Óscar Wilde: La tragedia del artista (II)
El próximo 30 de noviembre se cumplirán 120 años de la muerte de Óscar Wilde en París, luego de un final de vida trágico. El autor de “El retrato de Dorian Gray” y de “La importancia de llamarse Ernesto”, entre otras obras que deslumbraron a Europa y América en el Siglo XIX, falleció prácticamente de incógnito.
Fernando Araújo Vélez
Óscar Wilde comenzó a escribir su propia tragedia por el amor y con el amor. “Un beso puede causar la ruina de toda una vida”, había dicho y escrito cientos de veces. Un beso, un solo beso, el primero, lo llevó al segundo y al tercero, y todos aquellos besos lo llevaron a la pasión desbordada y a la ceguera, a la omnipotencia, a caminar sobre el suelo y a creer que no había en el mundo más que dos personas, él y su amante, y que ellos dos podrían contra el mundo y sus vanidades, contra los humanos y su mezquindad y sus deseos de poder y de aniquilar a todo aquel que se les atravesara. “Todo amor es terrible; todo amor es una tragedia”, dijo y escribió también. El suyo por lord Alfred Douglas fue su tragedia. El principio de su final y su final.
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Óscar Wilde comenzó a escribir su propia tragedia por el amor y con el amor. “Un beso puede causar la ruina de toda una vida”, había dicho y escrito cientos de veces. Un beso, un solo beso, el primero, lo llevó al segundo y al tercero, y todos aquellos besos lo llevaron a la pasión desbordada y a la ceguera, a la omnipotencia, a caminar sobre el suelo y a creer que no había en el mundo más que dos personas, él y su amante, y que ellos dos podrían contra el mundo y sus vanidades, contra los humanos y su mezquindad y sus deseos de poder y de aniquilar a todo aquel que se les atravesara. “Todo amor es terrible; todo amor es una tragedia”, dijo y escribió también. El suyo por lord Alfred Douglas fue su tragedia. El principio de su final y su final.
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“La verdadera locura, de la que se mofan o con la que juegan los dioses, es la que se ignora a sí misma. Así fui yo durante demasiado tiempo, y así fuiste tú”, le escribió en una extensa carta a Douglas a principios de 1897, mientras estaba en prisión, haciendo y deshaciendo nudos de diversos tamaños en cuerdas de todos los grosores imaginables, pues en eso constituían parte de los trabajos forzados a los que lo habían condenado por “sodomía”. Wilde era consciente de que las leyes victorianas no permitían que los presos enviaran cartas, pero también sabía que algún día saldría, y que cuando estuviera “libre” le mandaría sus textos, que eran pensamientos, desnudeces, a Douglas. Así ocurrió. Durante 60 años, aquellas cartas fueron un secreto, aunque muchos supieran que existían.
Por fin, fueron publicadas en 1960. “Quiero empezar por decirte que me hago terribles reproches”, le decía Wilde a Douglas en su carta. Se reprochaba el haberse dejado “embargar” por una amistad que no radicaba en el espíritu, “una amistad que no tenía por objeto principal la creación y contemplación de la belleza”. Acusaba a Douglas de haberlo utilizado como un fin, y de no haber hecho nada para robustecer el proceso de sus obras. “Tú admirabas mis trabajos una vez terminados, y celebrabas los felices resultados de los estrenos de mis obras y de las fiestas brillantes que los coronaban. Y, como es natural, te halagaba enormemente ser el íntimo amigo de tan esclarecido artista. Pero, nunca pudiste comprender cuáles eran las circunstancias que habían de concurrir en la creación de obras de arte”.
Sus reproches iban acompañados de descripciones de su estado. Le recriminaba el hecho de que no hubiera podido escribir una sola línea en su presencia, y de que su vida productiva hubiera sido absolutamente estéril con él, tanto en Londres como en Florencia o en Goring, y al mismo tiempo, le decía que estaba sentado en una lóbrega celda, “vestido con este traje de presidiario”, que era un hombre deshonrado y aniquilado. Douglas, se supo después de la muerte de Wilde, fue el principal artífice de que aquellas cartas no fueran publicadas, pues ocupó importantes cargos en la Cámara de Inglaterra, y trató una y mil veces de ser reconocido como un gran poeta. Rumbos del destino, en 1917 estuvo en prisión por haber difamado a Winston Churchill, y allí escribió una larga carta de cantos, al estilo del De profundis que compuso Wilde en Reading.
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En un libro que salió publicado muchos años después de la muerte de Wilde, Douglas escribió: “No lo voy a acusar de haber tomado mis vinos, devorado mis rentas, corrompido mi inteligencia y hacerme desperdiciar los más hermosos años de mí. Me hago cargo de mi parte. A lo hecho, pecho”. Hasta su muerte, en 1945, Bosie, como lo llamaban sus amigos y el propio Wilde, se dedicó a ensuciar el nombre, la memoria y la obra de su antiguo amante, por escrito o de viva voz. Se decía poeta y cuando necesitaba presentarse se proclamaba como “poeta”. Compuso algunos versos que publicó, dirigió una revista de poesía, The Academy, y vivió del dinero de su padre, el marqués de Queensberry. Sin embargo, hiciera lo que hiciera, su nombre y su lánguida figura eran reiteradamente asociados con Óscar Wilde.
Cuando se conocieron, en 1891, Douglas estudiaba en Oxford. Seducido por la magia de Wilde, por su ingenio, por su éxito, sus lapidarias frases y su originalidad, cayó en la tentación, y más allá de su caída, arrastró a su nuevo amor a los bajos fondos de los prostitutos parisinos, de la droga y la lujuria. En Óscar Wilde y yo, alcanzó a asegurar que él era el verdadero artífice de El retrato de Dorian Grey, pues él y sólo él le había mostrado a su autor la verdad de la vida en los sitios oscuros de las luminosas ciudades. De alguna manera, aquella era su respuesta a la acusación-sentencia-reproche que le hizo Wilde cuando le escribió que no comprendía los procesos del artista, y le confesó que no había escrito una sola línea en su presencia. Cierto o no, Douglas sí tuvo que escribir muchas frases sobre Wilde en su vida.
Douglas iba por la vida buscando pleitos. No dejó jamás de hacerlo. Cuando conoció a Wilde, estaba de pelea con su padre, el marqués de Queensberry. Hablaba pestes de él cada vez que podía y se le enfrentaba por cualquier razón. Wilde fue una de las tantas razones. Entre discusión y discusión, el marqués fue sabiendo de aquella relación entre su hijo y Óscar Wilde, hasta que lo amenazó con desheredarlo y humillarlo. “Bosie” le respondió con un grotesco “Eres un enano ridículo”. Llevado por la ira, su padre le escribió a Wilde una tarjeta que decía: “Para Óscar Wilde, que se hace pasar (o que pasa) por sodomita”. Wilde recibió la tarjeta y demandó al marqués de Queensberry por injuria y calumnia, más allá de que sus amigos y algunos de sus familiares le aconsejaron dejar las cosas como estaban.
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Convencido de que era Dios, Wilde continuó firme con su demanda y se fue a juicio. El 5 de abril de 1895, Queensberry fue declarado inocente, y Wilde culpable de sodomía con hombres. “Este ha sido el peor caso que he tenido que juzgar en mi vida”, dijo el juez, luego de haber escuchado por días y semanas todo tipo de testimonios de todo tipo de personajes, que enlodaron a Wilde una y otra vez, hablando hasta de su aliento y de su propensión a subir de peso. Su pecado, su gran pecado, había sido el amor, y haber vivido el amor a su manera. Como lo había escrito tiempo atrás, “El mundo había sido construido por unos locos para que unos cuerdos vivieran en él”. Él era, él había sido uno de aquellos locos por haber creído en la belleza, en el arte, en el amor como fines de la vida, en un mundo de gente muy cuerda y, por lo mismo, absolutamente interesada y conveniente.