¡Oh arte inmarcesible!: Los lápices que duraron mil días
Los últimos doscientos años de la historia colombiana, sus protagonistas y las influencias artísticas que los llevaron a cambiar el rumbo de los acontecimientos. En esta cuarta entrega, presentamos la historia de Peregrino Rivera Arce y algunos referentes de Rafael Uribe Uribe en el marco de la Guerra de los Mil Días.
En ese encuentro, entre las aguas que abrazaban los cuerpos y los gritos de angustia que se perdían en medio de disparos y llantos, se visualizaba el designio de lo que vendría en el siguiente millar de días y que culminaría con indultos para desmovilizar y terminar de derrotar a aquel ejército guerrillero desordenado y corajudo.
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En ese encuentro, entre las aguas que abrazaban los cuerpos y los gritos de angustia que se perdían en medio de disparos y llantos, se visualizaba el designio de lo que vendría en el siguiente millar de días y que culminaría con indultos para desmovilizar y terminar de derrotar a aquel ejército guerrillero desordenado y corajudo.
Por esos años los liberales venían exigiendo una política favorable para la libertad de prensa. El Gobierno había cerrado alrededor de siete periódicos que denunciaban el ingreso de monedas ilegales al mercado y que se expresaban inconformes con el proceso de Regeneración impulsado desde los días en que Rafael Núñez llevaba la batuta de los sectores políticos.
“Regeneración o catástrofe” era el lema que bien pudo ser leído cambiando el conector o por y. Con la Regeneración revivió la educación de principio católico y se volvió al Estado centralista; se estableció un concordato de unificación con la Iglesia, asegurándole prebendas y recursos económicos a la institución religiosa. Fueron imposiciones de los victoriosos de la guerra de 1885, que se volvieron detonantes para una nueva guerra civil.
Los liberales, que de años atrás venían con una fragmentación que perjudicaba la lucha por la defensa de las libertades individuales, eran liderados por Rafael Uribe Uribe, aquel veterano de guerras que abanderó las causas de un sector político que quería emancipar a la sociedad de valores conservadores. Uribe Uribe fue el encargado de fortalecer a los liberales radicales en Colombia en la transición del siglo XIX al XX, época en la que las guerras civiles surgían como acontecimientos que retornaban incesantemente al territorio nacional. Con las ideas del liberalismo político y económico provenientes de la Ilustración francesa, con Montesquieu y con el empirismo inglés que se dio, entre otros, con John Locke, Uribe Uribe se mostraba como uno de los líderes políticos que, de la mano de Manuel Murillo Toro, Fidel Cano, Benjamín Herrera, entre otros símbolos liberales, lograron confrontar al sector conservador, que se resistió a abandonar el poder del Estado y, a la postre, lograría una hegemonía que duraría las tres primeras décadas del siglo XX.
Dos años antes del estallido de la Guerra de los Mil Días, en 1897, apareció en las calles el periódico Mefistófeles, cuyos editoriales señalaban al presidente Miguel Antonio Caro de despilfarrar el dinero de la nación y trataban temas como el fanatismo religioso y la represión social. El nombre del periódico aludía al demonio al que Fausto le entregó su alma, cuyo nombre en griego significa “el que rechaza la luz”. Según las mitologías es un dador de conocimiento que suele tentar a los lúcidos y a los artistas, esos que llevan consigo el saber como lo llevaban los letrados que en ese siglo andaban por las plenarias tratando asuntos de jurisprudencia y retórica mientras decidían los rumbos del país, los letrados regeneracionistas. El anuncio con el que el diario apareció dictaminaba:
“El mundo es una gran mascarada y el periódico Mefistófeles, que de improviso se presenta en la escena, será un pobre diablo vestido de colorado que estará en todas partes juguetón y burlón. Se reirá de los candidatos y de los políticos, sobre todo de los políticos de granjería; de los periodistas y literatos cursis; de los poetas ramplones; de los militares de relumbrón; de las viejas entrometidas; de las jamonas que usan papelillo y de las muchachas coquetas... Es claro que no puede haber ningún diablo conservador, aun cuando Lucifer tiene en las profundidades, muchos, muchísimos conservadores, y, por consiguiente, es claro que Mefistófeles será liberal, pero esto no obsta para que de cuando en cuando les arroje a los suyos un poquito de plomo caliente para que se compongan y no duerman tanto, que es defecto principal en los suyos dormir mucho”.
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Como Mefistófeles, hacia el umbral de los Mil Días ciertos sectores de la prensa reafirmaban su postura crítica ante el Gobierno como una bandera de solidaridad con los diarios que fueron cerrados. Estos sectores de la prensa se diferenciaron de otros discursos, como los literarios, que desde épocas independentistas se habían entregado en forma de medio pedagógico a las causas gubernamentales. Pero más allá de los artículos, cartas y editoriales, la insignia que marcó la diferencia entre la prensa y otras discursividades fue la caricatura, que apareció en los impresos gracias a la técnica del grabado y el fotograbado. Los periódicos El Mago y El Zancudo también se mantuvieron en pie contra la censura que se impuso desde los comienzos de esa década.
Caricaturas como “Los voluntarios” o “El monstruo, la Regeneración”, de Darío Gaitán, que aparecieron en El Mago y Mefistófeles, aludían al modelo que los dibujantes estaban asumiendo: recalcar el falso consuelo con el que los soldados voluntarios se complacían al abandonar su familia por defender la santa patria católica y la vacilación absoluta del término que acuñaban los conservadores: ¿qué habían renovado acaso? Trazos negros sobre folios rosados eran la respuesta silenciosa y contundente que los artistas les daban a aquellos testaferros que enviaban hijos ajenos a pelear entre los montes.
Del otro lado de los montes, no como hijo ajeno ni como voluntario, había un dibujante que abandonó el lápiz sobre la mesa por las armas: Peregrino Rivera Arce.
Pasó su juventud en la Escuela de Bellas Artes de Bogotá y, sin rastro alguno, sobre él podría contarse que desde siempre cargó lápices y papeles en la maleta, dando la impresión de que era tan solo un apéndice de aquello que llevaba, una aprehensión de la posibilidad creativa que junto a él se desenvolvía. De su padre, Indalecio Rivera, heredó el goce de apreciar las artes y la afinidad con las ideas liberales de entonces. De hecho, Rivera había militado en luchas pasadas del ejército liberal, combatiendo en Tulcán y Cuaspud.
El primer dibujo que Rivera Arce publicó apareció en el periódico Colombia Ilustrada. Llevaba apenas unos meses como alumno y logró el segundo lugar del concurso de grabado de la escuela. Para 1894 obtuvo el grado de maestro y comenzó a trabajar en proyectos editoriales, ilustrando libros y centenares de páginas de distintos periódicos. Cinco años pasaron y comenzó a trabajar como maestro de la escuela en la que se formó. El 18 de octubre de 1899, cuando se decretó el estado de sitio en todo el país, tomó su maleta y sus hojas y emprendió camino hacia Santander. En su cuaderno consignó: “Quien esto escribe, obedeciendo al dictado de sus convicciones políticas y por amor a la causa liberal, abandonó el puesto del arte que el gobierno conservador le había confiado en beneficio de las bellas artes y optó por tomar parte en la revolución”.
Recuerdos de campaña son las memorias de esa decisión, las memorias de Rivera Arce en la guerra que duró mil días. No solo están los dibujos que retrataron la fragilidad que invadía los corazones en combate, junto a las páginas que devenían en testimonio de las frases, las ideas y las órdenes que pasaban por la mente del artista. Hay también rastros de planchas que hizo con apuro a fin de emitir billetes de uno y cinco pesos para sostener al resquebrajado ejército liberal que de a pocos se quedaba sin hombres ni recursos; las mismas planchas que vería expuestas treinta años después en las vitrinas del Museo Nacional junto a recortes de cientos de caricaturas que evidenciaban que la prensa no abandonó la lucha en ese larguero de años previos al amanecer en el que el calendario marcaría 21 de noviembre de 1902, el día en el que Rivera Arce partió hacia Caracas con la miseria de la derrota y el silencio de la soledad, con el resguardo en la esperanza y en la incomprensión de lo sucedido, con sus lápices y sus papeles, una vez más.