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Las constantes desavenencias y entendimientos, producto de la interacción humana, se encuentran perfectamente retratados por Jane Austen, quien para 1813, ya hace doscientos diez años, escribe una de las obras más importantes para la literatura universal: Orgullo y prejuicio. Esta vez publicada por Panamericana Editorial en una edición que está a la altura de la elegancia de la obra original. Se trata de un libro que difícilmente tiene competidores por un hermoso trabajo que se enuncia desde una portada conceptual, relieves biselados y tipografías estilizadas. Al interior, el lector, que a estas alturas será también espectador de un bello objeto, podrá encontrar tipografías que permiten una lectura ligera, amena, profunda, junto a unas ilustraciones expresivas, hechas con delicadeza y sumamente informadas de aquello que ilustran, realizadas por Charles Edmund Brock, gran ilustrador y pintor inglés de la época. De este modo, Orgullo y prejuicio puede leerse como quien revisa un impecable documento que exige todas las atenciones posibles por su impresionante atención al detalle histórico.
La obra hecha por Jane Austen es directa, sin rodeos ni contratiempos; no le sobra una sola letra. La alta sociedad inglesa que se divierte por medio de las cenas en casa de los amigos, aquellos conocidos por medio de vínculos del mismo estatus, los interminables bailes y las preocupaciones por el amor conveniente, sufre distintos contratiempos por estas mismas causas. Por medio de distintos personajes, fácilmente reconocibles y dignos de acompañar entre letras, la obra muestra una alta casta social que es fundamentada y soportada por una baja que no se menciona. El alto estatus se enseña de puertas para afuera con grandes modales que dejan entrever su vacío interior a fuerza de constante iteración, sonrisas impostadas e impuestas para parecer amable frente a los amigos o la relación con seres con quien no se desea dirigir la mirada, ni ver siquiera en una pintura. De puertas para adentro esta sociedad se caracteriza y se humaniza tanto que se vuelve tangible. El sentimiento del amor razonado y razonable que elude preocupaciones como el dinero o la falsa felicidad compartida, se vuelve una constante que nos hace ver que, en efecto, detrás de las vitrinas llenas de joyas y diamantes, de riquezas y apariencias, solo queda el reflejo de aquello que es, y que nunca dejará de ser, la condición humana. De este modo, la autora utiliza una fina sátira e ironía para retratar una dicotomía histórica, dualidad también humana por supuesto, del siglo XIX, y de ello depende la importancia y recuerdo perdurable en el tiempo de Orgullo y prejuicio. Puesto que la sociedad impone un conjunto de modales, cortesías y palabras, entonces las miradas, los roces de las manos y el sentido oculto en las oraciones significan más de lo que esta apariencia implica.
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La obra adquiere todos sus colores y matices a través de personajes entrañables, arquetípicos, modélicos, sin rozar el ridículo, tan solo el cuadro de época, que representan una dualidad por medio de distintas interacciones y diálogos. De allí que la vida en sociedad se vuelva significativa por lo que pueda ocultar, mientras que la privacidad se mantenga como espacio para las verdaderas intenciones y sentimientos; todo significa. En este contexto, la novela muestra la interacción entre distintas casas, cuyas principales son la familia Bennet y Bingley, que tienen más en común de lo que parecería.
Elizabeth Bennet es la segunda hija mayor de la familia y se trata de una chica joven, infinitamente inteligente, pasional y dispuesta a tomar sus propias decisiones, lo que separa, escinde o quebranta lo establecido en esa sociedad de apariencias a partir de una interioridad llena de voluntades, sentimientos y contradicciones naturales al ser humano. Las cinco jóvenes Bennet, Jane, Elizabeth, Mary, Catherine y Lydia, tienen un padre cruzado entre la preocupación por el legado del hogar, que deberá ser otorgado a un buen matrimonio de sus hijas, y su intención de que estas sigan el flujo de sus propios corazones, sin desestimar o incordiar su autoridad en el estatus social. Entonces llegan dos nuevos y jóvenes vecinos, el señor Bingley y Darcy, quienes poco a poco se involucrarán con la familia Bennet en una larga relación con muchas idas y venidas, suspiros y confidencias, habladurías y odios. Así, la obra es presentada entre las conveniencias del futuro y las preocupaciones del presente, en medio de lo impuesto e impostado y las verdaderas intenciones interiores, entre palabras incómodas y miradas que delatan ocultos sentimientos, entre el orgullo personal y el indiscriminado prejuicio por los demás.
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Sin lugar a dudas, la obra de Jane Austen se mantiene vigente al día de hoy por su gran capacidad de captar la condición humana en sus múltiples re-presentaciones y contradicciones, involucrando para ello un cuadro satírico de época previctoriana que hace más significativo lo que oculta que lo que enseña. Por ello, Orgullo y prejuicio es una invitación a leer críticamente, desconfiando de cualquier cosa, prestando atención a todo, a dejarnos sumergir en una época perfectamente retratada, cuyas implicaciones nos han seguido hasta nuestros días donde a veces las apariencias importan más de lo que somos o podemos llegar a ser.