“No podemos dejar de reconstruir la historia”: Andrea Salgado
La escritora y periodista Andrea Salgado habló sobre “La vorágine dormida”, un libro en el que ella y nueve escritoras más releen y “reescriben” “La vorágine”.
Juan Camilo Rincón
Un desesperado Arturo Cova se pregunta: “¿Por qué no ruge toda la selva y nos aplasta como a reptiles para castigar la explotación vil? (…) ¡Quisiera librar la batalla de las especies, morir en los cataclismos, ver invertidas las fuerzas cósmicas!”. Hace cien años José Eustasio Rivera nos entregó en La vorágine un coro de voces indistintas mezcladas en un relato heterogéneo que nos habla del hombre como paladín de la destrucción, el esclavista y explotador que lucha contra la selva, despojado de toda conciencia pero anhelando goces y abundancia.
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Un desesperado Arturo Cova se pregunta: “¿Por qué no ruge toda la selva y nos aplasta como a reptiles para castigar la explotación vil? (…) ¡Quisiera librar la batalla de las especies, morir en los cataclismos, ver invertidas las fuerzas cósmicas!”. Hace cien años José Eustasio Rivera nos entregó en La vorágine un coro de voces indistintas mezcladas en un relato heterogéneo que nos habla del hombre como paladín de la destrucción, el esclavista y explotador que lucha contra la selva, despojado de toda conciencia pero anhelando goces y abundancia.
En 2024 diez nuevas voces recogen esa huella que es regalo para cuestionar, dialogar y contradecir “las taras de raza, género y clase que han permitido que se haya perpetuado la violencia en Colombia” y que se revelan en la que hoy es considerada una de las obras más importantes de nuestra literatura. Desde diversos géneros y lugares Fátima Vélez, Juliana Javierre, Eliana Hernández, Isabel Botero, Andrea Cote, Catalina Navas, Camila Charry Noriega, Tania Ganitsky, Elizabeth Builes y Andrea Salgado reconstruyen, utilizan, traducen, piensan y repiensan, miran desde otros espacios, conversan y discuten la obra de Rivera y su figura misma. La escritora y periodista Andrea Salgado, antologista y prologuista de La vorágine dormida, nos cuenta sobre este ejercicio.
¿En qué momento y a partir de qué nace la idea de esta relectura de La vorágine y de recoger “la traza que la obra deja en el lector”?
Con la Biblioteca Nacional hicimos en 2023 un club de lectura de clásicos de la literatura colombiana que se llamó “Espectros de la violencia”. En cada sesión invitábamos a una escritora con la idea de que se acercara al libro, tratando de mirar el lugar que las mujeres ocupaban en él. Leímos La casa grande de Álvaro Cepeda Samudio con Laura Ortíz, Los ejércitos de Evelio Rosero con Alejandra Jaramillo, El atajo con su autora Mery Yolanda Sánchez, El canto de las moscas de María Mercedes Carranza con Tania Ganitsky y La vorágine de José Eustasio Rivera con Vanessa Londoño. En la sesión con Vanessa se me ocurrió la idea de invitar a un grupo de escritoras para que dialogaran creativamente −quiero decir, a través de la literatura− con la novela de José Eustasio Rivera, no solo porque en el 2024 se cumplían cien años desde su publicación y porque hay mucha tela para cortar en relación a las mujeres, sino porque en esa sesión me quedé con la sensación de que la novela, mejor que muchas, sigue hablando no solo del extractivismo y su relación con la idea de progreso capitalista, sobre la que aún se sostiene la economía en nuestro país, sino porque además, a través de la relación de Arturo Cova con los otros, las mujeres, los indígenas, los caucheros, la naturaleza, podemos observar todos las taras de raza, género y clase que han permitido que se haya perpetuado la violencia en Colombia. Quería que dialogaramos con eso que mal llamamos “identidad” y que a través de nuestro ejercicio pudiéramos no solo señalar esas taras, sino también imaginar otros caminos distintos.
¿Cómo dialogan, cuestionan y contradicen las autoras de La vorágine dormida esa obra escrita hace cien años?
De múltiples formas: poniendo la mirada en lo que ha pasado inadvertido como lo hace Fátima Vélez a hablar de la ausencia de las descripciones físicas de los personajes; retomándo episodios horrorosos como el de las niñas indígenas convertidas en esclavas sexuales para crear una parábola sobre la libertad como lo hace Juliana Javierre; recogiendo imágenes, palabras, expresiones, para crearles con ella una voz propia a las mujeres como lo hace Eliana Hernández o para volver a producir extrañamiento frente a lo que siempre ha estado ahí como lo hace Camila Charry; narrando el famoso sueño de Cova en el que Alicia se convierte en árbol de caucho, desde la perspectiva de ella, como lo hace Isabel Betero; dándole un nuevo destino al dolor de Clemente Silva (volviendo la muerte vida) como lo hace Catalina Navas; expresando la hondura del dolor de las mujeres, como lo hace Andrea Cote; tendiendo un puente entre La vorágine y nuestros cuerpos como lo hace Tania Ganitsky; inventando una manera de borrar los sentimiento de culpa y venganza que quedaron inscritos en el cuerpo de la india Mapiripana, como lo hago yo.
¿Cuál fue el mayor desafío en el propósito de construir un relato heterogéneo a partir de un relato que, como usted lo dice en el prólogo, “La botella Cova”, también es heterogéneo?
No fue en desafío precisamente porque lo heterogéneo se da con naturalidad, tanto en La vorágine como en nuestros textos. Una de las cosas que se le reclamaban a La vorágine era su imperfección formal, lo distintas que eran sus tres partes, los cambios abruptos de narrador, las largas digresiones, la mezcla de voces, desde la más poética y elaborada, hasta la más oral. Con el mismo espíritu la antología busca la coexistencia de distintos géneros y estilos.
¿Podría afirmarse que fue un desafío seguir haciendo, a través de este libro, materia viva de una novela considerada por muchos como obra intocable de nuestra literatura?
El hecho de que las obras literarias sean vistas como intocables, puestas en un pedestal, convertidas en monumento, es precisamente lo que las hace morir. La vorágine es la novela más importante de la literatura colombiana pues sigue hablándonos sobre quiénes y cómo somos, sigue mostrándonos el por qué la violencia nos ganó el corazón, y al mismo tiempo, nos invita a encontrar una salida. Abordamos el ejercicio de escritura con total libertad, convencidas de que la literatura existe como fuente para la imaginación, y que escribir historias nuevas a partir de las que existen, es la mejor manera de mantenerlas vivas.
¿Cuáles son los vestigios, huellas, rastros, indicios que a la luz de La vorágine dormida podemos recuperar hoy de la novela de José Eustasio Rivera a través de esa otra lectura que hicieron las escritoras?
Quisiera que la antología invitara a regresar a La vorágine, precisamente del modo en que nosotras lo hicimos, creando un puente entre ella y nuestros cuerpos, no solo para resignificarla, por el simple capricho de hacerlo, sino para encontrarnos con ella en el presente.
Uno de los aspectos más valiosos del libro son esas otras lecturas de asuntos específicos como la naturaleza, la muerte, las violencias y los cuerpos en La vorágine.
Todas los que dialogamos con una obra que nos antecede lo hacemos, por supuesto, desde nuestro conocimiento del pasado, pero también desde las preocupaciones a las que nos enfrentamos en el presente. La vorágine nos lleva a mirar lo que el extractivismo ha causado a través del tiempo en la naturaleza y la relación entre los seres vivos. También nos permite rastrear las heridas que nos dejó el colonialismo, la manera en que nos hizo ser de una forma determinada, y nos ha arrastrado a actuar y reaccionar de distintos modos frente a la violencia y la injusticia. A través de ella entendemos el por qué del silencio histórico de las minorías, y también el origen de sentimientos como el resentimiento, la resignación y la soberbia. La vorágine nos sirve de espejo, nos ayuda a entendernos, a reconocernos. Y es precisamente en ese ejercicio donde se encuentra el germen del cambio de una sociedad.
¿Qué mirada inédita podemos encontrar sobre el propio Rivera?
No una mirada inédita, sino algo que me dejó pensando mucho, después de la publicación del libro, que se relaciona con el autor, el personaje y los tiempos que vivimos. El juego planteado por José Eustasio en 1924 al crear un personaje como Arturo Cova, usar en la primera edición su propia fotografía para ilustrarlo y ponerlo a declarar en la primera línea de la novela: “Antes de que pudiera amar a mujer alguna…”, ha alimentado muchas fantasías sobre la relación autor- personaje a lo largo del tiempo, y en la actualidad, la de que el autor, del mismo modo que el personaje, es uno de los tantos machos sin empatía de nuestra literatura, volviendo lógico en la mente de las lectoras, de las escritoras, el machismo no solo del personaje sino del propio escritor. Hace poco una estudiosa de La vorágine, muy respetada y mayor que yo, me dijo con sarcasmo, que si yo era la muchachita que había dicho en una entrevista que Rivera era machista; le dije que no, “lo que dije era que Cova sí lo era”. Incluso ella parecía incapaz de desvincular al autor de su personaje. No le dije nada sobre lo de muchachita; tengo 46 años y hace tiempo que dejé de serlo. Ahora que la recuerdo, pienso que de algún modo la estudiosa tenía la razón: las muchachitas de mi tiempo (las más viejas como yo y las más jóvenes) no podemos dejar de ver ni el machismo ni el clasismo ni el racismo ni el antropocentrismo implícitos en las obras que nos antecedieron y conectarlas directamente con los autores que las escribieron. No podemos, nos cuesta muchísimo, cruzadas como nos encontramos por la necesidad de desbaratar la trama con la que fuimos tejidas y atrapadas; no podemos porque estamos furiosas; no podemos como lectoras y escritoras de este tiempo, del mismo modo que Pierre Menard, el personaje de Borges que reescribe El Quijote, dejar de reescribir las obras que nos anteceden, considerando una verdad no lo que ocurrió, sino lo que juzgamos que sucedió.
Cien años después de que fue escrita La vorágine la re-escribimos y aunque digamos exactamente lo mismo (como en el caso de Camila Charry que prácticamente escribió todo el texto usando las palabras que extrajo de la novela), estamos hablando de las preocupaciones de nuestro tiempo; no podemos huir de ellas. Y tal vez, como lo dijo Donna Haraway en La historia de Camille, en el futuro todo este ejercicio de feminismo que nos ha enseñado a rezongar en automático contra el patriarcado, será obsoleto, será impreciso (tal vez también hipervigilante y paranoico) y sin embargo, habrá tenido sentido, en la medida en que las lecturas que hicimos del mundo son la prueba de que estuvimos alerta, nos hicimos hiperconscientes de la estructura que no apresaba y solo a través de esa conciencia, que intentamos compartir con otras, fue posible la acción política que se tradujo en leyes y la transformación de las condiciones de vida para las mujeres y los grupos tradicionalmente excluidos.