Novela de Humberto de la Calle: “El profe” que negocia la paz con el Eln
Fragmento de “La inverosímil muerte de Hércules Pretorius” (Ediciones B), historia de ficción inspirada en hechos reales. El exvicepresidente narra las desventuras de un joven mientras se enfrenta a la revolución, la guerra y la violencia en Colombia.
Humberto de la Calle Lombana * / Especial para El Espectador
Muchos años después, por los lados de 1999, mientras el Profe se aprestaba a limpiar sus gafas con un trozo de franela que le dieron en la óptica —franela especial, le dijo la vendedora, con aire de orgullo asalariado—, el teléfono comenzó a repicar de manera insistente. Estuvo tentado a no contestar. Aunque su estómago había decretado que la primerísima prioridad era el suculento sándwich de rosbif ya dispuesto sobre su mesa, una especie de merienda antes de ir a la cama, lo insólito de la hora anunciaba alguna mala noticia. Sin duda la llamada no debía haberse originado en el propio Londres; la cortesía inglesa impediría una comunicación tan tardía. Por tanto, el interesado debería estar en Bogotá. Preludio de dificultades. Finalmente contestó:
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Muchos años después, por los lados de 1999, mientras el Profe se aprestaba a limpiar sus gafas con un trozo de franela que le dieron en la óptica —franela especial, le dijo la vendedora, con aire de orgullo asalariado—, el teléfono comenzó a repicar de manera insistente. Estuvo tentado a no contestar. Aunque su estómago había decretado que la primerísima prioridad era el suculento sándwich de rosbif ya dispuesto sobre su mesa, una especie de merienda antes de ir a la cama, lo insólito de la hora anunciaba alguna mala noticia. Sin duda la llamada no debía haberse originado en el propio Londres; la cortesía inglesa impediría una comunicación tan tardía. Por tanto, el interesado debería estar en Bogotá. Preludio de dificultades. Finalmente contestó:
—Embajador —le dijo la voz emblemática del operador de Palacio—. Le paso al canciller.
Después de los habituales saludos, el canciller, ahora con tono un tanto melodramático, le dijo:
—Estimado embajador. Le hablo en nombre del presidente de la República. Sucede que, a consecuencia de la crisis política que usted conoce, se está gestando una moción de censura contra el ministro del Interior. Todo comenzó con la idea de revocar el Congreso, pero la oposición, que lamentablemente es mayoría, ahora quiere la revocatoria de todos los poderes, incluido el presidente. Un primer paso es aprobar una moción de desconfianza contra el ministro para removerlo de su cargo. Luego vendrán tras el presidente. Aunque esas iniciativas nunca han prosperado, por primera vez hay votos suficientes en el Congreso, de modo que la revocatoria es un hecho y debe ocurrir en la sesión de mañana. Aquí estimamos que la única salida para ir enfriando el impasse es que el ministro renuncie de inmediato. Así se evita la bochornosa destitución y se abre un compás de espera, para ir buscando caminos de solución a la crisis. Entonces, el presidente le manda a pedir que acepte el Ministerio. Lamentamos interrumpir su estadía como embajador en Londres, pero es una verdadera emergencia.
Baldado de agua fría, proyectos cancelados, incluidas las clases en la Open University que tanto lo emocionaban, el Soho, los paseos en barcazas en Camden Town, las caminatas en Hampstead Heath con su amiga Bee, en fin. Pero ni modo, Profe, se dijo a sí mismo. Así es el servicio público. Soy un soldado romano.
—Pueeeeeeees, canciller. Sí, señor. Dígale al presidente que estoy a su disposición. ¿Encargarán a alguien mientras yo pongo punto final a las últimas gestiones y hago las consabidas despedidas que dictan los usos diplomáticos, comenzando por el gobierno de Su Majestad?
Ahora el tono del canciller tomó de nuevo el tono coloquial:
—No, maestro. Ni modo. Te tienes que venir ya. Ya es ya. No solo por la crisis en marcha, sino porque tenemos una rebelión de los paramilitares en el sur de Bolívar. Se alebrestaron por la idea del Gobierno de abrir una segunda zona desmilitarizada allí, a fin de adelantar conversaciones con el ELN. Hay un tipo ahí, uno de los jefes. Es un abogado. Ernesto Báez, lo llaman, aunque es un tipo de apellido Duque. Las carreteras están paralizadas y tenemos que proceder con mucha rapidez.
Firmada el acta de posesión, al Profe le pusieron un buscapersonas en la correa. “Cuando timbre, le toca llamar al presidente”. Le entregaron un teléfono móvil y le presentaron al capitán Morales de la Policía, encargado de su seguridad. Enseguida llegó a un salón en el Hotel Tequendama, donde lo esperaban los dos comandantes máximos, el de las Fuerzas Militares y el del Ejército. “Ministro, lo de la revocatoria del presidente está cogiendo aire. Incluso más que la revocatoria del Congreso. Como responsables del orden público, le manifestamos que la situación es grave y que no podemos responsabilizarnos de lo que pase”, dijo el Comandante General, el canoso, mientras el otro, el del Ejército, asentía con un movimiento de cabeza.
Al salir de este encuentro, el Profe se topó a bocajarro con una nube de periodistas. Dio declaraciones a la radio, bajándole temperatura a la crisis, abriendo las puertas al diálogo con la oposición.
Timbró el buscapersonas. Llamó al presidente.
—Ministro, ¿cuál diálogo? Yo no voy a ceder en mi proyecto de revocar el Congreso —le dijo el mandatario.
—Presidente —repuso el Profe—. Usted no está midiendo bien la dimensión de lo que viene caminando.
Le contó de la reunión con los militares. Hubo un largo silencio en el teléfono y una despedida fría.
Como en un turbión incontrolable, el Profe fue subido a un carro blindado, llevado a la Escuela Militar y montado en un helicóptero, que aterrizó a pocos metros de La Lizama. Desde el aire se veía la multitud de paramilitares, curiosamente armados de garrotes, aunque debajo de los ponchos se adivinaban las metralletas. El Profe saltó de la aeronave acompañado de su jefe de seguridad, cuatro policías más y media docena de soldados al mando de un sargento, y se dirigieron al sitio donde estaba el comando de la asonada. Pero, sorpresa; unos cien metros antes del sitio, le dijo el sargento:
—Ministro, aquí nos devolvemos los militares. Tenemos prohibido que nos tomen fotos con paramilitares. Usted queda en manos de la Policía.
El Profe sintió frío en la espalda. Nunca pudo entender la excusa. ¿Cuáles fotos? ¿Fotos cumpliendo una misión oficial? ¿Cuál es el problema? Solo un poco después, en reunión en la oficina presidencial, comprendería la nuez de este insólito comportamiento.
Llegó el Profe. Gritos. Amenazas. Golpeteo de garrotes en el asfalto. Los paramilitares se arremolinaron a su alrededor. Alguno tomó la palabra:
—No vamos a permitir una zona de despeje para el ELN en el sur del departamento de Bolívar. Esta zona es nuestra. Ya cerramos todas las carreteras. Aquí no hay diálogo, ministro. Es una decisión. Nosotros somos combatientes curtidos. De aquí nos sacan muertos.
En cierto momento, aprovechando la insuficiencia de la escolta, uno de los vociferantes acercó su boca al oído del Profe y dijo:
—Ministro, tenemos órdenes de los comandantes Castaño y Báez. No se equivoque. Nosotros fuimos reclutados por plata. Antes éramos elenos. Casi todos los que estamos aquí venimos de la guerrilla. Los elenos quieren esta zona para los cultivos ilícitos, y porque en el subsuelo hay reservas de coltán. Eso es todo. Es un negocio. Dígale a su presidente que no se atraviese.
Ya de regreso a la capital, el presidente citó al Profe —ahora ministro—, a los dos militares supremos y al comisionado de paz. La reunión tuvo lugar en una salita discreta, frente a la Secretaría General, cruzando el pasillo alfombrado de púrpura.
—Generales —dijo el presidente—. Para profundizar la política de paz del Gobierno es necesario abrir conversaciones con el ELN. Así como hemos desmilitarizado la zona del Caguán para hablar con las Farc, el paso siguiente es este: abrir una zona desmilitarizada en el sur del departamento de Bolívar. Los paramilitares se oponen, pero tiene que prevalecer la orden presidencial, que se inspira en el anhelo de paz. Procedan a despejar la zona y reabran el tránsito a la mayor brevedad, porque todo el nudo de carreteras de esa región se está viendo afectado. La parálisis lleva varios días, y el desabastecimiento se siente en toda la zona nororiental.
El Profe no contó la duración del silencio, pero fue evidente una cierta prolongación inusual. Y no solo eso. Caras largas de los militares.
* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial.