Museo de Botero de Bogotá: convicciones y estilo propio
En las diferentes salas del Museo de Bogotá se aprecia la agudeza del olfato de Fernando Botero para hallar un estilo propio, su reinterpretación de lo clásico y su tendencia hacia lo monumental. El artista falleció este 15 de septiembre en Mónaco.
Laura Camila Arévalo Domínguez
Fernando Botero fue una de las figuras con las que más se reconocieron los aportes de Colombia al mundo de las artes. Su colección permanente en el Museo de Bogotá es uno de los lugares en los que los colombianos, ahora después de su muerte, podrán entender su búsqueda incesante por consagrarse como un artista distinto a todos los demás. Por ser un artista único, como lo fueron sus pasiones y razones por las que convirtió sus percepciones en arte.
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El Museo de Botero forma parte de las constantes de la Red Cultural del Banco de la República: en un lado se exhiben trabajos de artistas internacionales, los cuales revelan la faceta de coleccionista del maestro Fernando Botero, y en el otro lado están expuestas obras de su autoría, las cuales corresponden a un período de madurez comprendido entre los años ochenta y noventa.
Generalmente, el primer encuentro con la obra de Botero era a través de la entrada principal del museo, en la que una mano izquierda de 260 x 140 x 175 cm se extiende desde el suelo. Esta escultura de bronce fue hecha en 1975, un año después de uno de los sucesos que marcarían la vida y obra del artista colombiano: en un trayecto en el que se movilizaba de Sevilla a Madrid se chocó contra un camión. Con él estaban su esposa, Cecilia Zambrano, y su hijo Pedrito, de cuatro años, quien no sobrevivió al accidente. Botero sufrió heridas en su mano derecha, así que se presume que la escultura podría ser un homenaje a sus manos, ya que tiempo después del accidente su obra también comenzó a componerse de recuerdos de Pedrito. El nombre de su hijo también es una de las obras que lo recuerda y que compone la muestra del Museo de Botero de Bogotá.
El boceto de la Mandolina, una guitarra de boca diminuta, pero volúmenes gruesos, fue el comienzo de un recorrido del que no se desvió a pesar de las críticas y los fracasos. Masaccio, Giotto o Piero della Francesca fueron algunos de los artistas con los que se identificó, pero refuerza que ninguna obra ajena, clásica, ponderada o inspiradora, fue tan importante como la búsqueda de su propio camino. “El camino que uno tiene es el verdadero. Pintar es crear un estilo; si hay convicción el estilo nace por sí solo”, dijo en una entrevista que dio en febrero de 2019 al periódico El País de España. En aquella conversación confesó que la donación de sus obras, tanto de su autoría como de su colección, fue una de las decisiones más importantes de su vida, además de responder a una pregunta sobre las críticas que ha recibido por vender sus obras con una frase en la que resumió su postura frente a sus detractores: “Está mal que lo diga, pero soy el pintor vivo que más ha expuesto en el mundo, incluido China”.
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En las diferentes salas del Museo de Bogotá se aprecia la agudeza de su olfato para hallar un estilo propio, su reinterpretación de lo clásico, su tendencia hacia lo monumental, sus homenajes, rechazos y apologías que plasmó como pinturas o esculturas sobre lo que lo conmovió o lo indignó, y su mirada de coleccionista. Las obras dan cuenta de sus observaciones a los detalles y la cotidianidad, pero sobre todo de sus luchas, que fueron incansables después de que se reconoció en el estilo que marcaría su huella como artista. Fernando Botero no renunció a pesar del horizonte reducido y agreste que prometían las reacciones a sus producciones. No desistió gracias a la convicción, tal vez el componente fundamental para no perder la fuerza a pesar de lo solitario que se presentara el futuro.
La muestra contiene también algunas de las obras con las que Fernando Botero pintó sobre la violencia colombiana, como Masacre de Mejor Esquina, de 1997, o Carrobomba, de 1999, o sobre ser presidente de Colombia, con la obra Presidente durmiendo, pintada en 1998. Su postura como artista frente a la violencia se aleja de la pretensión de reducirla o suprimirla: sabe que su función siempre será la del placer por la estética, así se origine desde un cuadro o una escultura que refleje muerte. “El placer de la pintura es placer por sí mismo”, también le dijo a Juan Cruz, de El País. Y tal vez por eso pidió que la escultura El pájaro, que fue destrozada el 10 de junio de 1995 a causa de la explosión de una bomba en el parque San Antonio de Medellín, no se restaurara. Se quedó como una muestra de la decadencia y la sevicia, pero también de la resistencia de la belleza y su obstinación por recordar, juntar o sanar.
Fernando Botero fue una de las figuras con las que más se reconocieron los aportes de Colombia al mundo de las artes. Su colección permanente en el Museo de Bogotá es uno de los lugares en los que los colombianos, ahora después de su muerte, podrán entender su búsqueda incesante por consagrarse como un artista distinto a todos los demás. Por ser un artista único, como lo fueron sus pasiones y razones por las que convirtió sus percepciones en arte.
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Generalmente, el primer encuentro con la obra de Botero era a través de la entrada principal del museo, en la que una mano izquierda de 260 x 140 x 175 cm se extiende desde el suelo. Esta escultura de bronce fue hecha en 1975, un año después de uno de los sucesos que marcarían la vida y obra del artista colombiano: en un trayecto en el que se movilizaba de Sevilla a Madrid se chocó contra un camión. Con él estaban su esposa, Cecilia Zambrano, y su hijo Pedrito, de cuatro años, quien no sobrevivió al accidente. Botero sufrió heridas en su mano derecha, así que se presume que la escultura podría ser un homenaje a sus manos, ya que tiempo después del accidente su obra también comenzó a componerse de recuerdos de Pedrito. El nombre de su hijo también es una de las obras que lo recuerda y que compone la muestra del Museo de Botero de Bogotá.
El boceto de la Mandolina, una guitarra de boca diminuta, pero volúmenes gruesos, fue el comienzo de un recorrido del que no se desvió a pesar de las críticas y los fracasos. Masaccio, Giotto o Piero della Francesca fueron algunos de los artistas con los que se identificó, pero refuerza que ninguna obra ajena, clásica, ponderada o inspiradora, fue tan importante como la búsqueda de su propio camino. “El camino que uno tiene es el verdadero. Pintar es crear un estilo; si hay convicción el estilo nace por sí solo”, dijo en una entrevista que dio en febrero de 2019 al periódico El País de España. En aquella conversación confesó que la donación de sus obras, tanto de su autoría como de su colección, fue una de las decisiones más importantes de su vida, además de responder a una pregunta sobre las críticas que ha recibido por vender sus obras con una frase en la que resumió su postura frente a sus detractores: “Está mal que lo diga, pero soy el pintor vivo que más ha expuesto en el mundo, incluido China”.
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La muestra contiene también algunas de las obras con las que Fernando Botero pintó sobre la violencia colombiana, como Masacre de Mejor Esquina, de 1997, o Carrobomba, de 1999, o sobre ser presidente de Colombia, con la obra Presidente durmiendo, pintada en 1998. Su postura como artista frente a la violencia se aleja de la pretensión de reducirla o suprimirla: sabe que su función siempre será la del placer por la estética, así se origine desde un cuadro o una escultura que refleje muerte. “El placer de la pintura es placer por sí mismo”, también le dijo a Juan Cruz, de El País. Y tal vez por eso pidió que la escultura El pájaro, que fue destrozada el 10 de junio de 1995 a causa de la explosión de una bomba en el parque San Antonio de Medellín, no se restaurara. Se quedó como una muestra de la decadencia y la sevicia, pero también de la resistencia de la belleza y su obstinación por recordar, juntar o sanar.