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Soy la soberbia que se cree mejor que todos las demás porque supuestamente leo más, sé más, maduro más, escribo más, como si no fuera una persona mitad macaco-mitad humano, sino una fruta inerme, cuya vida se reduce a caer de un árbol.
Soy las obsesiones con los amores inalcanzables. Me elevo con cada día que pasa y, como Ícaro, caigo cuando al fin alcanzo los amores que creí comparables solo con el Sol.
Soy el sudor que se acumula en la tierra, las lágrimas que se escurren por la almohada, las gotas de sangre con sabor a hierro.
Soy la calma que recoge el sudor, las lágrimas y la sangre. Soy el esfuerzo continuo que sigue y sigue, dejando tras de sí la inutilidad del sudor, las lágrimas y la sangre.
Soy el peligro que acecha detrás de las puertas y las esquinas. Cuidado, chico. No estar alerta es un error que únicamente comete el humano, tan apartado de los animales como está.
Soy el presente en toda su dimensión eterna, para no vivir en la idolatría del mañana y, por ende, a la espera de una voluntad intermitente que flaquea y se levanta, flaquea y se levanta.
Soy el Ícaro que se levanta después de haber sido abrasado por el sol y se contenta con el pan de cebada y un poco de agua.
Soy la voluntad que de tanto flaquear ya no puede caer más en el vacío. Soy la voluntad cuyo único remedio es caminar hacia adelante en una sola cadencia acompasada, a pesar de la oscuridad, a pesar de la falta de porvenir.
Soy las citas que he recogido a lo largo de los años, que fundamentan mi vida, que intento materializar en pilares, porque “la tranquilidad es una bajeza moral”. Entonces me desgarro, me confundo, lucho, me equivoco. Empiezo algo, no lo termino. Empiezo algo más, me tropiezo. Caigo en el mismo vacío, recojo mi voluntad, la llevo de la mano. Me levanto, empiezo, camino, porque “la tranquilidad es una bajeza moral”.