Música colombiana, el folclor de otros tiempos

“Algo que tengo muy claro en cuanto a mi herencia es que la música es como el hombre: debe crecer y no quedarse en un museo o en lamentaciones”, dijo Sonia Bazanta Vides, la mujer que decidió firmar cada una de sus composiciones como Toto la Momposina.

“Algo que tengo muy claro en cuanto a mi herencia es que la música es como el hombre: debe crecer y no quedarse en un museo o en lamentaciones”, dijo Sonia Bazanta Vides, la mujer que decidió firmar cada una de sus composiciones como Toto la Momposina.

Con esas palabras, la cantaora, hija de Mompox, develó el anhelo que sostendría su carrera: mantener vivo el folclor de su tierra. No quería que se convirtiera en un asunto del recuerdo y la nostalgia que trae el pasado, sino que también esos sonidos, los que nacen en los pueblos, fueran testimonio de la vida y la acción del presente.

En la Universidad Javeriana de Bogotá, Nicolás Sadovnik, quien estudiaba ingeniería de sonido, ingresó al diplomado de cuerdas pulsadas colombianas, el primero que organizaba la institución. Allí conoció a Iván Pérez y Helbert Meléndez, con quienes conformaría Carrangomelos, una agrupación de carranga.

Le puede interesar: De los Santos Arias: mirar el mundo desde los ojos de un latinoamericano

Dijo Sadovnik que él era un rockero, pero tenía curiosidad por explorar el folclor colombiano. Por eso fue a ese espacio académico, en el que aprendió a tocar el requinto y el tiple, y en donde encontró que la música carranguera le respondía una pregunta que tenía en su cabeza: “¿Quién soy yo como músico colombiano?”.

“Quería saber, como colombiano, qué le podía mostrar al mundo por medio de mi música. Exploré el folclor de la costa Caribe, pero por mi cultura y el sonido la carranga era mucho más cercana: soy de clima frío y de montaña”. Pero también confesó que este ritmo lo cautivó porque tenía sus similitudes con el rock. Lo percibió revolucionario e irreverente en su sonido y sus letras cargadas de doble sentido.

Le sugerimos leer: La RTVE pide explicaciones a la BBC por presunto plagio de “Ministerio del tiempo”.

Así empezó la exploración de estos bogotanos por el repertorio del maestro Jorge Velosa y otros compositores del género. Los pasillos de la Javeriana se convirtieron en sus salones de ensayo. Uno de esos días de práctica conocieron a Jorge Cucaita, un boyacense y estudiante de música, con quien completaron la banda.

“Nos fuimos sumergiendo en las primeras composiciones. Queríamos hablar con el lenguaje carranguero, que era jocoso y que le cantaba a la vida, pero como ninguno era campesino, empezamos a escribir sobre nuestras vivencias como jóvenes bogotanos, gomelos y estudiantes. Por eso surgió el nombre de los Carrangomelos, porque nos apropiamos de esa música para cantarla desde nuestra visión urbana”, expresó Sadovnik, cantante y requintista de la agrupación.

Le recomendamos: FundéuRAE: “especializar(se) en algo”, no “sobre algo”

A más de 500 kilómetros de Bogotá, en las calles de Quibdó, nació otro conjunto musical que se apropió y redefinió la herencia cultural de su pueblo. Jazz ChiriMusic fue el nombre con el que Yeison Moreno, Janeth Teherán, Jam, y sus amigos bautizaron este proyecto, que nació tras un trabajo de investigación que arrojó que la música del Pacífico norte estaba conectada con otros sonidos de la diáspora africana. El jazz, el blues o el rock and roll también eran parte de su identidad como negros.

“Nuestra primera fuente de investigación fue la herencia. Allí encontramos que estos ritmos nacieron con nosotros y que se incrustaron en nuestra psiquis ancestral. Además, nos dimos cuenta de que en la rítmica había proximidad. Entendimos que existían una infinidad de formas para la música dentro del legado africano”, señaló Jam, la vocalista.

Jazz ChiriMusic logró adaptar la rítmica de la chirimía (ritmo tradicional del Pacífico) a otros lenguajes musicales como el jazz, el blues, el góspel, el afrobeat nigeriano, el hip-hop y el funk. Desde esta extensión de lo tradicional, estos jóvenes lograron hacer un ejercicio de exposición y resistencia a las realidades de desigualdad y carencia que actualmente enfrenta su departamento. “La situación con los jóvenes que hacen arte en Chocó es dura y difícil de afrontar si no tienes respaldo o apoyo. Sabemos que, paradójicamente, el paso a seguir es llevar nuestra música afuera para que por fin suene adentro y se pueda disfrutar libremente”.

También puede leer: Y bajó el telón de la Berlinale 74: imágenes y detalles de la premiación

Con ese sentido de reivindicación también nació el proyecto de Magdalena Moreno: La Morena del Chicamocha. El nombre fue inspirado en su color de piel, en su apellido y en el cañón que reposa sobre el río que atraviesa Santander, el lugar que la vio crecer. Es una cantaora de bullerenge afro travesti, como denominó su música, que es en esencia el ritmo perteneciente a los cimarrones de San Basilio de Palenque, pero que se resignifica al ponerlo sobre la experiencia que atraviesa su cuerpo.

“El nombre de La Morena del Chicamocha nació para reivindicar el territorio donde nací, pero también se originó con el objetivo de reafirmar el hecho de que allí existimos travestis negras, que hay gente racializada en ese departamento y que, aunque no soy de ahí, puedo contar mi realidad con su misma sonoridad”, dijo la artista.

Optó por cantar bullerengue como parte de un llamado ancestral, en el que encontró un espacio de enunciación y resistencia, pero también de sanación. En la “bulla” del tambor y en la “arenga” que celebra la vida, encontró cómo darle lugar a esa otredad que estaba en ella: “El bullerenge ya no es un ejercicio simplemente musical, también se trata de algo espiritual. Esto fue lo que me permitió sanar y reencontrarme con mi etnicidad y mi feminidad. Si no hubiese sanado toda la rabia e indignación que tenía sobre muchas cosas, tal vez esta persona que soy no existiría. Por eso, hoy en día narro todas mis historias por medio de la música: no tengo otra forma para hacerlo”.

Le sugerimos: John Castles, moldear un legado en hierro y acero

Quienes tampoco quisieron permanecer en lo que estaba establecido fueron los integrantes de Cimarrón, un grupo de joropo que nació en el municipio más antiguo de Meta: San Martín. Del encuentro entre Ana Vaydó y Carlos Cuco Rojas resultó esta propuesta musical en la que se vincularon las raíces con una visión futurista, a través de la interpretación del arpa, el cuatro, el tiple y la bandola, con el cajón afroperuano, el surdo brasileño y el manguaré amazónico. “Nos aventuramos a soltar aquella idea de que había que permanecer y repetir la misma fórmula. Se creía que era lo único que funcionaba. Para nosotros, la mejor receta fue mantenernos en las raíces, reconocer su valor y, desde ahí, caminar otros senderos sonoros. Descubrimos que el joropo que sonaba no era el propio de Colombia, sino que se trataba del formato venezolano. Lo que hicimos fue devolvernos al origen y adaptarlo”, contó Vaydó, vocalista de Cimarrón.

Con esta propuesta lograron ser la primera y única banda de música tradicional colombiana nominada a los Grammy Anglo en la categoría de mejor álbum de música tradicional del mundo. Además, ya han llevado su sonido a más de 30 países de los cinco continentes.

La artista coincidió con Nicolás Sadovnik en que el lenguaje de la música era universal y permitía traspasar las fronteras de lo tradicional. Incluso, aseguraron que las variaciones de sus proyectos eran síntomas de que el folclor tenía una larga vida. “En el mundo globalizado que vivimos es inevitable que estas músicas entren en diálogo con otros géneros. Es ahí cuando se logra que muchas más personas pongan los oídos en lo tradicional, porque encuentran puntos de conexión con eso que les gusta y se generan preguntas por eso que logró fusionarse”, agregó Sadovnik.

Podía interesarle: “En el amor y en la alegría, encuentro sentido a la vida”: Cecilia León de Archila

En una de sus investigaciones, Olga Molano planteó que el concepto de identidad cultural transmutaba con el paso del tiempo y que estaba ligado al desarrollo que atravesaba un territorio. De igual manera, explicó que la identidad no era un término fijo, sino que se recreaba individual y colectivamente, nutriéndose de forma continua de la influencia exterior. Y aunque todos los artistas tenían claro que este fenómeno se daba de forma natural, también eran conscientes de que no se podían desvincular de la esencia del folclor.

Para La Morena del Chicamocha era importante respetar y no desconocer la tradición: lo que ocurría en el presente pertenecía al pasado. “Detrás del golpe del tambor hay una ancestralidad en términos de conocimientos. Es más, existe un ejercicio de lucha y resistencia sonora de las comunidades negras. La música tiene unos cambios y unas permanencias, pero a la gente que hace fusiones se interesa más por proyectarlo a lo comercial, lo cual no está mal, pero cuando tú vas a hacer sonidos que tienen que ver con la historia de un pueblo, hay que tener unos mínimos del respeto frente a eso. Suena paradójico, aunque hay que agregar, pero no para restarle, sino para sumarle”.

Le puede interesar: “La hija de Gardel”, una novela sobre la búsqueda de la verdad y la identidad

Otro punto en el que coincidieron los artistas fue la falta de canales de difusión y muestra de su quehacer. Señalaron que había poco interés y una desconfianza frente a sí la música folclórica podía ser rentable o llamativa.

“El desconocimiento y la poca visibilidad que existe sobre la música folclórica tiene que ver con la comunicación y la apropiación. En vez de musicalizar productos culturales con canciones de artistas internacionales, deberían ponerse producciones nacionales. Eso es lo que debería inquietar a la gente, pero hay que promoverlo”, manifestó Jam, quien también dijo que el fenómeno de las tendencias en redes sociales llevó a que se priorizaran las cifras por sobre la “magia” y el contenido de la música.

Cada jueves podrán recibir en sus correos el newsletter de El Magazín Cultural, un espacio en el que habrá reflexiones sobre nuestro presente, ensayos, reseñas de libros y películas y varias recomendaciones sobre la agenda cultural para sus fines de semana. Si desean inscribirse a nuestro newsletter, que estará disponible desde la segunda semana de marzo, puede hacerlo ingresando AQUÍ.