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A Jean-Marie Gustave Le Clézio no es fácil encontrarlo, no por ser premio nobel de literatura 2008, sino porque es un escritor nómada a cabalidad. Le gusta viajar a los lugares más alejados y tranquilos y desconectarse del vertiginoso mundo “civilizado” del que quiere escapar el protagonista construido por el narrador experimental de la novela El diluvio (1966). Antes de salir de su “escondite” para viajar a Colombia como invitado principal del Hay Festival 2015 se acercó a un café internet y compartió con El Espectador algunas de las ideas a partir de las cuales espera dialogar en Cartagena con el escritor mexicano Juan Villoro y con sus crecientes lectores colombianos.
En su “español callejero” me advirtió: “Estoy en un lugar sin conexiones. El cuestionario es demasiado largo. Pienso que es mejor vernos en Colombia y tratar de contestar a ciertas de estas preguntas”. Se refiere a la insistencia por saber el impacto que le causó el ataque del 7 de enero por parte de fundamentalistas musulmanes contra el semanario satírico Charlie Hebdo y la impresionante protesta de los franceses cuatro días después. “Pienso que el tema merece reflexiones, es difícil contestar en la urgencia”. Sin embargo, me dejó en claro: “Estoy de acuerdo con una total libertad de prensa y lamento la violencia. Lamento la explotación que se hace de este evento, el concierto de declaraciones guerreras”.
También se definió a partir del hecho: “No soy de la generación de Charlie Hebdo. Cuando nació el periódico, yo vivía en Panamá”. Habla de los años que le cambiaron la vida y su punto de vista narrativo cuando vivió cuatro años entre los emberas en la frontera entre Colombia y Panamá. Habla de la tendencia liberal de los años 60, que desembocó en el histórico mayo de 1968 y en la creación de medios de comunicación irreverentes como Hara-kiri y Hara-kiri Hebdo, publicación satírica que se publicó entre 1969 y 1981 y de la que Charlie Hebdo toma el nombre para fundar el semanario de izquierda en 1992 ironizando la memoria de Charles de Gaulle.
Y planteó un tema que debiera ser central en el debate literario del Hay Festival cartagenero: “Lamento también que un texto de poco valor como Sumisión (la polémica novela del laureado escritor francés Michel Houellebecq sobre el islamismo) sea considerado como un manifesto de la literatura francesa moderna”. Debate político-literario de fondo.
El autor de 50 obras, entre novelas, cuentos y ensayos, no tiene tiempo para profundizar, pero me deja una tarea: si quiero entender mejor su punto de vista no debo hacer tantas preguntas. Más bien leer a Kenzaburo Oe, nobel de literatura 1994, uno de sus referentes literarios y quien estuvo, como él, en El Colegio de México. El autor japonés de Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura, Los cuadernos de Hiroshima, El grito silencioso, piensa Le Clézio, responde mejor los interrogantes: “Todo sobre el asunto fue escrito hace más de 40 años por él en un librito llamado Sibuntin (Seventeen en inglés). Cómo un joven sin valores y sin educación se transforma en máquina para matar bajo la influencia de un partido de extrema derecha. El fundamentalismo islámico puede ser considerado como partido de extrema derecha”.
Más de su pensamiento está en el más reciente suplemento literario de Le Monde, donde accedió a publicar “Carta a mi hija, el día después del 11 de enero de 2015”. Ella participó en la gran manifestación contra los ataques terroristas. Él se alegró mucho de que estuviera presente en las filas de los que marcharon contra la delincuencia y “el azar de la violencia de los fanáticos”.
Hubiera querido caminar junto a ella, “pero yo estaba lejos y, francamente, me siento un poco viejo para participar en un movimiento donde hay tantos”. En la carta cuenta que ella volvió entusiasmada con la “sinceridad y la determinación de los manifestantes”, familiares de los 12 asesinados en Charlie Hebdo, jóvenes y viejos, miles y miles de indignados por los “ataques cobardes”. Un millón y medio, sólo en París. “Fue un momento importante en la historia del pueblo francés”.
Le Clézio nació en Niza pero vive en conflicto espiritual con Europa. Escribió El africano, en busca de las raíces de su padre con la guerra como trasfondo. Por eso la imagen que le condensó el mitin de París es un niño de África contemplando todo, viendo hacia abajo desde un balcón, a pesar de que la barandilla es más alta que él. Contra lo que creían “los intelectuales desilusionados y pesimistas”, la apatía quedó atrás. “Este día hará retroceder el fantasma de la discordia que amenaza nuestra sociedad diversa”. “Durante este instante milagroso, las barreras de clase y orígenes, diferencias de creencias, los muros que separan a los seres humanos ya no existían”.
Lo conmovió la lección de coraje de esas personas y de su hija al caminar desarmados por las calles parisinas a pesar de las amenazas de más atentados. “El riesgo de un ataque era real, pero había razón para desafiar el peligro”.
Apunte de lector: miedo es la palabra que más se repite y la sensación de vida de una niña raptada en El pez dorado: “el miedo se deslizaba dentro de mí como una serpiente fría, ni siquiera me atrevía a respirar. Durante mucho tiempo me dio miedo la calle”.
Le Clézio subraya el milagro del tiempo y la realidad, porque sólo eventos de esta magnitud reúnen a tantas personas de tan diversos orígenes, culturas y creencias para hacer historia. Las imágenes que le llegaron se le grabaron en la memoria. Más intensos fueron los sucesos “a los ojos del niño que viste en el balcón... los recordará toda su vida”, le anota a su hija.
Según él, los jóvenes de hoy deben entender que esto sucedió y que fueron testigos, porque le generación de él no supo “prevenir los crímenes de odio y sectarismo”. En cambio la actual y las futuras deben actuar para que el mundo en el que sigan viviendo sea mejor. ¿Cómo? Con respeto e inclusión. “He oído decir que esto es una guerra. Sin duda, el espíritu del mal está presente en todas partes”, pero él invita a “una guerra contra la injusticia, contra el abandono de algunos jóvenes, contra el olvido... compartiendo los beneficios de la cultura y las posibilidades de éxito social”.
El nobel de literatura llama en su carta a acercarse a la condición humana de los terroristas: “Tres asesinos, nacidos y criados en Francia, horrorizaron al mundo por la barbarie del crimen”. Sí. Pero advierte que “no son bárbaros”, sino personas del común con las que uno se puede encontrar en la vida cotidiana. “En algún momento de sus vidas, se han cambiado a la delincuencia... porque la vida que les rodea no les ofreció nada más que un mundo cerrado en el que no tienen el lugar que ellos creían”. Le Clézio cree que ahí se enciende “el primer aliento de la venganza”, luego viene la religión-alienación.
Advierte que si no hay concientización y la ola de protesta mundial se detiene “no va a cambiar nada”. Pide a Francia ser un solo pueblo: “Debemos romper los guetos, dejar las puertas abiertas, dar a cada habitante de este país una oportunidad, escuchar su voz, aprender de él tanto como él aprende de los demás... Debemos superar la miseria de los espíritus para curar la enfermedad”.
Sólo así, interpretación de lector, encontraremos la paz como la niña de El pez dorado: “al final llegué a un lugar desde donde se veía el río y, más lejos todavía, el mar y las velas de los barcos. Era tan bonito que se me quitó todo el miedo”. O como la imaginación del joven rey Juba en el relato La rueda de agua, del volumen Mondo y otras historias: “En la plaza, en el centro de la ciudad, los maestros enseñarán la lengua de los dioses. Los niños aprenderán a venerar el conocimiento, los poetas leerán sus obras, los astrólogos predecirán el porvenir. No habrá tierra más próspera ni pueblo más pacífico. La ciudad resplandecerá por los tesoros del espíritu, por esta luz”. El Le Clézio “positivo” de hoy. El otro escenario es el de El diluvio: paisaje de carnicería, la “fulminación universal”, “el destino maléfico” de los hombres.
npadilla@elespectador.com