Nuccio Ordine: “un buen profesor te puede cambiar la vida”

Hace tres años, Sorayda Peguero, columnista de El Espectador, entrevistó al filósofo italiano, quien ganó hoy el premio Princesa de Asturias de Humanidades.

Sorayda Peguero
04 de mayo de 2023 - 09:29 p. m.
Nuccio Ordine: “un buen profesor te puede cambiar la vida”
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En el pueblo de Nuccio Ordine no había bibliotecas ni librerías. En ese pueblo conocido como Diamante, uno de los más pobres del sur de Italia, no había un solo edificio que los niños pudieran señalar como “la escuela”. Cada profesor se las arreglaba como podía. “Yo he estudiado cinco años de la escuela primaria en la casa de mi profesora, una señora muy especial, muy inteligente. Se llamaba Ofelia”. Nuccio Ordine (Diamante, 1958) repasa algunas imágenes de aquellos años: la maestra Ofelia, recién salida de la cama, enferma, dictando la clase del día en camisón. La maestra Ofelia preguntándole al pequeño Nuccio en su primer día de escuela: “¿Dónde aprendiste a escribir tu nombre?”. La maestra Ofelia anotando los progresos de cada alumno en unos pequeños cuadernos. “Mi mamá me dijo que conservaba esos libritos. Yo no sabía que existían. Hoy soy las cosas que mi maestra escribió sobre mí. Ella lo había comprendido todo”.

—¿Fue a su primer día de escuela sabiendo escribir su nombre?

Mi abuelo, el papá de mi mamá, vendía periódicos en un kiosco. Se llamaba Giuseppe, pero nosotros lo llamábamos Pepino, nono Pepino. En su kiosco tenía historietas de Mickey Mouse y otros personajes infantiles. El problema es que yo no sabía leer. Tenía cuatro o cinco años. Se lo dije; le dije al abuelo que no podía leer las historietas. Entonces él me dio un cuadernito y un lápiz. Me dijo: “En la televisión, a las 7:30 de la noche, hay una transmisión para los adultos analfabetos, se llama: Nunca es tarde para aprender”. Me dijo que debía ver ese programa. No había muchos televisores en Diamante. En casa teníamos uno porque papá trabajaba en una tienda de electrodomésticos. Aprendí a leer y a escribir viendo ese programa. El primer día de clase, la maestra le preguntó a mi madre: “Margarita, ¿sabías que tu hijo sabe escribir su nombre?”.

—¿Ha vuelto a ver a la maestra Ofelia?

Cada verano, cuando ya estaba muy enferma, yo pasaba a saludarla. Mientras conversábamos, ella sostenía mi mano. Le estoy muy agradecido. La buena escuela no la hacen los ordenadores, las pantallas, los Smartphone ni la conexión a internet. La buena escuela solo la hacen los buenos profesores. Mi experiencia personal me ha demostrado que un buen profesor te puede cambiar la vida.

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El papá de Ordine le regaló una enciclopedia para niños cuando terminó la escuela elemental. En su casa no había libros. Sus padres solo habían estudiado cinco años de la escuela primaria y tres de la escuela intermedia. Ordine sería el primer miembro de su familia en completar estudios universitarios. Recuerda que apenas dormía. El cartero había traído a casa la mayor alegría de sus años adolescentes: una enciclopedia de ocho volúmenes que leyó con voracidad. Durante los años de la escuela secundaria, Ordine empezó a ser consciente de los sacrificios que le aguardaban en el camino. Se levantaba a las siete de la mañana para recorrer 20 kilómetros en el autobús que lo llevaba a otro pueblo, fuera de Diamante, donde tampoco existía un edificio que los chicos pudieran señalar como “el liceo”. Algunos de sus compañeros hacían un trayecto de más de dos horas de autobús. Se ponían en pie a las cinco de la mañana y al mediodía estaban muertos de cansancio. “Eso me hace pensar en esa pedagogía absurda que dice que puedes aprender sin esfuerzo. Es el sacrificio lo que te permite aprender. Recuerdo un filósofo que decía: “Yo no estoy orgulloso de los libros que he escrito ni de las cosas que he aprendido, estoy orgulloso del esfuerzo que he hecho para aprender”. Ese esfuerzo es lo que hoy me permite hablar, lo que me da el derecho a la palabra. Porque la palabra no es algo que se regala: tú tienes derecho a la palabra cuando sabes cosas”.

Por aquellos años, Pier Paolo Pasolini se convirtió en un escritor fundamental para Ordine. Lo considera un visionario, alguien capaz de escribir versos tan proféticos como los de su poema Alí el de los ojos azules: “Uno de tantos hijos de hijos, / llegará desde Argelia, sobre una nave / de vela y remos. Con él vendrán / miles y miles de hombres / escuálidos, de ojos tristes, (…) / Desembarcarán en Crotona o en Palmi, / millones de ellos, vestidos con harapos / asiáticos y camisas americanas”. Pasolini hablaba de cosas que Ordine comprendería algunos años más tarde, como su idea de que el capitalismo quiere transformar a todos los hombres en consumidores pasivos. “Es cierto que la gente emigra porque hay guerra y porque hay hambre –dice Ordine–, pero también emigra porque se aferra a un mito. La felicidad de los bienes materiales es una felicidad transitoria. Buscas un Smartphone 5, después viene el Smartphone 6 que, por supuesto, hace cosas que el 5 no puede hacer. ¿Esto te da la felicidad? No puede dártela. Es como una rueda que no se detiene”.

—Ayer, durante la charla que dictó en CaixaForum Barcelona, usted volvió a hablar de la amistad, un valor que suele reivindicar también en sus libros.

En los momentos más difíciles de mi vida, la amistad ha tenido una fuerza enorme. La amistad es la primera demostración de gratuidad. Es como decir: yo te amo, no porque me das algo, te amo porque eres tú. La amistad no puede ser un clic en Facebook. Se trata de crear lazos. Se necesita tiempo para cultivar una amistad verdadera.

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—Sus conferencias gozan de gran popularidad entre los estudiantes. Algunos pesimistas podrían sorprenderse de que los jóvenes se sientan atraídos por el discurso de un filósofo.

Te digo una cosa: los mejores lectores de mis libros son los estudiantes, no mis colegas. He hablado una vez en Medellín, en la Fiesta del Libro y la Cultura. El título de mi conferencia fue Jóvenes traficantes de belleza. En aquella charla dije que no es verdad que los jóvenes solo tengan dos opciones: el plomo o la plata. Existe una tercera opción: la belleza. Después de la conferencia, cuatro jóvenes, dos mujeres y dos hombres, se me acercaron llorando y me abrazaron. Los jóvenes piden valores. Cuando creen que tienen que estudiar para buscar un papelito, un título, no están encontrando el verdadero sentido de sus vidas. El sentido de una vida es saber que estás estudiando para aprender cosas, para tratar de ser una mejor persona. No es verdad que los jóvenes están corrompidos, que ya nada les importa. Están matando sus aspiraciones diciéndoles que tienen que hacer dinero, que el tiempo que invierten en los demás y en cosas que no producen dinero es inútil.

—¿Cuáles son sus tácticas de seducción, cómo logra que sus alumnos sientan curiosidad por los clásicos de la literatura?

Todo depende del profesor, de que sea humilde y piense que su palabra no es nada, que la palabra de Cervantes es fuerte, que la palabra de Homero es fuerte. Hoy se piensa que leer un resumen del Quijote te permite entender el Quijote. Eso es imposible. El profesor tiene que ser un cartero. ¿Por qué un cartero? Porque el cartero existe porque hay gente que escribe cartas. El crítico literario existe porque hay gente que escribe los clásicos. Sin los clásicos el profesor tampoco existe. Hubo un tiempo en que el verdadero profesor se llamaba lector. Su trabajo era leer y comentar los clásicos. Entre un maestro y un discípulo siempre debe existir la seducción. Si el profesor no produce esa seducción, ese eros, es muy difícil que llegue a transmitir el amor por el conocimiento.

—El historiador Francisco Calvo Serraller dijo que usted es uno de los pocos pensadores actuales que se atreve a decir lo que la mayoría no dice por desencantada desidia. ¿Nunca se siente arrastrado por el desencanto?

He peleado como un loco. Al principio era muy difícil, la competencia era tremenda. Pero he aprendido que la dificultad es un impulso para insistir. Esa es mi experiencia. La escuela y la universidad tienen que ser lugares de resistencia, proponer modelos alternativos, no como en los regímenes totalitarios. Los profesores deben transformar las aulas en espacios de resistencia a las banalidades del presente. Mucha gente piensa que cuando le digo a un estudiante que tiene que elegir su pasión soy un irresponsable. La pasión es fundamental. Cultivar la pasión significa poder hacer tu vida como tú quieres. Yo he cultivado mi vida sobre las bases del sacrificio y la pasión. Para mí, levantarme a las seis de la mañana para enseñar es un regalo de la vida, no un trabajo.

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Por Sorayda Peguero

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Fredy(36598)04 de mayo de 2023 - 10:12 p. m.
Maravilloso y esperanzador testimonio.
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