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Con el propósito de homenajear la literatura palestina, el Festival de Literatura de Bogotá regresará este año a la capital colombiana. El evento, organizado por la Fundación Fahrenheit 451 (www.fundacion451.com) con el apoyo de Idartes, se llevará a cabo los próximos 9, 10 y 11 de noviembre, en el Auditorio Sonia Fajardo Forero de la Fundación Universitaria Konrad Lorenz.
Como en años anteriores, el festival tendrá entrada libre. Según sus organizadores, esta vez el espacio se diseñó para que los bogotanos se acerquen a la literatura palestina y a la cultura de este país (gastronomía, música, tejido y danza).
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Una de las autoras que hará parte de la duodécima versión del Festival es la escritora palestino-estadounidense Hala Alyan, ganadora del Premio Literario de la Paz de Dayton y del Premio del Libro Árabe Americano, además de ser finalista del Premio Chautauqua.
La siguiente entrevista fue realizada días antes de que se recrudeciera el conflicto entre Israel y Palestina...
He notado que la tradición oral es muy importante para usted, ¿cómo aprendió a recitar poemas de una forma tan poderosa?
Creo que la tradición oral es algo que atraviesa a todas las culturas del mundo, aunque en la cultura árabe se hace de forma espontánea. Vengo de un entorno de muchas culturas en las que hay una fuerte tradición oral de narrar historias que se transmiten de generación en generación. Así es como las personas sobreviven. Creo que cualquier identidad que se vea amenazada necesita de las historias como un salvavidas. Vengo de un lugar que realmente valora eso, la rima, la métrica, el lirismo y el ritmo. Cuando llegó el momento de empezar a escribir, automáticamente pensé en estas cosas.
Por otro lado, cuando me mudé a Nueva York con un poco más de veinte años, comencé a ir a micrófonos abiertos y a eventos de poesía, lugares realmente fascinantes, porque cruzan la música y la tradición literaria, el performance y el teatro. Se trata de poetas y escritores que pueden escribir con fuerza en la página, pero que también pueden interpretar bien sus piezas.
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Entonces, ¿cómo empezó su relación con la escritura?
Comenzó al mismo tiempo que empecé a aprender inglés. Estábamos en Kuwait cuando Saddam lo invadió unos días después de mi cuarto cumpleaños. Nos mudamos a los Estados Unidos porque mis padres buscaban asilo allí. Comencé a aprender el nuevo idioma al mismo tiempo que aprendía a leer y escribir.
Recuerdo haber escrito tan pronto como tuve la capacidad y las habilidades para hacer oraciones y unir palabras. Además era una niña que mentía mucho, con el tiempo me di cuenta de que escribir historias era una forma socialmente más aceptada de hacerlo. Recuerdo haberlo hecho desde los seis, siete, ocho, nueve años. Escribía estas historias sobre diferentes personajes y siempre estaba trabajando en una novela, incluso cuando era niña, pero nunca la terminaba.
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Los primeros poemas que recuerdo los escribí probablemente cuando tenía doce años. Tomé una clase, todavía recuerdo el nombre de la profesora en séptimo grado. Vivíamos en un pequeño pueblo de Maine, en ese momento hicimos una unidad en la clase de literatura sobre poesía y ella nos entregó un portafolio. Me sentí muy profesional. Pasé mucho tiempo trabajando en la portada e hice un librito y esas cosas. Esa fue la primera vez que hice algo así y pensé: “Los poemas también son muy divertidos porque puedes terminarlos más rápido”.
En su poema Palestinian-American hay una hermosa descripción dedicada a Gaza. En otro de sus poemas se refiere a Beirut como su primer amor. ¿Cómo describe la relación entre sus escritos y los lugares donde vive? Percibo que escribir le permite conservarlos en la memoria.
Sí, es exactamente eso. Creo que en parte es una forma de tratar de nombrar algo que desempeñó un papel en tu linaje. Para mí, que nunca he vivido allí, es un lugar al que la familia de mi padre fue después de que su aldea fuera erradicada en 1948. No quiero reclamar esa experiencia como propia. Sin embargo, es un lugar que en la historia de la migración de mi familia es muy importante.
En cuanto a Beirut, definitivamente es un espacio al que me siento cómoda de “reclamar”, por así decirlo. Viví allí durante mucho tiempo. Me siento muy conectada con esa ciudad. Tengo muchos sentimientos ambivalentes al respecto, pero ciertamente tengo mucho amor por ella. Aún la siento, a pesar de que no he vivido allí en 15 o 13 años.
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Mi segunda novela, que estaba basada principalmente en Beirut, la escribí en su mayoría mientras estaba en los Estados Unidos. Tener que recordar y poder pasar tanto tiempo en ese lugar a través de la escritura, incluso si físicamente seguía en Brooklyn, fue un acto hermoso, de preservación y recuerdo, de mantener viva mi relación con el espacio. Los lugares son una parte muy importante de mi escritura y de cómo pienso en ella. Son uno de los primeros aspectos en los que pienso cuando estoy considerando un libro.
Hablemos de su libro de poesía más reciente, The Twenty-Ninth Year. Es un libro que expone de una manera muy poderosa cómo el ser humano puede encontrar luz entre las sombras (el alcoholismo, la violencia, la bulimia, etc.). En su poema Gospel: Rumi, dijo: “cada herida revela su propia reparación”, ¿podría contarnos un poco sobre esa frase?
Se basa en una línea de pensamiento de Rumi. Básicamente, la idea es que debes escuchar lo suficiente las cosas que te duelen. Muchas veces cuando el cuerpo experimenta un síntoma, como comezón en alguna parte o dolor en la espalda o algo por el estilo, te está diciendo algo sobre lo que necesita reparación. Las molestias y el sufrimiento a menudo nos están proporcionando información importante sobre lo que necesita atención en ese momento, sobre lo que necesita de ti para sentirse mejor. Creo en esta idea de que las cosas que duelen, de muchas maneras, son realmente estos hermosos mensajeros y contadores de verdades, y esto es cierto para el cuerpo, y pienso que también es muy cierto para la mente y el corazón. Todos nosotros, en algún momento, hemos sentido como si estuviéramos en una etapa de la vida en la que decimos: “Esto no se siente exactamente bien. Algo no está bien aquí” o hemos experimentando dolor, infelicidad o sufrimiento, pero no podemos entender exactamente qué es lo que no está correcto. Esos momentos y esas experiencias son increíblemente poderosos. Es doloroso. No se siente bien. No es cómodo. Pero es en esos momentos donde realmente se crece.
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En Colombia hemos enfrentado la ausencia de miles de seres humanos por el delito de desaparición. En uno de sus poemas dice: “los peores fantasmas son los que no vuelven”. ¿Qué podemos hacer para preservar la memoria, para que vuelvan a nuestras vidas?
Esto tiene un nivel político y otro sociopolítico, es algo devastador en niveles macro, pero también al nivel micro: experimentar una desaparición es desgarrador para el individuo, para la familia, para la madre, para el hermano, para el amigo, para el amante, para quien sea. Es igual de desgarrador no llegar a saber lo que ocurrió, nunca obtener respuestas, nunca encontrar un cierre. Uno de los aspectos centrales en el trabajo sobre el trauma es que los que a menudo son realmente complicados de sanar son aquellos que no terminan, los que no tienen ninguna resolución. Donde no puedes decir “sé lo que ocurrió, sé cómo termina la historia, incluso si odio el final, aún sé cuál es el final y puedo pasar la página”. A eso es a lo que me refiero en esa línea: no hay nada peor que una narrativa inacabada, vinculada al dolor.
Es una hermosa y profunda pregunta, cómo mantener vivos los lugares que desaparecen, las culturas que desaparecen, los idiomas que son robados y las personas de las que no llegamos a saber qué les sucedió. Voy a dar una respuesta predecible: es aquí donde la narrativa, la narración de historias y el arte juegan un papel importante. Claro, te enfrentas a las autoridades, protestas, tomas las calles, haces lo que puedas dentro de tu capacidad o lo que consideres seguro. Haces todo lo que puedes hacer, pero no te quedas solo en el arte.
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Lo mismo sucede con el activismo político, las protestas o las demandas. Haces esas cosas, pero no necesariamente te quedas solo en ellas. Hay algo en poder contar la historia de una persona, de un vecindario, de una familia. Hay algo en poder contar la historia de las personas desaparecidas, de los perdidos, de los oprimidos, de los encarcelados; todas esas personas tienen en común que se les quita la voz, se les quita la capacidad de contar historias. Por lo tanto, en las personas que quedan recae la responsabilidad, no necesariamente de hablar en nombre de nadie, sino de hablar junto a ellos y de seguir recordando, de no olvidar y de encontrar formas de asegurarse de que las generaciones más jóvenes los recuerden.
Nuestro lema del festival de este año, “Sólo conocemos un hogar”, proviene de un verso de la poeta palestina Nathalie Handal, quien nos visitó en 2010. Con una idea similar, usted en el poema Heirloom reproduce literalmente un grafiti que dice: “Volveremos. No puedes dejarnos fuera. Retornaremos. Esto es nuestro”. ¿Qué futuro sueña para Palestina en este momento?
Es difícil porque siento que no soy yo la que la debe responder. Esa es una pregunta que al final debería ser respondida por los palestinos en Palestina. Como estábamos hablando antes, es la idea de hablar junto a las personas y no por las personas. Quienes viven en esa tierra deben ser tratados de manera igualitaria, deben tener soberanía y equidad. Espero que mi hija pueda visitar el país con facilidad, que pueda vivir allí si así lo desea.
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La idea del derecho al retorno no se trata necesariamente de que todos quieran regresar, sino de que las personas tengan la opción y la posibilidad de hacerlo. Espero que sea algo que vea en mi vida, o al menos en la de mi hija. Lo que debe suceder, para que las personas que enfrentan condiciones increíblemente opresivas tengan una vida digna, tiene que ser determinado por ellas. Mi respuesta a tu pregunta sería que mi esperanza es ver que eso suceda, ver que se haga realidad.
Topografía (Traducido del inglés por Javier Osuna)
La tierra es un calambre en el cuello. Arde un campo de naranjos
y es agrio cuando eructas. ¿De quién es esa voz?
Hay una fábula. Hay una llave. Cada Ramadán,
la arteria sufre primero. Una dieta de cordero pesado
y papeles de control. La indigestión como una pesadilla.
El sol de Tauro quema tu frente. Quiero decir la tierra.
La tierra se ve blanca en las imágenes de resonancia magnética:
llamas a tu abuelo. Ha estado encontrando la tierra
en sus heces. Su cuerpo se ciñe al colchón como un ataúd.
Su mano tiembla. Cuando bebe la tierra,
la orina sale color rosa.
La tierra cauteriza el esófago. No más limones,
dice el médico. Dos almohadas por lo menos.
En julio, vivías dentro de tu abuelo como un asentamiento.
Comiste sorbete de grosellas de la misma taza.
¿Heredaste la tierra en tu muñeca artrítica?
Hace que tejer sea un infierno. En el teléfono,
tu abuelo te dice que la tierra le está cubriendo los ojos.
Él te dice que vale la pena estar vivo solo para ver ese azul.
Él muere y ellos amarran su cuerpo a la mugre.
Él muere y sale el sol toda la semana.