Nadia Granados: Colombia no menstrua aunque se desangre
La artista presentó una instalación en el Museo de Antioquia, como parte de la convocatoria de Residencias Cundinamarca, y entre otras cosas, afirma que la representación del cuerpo femenino propuesto por la mass media ha sido obsceno y grotesco.
Manuela Saldarriaga H.
Contra el terrorismo de Estado, contra el mal gobierno, contra la impunidad, contra los sistemas de representación dominados por el heteropatriarcado, contra el discurso endémico de lo que se entiende por ser mujer, contra la violencia y, contra todo pronóstico. Son estos los caminos recurrentes en la obra de la artista colombiana Nadia Granados. Como herramienta tiene el cuerpo. Empezó con la escultura y le hizo falta el movimiento. El cuerpo: “Lo más cercano y tangible para acercarse al mundo”. Y un cuerpo femenino, además. Pero no es el cuerpo en carne, hueso y savia-sangre; es el cuerpo como receptor oprimido. “Quienes nacemos con vagina tenemos aprendizajes más nocivos implícitos en la cultura de masas que quienes nacen con pene”.
Luego, con un interés por cómo esos aprendizajes tenían que ver con nuestros comportamientos políticos, sociales y con la forma en como nos desenvolvemos en la vida íntima y en la cotidiana, llegó a la conclusión de que no tendría sentido alguno hacer objetos de acuerdo con su necesidad vinculada al arte. “El objeto no circula, está inerte. El cuerpo, en cambio, es un detonante”. Sus primeras obras (17 años) fueron sobre los gestos de lo femenino y la sexualidad, de cómo todo esto estaba manipulado al servicio de la mirada masculina y se permitió así una búsqueda por la construcción de género y los sistemas de autorrepresentación no categóricos.
Con los videos ha sido una exploración permanente. Nadia se alineó con visuales para construir instalaciones livianas, lívidas y móviles. Como artista plástica y ahora, como aspirante a magíster de Artes visuales en México, da cuenta de un trayecto expositivo que comprende más de 20 países. Se preocupa por “lo que no está dentro de control, eso que se sale de los esquemas y parámetros. Lo que está escondido”, y lo que decide exagerar y poner frente al otro.
Para ella, la representación del cuerpo femenino propuesto por la mass media ha sido obsceno y grotesco. Obsceno aquello que está oculto, prohibido para la mirada de todos, y que desea poner en público. Y sobre lo grotesco, ¿por qué hay cosas que están veladas y otras no? “Tengo un video sobre el asco y la sangre, la sangre menstrual. Uno dice: todas nosotras tenemos que avergonzarnos de menstruar, de oler a lo que olemos, y en el video, en el que chupo un tampón, la gente que lo ve siente náuseas. Entonces, en nuestro sistema de representación hay un montón de imágenes en donde los hombres matan por toneladas a otros hombres, con rifles, asesinan, ¿y esto no da asco? Es mucha, muchísima sangre, pero nadie se vomita”.
Nadia es sin duda una mujer feminista que entiende por esto una herencia que recibió de mujeres que lucharon por cambios políticos y por acceso a cosas antes negadas. Detesta la clasificación de “hembrismo”. El mayor cambio que hizo en su vida fue el de salvarse a sí misma, asegura, y para hacerlo debió dejar un acumulado de historias aprehendidas. Conoce Colombia profundamente, trabajó durante siete años con comunicación popular; desde 2005 hasta 2009 estuvo con el Congreso de los pueblos cerca al Catatumbo y a Arauca; “la ultraderecha los catalogaría como movimientos insurgentes”. Hizo parte de un proyecto con conciencia de problemáticas campesinas, rurales, sindicales. También estuvo en un colectivo llamado Somos Sudacas, vinculada con procesos estudiantiles y obreros.
Es irremediable, pues, que el asunto de la discusión sobre el poder de los medios y la guerra simbólica, y de cómo usan toda esta estructura para dominar y manipular a la población que está sometida y teledirigida, en sus palabras, sea parte de su trabajo, que también es uno feminista. En él tiene como lucha el juego con los estereotipos de la mujer, desestabilizarlos. “Estoy reinterpretando aquella enorme cantidad de información y de códigos de opresión que han tirado sobre mí desde que nací”. Se interesó por las artistas feministas que en los 80 empezaron con el pos porno como Annie Sprinkle, prostituta, directora de cine y doctora en filosofía. Justamente con ella fue como comenzó un intercambio con ocho mujeres, igualmente prostitutas, de la Plaza Botero (Medellín), contigua al Museo de Antioquia. Hizo parte de Residencias Cundinamarca –proyecto que tiene el propósito de que el entorno converja y se acerque en procesos de investigación artísticos así como a los circuitos expositivos del Museo-. Su proceso lo nombró “Nadie sabe quién soy yo”, un cabaret performance que estará el 18 de mayo en exhibición.
Hay en este último una mujer de poco más de 20 años, otra de 30 y las demás de 50 en adelante. Todas lideresas, madres de familia y una abuela. Con cada una creó escenas performáticas de acuerdo con sus conocimientos vitales, su relación con los hombres, la sumisión, el cuerpo real amado u odiado, el acoso. Hacen una danza de los senos como Sprinkle, otra quiere arrancarse las tripas mientras ocurre un video de Santos editado con frases sinsentido sobre “la paz”. Y esta es la primera vez que trabaja con no artistas. Trató de acercarse a ellas con una visión no lastimera. “No es una oferta genital; este, como cualquier otro trabajo, tiene sus precariedades y todo lo demás que pesa sobre ti: la persecución de la policía, la persecución de la sociedad, el desprecio, la falta de interés por esta población desde los programas sociales, el mismo hecho de cómo lo denigra quien lo ve desde fuera”.
Es muy raro que este sea un país con la prostitución como atractivo turístico, según ella (y con una buena tanda de prostitución infantil), pero todavía existan personajes como Ordóñez que aseguren que “abortar a un niño es terrible cuando le limpia la fachada a un montón de asesinos”. Ella es proabortista, a propósito, algo con lo no obliga a abortar -“Hagámoslo en fila, no, es solo que si quiero hacerlo, lo pueda hacer. Yo he abortado muchas veces, no es como: ¡tener un polvo es tener un hijo! Hay mujeres que se meten ganchos por las vaginas, que se tiran por las escaleras… Si usted quiere tener sus hijos, nadie la puede obligar a que aborte, porque es todo un acceso a educación, sin embargo, la niña de 13 años que dice “lo voy a tener porque tiene derecho a vivir, voy a ser madre”, es producto de toda una cultura que pesa sobre ella que le ha dicho que si hace lo contrario es una asesina”.
Para la artista hace falta mucha conciencia sobre las maternidades responsables. “No pueden obligarte a ser mamá y eso es lo que sucede cuando estás empobrecida y en la precariedad; debería haber un acceso total porque lo decido. Que sea la voluntad soberana sobre tu cuerpo”. Ahora, la mujer no es su único punto focal, hoy investiga sobre las masculinidades endriagas -un sujeto literario que se caracteriza por su gesto bestial- y se preocupa por la construcción de género masculino devenido del capitalismo salvaje y del narcotráfico en Colombia y en México. Ese sujeto que se entiende como héroe nacional cuando padece una aflicción al hacer parte de ejércitos de violencia, al ser machista, al seguir el modelo de hombre que ha propuesto el paramilitarismo -desde el capataz hasta el sicario-, basados en el terror sobre el cuerpo y qué decir del desmembramiento. “El hombre que iza una cabeza descuartizada”.
En Colombia van más de 30 líderes sociales asesinados durante el 2017 y fueron más de cien el año pasado. Nadia recuerda que los paramilitares o solo los militares vinculados con atentados a los derechos humanos en Colombia, como Rito Alejo del Río o Jaime Alberto Uscátegui –aprendices de la Escuela Las Américas en Estados Unidos-, son criminales de Estado por la persecución contra los negros, los campesinos, los indígenas, que padecieron masacres por estar en pueblos situados sobre riquezas. “La lucha colombiana anticomunista disfrazada de persecución contra la guerrilla”.
Su obra, en suma, es un acto que ella misma exclama: Detonar. “Me interesa esa palabra y esa acción, las explosiones fulminantes. Hace falta que detonen cosas, no es una violencia de matar, de dañar; es de despertar, reaccionar. Me gusta la idea de que mi trabajo haga que algo explote, como los orgasmos, incluso hacia un lado más vital, no de la muerte, porque ya la muerte es un tema tan recurrente y tan validado... No entiendo, genera más escándalo ver un cuerpo desnudo que un cuerpo mutilado”.
Contra el terrorismo de Estado, contra el mal gobierno, contra la impunidad, contra los sistemas de representación dominados por el heteropatriarcado, contra el discurso endémico de lo que se entiende por ser mujer, contra la violencia y, contra todo pronóstico. Son estos los caminos recurrentes en la obra de la artista colombiana Nadia Granados. Como herramienta tiene el cuerpo. Empezó con la escultura y le hizo falta el movimiento. El cuerpo: “Lo más cercano y tangible para acercarse al mundo”. Y un cuerpo femenino, además. Pero no es el cuerpo en carne, hueso y savia-sangre; es el cuerpo como receptor oprimido. “Quienes nacemos con vagina tenemos aprendizajes más nocivos implícitos en la cultura de masas que quienes nacen con pene”.
Luego, con un interés por cómo esos aprendizajes tenían que ver con nuestros comportamientos políticos, sociales y con la forma en como nos desenvolvemos en la vida íntima y en la cotidiana, llegó a la conclusión de que no tendría sentido alguno hacer objetos de acuerdo con su necesidad vinculada al arte. “El objeto no circula, está inerte. El cuerpo, en cambio, es un detonante”. Sus primeras obras (17 años) fueron sobre los gestos de lo femenino y la sexualidad, de cómo todo esto estaba manipulado al servicio de la mirada masculina y se permitió así una búsqueda por la construcción de género y los sistemas de autorrepresentación no categóricos.
Con los videos ha sido una exploración permanente. Nadia se alineó con visuales para construir instalaciones livianas, lívidas y móviles. Como artista plástica y ahora, como aspirante a magíster de Artes visuales en México, da cuenta de un trayecto expositivo que comprende más de 20 países. Se preocupa por “lo que no está dentro de control, eso que se sale de los esquemas y parámetros. Lo que está escondido”, y lo que decide exagerar y poner frente al otro.
Para ella, la representación del cuerpo femenino propuesto por la mass media ha sido obsceno y grotesco. Obsceno aquello que está oculto, prohibido para la mirada de todos, y que desea poner en público. Y sobre lo grotesco, ¿por qué hay cosas que están veladas y otras no? “Tengo un video sobre el asco y la sangre, la sangre menstrual. Uno dice: todas nosotras tenemos que avergonzarnos de menstruar, de oler a lo que olemos, y en el video, en el que chupo un tampón, la gente que lo ve siente náuseas. Entonces, en nuestro sistema de representación hay un montón de imágenes en donde los hombres matan por toneladas a otros hombres, con rifles, asesinan, ¿y esto no da asco? Es mucha, muchísima sangre, pero nadie se vomita”.
Nadia es sin duda una mujer feminista que entiende por esto una herencia que recibió de mujeres que lucharon por cambios políticos y por acceso a cosas antes negadas. Detesta la clasificación de “hembrismo”. El mayor cambio que hizo en su vida fue el de salvarse a sí misma, asegura, y para hacerlo debió dejar un acumulado de historias aprehendidas. Conoce Colombia profundamente, trabajó durante siete años con comunicación popular; desde 2005 hasta 2009 estuvo con el Congreso de los pueblos cerca al Catatumbo y a Arauca; “la ultraderecha los catalogaría como movimientos insurgentes”. Hizo parte de un proyecto con conciencia de problemáticas campesinas, rurales, sindicales. También estuvo en un colectivo llamado Somos Sudacas, vinculada con procesos estudiantiles y obreros.
Es irremediable, pues, que el asunto de la discusión sobre el poder de los medios y la guerra simbólica, y de cómo usan toda esta estructura para dominar y manipular a la población que está sometida y teledirigida, en sus palabras, sea parte de su trabajo, que también es uno feminista. En él tiene como lucha el juego con los estereotipos de la mujer, desestabilizarlos. “Estoy reinterpretando aquella enorme cantidad de información y de códigos de opresión que han tirado sobre mí desde que nací”. Se interesó por las artistas feministas que en los 80 empezaron con el pos porno como Annie Sprinkle, prostituta, directora de cine y doctora en filosofía. Justamente con ella fue como comenzó un intercambio con ocho mujeres, igualmente prostitutas, de la Plaza Botero (Medellín), contigua al Museo de Antioquia. Hizo parte de Residencias Cundinamarca –proyecto que tiene el propósito de que el entorno converja y se acerque en procesos de investigación artísticos así como a los circuitos expositivos del Museo-. Su proceso lo nombró “Nadie sabe quién soy yo”, un cabaret performance que estará el 18 de mayo en exhibición.
Hay en este último una mujer de poco más de 20 años, otra de 30 y las demás de 50 en adelante. Todas lideresas, madres de familia y una abuela. Con cada una creó escenas performáticas de acuerdo con sus conocimientos vitales, su relación con los hombres, la sumisión, el cuerpo real amado u odiado, el acoso. Hacen una danza de los senos como Sprinkle, otra quiere arrancarse las tripas mientras ocurre un video de Santos editado con frases sinsentido sobre “la paz”. Y esta es la primera vez que trabaja con no artistas. Trató de acercarse a ellas con una visión no lastimera. “No es una oferta genital; este, como cualquier otro trabajo, tiene sus precariedades y todo lo demás que pesa sobre ti: la persecución de la policía, la persecución de la sociedad, el desprecio, la falta de interés por esta población desde los programas sociales, el mismo hecho de cómo lo denigra quien lo ve desde fuera”.
Es muy raro que este sea un país con la prostitución como atractivo turístico, según ella (y con una buena tanda de prostitución infantil), pero todavía existan personajes como Ordóñez que aseguren que “abortar a un niño es terrible cuando le limpia la fachada a un montón de asesinos”. Ella es proabortista, a propósito, algo con lo no obliga a abortar -“Hagámoslo en fila, no, es solo que si quiero hacerlo, lo pueda hacer. Yo he abortado muchas veces, no es como: ¡tener un polvo es tener un hijo! Hay mujeres que se meten ganchos por las vaginas, que se tiran por las escaleras… Si usted quiere tener sus hijos, nadie la puede obligar a que aborte, porque es todo un acceso a educación, sin embargo, la niña de 13 años que dice “lo voy a tener porque tiene derecho a vivir, voy a ser madre”, es producto de toda una cultura que pesa sobre ella que le ha dicho que si hace lo contrario es una asesina”.
Para la artista hace falta mucha conciencia sobre las maternidades responsables. “No pueden obligarte a ser mamá y eso es lo que sucede cuando estás empobrecida y en la precariedad; debería haber un acceso total porque lo decido. Que sea la voluntad soberana sobre tu cuerpo”. Ahora, la mujer no es su único punto focal, hoy investiga sobre las masculinidades endriagas -un sujeto literario que se caracteriza por su gesto bestial- y se preocupa por la construcción de género masculino devenido del capitalismo salvaje y del narcotráfico en Colombia y en México. Ese sujeto que se entiende como héroe nacional cuando padece una aflicción al hacer parte de ejércitos de violencia, al ser machista, al seguir el modelo de hombre que ha propuesto el paramilitarismo -desde el capataz hasta el sicario-, basados en el terror sobre el cuerpo y qué decir del desmembramiento. “El hombre que iza una cabeza descuartizada”.
En Colombia van más de 30 líderes sociales asesinados durante el 2017 y fueron más de cien el año pasado. Nadia recuerda que los paramilitares o solo los militares vinculados con atentados a los derechos humanos en Colombia, como Rito Alejo del Río o Jaime Alberto Uscátegui –aprendices de la Escuela Las Américas en Estados Unidos-, son criminales de Estado por la persecución contra los negros, los campesinos, los indígenas, que padecieron masacres por estar en pueblos situados sobre riquezas. “La lucha colombiana anticomunista disfrazada de persecución contra la guerrilla”.
Su obra, en suma, es un acto que ella misma exclama: Detonar. “Me interesa esa palabra y esa acción, las explosiones fulminantes. Hace falta que detonen cosas, no es una violencia de matar, de dañar; es de despertar, reaccionar. Me gusta la idea de que mi trabajo haga que algo explote, como los orgasmos, incluso hacia un lado más vital, no de la muerte, porque ya la muerte es un tema tan recurrente y tan validado... No entiendo, genera más escándalo ver un cuerpo desnudo que un cuerpo mutilado”.