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Si hablamos de la forma, este libro es pequeño. Tiene casi que exactamente la medida de mi celular. En sus 100 páginas, al parecer, hay un análisis sobre una serie llamada How I Met Yor Mother, que se estrenó en 2005 y terminó en 2014. Pero no es solamente eso.
Si hablamos del fondo, este libro es gigantesco. Nicolás Rocha Cortés comenzó a ver la serie porque ya le gustaba mucho la televisión, y porque encontró un refugio en ella. Pero no uno cálido y cómodo en el que pudiese decirse al final de cada capítulo: voy a ver otro para que me sigan confirmando que todo estará bien. No. Lo que halló fue más bien una cueva en la que los personajes eran parecidos a él y a los sucesos de su vida: no había destinos ni planes exitosos sobre relaciones amorosas, o, mejor dicho, sobre cualquier relación. No había finales felices ni un tocado por la suerte que no hubiese padecido algún desengaño. No había amores eternos y, como en la vida, apareció la muerte.
“Al igual que mis compañeros de primaria, creía que el mundo existía por mí. Todos los que me rodeaban cumplían un papel secundario, incluso quienes me trataban mal en esa gran producción. Soy de una generación a la que le repitieron un sinfín de veces que todo lo podía, que el mundo era suyo, que había nacido con un propósito, que su existencia no era gratuita, que si quería tocar el cielo, lo podía hacer, y gracias a internet creímos todo eso posible. Mucha reflexión y muy poca reflexión. En retrospectiva eso explica muy bien por qué existe tanto miedo al fracaso y tan poca habilidad cuando tenemos que enfrentar la crítica. Somos hijos de Ícaro, tan frágiles como el barro seco y enamorados del sol”.
El anterior es uno de los párrafos de este libro. Rocha cuenta un poco de su historia y de sus reflexiones haciendo un balance sobre la memoria, su infancia, su familia, sus amores, alegrías y tristezas. Pero además reflexiona sobre sus consumos: los programas de televisión que vio, los personajes con los que soñó que sería capaz de cualquier cosa y en los que se escondió para apagar su realidad. Menciona una serie de ejemplos en los que, finalmente, concluye que en How I Met Your Mother se narra la vida, pero la más real posible, la más parecida a la de los humanos y no a la de la ficción.
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¿Por qué decidió poner la frase “Todo lo escrito es basura”, de Antonin Artaud, antes de que se inicie el primer capítulo del libro?
Lo que más me molesta de la escritura es la solemnidad con la que se trata. Creer que un texto significa o trae consigo un cambio es una de esas cosas con las que difiero. La escritura no tiene por qué estar llena de pretensión. Por el contrario, afirmar, como lo hizo Artaud, que todo lo escrito es basura, es quizás la manera más sincera de decirle al lector: todo esto no tiene mucho sentido o razón de ser, pero no por eso no debería existir.
Es decir, Artaud afirmó esto y aun así nunca dejó de escribir y ahí no hay ninguna contradicción. Nadie debería escribir pretendiendo que va a cambiar el mundo. Es al revés, creo que cuando uno escribe siempre piensa que es increíblemente idiota, pero igual disfruta lo que hace. Elegí ese epígrafe porque creo que nada de lo que hacemos, ni siquiera nuestra existencia, está justificada, pero acá estamos. Escribimos, pintamos, creamos y ya, lo que pase con esa obra no depende de nosotros. Es el azar el que, en muchas ocasiones, decide cuál será el impacto de las cosas.
Usted nació un miércoles de 1994 y yo un martes del mismo año, así que reconocí casi que todos los referentes culturales que mencionó, pero me llamó la atención un párrafo que ya cité en la parte superior de este texto. ¿Qué es lo que piensa de esta generación? De la nuestra. De nuestro futuro, nuestro “presente” en redes y nuestra disposición para pensar...
Me parece que los millennial somos increíbles. Somos una generación que sirvió de empalme entre la vida antes y después de Internet. Usualmente la gente recuerda el final de los noventa y comienzo de los dos mil con una melancolía y nostalgia ficcionada. Es decir, es común que alguien que nació en 1994, como nosotros, diga que extraña las tardes en el parque, los amigos, la vida ‘real’. Pero, si somos sinceros, nuestra infancia está plagada de cosas que están muy mal. Violencia, malas crianzas, prejuicios, un montón de promesas que jamás se cumplieron, malos docentes y, claro, el eco del discurso de la guerra que nos repitieron hasta el hartazgo desde antes de aprender a caminar.
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Coge a un montón de niños, diles que son súper especiales pero no les enseñes a cuestionar nada. Diles que siempre tienen la razón, que son divinos y preciosos y que la vida les va a sonreír porque son únicos y en este nuevo mundo todos cumplen sus sueños. Luego suéltalos en ambientes laborales competitivos, en relaciones afectivas en las que es necesario negociar y hablar, en espacios académicos en los que no van a tener la razón, básicamente en la vida. A eso súmale sueldos precarizados, crisis ambientales constantes, gobiernos autoritarios y plataformas digitales en las que siempre tienen que verse bien y demostrar que sus vidas son perfectas.
Es el coctel perfecto para que seamos los hijos de Ícaro. Afortunadamente el mundo cambia constantemente. Así que, aunque no sean todos, sí creo que esta generación hace cosas maravillosas cuando logra reflexionar sobre todo lo que carga. Cada vez hay más gente yendo a terapia y buscando el origen de su herida, intentando desprenderse del peso de ‘ser alguien’. Así que somos maravillosos, malcriados, consentidos, melancólicos, dramáticos y llenos de enfermedades mentales. Pero, también hay mucha ternura y una reivindicación de un amor que quizás antes no se expresaba tanto.
Hábleme del paso del periodismo a la escritura… ¿Cómo es ahora su rutina? ¿Han cambiado sus objetivos? ¿Qué piensa ahora el oficio?
La escritura, a diferencia del periodismo, te deja pensar. También es un oficio mucho más solitario, no ocurre a la luz de nada más que tu espacio, no hay salas llenas de escritores leyéndose en caliente o apoyándose al instante. Usualmente eres tú luchando contra tus propias ideas y acudiendo a les autores en quienes crees ciegamente buscando respuestas.
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El periodismo tiene algo muy hermoso que es la interacción y el hecho de que te puedes nutrir de las historias de los demás. Creo que, en mi caso, un oficio nutre mucho al otro. En una sala de redacción, durante entrevistas y consejos uno aprende a escuchar, a observar y, sobre todo, creo que también te enseña qué no quieres ser. Todos hemos entrevistado a alguna ‘estrella’ que te trata como un culo porque sí, porque puede.
Pero es cierto que el periodismo también te muestra el lado oscuro del oficio. Los egos, la vanidad, las ganas de resaltar por encima de la historia. He visto a muchos ‘grandes cronistas’ perderse entre los me gusta y olvidar que, al final, todo lo escrito es basura.
Si hablamos de lo económico todo se parece. Nadie que escriba en Colombia pretende hacerse rico. En cambio, el objetivo sigue siendo, en mi caso, el mismo: escribir más. Solo quiero hacer eso.
Después de leer el libro creo que entendí por qué la serie lo conmovió tanto o, mejor dicho, porqué regresó a ella tantas veces como para, además, escribir un libro, pero ¿cuándo y cómo tomó la decisión de escribir? Por qué…
Hablando con Raúl Zea, el director de arte de Rey Naranjo, me dijo que si me gustaría escribir un ensayo para la colección. Ahí comenzó el proceso. Primero, elegir la serie. Al final elegí How I Met Your Mother porque tenía la tradición de, en Navidad, por ahí a las cuatro de la tarde, poner un capítulo feliz para lidiar con el peso de las fiestas. Luego ya es lo mismo que con cualquier texto, buscas libros, referentes, lees, escribes una primera versión, crees que no tienes idea de lo que haces, sigues intentando, lloras, sacas una sola oración buena y dices: bueno, no soy tan malo. Luego pegas dos y coges ritmo. Al final le mandas a tu editor y te dice que sí, pero no. Comienzas de nuevo y así sucesivamente hasta que el libro sale.
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La decisión de escribir como oficio la tomé cuando me di cuenta de que no me gusta nada más. Cuando no escribo no me siento bien. Pero, cuando estoy solo en el cuarto y sale algo… esa sensación es única y se vuelve como una droga. Amo leer, amo hablar de libros, pero, sobre todo, amo escribir. El resto es añadidura.
Hablemos de estas frases: “Lo último que queremos ver cuando encendemos un televisor es la vida” y “El lenguaje no es nuestro, no es de todos. Aunque podemos opinar, no deberíamos poder cambiar obras completas y llenarlas de un nuevo significado” (con esta se me vino a la cabeza “todes”, “todxs”, “bienvenides”, etc)...
La primera frase resume mucho la relación que tenemos con la ficción. En general, las personas creen que todo debe ser finales felices y bonitos. De hecho, si les muestras un libro, poema, novela, serie o película tristes, te dicen que no les gustó, que muy emo.
Pero la vida no es linda, la vida es una mierda para todos en niveles diferentes. Por eso cuando la gente, yo también, entra a Netflix quiere comedias románticas perfectas y hermosas. Yo las adoro, las disfruto y consumo en cantidades industriales, pero también le doy espacio a otro tipo de narrativas y emociones. De nada sirve que solo veas cosas lindas. A veces hay que encender la pantalla y ver la vida. Créeme, hace todo mucho más sencillo. Te das cuenta de que no estás tan solo en tu crisis laboral, tu tusa, tu duelo, sino que más bien todos las tenemos y al final eso ayuda.
La segunda frase va mucho en lo que dices, Camila Sosa escribe “El lenguaje es mío. Es mi derecho, me corresponde una parte de él. Vino a mí, yo no lo busqué, por lo tanto, es mío. Me lo heredó mi madre, lo despilfarró mi padre. Voy a destruirlo, a enfermarlo, a confundirlo, a incomodarlo, voy a despedazarlo y a hacerlo renacer tantas veces como sean necesarias, un renacimiento por cada cosa bien hecha en este mundo”.
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De eso se trata la idea, de que sin importar si a las personas les gusta o no una novela con lenguaje inclusivo, con elementos de oralidad o incluso las lenguas inventadas, nadie debería creer que tiene el derecho de cambiarla a mansalva. Que opinen, claro, que opine todo el mundo lo que quiera, pero de ahí a que pase lo que pasó con How I Met Your Mother de cambiar el final… no, ahí ya estamos hablando de otra cosa.
Me impresionó la carta del final para A, su exnovia. Cómo fue que decidió que sería tan importante para esta obra y qué tanto influyó esa experiencia en la forma en la que volvió a ver la serie y escribió este libro.
Escribir no es terapia. Ahí me robo esa idea, que escribió Paul Auster. Y es que en serio, escribir no te ayuda a sanar, a mejorar, ni a superar nada. Escribir es escribir y, para solucionar las heridas que te deja una ruptura… para eso está el psiquiatra. Escribir, si mucho, te enseña a cuestionar, a pensar.
Cuando escribí el libro la herida seguía muy abierta, casi que fresca, pero no quería dejar pasar el momento de expresar todas las ideas que pasaban por mi mente en ese momento. No iba a dejar que el orgullo me ganara. Sobre todo porque a A no le guardo ningún odio ni resentimiento. Hay que entender que todo en la vida tiene un final, cuando tú te abres a alguien y entregas amor, sabes que te van a lastimar y que el dolor es parte del trato.
Al final las rupturas siempre significan un cambio en la vida. Cuando A terminó la relación no pensé que pudiera salir de esa, básicamente sentía que el síndrome de Takotsubo me iba a matar. Pero, como con todo en la vida, al final salimos de ese momento y lo que te deja es increíble.
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Sin A yo no sería la persona que soy hoy. Sin su amor, su apoyo, su cariño pero también sin el dolor que trajo consigo haber coincidido con una persona tan maravillosa y que se fuera.
Creo que el desamor cambia tu interacción con el mundo, con la vida, con las series, los libros y todo lo que se te cruce, incluso con la ciudad. Todos hemos terminado y sentido el estómago estallar cuando vamos a un lugar en el que esa persona podría estar. Es en ese instante en el que conoces el sufrimiento y con el sufrimiento llega la experiencia completa de la existencia. Por eso hay que amar y dejar que nos amen, pero también aceptar que ese amor trae dolor y que también lastimaremos. Nadie sale invicto de una relación.