“Non Je Ne Regrette Rien” y la resistencia afro
Non Je Ne Regrette Rien (1992) de Marlon Riggs es uno de los cortometrajes que se presentan en la versión 19 del Ciclo Rosa de Cine, que culmina el 2 de noviembre.
María Paula Lizarazo
El Ciclo Rosa de Cine es un espacio para promover proyectos audiovisuales enfocados en las comunidades Lgbti en América del Sur y Estados Unidos, en sus formas de organización y manifestación colectivas (especialmente desde finales del siglo XX) en contra de la persecución histórica a su sexualidad y a la comunidad afro en este continente.
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El Ciclo Rosa de Cine es un espacio para promover proyectos audiovisuales enfocados en las comunidades Lgbti en América del Sur y Estados Unidos, en sus formas de organización y manifestación colectivas (especialmente desde finales del siglo XX) en contra de la persecución histórica a su sexualidad y a la comunidad afro en este continente.
Según un informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la violencia que se ejerce en contra de personas Lgbti "están basadas en el deseo del perpetrador de “castigar” dichas identidades, expresiones, comportamientos o cuerpos que difieren de las normas y roles de género tradicionales, o que son contrarias al sistema binario hombre/mujer. Esta violencia se dirige, entre otros, a las demostraciones públicas de afecto entre personas del mismo sexo y a las expresiones de “feminidad” percibidas en hombres o “masculinidad” en mujeres. La violencia se puede manifestar en el uso de la fuerza por parte de agentes de seguridad del Estado, encargados de hacer cumplir la ley amparados en normas sobre la “moral pública”. También puede tomar la forma de violencia médica ejercida contra personas cuyos cuerpos difieren de los estándares socialmente aceptados de cuerpos masculinos o femeninos, en intentos por “arreglar su sexo"”.
Una sección del Ciclo Rosa dedicada a realizaciones del cineasta y activista estadounidense Marlon Riggs, se centra en la comunidad afrodescendiente en Estados Unidos y en la población Lgbti al interior de esta. Los filmes cuentan con propuestas musicales que entre ecos y ritmos ancestrales instan por liberar el cuerpo del temor a la sexualidad; también por afirmar una apropiación del espacio público -en el que han sido violentados-, y por reconocer su derecho al amor, todo a través de la palabra: “Están demasiado ocupados saqueando la tierra para mirarnos”, cantan.
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El corto Non Je Ne Regrette Rien, de Riggs, presenta los testimonios de Assoto Saint, Joseph Long, Michael Lee, Donald Woods y Reggie Williams a comienzo de los años 90, sobre sus diagnósticos de VIH positivo. En los primeros minutos del corto, cuando los protagonistas apenas están contando lo que sintieron al enterarse del virus, la cámara no muestra sus rostros en totalidad sino su boca, sus ojos, sus manos. A medida que sus narraciones avanzan y su reflexión sobre el virus se devela, empezamos a ver, poco a poco, sus rostros, sus expresiones, su totalidad.
La canción homónima de Charles Dumont, que interpretó Edith Piaff, entona un manifiesto por no lamentar aquello que haya ocurrido, por escaparse del pasado para alcanzar -en una paz mental- la libertad. Es la voz que al cantar hace realidad tal despojo y da paso a un nuevo tiempo, a una nueva conciencia sobre la vida.
Uno de los cinco protagonistas cuenta que el día que se enteró de que era VIH positivo, su madre estaba devastada por la muerte de su perro y pensó en cómo se pondría cuando fuera el tiempo de su muerte; luego de que le cuenta -por medio de una carta- hay una reflexión en torno a la honestidad: quería su apoyo real, no el comportamiento que debería tener una madre. Otro de los entrevistados explora un proceso de acompañamiento por parte de la iglesia a la que asistía y, en consecuencia, consolida una red de apoyo con otros cristianos portadores de VIH.
La negación, el miedo al rechazo y la ignorancia frente a la posibilidad de tratamientos fue la primera reacción de cada entrevistado al conocer su diagnóstico. Pero con el pasar de la vida, el virus se volvió para ellos un terreno fértil de pensamiento que les permitió reflexionar la relación de cada uno con su cuerpo, su sexualidad y su historia. De una pregunta como “¿todavía soy deseable?” a la afirmación de vivir la sexualidad con cuidado. De cuestionar que si nadie que sufre del corazón se avergüenza, ¿por qué sí ellos? De desmoronar la suciedad que se le ha impuesto históricamente al sexo para disfrutarlo; de resistir en los ritmos africanos ante el racismo, ante la homofobia y ante el virus mismo para que la consigna colonial que se le ha tatuado a África y a los cuerpos negros no heteronormativos, ya no sea: “Gente con VIH sin derechos”.