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Los libros de Jacobo Cardona presentan la realidad, la critican sin tapujos y sorprenden. Más allá de su rostro juvenil, hay una visión aguda que le otorga puntos de vista firmes y la capacidad para dar respuestas tajantes. A propósito de su conversación tranquila con José Ardila en el Festival de Lectores y Escritores, Envigado 2021, Viajemos entre páginas, habla en esta entrevista sobre lo verosímil de la ficción y de sus ideas sobre lo que hace una buena historia.
En Las vidas posibles usted dice que la imaginación “nos hace humanos”. ¿Cuál es su relación con ella, con la imaginación?
La misma que tiene todo el mundo, usarla para esquivar el presente. Se podría decir que uno mismo y la gente que nos rodea, es imaginaria. Y de ahí, tantos malentendidos, sobre todo entre la gente enamorada, que es la que más imagina, porque están medio drogados de endorfinas. En ese vuelo permanente uno cree que alguien es de cierta manera y resulta ser otro. La diferencia entre los tipos que se dedican supuestamente a las cosas reales (arreglar carros, hacer cuentas en un banco) y los que trabajan de forma profesional con la ficción, es que estos últimos piensan más el medio. La técnica de la inscripción. Uno escribe para hacerse preguntas sobre la forma en que escribe. Al menos, eso es lo que hacen los buenos narradores, los más originales.
Hablemos sobre un fragmento de ese mismo libro: “Yo crecí en una época en la que las claves de la vida las averiguaba a hurtadillas, mirando los pies de página, en televisores a blanco y negro, con los golpes gratuitos en la escuela, encerrado con las primas adolescentes en habitaciones oscuras”. En su proceso creativo, ¿qué tanto hay de recuerdos y de imaginaciones? ¿Son sus historias una especie de realidad filtrada por la ficción o, mejor, de todo un poco?
Sí, alguna vez estuve encerrado con primas adolescentes en habitaciones oscuras. Los recuerdos también son imaginados. Nadie recuerda de la misma manera un mismo hecho; las emociones tergiversan y juegan a nuestro favor. Por la misma razón, toda escritura de ficción es autobiográfica.
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¿Cómo se acerca usted a la construcción de una historia? ¿Desde lo real hacia lo imaginario? ¿O viceversa?
Yo no creo en la división entre realidad y ficción. Por ejemplo, yo escribí un cuento sobre un tipo que, en un viaje a Budapest, es perseguido por una bolsa plástica. La idea surgió cuando me topé varias veces, en un solo día, con una bolsa del Éxito. Varias bolsitas tiradas por ahí, en la calle. Parecía una sola que me estaba siguiendo. Es decir, aparentemente me pasó algo similar. Pero yo situé la acción en Budapest porque quería hablar de la soledad. Yo no conozco la ciudad, y un lector me preguntó un día en una fiesta que cuánto costaba el pasaje a Budapest, que él también quería conocerla. Pensaba que yo había ido, sin embargo, la descripción de la ciudad era totalmente falsa. Lo real del cuento era mentira, y lo fantástico, casi verídico. Nada de lo que le pasa a uno es real si no se pone en palabras y cuando uno lo pone en palabras ya empieza a ser ficción. La palabra es un pisapapeles. Por un lado, crea un orden, por otro, sujeta al sujeto: define roles, papeles.
“En realidad, ¿de qué hablamos cuando hablamos del saber en un colegio público?”. Una frase muy llamativa del libro Las vidas posibles, me lleva a plantearle: en el colegio enseñan inicio-nudo-desenlace. ¿Hay que subvertir eso? ¿Cómo?
Sí, hay que subvertirlo. El sistema educativo actual es una farsa. Hacer amigos es lo único que vale la pena, y a veces ni eso, lo demás es una pérdida de tiempo. Deberían convertir los colegios en escuelas de carpintería, bordado, cocina, arte, salsa. Los colegios deberían ser centros de pensamiento y no de esclavitud obrera. De las escuelas no debería salir nadie que se quiera meter a la policía o al ejército.
Hacia el final de Historia natural de los objetos insignificantes dice que todo lo cotidiano es un objeto estético que invita a ser escrito y a ser leído, ¿Eso podría interpretarse como que cualquier cosa puede dar pie a una historia?
Sí. Aunque algunos se conforman con el relleno, con ser apenas un eslogan. Una idea sin explotar.
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Entonces, ¿qué hace a un buen cuento?
Lo que no se cuenta.
¿Cómo explicaría lo que es un cuento abarcando ampliamente el concepto? Es más, algunos escritores se han arriesgado a crear decálogos.
Mi decálogo (con bonus track de las ideas esenciales): leer El llano en llamas. Todas las veces.
En el Festival hablará con José Ardila sobre las múltiples formas de echar un cuento. Sin adelantar mucho sobre lo que se dirá, ¿cuál es esa forma preferida suya de echar un cuento?
En Colombia son muy enamorados de la anécdota. Tal vez por nuestra larga tradición oral, por el analfabetismo, por la cultura televisiva, por nuestra manía constante de “echar el cuento” o de engatusar. Les encanta la trama, el chiste, el golpe de efecto. Una historia concebida para un final impactante. Libros de cuentos que parecen especiales de Sábados felices. A mí, eso me aburre. Para leer algo así, prefiero ver una serie. El potencial de la literatura está en otra parte. Yo prefiero cuando me cuentan la anécdota como si me estuvieran contando una historia de ciencia ficción. Prefiero cuando dejan los cabos sueltos (porque realmente no eran tan importantes), o dejan que se escuche el ruido de fondo, la estática. Me gusta terminar de leer algo y no estar seguro de lo que me han hecho.
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30 de julio. 5:00 p. m. Las múltiples formas de echar un cuento. Jacobo Cardona Echeverri y José Andrés Ardila Acevedo conversan con Luis Carlos Velásquez. Transmisión por Facebook Live y YouTube de la Biblioteca Pública y Parque Cultural Débora Arango. Festival de Lectores y Escritores, Envigado 2021, Viajemos entre páginas, del 29 al 31 de julio.
La programación puede consultarse dando clic en el enlace bit.ly/FestivalLectores.