“No nací para pintar la guerra, nací para pintar en paz o en guerra, pero pintar”
El 15 de septiembre fue inaugurada la exhibición “Bruma”, de la artista Beatriz González, en Fragmentos Espacio de Arte y Memoria, que reúne las más recientes piezas de la artista colombiana. La maestra habló para El Espectador sobre su obra y proceso creativo.
Andrea Jaramillo Caro
Beatriz González se paró en silencio sobre el piso de armas fundidas en Fragmentos Espacio de Arte y Memoria apreciando su obra A posteriori. Su mirada se dirigía a diferentes puntos de la última sala donde, pegado a las paredes, un papel de colgadura exhibe seis de las ocho serigrafías que se encuentran sobre las lápidas del Cementerio Central, en su obra Auras anónimas, repetidas una tras otra en los cuatro muros de la sala. Entrar a este espacio, donde las figuras de los cargueros se ven una y otra vez en un mar de amarillos y negro, es una experiencia de recogimiento que tiene el poder de quitar el aliento.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Beatriz González se paró en silencio sobre el piso de armas fundidas en Fragmentos Espacio de Arte y Memoria apreciando su obra A posteriori. Su mirada se dirigía a diferentes puntos de la última sala donde, pegado a las paredes, un papel de colgadura exhibe seis de las ocho serigrafías que se encuentran sobre las lápidas del Cementerio Central, en su obra Auras anónimas, repetidas una tras otra en los cuatro muros de la sala. Entrar a este espacio, donde las figuras de los cargueros se ven una y otra vez en un mar de amarillos y negro, es una experiencia de recogimiento que tiene el poder de quitar el aliento.
Paredes y suelo plantean una conversación entre lo figurativo y lo conceptual dentro de la exhibición Bruma, que fue inaugurada el pasado jueves en Bogotá. Las siluetas, características de la artista colombiana, inundan el espacio dedicado a más de 20 pinturas recientes y seis libretas de dibujo que se configuran como una celebración por los 90 años de González, quien afirma querer celebrarlos de una manera más recogida, y la propuesta de Doris Salcedo para realizar esta muestra encajó dentro de esos parámetros.
Llevar a cabo una muestra artística como esta no fue sencillo. En un principio la intención era trasladar 900 lápidas del Cementerio Central para instalarlas en el contramonumento. Sin embargo, ese era un desafío, pues los columbarios de Auras anónimas llevan instalados allí 10 años y el tiempo ha cobrado factura. Según describe la artista, están envejecidos y con telarañas, por lo que para ser trasladados y exhibidos debían ser restaurados.
Le sugerimos: Ver el país en brumas a través de los ojos de Beatriz González
“Dijeron que tocaba limpiarlas y ponerlas impecables, porque este es un sitio al cual entran estudiantes de colegios y no se podían traer virus o cualquier cosa. Ahí se dañó el proyecto, que inicialmente para Doris era muy importante en el sentido de que las lápidas debían estar tal cual, era la verdad de las lápidas, la verdad de Auras anónimas. Entonces me trajeron un proyecto en el que había pintado como lapiditas unas tras otras, unas tras otras, entonces miré a mi asistente y le dije: “Papel de colgadura”. En ese momento a mí se me ocurrió utilizarlo y así fue el proceso, pinté al óleo seis lápidas en las que traté de poner el amarillo, porque las lápidas, por su material, no podían resistir sino dos años sin cambiar de color”.
Estampar las siluetas de los cargueros en el papel fue lo fácil, pero no convencía del todo a la artista debido a que “se veían demasiado crudas”. Decidió cubrirlas con una fina capa de pintura que hace que las figuras parezcan envueltas en niebla, en una bruma que cubre toda la exhibición. “Parecía un milagro ver todo este gran monumento, este gran Auras anónimas monumentales y se desprendió de Auras anónimas y se convirtió en una obra aparte que se llama Brumas”.
El nombre de la muestra, Bruma, fue un elemento que apareció después de la obra. No obstante, es algo que constantemente se aprecia en la obra de González. “Desde hace muchos años me he especializado en veladuras que a veces conducen a una tragedia. Una vez pinté un cuadro y estaba tan bonito, sobre los wiwas, porque era su maloca quemada. La estaba mirando y dije: ‘Ah, voy a echarle una veladura’, y no me fijé que no se había secado y la eché y borré el cuadro completo, ese cuadro tan lindo quedó borrado completamente. Entonces hay que tener cuidado, es un trabajo delicado”.
Pero el concepto que encapsula el nombre de la exhibición tiene más que ver con una forma de observar la situación del país, que con una capa de pintura hace ver la obra menos rotunda. “Hay que mirar todo entre brumas. Estamos pasando una etapa, desde hace unos años, muy peligrosa y muy triste para el país, entonces Brumas podría relacionarse con la tristeza. Pero para mí, más que relacionada con la tristeza, es como una manera de ver el país y verlo en bruma. ¿Qué quiere decir eso? No mirar las cosas muy fijamente, sino verlas un poquito ocultas para no sufrir tanto”.
Podría interesarle: Viva la Vida: una canción a Louis XVI y a la Revolución francesa
Cada lápida, cada carguero impreso sobre el papel de colgadura, tiene un sentido adicional que va más allá de traer a Fragmentos la obra del cementerio, A posteriori refleja un elemento que Beatriz González no ha dejado de imprimir en su obra: el de la repetición. “La reiteración está hasta en la Biblia. Jesucristo hablaba con repeticiones, él nunca decía “Pedro”, sino “Pedro, Pedro” o “Marta, Marta”, y la Biblia tiene muchas reiteraciones. Más que la Biblia, el evangelio. Los evangelios tienen muchos modos reiterativos en los que Jesucristo se compromete para convencer, entonces siento que la reiteración es como que vas directamente al cerebro. Porque si tú haces un cuadro, uno solo, sí está bien, pero si tú lo repites hasta el cansancio, algo estamos diciendo que nos conduce a reflexiones, a indagar qué es lo que está pasando, por qué nos están obligando a ver un cementerio tan gigantesco y repetitivo. Siempre he hablado de eso precisamente, de que la repetición es un sistema que va directamente al cerebro para hacer reflexionar”.
Así como González repite a sus cargueros, para la maestra el contramonumento también se presenta como una reiteración con su piso de armas fundidas “que hay que pisar para dar cuenta de que todo lo que se hizo durante esa guerra no estuvo bien, nosotros debemos pisarlo para olvidarlo y obligar a la reflexión”. El diálogo entre Salcedo y González se presenta en dos sistemas de expresión: la pintura y el arte conceptual, que tratan un mismo tema: la paz.
Entre azules, verdes, amarillos, naranjas y el color negro, como el elegido para representar las “antisiluetas” de González, se presentan los diferentes lienzos y libretas de dibujo que componen esta muestra. La paleta de colores de la artista permite identificar escenarios y figuras entre un paisaje de tristeza. Esa decisión de utilizar estos tonos en su obra no es gratuita, y menos aún es el hecho de que el verde sea un color que figura como protagonista. González cuenta que esto viene desde su infancia, afirma que cuando estaba en el colegio su padre le regaló una caja de colores que incluía un lápiz “verde manzana”, y fue este el que atrajo su atención para pintar cuerpos porque “decidí que el blanco no existía, que uno no debía usar el blanco, que el blanco no es un color ni nada. Entonces lo suprimí y lo cambié por el verde, porque me parecía que era un color que podía reemplazar el blanco, sin usarlo”. Y aunque al verde se le ha asignado un significado cercano a la esperanza, la artista prefiere utilizarlo como un símbolo fúnebre. “Realmente ese verde esmeralda reemplaza al blanco y es un color que uso para la piel. No es un color que uso para vestidos o joyas, para nada de eso, sino para la piel. Porque es eso, ¿no? Que la piel se vuelve ese verde esmeralda tiene mucho que ver con la muerte, los cadáveres se van volviendo verdosos. Entonces sí pienso que el verde le da a la piel un concepto más funerario que alegre”.
Le puede interesar: La lucha contra el olvido desde las tablas
Para crear sus pinturas Beatriz González se remite a las fotografías que encuentra en periódicos, pues la reportería gráfica le provee la inspiración para crear sus siluetas, aunque considere que es un tipo de reportería muy despreciado. “Uno lee un periódico y encuentra unas fotos maravillosas y al otro día puede encontrarlas en la calle botadas, tiradas, pisoteadas, mojadas, de todo y hay un cierto desprecio, no solo por la fotografía, sino también por la reportería gráfica, que es una clase especial de fotografía. La gente desprecia eso, lo bota, ya no le sirve. Entonces lo que empecé a hacer con la reportería gráfica es enaltecerla y encontrar cómo esas figuras se deben fijar más en la mente y no botarlas a la basura”. Su obra no se caracteriza por recrear una fotografía, sino por tomar elementos de ella y transformarla.
“Una vez el reportero ha creado su obra, la recojo, la pongo en un archivo y son solo las que a mí más me llaman la atención. Entonces cuando encontré los cargueros, los puse así, pero de todas maneras cuando vi cómo llevaban los cadáveres de los campesinos que arrancaban las matas de coca y cuando vi que había fotos en las que en unas llevaban a los cadáveres en ruanas, otros en plástico y otros en distintos sistemas, hamacas, por ejemplo... Cuando vi todo eso empecé a crear un lenguaje de cargueros. Todos son distintos, entonces hice un archivo de cargueros y al hacerlo encontré que ese es un lenguaje que me ha servido para muchas cosas, y A posteriori es un poco la culminación, porque aquí no tenemos sino seis sistemas de llevar cadáveres, pero esos cargueros saben realmente que están llevando una víctima, saben muchas cosas, alrededor de por dónde caminaron, por dónde las llevaron”.
La primera imagen que se robó la atención de la maestra fue la de los suicidas del Sisga en 1965, y desde entonces, los últimos 57 años, “he estado metida de cabeza en la reportería gráfica, pensando en que la imagen del periódico tiene que llamarme la atención por alguna razón. Pero, generalmente, tienen figuras humanas, son muy llamativas porque son poéticas y a mí me gusta mucho la poesía, y pienso que esa imagen poética me inspira mucho. Entonces las imágenes tienen que ser poéticas y tienen que ser distinguibles las figuras, no siluetas, porque las vuelvo eso. Deben tener unos elementos que se puedan convertir en siluetas, porque hay cosas que son muy difíciles, en cambio hay otras que tienen más campo de acción. Las fotocopio, las amplío y ahí voy encontrando los elementos que son un poco el negro, el gris, no me importa si las fotos están a color o en blanco y negro”.
Le sugerimos: Ledania, la neomuralista que cuenta historias con aerosoles
A Beatriz González no le gusta la perfección en la fotografía y menos en la reportería gráfica, no cree que sería la pintora que es hoy si hubiera nacido en la era digital, en la que las fotos salen en alta definición. A ella le gusta que las fotos que incluye en su archivo tengan errores. “Cuando empezaron a sacar fotos a color en los periódicos El Tiempo y El Espectador, en Bogotá, había una cosa, y es que les quedaba mal impreso y los colores quedaban desplazados. Me fascina que se desplace, me fascina que tenga manchas de la impresión. Se imprimía con esa tinta de impresión de esa época, que era distinta. Me encanta que en periódicos como Vanguardia Liberal, en Bucaramanga, el reportero que iba a sacar la foto hacía una flecha y decía “aquí está la herida” y dibujaba y salía en la foto, son fotos intervenidas por el mismo diario y tienen una serie de elementos muy significativos para mí”.
Su edad no es para ella un obstáculo en su oficio, pues al día de hoy continúa creando obras. Dice no ser capaz de dejar la pintura, “sigo pensando y trabajando como pintora y eso no me lo puedo quitar. Es que es un pensamiento, no creo que un pintor que se merezca a sí mismo puede dejar así tranquilamente, entonces no es pintor”. Con cada año que pasa Beatriz González sigue entrenando su ojo y afirma que todos los días encuentra un placer enorme al levantar el pincel y cubrirlo con óleos, “la pintura no es solo el oficio de usar unos colores, sino qué pasa en la mente. Entonces uno va con la mente trabajando y se le va a uno apareciendo el cuadro. Algunas personas decían que era una conceptual camuflada, pero sí creo que esas cosas cada año se cambian y mientras uno tenga la mente viva puede hacer lo que quiera”.
Aunque los años no son un problema, muchos creyeron que su obra se vería afectada luego de que se firmara el Acuerdo de Paz en 2016, pues consideraban que ella solo pintaba la guerra. Sin embargo, Beatriz González tiene una visión diferente porque cree que “hay algo en el colombiano que parece que le gustaría estar siempre en esos conflictos. Creo que los colombianos se han desacostumbrado a lo que es la paz. Cuando se firmó la paz me llamaba mucho la prensa y me decían: “Y ahora usted qué va a hacer, ahora usted se quedó sin tema”. No nací para pintar la guerra, nací para pintar en paz o en guerra, pero pintar. Entonces siempre era eso, “se le acabó el tema a Beatriz González”, pero sí creo que si llegara la paz algo se le aparecería a uno para pintar”.