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A inicios del año, Netflix estrenó la película La sociedad de la nieve, que ha sido un éxito y ha merecido toda clase de elogios. La película es una colección de dilemas éticos y de luchas intensas, unas personales, otras colectivas. Tras verla –y aunque los hechos son distintos—recordé un juicio famoso que ha estado en los libros de derecho por decenas de años y que podría sintetizarse en una pregunta: ¿puede un ser humano matar en circunstancias de necesidad extrema?
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1884. El yate Mignonette navegaba desde Inglaterra a Australia. Luego de enfrentar sin éxito una tormenta, naufragó en algún rincón del océano Atlántico Sur. Los cuatro hombres a bordo lograron escapar en un bote salvavidas, pero pronto se quedaron sin provisiones, abandonados entre la inmensidad del océano, cocinados a fuego lento en las mañanas y congelados en la noche. Sin comunicaciones y completamente desorientados, las posibilidades de supervivencia se esfumaban.
Después de varios días, empezaron a conversar sobre las posibilidades de vivir. Pronto, llegó la idea inconfesable de que uno tendría que morir para que los demás pudieran alimentarse de él, beber de su sangre y comer de su cuerpo. Los tripulantes Dudley y Stephens decidieron matar a Richard Parker, el más joven y débil. Con un cuchillo lo asesinaron. El tercer tripulante, Brooks, estuvo presente, pero no participó activamente en el acto.
Casi un mes después fueron rescatados y, tan pronto llegaron, se enfrentaron a otra posible reclusión involuntaria, esta vez, en una cárcel. Todos fueron procesados por asesinato. La defensa construyó la tesis de la necesidad, de la lucha por la vida y, finalmente, de la aritmética, si uno moría tres vivían. Eso era mejor que la muerte de cuatro. El caso planteó preguntas sobre si la necesidad extrema puede justificar un acto que es claramente ilegal, como el asesinato.
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Luego de un juicio largo y mediático, un tribunal sentenció a Dudley y Stephens a muerte, paradójicamente. Luego, la pena fue cambiada y fueron a prisión. El asesinato no puede justificarse, ni aun en casos de necesidad extrema. Ese fue el veredicto que cambió para siempre el derecho penal y, también, las costumbres marinas.
En mar abierto, el naufragio es una amenaza constante, un riesgo que no se puede descartar. Antes de este caso, las costumbres de los marineros permitían luchar por la vida propia a costa de la de otro. Ahora, eso era un delito. Desde entonces, el nombre de Richard Parker, el náufrago asesinado, ha aparecido en varios casos y situaciones de supervivencia en la vida real y en la ficción, lo que ha llevado a especulaciones y teorías sobre esta coincidencia.
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