Nómada
Había soñado con esa casa muchas veces. Solía amanecer con una sensación muy real y vivida, tan plena, que podría acariciar incluso tu cara.
Dayanna Geraldine Acevedo Lozano
Empecé a diseñarla por dentro un 23 de enero de 2017. No tenía mucho dinero, pero me bastaba saber que algún día estaría lista. Había calculado con detenimiento cada detalle. Quería que fuese perfecta para ambos, ¿sabes? Había pensado tanto en ti. Recuerdo que también estabas dichoso de la idea. Veía tus ojos. Eso era todo.
La casa estaba ubicada en la esquina de la calle del embudo, por la calle 2 entre carreras 13 y 14, en ese adorado Centro tuyo. Habíamos elegido el lugar por los grafitis y las fachadas coloridas. Te gustaba imaginarte asomado a la ventana, mirando esas paredes de colores. Me lo dijiste tantas veces.
Lunes 23.
Ese lunes 23, te quejabas de una noticia de Trump y decías que era un empresario ególatra intentando ser gobernante. Te decía: algún día serás político, ¿qué crees que dirán de ti?
Le sugerimos: Julio Sánchez Vanegas creó todo lo que quiso que existiera
Mierda -pronunciaste. Te reíste y me preguntaste: ¿pero en serio no crees que es un fachito?
Y te respondí: ¿Hace falta que te lo confirme? Nos reímos. Luego te señalé los planos al interior de la casa. Algunas cosas debían mantenerse con el diseño original, pero te explicaba que otras podíamos adaptarlas.
¿Qué crees que podemos construir nosotros?- señalaste. La habitación principal, el estudio y la cocina. El baño, la sala y la entrada deberán mantenerse-puntualicé. Lo mejor será empezar por la cocina entonces- comentaste. Y al rato, seguiste burlándote de Trump.
Esa semana compramos todos los materiales para la cocina, mientras podíamos seguir ahorrando para financiar lo demás. Elegimos el enchape y arreglamos algunos tubos. Compraste el extractor, las bombillas, y trajiste la licuadora de tu apartamento. Yo traje las ollas y los utensilios que me había dado mamá. Compré la estufa, la nevera y un modesto horno. Fuimos colocando poco a poco el piso, el mesón y embelleciendo las paredes. Te percataste de unas goteras en el techo, las tapaste. Nos dimos cuenta de que trabajamos bien juntos.
Cociné por primera vez para ti cuando pasados unos meses la cocina por fin parecía estar completa. Tuve la certeza de que deseaba hacerlo por mucho tiempo. Tú, sereno, quitabas la cáscara de las manzanas verdes. No te dabas cuenta de que sonreía cuando lo hacías. Nunca me ha gustado esa cáscara por una extraña razón. Además, debo confesarte, si un día deseas herirme, basta con que me des jugo de guayaba, sería mi fin -me miraste con picardía. No volví a comprar guayaba desde entonces.
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Martes 23.
Soy ese nombre que jamás, fuera de aquí, pronunciarás
Soy ese amor que negarás para salvar tu dignidad Soy lo prohibido…
Hace apenas unos días Natalia Lafourcade acababa de publicar su nuevo álbum, a primeros de mayo. Estaba escuchándolo en la cocina mientras pensaba en cómo diseñar la zona de estudio. Ahora que lo pienso, nunca me escuchaste cantar. Y para ser franca, no sé si eso es bueno o malo. Yo sí recuerdo haberte escuchado cantar, te gustaba. Solías contarme de las veces en que te presentaste y en cómo se te fue volviendo un hobby, pero nada profesional, porque sabías que las cuentas no esperarían. Te decía que yo, por mi parte, también había hecho renuncias.
Ese martes, medité por dónde entraría mejor la luz, cómo irían los muebles, procuré un gran espacio para la biblioteca, y un escritorio inmenso para ambos. Por aquel tiempo, estabas de viaje. Nunca sufrimos por chatear demasiado, sentía que nos agobiaba un poco a ratos. Pensé mucho en que este espacio fuera tan tuyo como mío. Amábamos tanto leer. Nos electrizaba el buen debate.
¿Alguna vez me habrás dado la razón? No lo sé. Conocías de sobra mi predilección por escribir y yo, la tuya por criticar al gobierno. Ambos compartimos ese afán por ayudar a la gente, y creíamos en que podríamos cambiar muchas cosas. Con el tiempo, fuimos haciéndonos más escépticos.
Más de 201 libros en el estante ¿Habrás leído todos? Lo dudo.
Miércoles 19.
En la radio todavía se hablaba de la condena a Lula da Silva por corrupción y lavado de activos. En Venezuela la crisis estaba cada vez peor. Era un julio complicado allá afuera. Ese miércoles llevaba los audífonos a medio poner y entraba a la casa luego de traer unas cosas para el mercado. Me dolía la espalda horrores, pensé en que dormir en el sillón de la sala ya me estaba pasando factura. Tenía que diseñar la habitación. No me había fijado en que la puerta no tenía todos los seguros que dejé al salir. Habías regresado. Caí en cuenta hasta que entré a la zona de estudios. Estabas leyendo un libro inmenso que compraste en el viaje, tenías tus gafas negras y sin quitártelas, inclinaste la cara y me miraste por encima de los lentes. Esbozaste una sonrisa. Yo temblaba. Me abrazaste fuerte. Con asombro aplaudiste mi trabajo. Es hora de pasar a la habitación -opinaste.
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Ese mismo miércoles, mientras cocinabas unos frijoles que te había enseñado a hacer tu abuela, ibas hablándome de tu viaje. Me mostrabas fotos que habías tomado en el celular y con entusiasmo proponías nuevos lugares. ¿Vendrás conmigo a recorrer el mundo? No supe qué responder, imaginé todo lo que implicaría y tambaleé. Pensé en la casa. Callaste. Cambiaste el tema y nos sentamos a comer. Está delicioso, comenté.
Jueves 28.
Soy tu castigo…
En Colombia aún eran vísperas de amor y amistad. Las tiendas ofrecían regalos de todo tipo. Los restaurantes ofrecían descuentos a las parejas o grupos de amigos. Ya habíamos preparado el cuarto. Lo quisimos básico, pero con la cama grande. Dejamos una pequeña repisa para los libros de paso y concordamos en que la ropa siempre debería estar en orden dentro del closet.
Ese jueves llevaba tus regalos en una bolsa decorada: gardenias y un libro de Bukowski. Al entrar a la casa, noté que todo estaba oscuro. Era tarde y llovía afuera. ¿Habrás salido?-pensé. Dejé la bolsa en la cocina y entré a la habitación. Estabas tumbado leyendo. Me miraste sin descaro. También dejé lo tuyo en la cocina -afirmaste. Te miré con audacia y cerré la puerta.
Esa noche rompimos la regla del closet, olvidaste la página del libro, yo perdí el pudor para iluminar la gracia de mojarnos sin estar fuera. Una corriente de pronto nos invadió todo el cuerpo y no pudimos contenerla. Me expuse toda tuya. Toda ¿Lo recordarás aún? ¿Lo recordarías después cuando me escribías en la madrugada?
Yo aún sigo sin abrir esa puerta.
Viernes 13.
La entrada, la sala y el baño. Nunca cambiaron radicalmente. Hicimos algunas mejoras, pero nunca supuso nada especial. La casa ya estaba lista.
Hace tres días había terminado la temporada de eliminatorias sudamericanas de fútbol para el mundial de Rusia. Podía descansar de fútbol ese octubre, reflexioné en silencio. Aunque, debo aceptar, no recuerdo mucho de eso. Sé que veías los partidos, pero no presté mayor atención. No me parecía relevante. Ese viernes te vi con la pijama de cuadros en la mañana rondando la cocina. Parecías relajado. Duraste así hasta el medio día. Habías pedido el día libre en el trabajo. Yo estaba guardando reposo porque sentía una molestia en la garganta. Mamá solía decirme de pequeña que a veces el cuerpo se enferma porque el alma necesita un sosiego. Me preguntaste si quería algo y negué con la cabeza. Dejaste hecho el almuerzo y luego saliste a la calle un buen rato. No quise comer. Me sentía abrumada y preferí dormir.
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Viernes 13, ni te cases, ni te embarques- bromeaban los presentadores en la televisión. El sonido me despertó. Me levanté y noté que ya era tarde. Las siete de la noche. Pensé en ti. Recorrí la casa pero no estabas. Una nota: espero algún día lo entiendas, pero debo irme. Noté que no tenía voz. ¿Qué diría mamá? Estás afónica porque tienes cosas por decir, pero no te atreves, cariño. ¿Habría algo por decir en realidad?
Viernes 13, ni te cases, ni te embarques. ¡Por favor es solo un mito!- seguían bromeando los presentadores en la televisión.
Sábado 28.
Porque en tu falsa intimidad, en cada abrazo que le das Sueñas conmigo…
Ya había pasado casi un año desde la canción de Natalia Lafourcade. Era abril y desde que te fuiste, sin mediar mayor explicación, sin adjudicar culpas, bajo la premisa de que el tiempo me respondería al final, estuve soñando constantemente contigo. En mis sueños te veía caminar por la casa, sereno, inmarcesible. Llenando cada espacio. Algunas veces, me veías con pueril indiferencia y otras, con profunda compasión. Más entendí que era yo quién se veía a sí misma detrás de esos ojos, que, en todo caso, no eran los tuyos.
En mi duelo funesto, catastrófico, infortunado, irracional, e inevitable, estuve buscándote. Te perseguí en las charlas de otros, en las risas de extraños, en las miradas de terceros, en los argumentos rebuscados de la prensa, en los museos de los desmemoriados, en los viajes que nunca hicimos, en el no entender el mundo, en los labios insípidos de amores desvalidos, en las enciclopedias del siglo pasado, en los boleros de mi abuelo, en las indirectas de los incomunicados, en los mensajes eliminados, en la rosa de los cuatro vientos, en las estrellas desalineadas, en la caja de pandora, en las revistas de retazos, en la fama de los nadies, en los discursos de falsos profetas, en el oráculo de la iglesia, en el ruido de los silencios incómodos, en el whiskey en las rocas, en las rocas sin escalar, en las cartas que nunca debí escribirte, y al final, solo al final, me encontré a mí.
Domingo 01.
Es julio. Desde mi ventana, veo cómo te vas. Llevas el traje gris y poco equipaje. Vas solo. Te llama alguien. Te veo desde la ventana, la grande, desde donde se ven esas paredes de colores que tanto querías. Te vas cruzando la calle. Miras hacia atrás un segundo, pero sigues. Hazlo. Ve sin arrepentimientos, te susurro mientras sostengo la taza de café. Las cuentas ya están saldadas, medito con alivio.
Despierto.
Hoy vienen por la casa. He decidido arrendarla. Pensé en que quería conservar lo bueno, sin que me ate. Recibiré un dinero y me iré. Sin pena ni gloria, pero sin culpas. Por la puerta de atrás. Entendí que siempre fuiste nómada y que yo siempre estuve de paso.
Soy la aventura que llegó para ayudarte a continuar
En tu camino…
Fin.
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Empecé a diseñarla por dentro un 23 de enero de 2017. No tenía mucho dinero, pero me bastaba saber que algún día estaría lista. Había calculado con detenimiento cada detalle. Quería que fuese perfecta para ambos, ¿sabes? Había pensado tanto en ti. Recuerdo que también estabas dichoso de la idea. Veía tus ojos. Eso era todo.
La casa estaba ubicada en la esquina de la calle del embudo, por la calle 2 entre carreras 13 y 14, en ese adorado Centro tuyo. Habíamos elegido el lugar por los grafitis y las fachadas coloridas. Te gustaba imaginarte asomado a la ventana, mirando esas paredes de colores. Me lo dijiste tantas veces.
Lunes 23.
Ese lunes 23, te quejabas de una noticia de Trump y decías que era un empresario ególatra intentando ser gobernante. Te decía: algún día serás político, ¿qué crees que dirán de ti?
Le sugerimos: Julio Sánchez Vanegas creó todo lo que quiso que existiera
Mierda -pronunciaste. Te reíste y me preguntaste: ¿pero en serio no crees que es un fachito?
Y te respondí: ¿Hace falta que te lo confirme? Nos reímos. Luego te señalé los planos al interior de la casa. Algunas cosas debían mantenerse con el diseño original, pero te explicaba que otras podíamos adaptarlas.
¿Qué crees que podemos construir nosotros?- señalaste. La habitación principal, el estudio y la cocina. El baño, la sala y la entrada deberán mantenerse-puntualicé. Lo mejor será empezar por la cocina entonces- comentaste. Y al rato, seguiste burlándote de Trump.
Esa semana compramos todos los materiales para la cocina, mientras podíamos seguir ahorrando para financiar lo demás. Elegimos el enchape y arreglamos algunos tubos. Compraste el extractor, las bombillas, y trajiste la licuadora de tu apartamento. Yo traje las ollas y los utensilios que me había dado mamá. Compré la estufa, la nevera y un modesto horno. Fuimos colocando poco a poco el piso, el mesón y embelleciendo las paredes. Te percataste de unas goteras en el techo, las tapaste. Nos dimos cuenta de que trabajamos bien juntos.
Cociné por primera vez para ti cuando pasados unos meses la cocina por fin parecía estar completa. Tuve la certeza de que deseaba hacerlo por mucho tiempo. Tú, sereno, quitabas la cáscara de las manzanas verdes. No te dabas cuenta de que sonreía cuando lo hacías. Nunca me ha gustado esa cáscara por una extraña razón. Además, debo confesarte, si un día deseas herirme, basta con que me des jugo de guayaba, sería mi fin -me miraste con picardía. No volví a comprar guayaba desde entonces.
Podría interesarle: Rosenthaler Platz, 80 años de la “Acción de Fábrica”
Martes 23.
Soy ese nombre que jamás, fuera de aquí, pronunciarás
Soy ese amor que negarás para salvar tu dignidad Soy lo prohibido…
Hace apenas unos días Natalia Lafourcade acababa de publicar su nuevo álbum, a primeros de mayo. Estaba escuchándolo en la cocina mientras pensaba en cómo diseñar la zona de estudio. Ahora que lo pienso, nunca me escuchaste cantar. Y para ser franca, no sé si eso es bueno o malo. Yo sí recuerdo haberte escuchado cantar, te gustaba. Solías contarme de las veces en que te presentaste y en cómo se te fue volviendo un hobby, pero nada profesional, porque sabías que las cuentas no esperarían. Te decía que yo, por mi parte, también había hecho renuncias.
Ese martes, medité por dónde entraría mejor la luz, cómo irían los muebles, procuré un gran espacio para la biblioteca, y un escritorio inmenso para ambos. Por aquel tiempo, estabas de viaje. Nunca sufrimos por chatear demasiado, sentía que nos agobiaba un poco a ratos. Pensé mucho en que este espacio fuera tan tuyo como mío. Amábamos tanto leer. Nos electrizaba el buen debate.
¿Alguna vez me habrás dado la razón? No lo sé. Conocías de sobra mi predilección por escribir y yo, la tuya por criticar al gobierno. Ambos compartimos ese afán por ayudar a la gente, y creíamos en que podríamos cambiar muchas cosas. Con el tiempo, fuimos haciéndonos más escépticos.
Más de 201 libros en el estante ¿Habrás leído todos? Lo dudo.
Miércoles 19.
En la radio todavía se hablaba de la condena a Lula da Silva por corrupción y lavado de activos. En Venezuela la crisis estaba cada vez peor. Era un julio complicado allá afuera. Ese miércoles llevaba los audífonos a medio poner y entraba a la casa luego de traer unas cosas para el mercado. Me dolía la espalda horrores, pensé en que dormir en el sillón de la sala ya me estaba pasando factura. Tenía que diseñar la habitación. No me había fijado en que la puerta no tenía todos los seguros que dejé al salir. Habías regresado. Caí en cuenta hasta que entré a la zona de estudios. Estabas leyendo un libro inmenso que compraste en el viaje, tenías tus gafas negras y sin quitártelas, inclinaste la cara y me miraste por encima de los lentes. Esbozaste una sonrisa. Yo temblaba. Me abrazaste fuerte. Con asombro aplaudiste mi trabajo. Es hora de pasar a la habitación -opinaste.
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Ese mismo miércoles, mientras cocinabas unos frijoles que te había enseñado a hacer tu abuela, ibas hablándome de tu viaje. Me mostrabas fotos que habías tomado en el celular y con entusiasmo proponías nuevos lugares. ¿Vendrás conmigo a recorrer el mundo? No supe qué responder, imaginé todo lo que implicaría y tambaleé. Pensé en la casa. Callaste. Cambiaste el tema y nos sentamos a comer. Está delicioso, comenté.
Jueves 28.
Soy tu castigo…
En Colombia aún eran vísperas de amor y amistad. Las tiendas ofrecían regalos de todo tipo. Los restaurantes ofrecían descuentos a las parejas o grupos de amigos. Ya habíamos preparado el cuarto. Lo quisimos básico, pero con la cama grande. Dejamos una pequeña repisa para los libros de paso y concordamos en que la ropa siempre debería estar en orden dentro del closet.
Ese jueves llevaba tus regalos en una bolsa decorada: gardenias y un libro de Bukowski. Al entrar a la casa, noté que todo estaba oscuro. Era tarde y llovía afuera. ¿Habrás salido?-pensé. Dejé la bolsa en la cocina y entré a la habitación. Estabas tumbado leyendo. Me miraste sin descaro. También dejé lo tuyo en la cocina -afirmaste. Te miré con audacia y cerré la puerta.
Esa noche rompimos la regla del closet, olvidaste la página del libro, yo perdí el pudor para iluminar la gracia de mojarnos sin estar fuera. Una corriente de pronto nos invadió todo el cuerpo y no pudimos contenerla. Me expuse toda tuya. Toda ¿Lo recordarás aún? ¿Lo recordarías después cuando me escribías en la madrugada?
Yo aún sigo sin abrir esa puerta.
Viernes 13.
La entrada, la sala y el baño. Nunca cambiaron radicalmente. Hicimos algunas mejoras, pero nunca supuso nada especial. La casa ya estaba lista.
Hace tres días había terminado la temporada de eliminatorias sudamericanas de fútbol para el mundial de Rusia. Podía descansar de fútbol ese octubre, reflexioné en silencio. Aunque, debo aceptar, no recuerdo mucho de eso. Sé que veías los partidos, pero no presté mayor atención. No me parecía relevante. Ese viernes te vi con la pijama de cuadros en la mañana rondando la cocina. Parecías relajado. Duraste así hasta el medio día. Habías pedido el día libre en el trabajo. Yo estaba guardando reposo porque sentía una molestia en la garganta. Mamá solía decirme de pequeña que a veces el cuerpo se enferma porque el alma necesita un sosiego. Me preguntaste si quería algo y negué con la cabeza. Dejaste hecho el almuerzo y luego saliste a la calle un buen rato. No quise comer. Me sentía abrumada y preferí dormir.
Le sugerimos: “Sabemos que la sostenibilidad es el futuro y que puede ser un acto político”
Viernes 13, ni te cases, ni te embarques- bromeaban los presentadores en la televisión. El sonido me despertó. Me levanté y noté que ya era tarde. Las siete de la noche. Pensé en ti. Recorrí la casa pero no estabas. Una nota: espero algún día lo entiendas, pero debo irme. Noté que no tenía voz. ¿Qué diría mamá? Estás afónica porque tienes cosas por decir, pero no te atreves, cariño. ¿Habría algo por decir en realidad?
Viernes 13, ni te cases, ni te embarques. ¡Por favor es solo un mito!- seguían bromeando los presentadores en la televisión.
Sábado 28.
Porque en tu falsa intimidad, en cada abrazo que le das Sueñas conmigo…
Ya había pasado casi un año desde la canción de Natalia Lafourcade. Era abril y desde que te fuiste, sin mediar mayor explicación, sin adjudicar culpas, bajo la premisa de que el tiempo me respondería al final, estuve soñando constantemente contigo. En mis sueños te veía caminar por la casa, sereno, inmarcesible. Llenando cada espacio. Algunas veces, me veías con pueril indiferencia y otras, con profunda compasión. Más entendí que era yo quién se veía a sí misma detrás de esos ojos, que, en todo caso, no eran los tuyos.
En mi duelo funesto, catastrófico, infortunado, irracional, e inevitable, estuve buscándote. Te perseguí en las charlas de otros, en las risas de extraños, en las miradas de terceros, en los argumentos rebuscados de la prensa, en los museos de los desmemoriados, en los viajes que nunca hicimos, en el no entender el mundo, en los labios insípidos de amores desvalidos, en las enciclopedias del siglo pasado, en los boleros de mi abuelo, en las indirectas de los incomunicados, en los mensajes eliminados, en la rosa de los cuatro vientos, en las estrellas desalineadas, en la caja de pandora, en las revistas de retazos, en la fama de los nadies, en los discursos de falsos profetas, en el oráculo de la iglesia, en el ruido de los silencios incómodos, en el whiskey en las rocas, en las rocas sin escalar, en las cartas que nunca debí escribirte, y al final, solo al final, me encontré a mí.
Domingo 01.
Es julio. Desde mi ventana, veo cómo te vas. Llevas el traje gris y poco equipaje. Vas solo. Te llama alguien. Te veo desde la ventana, la grande, desde donde se ven esas paredes de colores que tanto querías. Te vas cruzando la calle. Miras hacia atrás un segundo, pero sigues. Hazlo. Ve sin arrepentimientos, te susurro mientras sostengo la taza de café. Las cuentas ya están saldadas, medito con alivio.
Despierto.
Hoy vienen por la casa. He decidido arrendarla. Pensé en que quería conservar lo bueno, sin que me ate. Recibiré un dinero y me iré. Sin pena ni gloria, pero sin culpas. Por la puerta de atrás. Entendí que siempre fuiste nómada y que yo siempre estuve de paso.
Soy la aventura que llegó para ayudarte a continuar
En tu camino…
Fin.
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