qué “históricamente errada”?
Dada la estructura de la economía colombiana que acabo de describir, la insurrección de las guerrillas no tuvo éxito en la construcción de un movimiento de masas y recurrió al secuestro, a la extorsión y a otras tácticas que terminaron alienándolas, aislándolas, hasta que la opinión pública las comenzó a ver con repugnancia. Cuando los paramilitares llegan a la escena, la opinión pública no se escandaliza, casi que hay un apoyo implícito a los sectores reaccionarios dentro del Estado. Esa violencia de los últimos 50 años, combinada con la plata del narcotráfico, ha producido una contrarreforma agraria que, sumada a las reformas neoliberales, ha llevado a una crisis no solo de la economía cafetera, sino del campo en general, como lo ponen de manifiesto los paros y las movilizaciones actuales.
Y dentro de ese nuevo contexto de fracaso de las guerrillas, narcotráfico y reformas neoliberales, ¿qué posibilidades ve a futuro?
La economía colombiana de principios del siglo XXI se parece mucho más a las economías históricas de Chile, Venezuela o Cuba, para seguir con los mismos ejemplos. Hay mucha más proletarización, más concentración de la tierra, el país se está volviendo minero, mientras la agricultura está en crisis. Todos esos factores crean oportunidades para el fortalecimiento de la izquierda democrática desarmada. La gran traba es la guerrilla misma, que por lanzarse a la insurrección acabó con la izquierda pacífica. Por eso creo que el proceso de paz es fundamental.
Pero de los diálogos de La Habana el tema de las garantías a los desmovilizados para su participación en política sigue siendo el que más polariza al país. ¿Qué opina del argumento esgrimido por la izquierda respecto al asesinato sistemático de sus líderes electorales?
Creo que en un principio va a ser muy difícil garantizar la vida de los guerrilleros desmovilizados y creo que es una preocupación real que debe abordarse. Pero las Farc también tienen que reconocer su responsabilidad, por lanzarse a una revolución que no tenía futuro, que era producto de un malentendido de las posibilidades históricas de una insurrección popular. La historia de Colombia no es la de Cuba y tratar de replicar una guerra popular antiimperialista y anticapital extranjero era desconocer la propia historia. Esa idea de que en Colombia los grandes reformadores siempre han sido asesinados por la oligarquía tampoco concuerda con la realidad histórica. Uribe Uribe, por ejemplo, no fue un gran reformador, fue un liberal, lo que él buscaba era un rol más grande para el Estado, no el socialismo, y como liberal fue asesinado, no por ser socialista. Gaitán es otro ejemplo.
¿Y dónde deja a Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro?
Esa es otra época. Para entonces todo se había complicado por la insurgencia y la línea comunista de las Farc de combinar todas las formas de lucha, es decir, política electoral con violencia.
¿Entonces dónde ve usted el futuro de la izquierda democrática? Con ese repudio hacia las Farc tan generalizado es difícil imaginar posibilidades electorales para ellos una vez se hayan desmovilizado.
Basta mirar la historia de los países vecinos. Una vez terminada la insurgencia, tarde o temprano la gente se percata de las condiciones estructurales del país después de décadas de reformas neoliberales, del desastre que éstas han sido para la economía colombiana, el desempleo y la crisis agraria. Creo que las movilizaciones actuales están sentando las bases para el futuro, no sé si para un nuevo partido o para que ciertos sectores de los partidos ya existentes cambien de rumbo. Yo estoy muy optimista, porque Colombia ahora se parece más a sus vecinos que lo que se parecía durante la primera mitad del siglo XX.
*Doctora en historia de New York University, enseñaba e investigaba en el Weatherhead Center for International Affairs de la Universidad de Harvard al momento de esta entrevista. Hoy es profesora en Northwestern University.
El historiador estadounidense Charles Bergquist, que murió esta semana, era autor de varios libros sobre Colombia, su conflicto armado y disputas sociales, además de extensa investigación en América Latina y el Caribe, particularmente alrededor de temas laborales.
Tal vez su libro más conocido sobre el país fue Café y Conflicto, de 1978, pero luego publicó otros dos sobre Violencia en Colombia, el último de ellos en 2001: “Violencia en Colombia 1990-2000: Haciendo la guerra, negociando la paz”.
Tan colombianólogo era que su correo de la Universidad de Washington, donde era profesor emérito y trabajó sus últimos años, era caramba@uw.edu
Como un pequeño homenaje, reproducimos una entrevista que le hizo Lina Britto, doctora en historia, para El Espectador en 2014.
“La historia de Colombia no es la de Cuba”: Charles Bergquist
El historiador norteamericano, autor de textos clásicos sobre economía cafetera y violencia política en Colombia, habló con El Espectador sobre el país dentro del contexto latinoamericano y las debilidades históricas y posibilidades a futuro de la izquierda desarmada.
Por: Lina Britto, especial para El Espectador (1 jun. 2014)
“A cazar hormigas”, fue lo que el historiador Charles Bergquist me respondió cuando le pregunté hace años por qué vino a Colombia la primera vez. Era mediados de los sesenta, cuenta él, cuando se instaló en el municipio de Vergara (Cundinamarca) como un miembro más de los Cuerpos de Paz, programa lanzado por el gobierno de John F. Kennedy para robarle protagonismo a la Revolución cubana entre las juventudes norteamericanas. Junto a otro compañero y a la comunidad, Bergquist se embarcó en la tarea de controlar la plaga de hormigas en la región, además de otras labores agrícolas.
Aunque cincuenta años después recuerda esos tiempos como una ironía de la vida, basta leerlo cuidadosamente para darse cuenta de que “cazar hormigas” es precisamente lo que ha venido haciendo desde entonces. Con altas dosis de paciencia, recursividad y creatividad, su obra remueve el fondo de los archivos para sacar a la luz los personajes y las coyunturas que construyeron los cimientos del país actual.
Sus libros y ensayos nos hablan de la República Cafetera, una nación atravesada por cambios profundos sucedidos a velocidades luz, desgarrada entre un conservadurismo ultramontano y un liberalismo insurreccional que ninguno de los ciclos de violencia desatados por la confrontación entre ambos sectores logró sanar.
Desde esta perspectiva de largo alcance, Charles Bergquist habló para El Espectador sobre el país de hoy en perspectiva latinoamericana, los retos históricos que enfrenta Colombia a comienzos del siglo XXI, cuando, al igual que hace un poco más de 100 años, se abre una encrucijada en la que nos jugaremos el futuro de la nación y su papel en el mundo.
Los dirigentes en Colombia tienen un gran afán por integrar al país a los mercados internacionales, por promover tratados de libre comercio sin mayor reflexión sobre las consecuencias. ¿Cree usted que esta tendencia tiene sus raíces en el despertar de la economía cafetera?
Sí, pero incluso desde antes. Lo que ahora entendemos del siglo XIX y todas sus guerras es que las clases dirigentes estaban tratando de reformar Colombia en un país liberal. Pero eso pasó en toda América Latina en el siglo XIX. Lo particular de Colombia es que el liberalismo no logró constituir hegemonía, por eso mientras esas guerras terminaron en los otros países, en Colombia continuaron hasta la Guerra de los Mil Días (1899-1902), la cual tampoco decidió nada, porque la visión liberal solo se aceptó después de 1910. Yo creo que es a raíz de esa lucha por el liberalismo desde el siglo XIX que Colombia tiene una característica que la distingue de sus vecinos: la fortaleza de los dos partidos y su apoyo popular. Es por medio de las guerras y de armar a los dos bandos desde sus bases populares que el sistema político bipartidista echa raíces y perdura a lo largo del siglo XX para deshacerse solo a comienzos del siglo XXI.
¿Entonces podríamos decir que es a partir del conflicto y la violencia que se han construido instituciones políticas en Colombia, que se han construido partidos?
Así es. Pero también es lo que ha impedido que terceros partidos tengan suerte. Colombia, que era un país cafetero de pequeños y medianos productores, no tenía una economía que giraba alrededor de un producto específico dominado por el capital extranjero y fabricado por mano de obra proletarizada, como es el caso de Venezuela con el petróleo, de Chile con el salitre y el cobre y de Cuba con el azúcar. En Colombia la clase dirigente y capitalista en el sector de exportación era nacional, mientras que la clase trabajadora estaba conformada por pequeños productores no proletarizados. Los partidos de izquierda en Colombia no prosperaban, los comunistas de los años treinta y el UNIR de Gaitán, por ejemplo, no pudieron, tuvieron que aliarse con el Partido Liberal. Por esa debilidad de los partidos de izquierda es que en Colombia no han aparecido tantos regímenes militares dictatoriales como en Chile, Venezuela o Cuba.
Pero más allá de las causas estructurales de la debilidad de la izquierda democrática, ¿qué pasa con otros factores como las relaciones sociales y los códigos culturales?
Lo que pasa es que la debilidad de la izquierda también nace de su incapacidad para confrontar e interactuar con el pequeño productor. Una meta universal de cualquier trabajador, sea de cuello blanco o agrícola, es controlar su trabajo. Esa era la lucha de los pequeños productores cafeteros, la cual tenía su aspecto negativo en la competencia individual y familiar y en la dependencia de los partidos tradicionales, lo cual explica en parte La Violencia. El problema es que la izquierda colombiana ha querido ver La Violencia como una revolución social abortada, cuando la realidad es otra, fue una contienda tradicional entre partidos que se terminó cuando los partidos decidieron compartir el poder (Frente Nacional). Y es ahí, en la segunda mitad del siglo XX, cuando el panorama cambia radicalmente a raíz de una decisión históricamente errada por parte de la izquierda de lanzarse a la insurrección.
¿Por qué “históricamente errada”?
Dada la estructura de la economía colombiana que acabo de describir, la insurrección de las guerrillas no tuvo éxito en la construcción de un movimiento de masas y recurrió al secuestro, a la extorsión y a otras tácticas que terminaron alienándolas, aislándolas, hasta que la opinión pública las comenzó a ver con repugnancia. Cuando los paramilitares llegan a la escena, la opinión pública no se escandaliza, casi que hay un apoyo implícito a los sectores reaccionarios dentro del Estado. Esa violencia de los últimos 50 años, combinada con la plata del narcotráfico, ha producido una contrarreforma agraria que, sumada a las reformas neoliberales, ha llevado a una crisis no solo de la economía cafetera, sino del campo en general, como lo ponen de manifiesto los paros y las movilizaciones actuales.
Y dentro de ese nuevo contexto de fracaso de las guerrillas, narcotráfico y reformas neoliberales, ¿qué posibilidades ve a futuro?
La economía colombiana de principios del siglo XXI se parece mucho más a las economías históricas de Chile, Venezuela o Cuba, para seguir con los mismos ejemplos. Hay mucha más proletarización, más concentración de la tierra, el país se está volviendo minero, mientras la agricultura está en crisis. Todos esos factores crean oportunidades para el fortalecimiento de la izquierda democrática desarmada. La gran traba es la guerrilla misma, que por lanzarse a la insurrección acabó con la izquierda pacífica. Por eso creo que el proceso de paz es fundamental.
Pero de los diálogos de La Habana el tema de las garantías a los desmovilizados para su participación en política sigue siendo el que más polariza al país. ¿Qué opina del argumento esgrimido por la izquierda respecto al asesinato sistemático de sus líderes electorales?
Creo que en un principio va a ser muy difícil garantizar la vida de los guerrilleros desmovilizados y creo que es una preocupación real que debe abordarse. Pero las Farc también tienen que reconocer su responsabilidad, por lanzarse a una revolución que no tenía futuro, que era producto de un malentendido de las posibilidades históricas de una insurrección popular. La historia de Colombia no es la de Cuba y tratar de replicar una guerra popular antiimperialista y anticapital extranjero era desconocer la propia historia. Esa idea de que en Colombia los grandes reformadores siempre han sido asesinados por la oligarquía tampoco concuerda con la realidad histórica. Uribe Uribe, por ejemplo, no fue un gran reformador, fue un liberal, lo que él buscaba era un rol más grande para el Estado, no el socialismo, y como liberal fue asesinado, no por ser socialista. Gaitán es otro ejemplo.
¿Y dónde deja a Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro?
Esa es otra época. Para entonces todo se había complicado por la insurgencia y la línea comunista de las Farc de combinar todas las formas de lucha, es decir, política electoral con violencia.
¿Entonces dónde ve usted el futuro de la izquierda democrática? Con ese repudio hacia las Farc tan generalizado es difícil imaginar posibilidades electorales para ellos una vez se hayan desmovilizado.
Basta mirar la historia de los países vecinos. Una vez terminada la insurgencia, tarde o temprano la gente se percata de las condiciones estructurales del país después de décadas de reformas neoliberales, del desastre que éstas han sido para la economía colombiana, el desempleo y la crisis agraria. Creo que las movilizaciones actuales están sentando las bases para el futuro, no sé si para un nuevo partido o para que ciertos sectores de los partidos ya existentes cambien de rumbo. Yo estoy muy optimista, porque Colombia ahora se parece más a sus vecinos que lo que se parecía durante la primera mitad del siglo XX.
*Doctora en historia de New York University, enseñaba e investigaba en el Weatherhead Center for International Affairs de la Universidad de Harvard al momento de esta entrevista. Hoy es profesora en Northwestern University.