“Nuestro problema ecológico se soluciona acabando con el progreso”: Andrés Hurtado
El periodista relanzó en diciembre su libro “Colombia secreta” en versión miniatura, el cual recopila algunas de sus anécdotas y fotografías en lugares ocultos del país.
Andrea Jaramillo Caro
¿Cuál es la historia de “Colombia secreta” y su reedición?
Colombia secreta en edición de bolsillo decidimos hacerlo con Benjamín Villegas, dado que el libro en edición grande, que fue el primero de lujo que hice con él, y con el que gané el premio en Estados Unidos como el mejor libro de viajes del mundo, fue el de mayor venta en Colombia. Entonces Benjamín decidió que lo sacáramos en edición pequeña, y eso es lo que acabamos de hacer.
¿Cómo nació la versión original del libro?
Se lo propuse a Benjamín porque venía desde hace tiempo con la idea de escribir uno incorporando todas las fotos que había recopilado en Colombia. Desde niño he recorrido todo el país y los lugares más bellos, así que escogí los espacios más exuberantes y desconocidos de Colombia para publicarlos en un libro que no se había hecho. Ese es el origen de Colombia secreta.
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¿De dónde salió su amor por la naturaleza?
Eso tiene dos orígenes. El primero es familiar. Mi papá fue arriero antioqueño y nos contaba historias de arrierías, de noches con tigres, porque en ese tiempo entre los caminos entre Antioquia y Quindío había tigres. Ahora, pues todo eso está poblado y no se ven esos animales. Noches con estrellas, noches con ríos desbordados, muchachas bonitas en las fondas. A mí eso me fue llenando la cabeza. Por otra parte, cuando el arcoíris salía en la finca de mi papá (que ya no lo conocí como arriero, sino como cafetero importante de Armenia) corría a perseguirlo. Y claro, este desaparecía. Mi mamá me decía que el arcoíris en su contacto con la tierra se traga a las personas. Yo quería que me tragara. Regresaba y mi mamá me decía: “Mijo, las cosas importantes de la vida siempre están más lejos”.
¿Dónde encuentra la felicidad?
En la naturaleza. Hay una historia muy larga que me contaron aquí y luego me repitieron en India. Me dijeron que soy la reencarnación de un sabio que vivió en el siglo VII en el Himalaya, y que se entendía con las plantas y los animales. Cuando voy a la naturaleza y estoy acompañado, les pido que hagamos silencio, que la naturaleza lo exige, y hay momentos en los que puedo entrar en lo que llamo la armonía cósmica. Y es que entiendo el lenguaje de los árboles, entiendo la vida y me puedo comunicar con ellos. El sabio se llamaba Ramaputra Rawalpindii.
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¿Cuál es el momento de conexión que más recuerda?
Recuerdo dos, uno en los bosques de Canadá y otro en las sabanas de Vichada, en Colombia: me pude comunicar con las plantas, con los árboles de una manera muy clara. Eso me deja a mí una paz profunda como elemento que soy de la naturaleza. Porque el ideal de mi vida sería fundirme en la naturaleza y ser parte del cosmos.
También trabaja por el medio ambiente...
El problema ecológico por el que trabajo tendría una solución tremenda, que no la publico todavía porque la gente no entendería, pero llegará el día, si alcanzo a vivir, en el que lo publique. El año pasado fue el más caliente en la historia de la humanidad. A mí en Madrid me tocaron 43 grados y delante de mí un hombre se cayó, cayó ahí instantáneamente muerto. Dentro de unos 10 años no se podrá trabajar al aire libre. Como esos son problemas graves, a grandes males, grandes remedios. La humanidad va a tener que imponerse soluciones drásticas. Y para mí la solución, la única que valdría, no para solucionar el problema, sino para paliarlo, es acabar con el progreso.
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¿A qué se refiere con eso?
A que si un avión actualmente puede viajar de Nueva York a París en nueve horas, no disminuyamos ese tiempo. Ese progreso conlleva destrucción de la capa de oxígeno. Sigamos yendo las nueve horas, suprimamos ese progreso. Todos los progresos que el hombre hace son científicos y todos llevan a la destrucción de la capa de oxígeno, es decir, a la destrucción de la naturaleza. Cuando hablan de medio ambiente, de ecología, todo el mundo se refiere a las matas y a los animales. A los ríos y a los páramos, pero ¿y el hombre qué? El hombre es el elemento principal de la naturaleza.
¿En qué áreas cree que el progreso debería continuar?
Solamente admitiría progreso en medicina. Desde luego, en la educación. El progreso en la educación no lleva a la destrucción de la naturaleza. Hablo de que hay que detener todo ese progreso técnico, todo lo que nos conduzca a la destrucción de la naturaleza. El resto, el que nos lleve a dignificar al hombre como la educación y la medicina, bienvenido.
¿Cómo cree que se puede transmitir esa preocupación por el medio ambiente a las nuevas generaciones?
En el año 1965 escribí en el periódico La Patria y empecé a decir en conferencias que no había futuro. Se me vino el mundo encima, pues hablaban desde las ciudades, mientras que mi visión venía de los recorridos que he hecho por la selva. Les decía: “miren las causas y las consecuencias”. En ese momento los incendios, la deforestación y la minería ilegal ya eran terribles. Llevamos años con el cuento de que todavía hay oportunidad de salvarnos, pero los únicos que pueden hacer eso son los gobiernos.
Usted ha contado una anécdota sobre su intención de entender cómo nacen los ríos...
Yo tenía cuatro años y la finca de mi papá comenzaba en Armenia y llegaba a Calarcá, son siete kilómetros de distancia y bordeaba el río Quindío. A mí me llamaba la atención ver que el agua pasaba y no se acababa, ahora vemos que sí, pero de niño no entendía eso. Me fui remontando por la finca de mi papá y, a los cuatro días, me encontraron arriba muerto de frío y de hambre. Me buscaron con perros, con policía y con todo el mundo. Desde entonces yo digo que trato de ver cómo nacen los ríos, no lo tengo muy claro, pero que sí sé cómo se acaban.
Si le interesan los temas culturales y quiere opinar sobre nuestro contenido y recibir más información, escríbanos al correo de la editora Laura Camila Arévalo Domínguez (larevalo@elespectador.com) o al de Andrés Osorio (aosorio@elespectador.com).
¿Cuál es la historia de “Colombia secreta” y su reedición?
Colombia secreta en edición de bolsillo decidimos hacerlo con Benjamín Villegas, dado que el libro en edición grande, que fue el primero de lujo que hice con él, y con el que gané el premio en Estados Unidos como el mejor libro de viajes del mundo, fue el de mayor venta en Colombia. Entonces Benjamín decidió que lo sacáramos en edición pequeña, y eso es lo que acabamos de hacer.
¿Cómo nació la versión original del libro?
Se lo propuse a Benjamín porque venía desde hace tiempo con la idea de escribir uno incorporando todas las fotos que había recopilado en Colombia. Desde niño he recorrido todo el país y los lugares más bellos, así que escogí los espacios más exuberantes y desconocidos de Colombia para publicarlos en un libro que no se había hecho. Ese es el origen de Colombia secreta.
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¿De dónde salió su amor por la naturaleza?
Eso tiene dos orígenes. El primero es familiar. Mi papá fue arriero antioqueño y nos contaba historias de arrierías, de noches con tigres, porque en ese tiempo entre los caminos entre Antioquia y Quindío había tigres. Ahora, pues todo eso está poblado y no se ven esos animales. Noches con estrellas, noches con ríos desbordados, muchachas bonitas en las fondas. A mí eso me fue llenando la cabeza. Por otra parte, cuando el arcoíris salía en la finca de mi papá (que ya no lo conocí como arriero, sino como cafetero importante de Armenia) corría a perseguirlo. Y claro, este desaparecía. Mi mamá me decía que el arcoíris en su contacto con la tierra se traga a las personas. Yo quería que me tragara. Regresaba y mi mamá me decía: “Mijo, las cosas importantes de la vida siempre están más lejos”.
¿Dónde encuentra la felicidad?
En la naturaleza. Hay una historia muy larga que me contaron aquí y luego me repitieron en India. Me dijeron que soy la reencarnación de un sabio que vivió en el siglo VII en el Himalaya, y que se entendía con las plantas y los animales. Cuando voy a la naturaleza y estoy acompañado, les pido que hagamos silencio, que la naturaleza lo exige, y hay momentos en los que puedo entrar en lo que llamo la armonía cósmica. Y es que entiendo el lenguaje de los árboles, entiendo la vida y me puedo comunicar con ellos. El sabio se llamaba Ramaputra Rawalpindii.
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¿Cuál es el momento de conexión que más recuerda?
Recuerdo dos, uno en los bosques de Canadá y otro en las sabanas de Vichada, en Colombia: me pude comunicar con las plantas, con los árboles de una manera muy clara. Eso me deja a mí una paz profunda como elemento que soy de la naturaleza. Porque el ideal de mi vida sería fundirme en la naturaleza y ser parte del cosmos.
También trabaja por el medio ambiente...
El problema ecológico por el que trabajo tendría una solución tremenda, que no la publico todavía porque la gente no entendería, pero llegará el día, si alcanzo a vivir, en el que lo publique. El año pasado fue el más caliente en la historia de la humanidad. A mí en Madrid me tocaron 43 grados y delante de mí un hombre se cayó, cayó ahí instantáneamente muerto. Dentro de unos 10 años no se podrá trabajar al aire libre. Como esos son problemas graves, a grandes males, grandes remedios. La humanidad va a tener que imponerse soluciones drásticas. Y para mí la solución, la única que valdría, no para solucionar el problema, sino para paliarlo, es acabar con el progreso.
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¿A qué se refiere con eso?
A que si un avión actualmente puede viajar de Nueva York a París en nueve horas, no disminuyamos ese tiempo. Ese progreso conlleva destrucción de la capa de oxígeno. Sigamos yendo las nueve horas, suprimamos ese progreso. Todos los progresos que el hombre hace son científicos y todos llevan a la destrucción de la capa de oxígeno, es decir, a la destrucción de la naturaleza. Cuando hablan de medio ambiente, de ecología, todo el mundo se refiere a las matas y a los animales. A los ríos y a los páramos, pero ¿y el hombre qué? El hombre es el elemento principal de la naturaleza.
¿En qué áreas cree que el progreso debería continuar?
Solamente admitiría progreso en medicina. Desde luego, en la educación. El progreso en la educación no lleva a la destrucción de la naturaleza. Hablo de que hay que detener todo ese progreso técnico, todo lo que nos conduzca a la destrucción de la naturaleza. El resto, el que nos lleve a dignificar al hombre como la educación y la medicina, bienvenido.
¿Cómo cree que se puede transmitir esa preocupación por el medio ambiente a las nuevas generaciones?
En el año 1965 escribí en el periódico La Patria y empecé a decir en conferencias que no había futuro. Se me vino el mundo encima, pues hablaban desde las ciudades, mientras que mi visión venía de los recorridos que he hecho por la selva. Les decía: “miren las causas y las consecuencias”. En ese momento los incendios, la deforestación y la minería ilegal ya eran terribles. Llevamos años con el cuento de que todavía hay oportunidad de salvarnos, pero los únicos que pueden hacer eso son los gobiernos.
Usted ha contado una anécdota sobre su intención de entender cómo nacen los ríos...
Yo tenía cuatro años y la finca de mi papá comenzaba en Armenia y llegaba a Calarcá, son siete kilómetros de distancia y bordeaba el río Quindío. A mí me llamaba la atención ver que el agua pasaba y no se acababa, ahora vemos que sí, pero de niño no entendía eso. Me fui remontando por la finca de mi papá y, a los cuatro días, me encontraron arriba muerto de frío y de hambre. Me buscaron con perros, con policía y con todo el mundo. Desde entonces yo digo que trato de ver cómo nacen los ríos, no lo tengo muy claro, pero que sí sé cómo se acaban.
Si le interesan los temas culturales y quiere opinar sobre nuestro contenido y recibir más información, escríbanos al correo de la editora Laura Camila Arévalo Domínguez (larevalo@elespectador.com) o al de Andrés Osorio (aosorio@elespectador.com).