El terror y lo siniestro
La estética de lo siniestro en la literatura, desde Freud hasta Lovecraft, establece un vínculo entre el terror, la conciencia humana y lo desconocido, y propone una reflexión a propósito del mes de octubre sobre lo que acecha a nuestra psique.
Juliana Vargas
“El miedo es la emoción más antigua y fuerte. Y el tipo de miedo más antiguo y fuerte es el miedo a lo desconocido”, dijo H. P Lovecraft alguna vez. Es tal el miedo que el ser humano le tiene a lo desconocido que, de hecho, es un estadio aún peor. No debería llamársele miedo, sino directamente terror.
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“El miedo es la emoción más antigua y fuerte. Y el tipo de miedo más antiguo y fuerte es el miedo a lo desconocido”, dijo H. P Lovecraft alguna vez. Es tal el miedo que el ser humano le tiene a lo desconocido que, de hecho, es un estadio aún peor. No debería llamársele miedo, sino directamente terror.
Freud afirmaba que lo siniestro era aquello que, al no ser familiar, se nos mostraba como terrorífico. Lo siniestro puede aparecer en la confusión en torno a si un objeto es animado o inerte, pero también puede manifestarse en el conocimiento de alguien que es tan semejante, que llega a confundirse con nosotros o alguien familiar. También puede surgir de la repetición que, aunque pueda ser mera coincidencia, estremece cuando sucede de manera constante. Lo siniestro también puede emerger en la realización de deseos ocultos, en el escalofrío que sucede tras el cumplimiento de un deseo que busca dañar al otro. Lo siniestro se vuelve efectivo cuando el deseo deja de ser fantasía para tornarse en real. El deseo troca la realidad. Resulta del retornar de un algo que había sido reprimido o superado.
El terror, entonces, no necesariamente resulta de la aparición de fantasmas y monstruos, también puede resultar de pequeñas grietas en nuestra percepción de la realidad. El terror es la consciencia de que no todo es lo que parece, que siempre habrá algo detrás de las puertas y las esquinas. De este hecho surge la estética de lo siniestro en la literatura como espacio que permite el libre juego de la interpretación del lector. La ambigüedad y la desorientación que desdibujan las fronteras de lo real y lo ficticio son dos de las bases de la literatura romántica, que muestra cómo lo siniestro provoca un estado de incertidumbre que resulta imposible de asimilar intelectivamente.
De aquí, a su vez, surge el terror cósmico de H. P. Lovecraft. El monstruo como criatura ancestral, incluso como origen y dios, produce el descentramiento del individuo en el mundo. Los monstruos indescriptibles de Lovecraft no remiten al miedo humano o a una existencial espiritual o diabólica, sino a la pervivencia de lo ancestral, a una anterioridad que el humano no es capaz de digerir intelectualmente, que es imposible de conocer. Los monstruos de Lovecraft son la certeza de que las grietas en el mundo abren paso a criaturas que anulan nuestra relación con el mundo. Los “noctívagos demacrados”, flacos, viscosos y sin ningún tipo de rostro de Lovecraft nos sugieren una dimensión oscura que nos controla desde el origen de nuestra existencia.
Hasta este punto, el terror y lo siniestro surgen de agentes externos. Somos meros espectadores y víctimas de algo ininteligible. El terror y lo siniestro suben entonces un escalón más cuando hacemos nuestro aquello que no se puede aprehender, cuando nuestra conciencia se trastoca. En La conspiración contra la especie humana, Thomas Ligotti exploró poéticamente la existencia y llegó a una conclusión descarnada y pesimista del ser humano, debido a que tenemos conciencia.
La conciencia, al ser el elemento que diferencia al ser humano, es también el descubrimiento del yo y la fuente del sufrimiento; es decir, no hay existencia sin sufrimiento. De este modo, el ser humano está condenado a autoengañarse para poder vivir. Se ve obligado a cegar el exceso de conciencia para olvidarse del sufrimiento. Dios, familia, patria, entretenimiento, equipos de fútbol, ídolos... son ante todo metas, aunque solo lleguen a la cima de la montaña para volver a deslizarse. El hombre ha creado ilusiones ficticias, equiparables a los unicornios y al fénix que, por su naturaleza, son solo mentiras para huir. Es solo el intento fútil de reconciliar la vida con la tragedia y el horror que nos destrozan a cada paso.
Por consiguiente, la autorrealización es imposible en medio de la insignificancia de la vida, y ante tal verdad, nos desconocemos. Somos iguales a los muertos y a las marionetas vivientes, que remiten a formas humanas por su aspecto y rasgos, pero son autómatas cuya existencia se fundamenta en procesos mecánicos, controlados. Somos nadas conscientes de sí.
En conclusión, el terror es la angustia que surge cuando uno se sabe atrapado en un mundo que no es nuestro y sobre el cual ya no tenemos poder. El terror es saber que el libre albedrío está muerto y, como las marionetas, nos dejamos encaminar hacia un fin no elegido, del cual no podemos escapar y ante el cual toda lucha es inútil. Son el destino y la futilidad cósmica las que dirigen la vida humana, tan enferma y necesitada de ilusiones banales. Ese es el terror y lo siniestro de octubre.