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                                                                                                                                “Ocho días de mayo”, la nueva versión de la muerte de Hitler

                                                                                                                                Fragmento del libro del prestigioso historiador y periodista alemán Volker Ullrich en el que reconstruye el suicidio del líder nazi y su esposa y la semana de desenlace de la Segunda Guerra Mundial.

                                                                                                                                Volker Ullrich * / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

                                                                                                                                Adolf Hitler posa con Eva Braun en la casa del Führer en Berchtesgaden en una foto sin fecha proporcionada por el Ejército de EE. UU., que encontró esta foto entre las pertenencias personales de Braun, en 1945.
                                                                                                                                Foto: Agencia AP
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO

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                                                                                                                                Foto: Agencia AP
                                                                                                                                PUBLICIDAD

                                                                                                                                Durante las primeras horas del 30 de abril de 1945 llegó al búnker subterráneo situado debajo de la antigua Cancillería del Reich una noticia muy deprimente. Wilhelm Keitel, jefe del Alto Mando de las Fuerzas Armadas (Oberkommando der Wehrmacht; en adelante OKW), comunicaba que el avance hacia Berlín del XII Ejército, a las órdenes del general Walter Wenck, había quedado bloqueado junto al lago de Schwielow, al sudoeste de Potsdam. Con ello se desvanecía la última esperanza de poder socorrer a la capital del Reich, rodeada desde el 25 de abril por las tropas soviéticas. Solo en ese momento Adolf Hitler se decidió a hacer realidad la posibilidad con la que había amenazado una y otra vez a lo largo de su aciaga carrera: poner fin a su vida.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                A las 05.00 la Cancillería del Reich estaba ya siendo bombardeada sin descanso por la artillería soviética. Una hora más tarde Hitler llamó a Wilhelm Mohnke, el comandante en jefe de la Ciudadela, el último anillo defensivo que rodeaba el Barrio Gubernamental, para que viniera a verlo al búnker subterráneo y le informara de cuánto tiempo podría resistir todavía la Cancillería del Reich. A lo sumo uno o dos días, respondió el SS-Brigadeführer Mohnke. Mientras tanto, los rusos habían conquistado la mayor parte del Tiergarten y combatían ya en Postdamer Platz, a solo cuatrocientos metros de distancia de la Cancillería del Reich. Había que apresurarse.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Al término del análisis de situación, Martin Bormann, el poderoso presidente de la Cancillería del partido y «secretario del Führer», hizo venir a su despacho al ayudante de campo personal de Hitler, el SS-Sturmbannführer Otto Günsche, y le comunicó que el dictador tenía la intención de quitarse la vida esa misma tarde junto con Eva Braun, con la que acababa de contraer matrimonio. Según dijo, Hitler le había ordenado que los cadáveres fueran incinerados. Con ese fin, Günsche debía procurarse la cantidad necesaria de gasolina. Poco después, el propio Führer hizo prometer a su ayudante de campo que se encargaría de la estricta ejecución de su orden. No quería que se llevaran su cadáver a Moscú y que lo exhibieran allí. Evidentemente pensaba en la suerte que Benito Mussolini había corrido. El 27 de abril el Duce había sido capturado en el lago de Como junto con su amante, Claretta Petacci, por unos partisanos italianos, y un día después había sido fusilado. Los cuerpos de ambos habían sido trasladados a Milán el 29 de abril por la mañana y, a continuación, habían sido colgados boca abajo en una gasolinera del Piazzale Loreto. La noticia del fin del Duce había llegado al búnker a última hora de la tarde del 29 de abril, y debió de afianzar la decisión de Hitler de que no quedase el menor rastro de su cadáver ni del de su esposa.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Entre las 13.00 y las 14.00 Hitler tomó su última comida en compañía de sus secretarias, Traudl Junge y Gerda Christian, y de su cocinera y dietista, Constanze Manziarly. Como ocurriera durante las semanas anteriores, la conversación giró sobre trivialidades; no se habló en ningún momento acerca del final que los aguardaba de manera inminente: un «convite fúnebre oculto tras una máscara de animada serenidad y aplomo»; así es como Traudl Junge evocaría la escena en sus memorias, escritas en 1947 (aunque no serían publicadas hasta 2002).[14] Eva Braun, compañera durante muchos años de Hitler, no asistió a la comida. A comienzos de marzo de 1945 había regresado de Múnich para instalarse definitivamente en Berlín y enseguida había decidido compartir la suerte de Hitler y morir con él. En agradecimiento a su lealtad incondicional, el Führer se había casado con ella en la noche del 28 al 29 de abril. Según hizo saber a la posteridad en su «testamento privado», dictado previamente, había «decidido tomar por esposa a aquella muchacha que, tras largos años de fiel amistad, había venido por propia voluntad a la ciudad ya casi sitiada, para compartir su destino con el mío».

                                                                                                                                Un soldado de EE. UU. inspecciona el lugar donde se supone era el búnker en el que murió calcinado Hitler y su esposa. A la izquierda la portada del libro que llegó a Colombia sobre la muerte del líder nazi.
                                                                                                                                Foto: Agencia AP

                                                                                                                                Para Hitler había llegado el momento de despedirse de su entorno. A su piloto en jefe, Hans Baur, le dejó como regalo el retrato de Federico el Grande, pintado por Anton Graff, que colgaba sobre su escritorio en el pequeño despacho que tenía en el búnker. «¡Mis generales me han traicionado y me han vendido, mis soldados ya no quieren seguir adelante, y yo ya no puedo más!». Era consciente, añadía, de que «mañana mismo […] millones de personas me maldecirán», pero el destino había querido que así fuera.[16] A Heinz Linge, su ayuda de cámara, que había estado a su alrededor desde hacía diez años, el dictador le recomendó que se uniera a uno de los grupos que debían trasladarse a la zona occidental. Ante la pregunta de Linge, que, sorprendido, quiso saber al servicio de quién había, pues, que ponerse ahora, Hitler respondió: «¡Del próximo que venga!».

                                                                                                                                Hacia las 15.15 se reunieron en el pasillo del búnker los colaboradores más estrechos del dictador: Martin Bormann, Joseph Goebbels (ministro de Propaganda e Información), Walther Hewel (enlace al servicio del Ministerio de Asuntos Exteriores), el general Hans Krebs (jefe del Estado Mayor del Ejército), Wilhelm Burgdorf (ayudante en jefe del OKW), así como las secretarias Junge y Christian y la nutricionista y cocinera Manziarly. Hitler se presentó en compañía de su esposa. «Sale muy despacio de su habitación, más encorvado que nunca, entra por la puerta abierta y tiende la mano a todos», recordaría en sus memorias Traudl Junge. «Siento su diestra cálida en la mía; él me mira, pero no me ve. Parece estar muy lejos. Me dice algo, pero no lo oigo [...]. Solo cuando se me acerca Eva Braun, se rompe un poco el hechizo. La señora sonríe y me abraza. “Por favor, intente usted salir de aquí. Quizá pueda usted pasar. Y dé muchos recuerdos de mi parte a Baviera”».

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Inmediatamente después apareció Magda Goebbels y pidió a Günsche permiso para hablar una vez más con Hitler. Según dijo, su marido y ella habían tomado la decisión de suicidarse y de matar también a sus seis hijos. Llevaban ya seis días en el búnker, con el fin de «poner término de la única manera honorable posible a [su] vida nacionalsocialista», había escrito el 28 de abril en la carta de despedida enviada a su hijo, Harald Quandt, fruto de su primer matrimonio. «No merece la pena vivir el mundo que venga después de Hitler y del nacionalsocialismo y por eso me he traído también aquí a los niños. Son demasiado buenos para la vida que vendrá después de nosotros, y un Dios misericordioso comprenderá que yo misma les dé una solución». Había jurado «lealtad hasta la muerte» al Führer, seguía diciendo, y el hecho de que su esposo y ella pudieran terminar su vida con él constituía, en su opinión, «un favor del destino, con el que no nos habíamos atrevido a contar nunca». En aquellos momentos, sin embargo, parece que Magda Goebbels se mostró vacilante en su resolución, pues intentó convencer a Hitler de llevar a cabo un nuevo intento de salir de Berlín. Visiblemente disgustado por ser molestado en el último minuto, Hitler la rechazó.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Al cabo de unos diez minutos —poco después de las 15.30—, Linge, el ayuda de cámara, abrió la puerta del despacho de Hitler, echó un vistazo a su interior y comunicó a Bormann: «¡Señor gobernador del Reich, ya ha pasado todo!». Los dos entraron en la habitación. A su vista se ofreció la siguiente imagen: sentado en el sofá, a la izquierda —desde la perspectiva del espectador—, estaba Hitler, con la cabeza ligeramente inclinada hacia delante. En la sien derecha mostraba una herida de bala del tamaño de una moneda de diez céntimos, de la que caía un poco de sangre hasta la mejilla. En la pared y sobre el sofá había salpicaduras de sangre. En el suelo se había formado un charco de sangre del tamaño de un plato. El brazo derecho colgaba inerte y, debajo de él, yacía la pistola, junto al pie derecho de Hitler. Sentada también en el sofá, a la derecha, se hallaba Eva Braun, con las piernas levantadas. El olor a almendras amargas que emanaba del cadáver indicaba que se había envenenado con una pastilla de cianuro.

                                                                                                                                * Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial.

                                                                                                                                Adolf Hitler poses with Eva Braun at the Fuhrer's home at Berchtesgaden in an undated photo provided by the U.S. Army Signal Corps, which found this photo among the personal belongings of Braun, 1945. (AP Photo/U.S. Army Signal Corps)
                                                                                                                                Foto: AP
                                                                                                                                Pfc. Harvey Natchees of Myton, Utah, inspects the site outside entrance to underground shelter in the Reichschancellery building in Berlin, Germany on July 5, 1945, where a German Chancellery guard reported he saw the bodies of Adolf Hitler and Eva Braun burning. (AP Photo/Henry L. Griffin)
                                                                                                                                Foto: AP - Henry L. Griffin

                                                                                                                                Por Volker Ullrich * / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

                                                                                                                                Temas recomendados:

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