Omar Khan: usar la pluma y la crítica por y para la danza

Cuerpos en movimiento, con una fluidez y sincronía que despiertan emociones y pasiones, se habían tomado los escenarios caleños durante los primeros días de la sexta Bienal Internacional de Danza de Cali. Frente al Teatro Municipal Enrique Buenaventura, que recién había presentado una de las obras de la programación, el periodista y crítico de danza español Omar Khan se sentó frente a mí para conversar sobre el tema que nos reunía a ambos en la Sucursal del Cielo.

Cuerpos en movimiento, con una fluidez y sincronía que despiertan emociones y pasiones, se habían tomado los escenarios caleños durante los primeros días de la sexta Bienal Internacional de Danza de Cali. Frente al Teatro Municipal Enrique Buenaventura, que recién había presentado una de las obras de la programación, el periodista y crítico de danza español Omar Khan se sentó frente a mí para conversar sobre el tema que nos reunía a ambos en la Sucursal del Cielo.

Con un acento que salta entre el venezolano y el español, Khan habló de la danza como si fuera su segunda naturaleza. No era su primera vez en Colombia y conoce las propuestas de danza que aquí se gestan. Sin embargo, en esta ocasión cruzó el Atlántico para impartir un taller de crítica de danza. Fue su oficio el que lo trajo a nuestras costas, un oficio que ejerce impulsado por una devoción por el arte del movimiento en escena.

Le sugerimos: El tapiz de encuentros, memoria y danza de Dorothée Munyaneza

Aunque ha dedicado su vida a esta rama de la cultura, la danza llegó a su vida de forma fortuita, en una suerte de ocurrencia reveladora. La primera vez que vio un espectáculo de danza fue en Caracas. “Yo era muy chaval, y estaba el Teatro Nacional de Caracas, que tenía una arquitectura un poco parecida a esta”, recordó mientras señalaba el estilo italiano con el que fue construido el Teatro Municipal Enrique Buenaventura. “Y siempre tenía como la curiosidad de cómo sería por dentro. Quería verlo, pero que no hacían visitas guiadas, ni hacían nada. Entonces, un día vi que estaba un espectáculo de danza, de una compañía venezolana, que en su momento fue como muy relevante, que se llamaba Danza Hoy, y ahora está desaparecida, como casi toda la danza en Caracas”. Khan compró la boleta más económica, arriba, en el último balcón. Pero lo que lo impresionó no fue la arquitectura que desde fuera lo enamoró, sino la coreografía y los cuerpos en escena.

La obra que vio se llamaba Selva. Era una recreación, sin escenografía y con 20 bailarines que intentaban, con los movimientos, imitar la selva. “Y me quedé fascinado, porque decía, bueno, estas cosas se pueden hacer con el cuerpo, pero nunca tuve interés por ponerme a hacerlo. Pero me fascinaba verlo. Me preguntaba cómo lo hacían y el cuerpo me empezó a llamar mucho la atención”.

A pesar de que la danza ya había capturado su corazón, sus inicios en periodismo se dieron en la música clásica. Y, como en un cruce de caminos, esta asignación lo llevó al ballet clásico. Su interés siguió creciendo, y contra viento y marea continuó escribiendo sobre el tema que le apasiona. “He descubierto que lo que soy es un espectador de danza, a mí me encanta ver danza, a mí me fascina ver e ir a ver espectáculos de danza, en realidad”.

Podría interesarle: La Bienal de Danza de Cali se prepara para tener un Foco Cataluña en 2025

Khan estudió periodismo y se radicó en España luego de hacer una maestría en el país ibérico. Lentamente su oficio dio paso a los géneros de opinión y crítica. Para él este es “ese ejercicio periodístico que se atreve, de alguna manera, a hacer como una valoración, pero no es una valoración de me gusta, no me gusta, es feo, es bonito, sino que es darle un contexto a partir de los datos concretos. Puedes abordar una coreografía desde tantos puntos de vista, pero desde cualquiera de los puntos de vista que tú la abordes, siempre vas a necesitar de los datos que le dan credibilidad a tu opinión”. Khan, en su posición de crítico, se ve a sí mismo como un espectador informado, “en realidad es eso, no es más. Es espectador igual que todo el mundo, pero no todo el mundo se sienta a darle vueltas e investigar qué es lo que hay detrás del gusto. Si eres un espectador asiduo, vas aprendiendo, porque empiezas a relacionar cosas”.

Así como las lecciones llegan con el tiempo, este también cambia las opiniones y gustos de una persona. Omar Khan no es la excepción. A lo largo de su vida ha visto tantos espectáculos de danza, pero algunas de esas coreografías lo han acompañado y permanecido con él, aquellas que incluso después de verlas una y otra vez son capaces de despertar emociones de la misma forma que la primera vez. La que más recuerda es la Consagración de la primavera, de Pina Bausch, “creo que eso es un tótem, eso es una maravilla, no hay una cosa que le iguale. Es decir, la fuerza que tiene esa coreografía es una cosa como con la tierra, la cosa telúrica, hay una cosa tremendamente emocionante en esa pieza, casi que no puedo ni explicártelo”.

A veces las palabras no se encuentran o no alcanzan para describir lo que se está viendo en escena. Sin embargo, esta forma de arte requiere llegar con una mente abierta para disfrutarla y recibir lo que los cuerpos sobre el escenario expresan. Khan encuentra que en las audiencias hay un problema de percepción, que está acostumbrada a una narrativa y unos personajes que no suelen encontrarse en las obras de danza actualmente. Para el crítico y periodista es necesario sacar la idea de la cabeza de que los bailarines interpretan personajes y hay que “verlo como un cuerpo que expresa cosas, pero que no cuenta cosas. Que te expresa una emoción. Que te emociona y no te está emocionando porque se le murió su mamá. Te estás emocionando porque hay una conjunción entre la música, la escenografía, la luz y ese cuerpo que todo junto manda a la platea una emoción. Y a ti te llega, y a ti te llega y te conmueve, o te asombra o te enfurece, pero que te pasa algo. Es muy sutil, pero mientras más danza ves, más entiendes la dinámica interna”.

Le recomendamos: Narrando la migración en Colombia: los próximos “Diálogos de El Magazín”

Y la danza para él va más allá de un mensaje, “la danza es expresar, es que el cuerpo sea capaz de expresar emociones”. Aunque las emociones priman para Khan, ahora, después de varios años en el mundo de la danza, entiende el valor de lo conceptual que proponen exponentes como Merce Cunningham y su percepción de la belleza en la danza. “A mí alguien que me dice que una coreografía es bonita, me parece que me está diciendo que es mala. ¿Por qué? Sospecho que es rara. Porque el arte bonito, el arte bonito es ornamental. Pienso que todas las artes contemporáneas tienen que ser como más comprometidas y conectadas con la vida y el mundo”. Los cuentos de hadas, como en el pasado, no tienen la misma cabida y, llegados a este punto, la politización del arte toma un monopolio en la conversación.

Escogió el ejemplo de la coreógrafa sudafricana Robyn Orlin, una mujer blanca que asegura que toda danza es política, porque para ella todo tiene que ver con la política. Esta es una postura que Khan encuentra interesante, y en concordancia con ella se sorprende de la forma en que el ser humano tiene una capacidad de creación para ciertas cosas, pero se queda estancado en otras elementales. “Tenemos una capacidad de la innovación, de la tecnología, del cambio, del futuro, pero en las cosas básicas seguimos siendo básicos, y a mí me entristece. Antes no había tantas coreografías que hablaran de temas de sociedad o que hablaran de la situación, y creo que era porque había como una especie de burbuja y estábamos atados una vez más a toda la cosa de que el arte tenía que ser bonito, entonces si tú partes de la idea de que el arte tiene que ser bonito, ahí no cabe una crítica al machismo, eso es feo, eso no cabe. De otra forma el arte se vuelve paisaje”. Una realidad que él reconoce es que “ninguna obra de arte, por brutal que sea, por terrible que sea la denuncia, va a cambiar el estado de las cosas, una obra de arte no va a terminar con el racismo, ni va a terminar con la violencia contra las mujeres, no. Contribuye a que haya gente que piense en ello”.

Así como existe esa dicotomía que permite que el hombre esté en guerra consigo mismo de manera constante, debatiéndose entre lo básico y lo inventivo, como lo menciona Khan, hay formas de castigar las acciones. Cultura de la cancelación es el término que se ha acuñado en este debate, en el que entra a jugar la pregunta de la separación entre el artista y su obra. Es una discusión que tiene tantas aristas y matices, aunque para el crítico es algo muy a blanco y negro. Para Omar Khan la respuesta simple a esa pregunta es: “No, es imposible. Porque la idea de una obra artística viene de una persona, y en el fondo hay unas motivaciones, entonces no puedes separar el arte del artista. Tú puedes separar el arte del artista en la artesanía, por ejemplo, pero un tipo que escribe un libro, un coreógrafo, incluso un arquitecto, no puedes separarlo, es indisociable la persona del artista. Por eso a mí me pasa que, y a lo mejor es un error, pero si yo tengo un artista que yo admiro, y sale a la luz pública, que es corrupto, o que es tan ambicioso que pasa por encima de los demás, o que se copia de otro artista, ya yo no puedo ver su obra de la misma manera, y no lo puedo evitar. Es como un golpe de la credibilidad”.