Orlando Mejía: “La literatura es la memoria de los derrotados”
“Diccionario del amnésico”, del escritor bogotano, fue el ganador de la Primera Convocatoria Nacional de minificción, organizada por El Magazín Cultural de El Espectador y la editorial Cuadernos Negros.
María Paula Lizarazo
El Diccionario del amnésico compila relatos de minificción en los que Mejía hace referencia a dos elementos esencialmente: el humor y ciertas tradiciones literarias. Para el escritor, una obra nunca está terminada definitivamente y, recordando a Borges, se acoge a que solo se pueden publicar borradores: textos con posibilidades de ser transformados, una y otra vez, incluso, por los lectores en sus múltiples lecturas.
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El Diccionario del amnésico compila relatos de minificción en los que Mejía hace referencia a dos elementos esencialmente: el humor y ciertas tradiciones literarias. Para el escritor, una obra nunca está terminada definitivamente y, recordando a Borges, se acoge a que solo se pueden publicar borradores: textos con posibilidades de ser transformados, una y otra vez, incluso, por los lectores en sus múltiples lecturas.
Dice el crítico Cyril Conelly que “la literatura es el arte de escribir algo que se leerá dos veces” y en el espejo de estas minificciones, Mejía hace una relectura íntima de sus inquietudes literarias y cómo estas se han transformado en el tiempo.
Desde el título “Diccionario del amnésico”, usted plantea una relación entre el olvido y el lenguaje. ¿Cómo surgió esta inquietud literaria?
Es la inquietud de una persona que acaba de cumplir los sesenta años, que lee desde los seis años y escribe desde la adolescencia. Entonces, el título del libro es un exorcismo irónico ante la posibilidad de olvidar lo que leímos y vivímos. Pero, también, alude a otra relación: la persistencia de la memoria colectiva y el sentido profundo de la narrativa. La literatura se convierte en el antídoto contra el olvido definitivo. La memoria recuperada, en el sentido proustiano, es rescatar del pasado dimensiones de lo humano que ya no existen. Toda la aristocracia decadente de la Europa del siglo XIX quedó plasmada en el pueblecito de Combray y en los grandes salones de París, que Proust supo guardar en su mente cuando fue joven y lo poseía la levedad del dandy. De igual manera, esta lucha de la literatura contra el olvido queda bien representada en la peste de amnesia de Macondo, vencida gracias a los letreros, puestos por los Buendía, que recordaban el nombre de las cosas. Es decir, la palabra escrita es capaz de hacer recordar lo que muchas generaciones han olvidado.
En el libro hace referencias a ciertas tradiciones literarias, como la mitología griega, la biblia. Usted, como lector y escritor colombiano, ¿cómo se relaciona con estas tradiciones occidentales? ¿Cómo describe el lugar que tienen en su escritura, es decir, qué tipo de inquietudes le suscitan?
Un escritor en esta época es un ciudadano del mundo y las temáticas de su literatura no tienen límites geográficos, ni simbólicos. La imaginación nos lleva al pasado, al futuro, a ver otras realidades en el presente. Además, las minificciones son el cuarto género narrativo (al lado de la novela, la nouvelle y el cuento) y una de sus características es la reescritura paródica de los textos sagrados, los mitos, los clásicos, los cuentos de hadas. Por eso, en mi libro me he apropiado de esas tradiciones, porque pertenecen a la humanidad. Como escritor colombiano he escrito de la Manizales de los años ochenta, en mi novela Recordando a Bosé; o también de la Roma de Galeno en el siglo I, en mi novela histórica El médico de Pérgamo; y de la Abisinia del siglo XIX en la que vivió Rimbaud en mi nouvelle El enfermo de Abisinia.
¿Qué relación encuentra entre la creación y el humor?
Es un vínculo indisoluble en el género de las minificciones. Por ello, esta nueva obra del Diccionario del amnesico está atravesada por atmósferas irónicas, paródicas, satíricas y, en menor proporción, sarcásticas. Es, en este caso, reivindicar la literatura en su dimensión lúdica e irreverente.
¿Qué es lo que más le interesa del humor, de las paradojas...?
El humor es uno de los grandes atributos de la literatura y su capacidad de confrontar los poderes y las jerarquias. He sido un lector apasionado de Rabelais y como recuerda Kundera en El arte de la novela, él recreó en francés la palabra “agelasta”, que significa “incapaz de reir”. ¿Quiénes son los incapaces de reir? Los fanáticos de todos los pelambres, esos peligrosos individuos que creen poseer la verdad teológica o política y están dispuestos a destruir o desaparecer a los que no piensan como ellos. La carcajada rabelesiana derrumba esas pomposas convicciones y, por ello, la literatura auténtica se burla de todo y de todos, y no tiene dueños. Es altanera, indomable, rebelde.
Retomando el título, ¿cuál es, en cambio, su relación con la memoria? ¿Qué pasa con la memoria en la literatura, en la creación, en la escritura?
La literatura es la memoria de los derrotados, los humillados, las víctimas, las minorias, los exiliados, los desarrapados, los desaparecidos. Por eso, la intentan acallar una y otra vez, y le ponen los disfraces de la banalidad, la autoayuda, la tontería. Sin embargo, por más parafernalias y marketing, existirán siempre los lectores de Homero, Faulkner, García Márquez, Pessoa, Margarita Yourcenar, Ursula K Le Guin y un largo etcétera. La otra literatura desechable seguirá teniendo sus “15 minutos de fama” warholianos y luego será olvidada y reciclada.
¿Cuáles diría que son sus temas como escritor?, ¿y hay temas que se cierran? ¿o hay temas que nunca sueltan al escritor?
Mi daimon es la curiosidad insaciable. Pienso que los escritores son los únicos generalistas que sobreviven en una sociedad humana de especialistas. He publicado veintiocho libros en casi todos los generos literarios, pero también en el campo de la divulgación científica y la historia de la medicina. Recuerda la famosa frase de Terencio: “Nada de lo humano me es ajeno”. Ahora bien, en este momento estoy terminando mi Historia cultural de la medicina, que son cinco tomos que van de la prehistoria hasta esta pandemia del Covid 19. Los primeros dos volumenes ya se publicaron en Colombia y España (La medicina arcaica y La medicina antigua) y el próximo año saldrá el tercero en Madrid: La medicina renacentista. De Leonardo da Vinci a la sífilis.
¿Ha encontrado algún vínculo entre la medicina y la literatura?
Mi escritura es la hibridación de la literatura y la medicina. Desde mis novelas de tema médico (la pandemia viral en mi novela de ciencia ficción La casa Rosada (1997), la enfermedad probable que mató a Rimbaud en El enfermo de Abisinia, la vida del clínico Galeno en El médico de Pérgamo), hasta mis ensayos Dante y la medicina, Shakespeare y la clínica (de próxima publicación) y la investigación actual en la que indago sobre los saberes médicos en la vida y obra de Cervantes. En otro contexto, la literatura es también el hospital de los agnósticos, el asilo de los ateos y las aguas envenenadas de los creyentes.
¿Por qué escribe?
No tengo una explicación racional. Lo único que sé es que escribo desde la adolescencia y jamás he dejado de hacerlo, porque es una profunda necesidad fisiológica (y no solo intelectual) como lo es respirar y vivir. Tal vez, por ello, me imagino llegar a la senectud y morirme tecleando con entusiasmo un nuevo cuento o novela. Al igual que mi personaje de Galeno, quien dejó inconcluso su último escrito, pero murió tranquilo y feliz. Escribir es para mí un fin en sí mismo y por eso he sido honesto con este maravilloso y enigmático arte, que pienso sobrevivirá a los simulacros creativos de las inteligencias artificiales.