Osvaldo Bayer: en defensa de una Argentina rebelde
Osvaldo Bayer, escritor argentino, falleció el pasado 24 de diciembre. Sus textos, que ondean como las banderas que agitó, defienden la democracia y la utopía de la igualdad.
Andrés Osorio Guillott
“En Argentina no se fusila: se secuestra. Las víctimas desaparecen. Los invisibles ejércitos de la noche realizan la tarea. No hay cadáveres, no hay responsables. Así la matanza —siempre oficiosa, nunca oficial— se realiza con mayor impunidad, y así se irradia con mayor potencia la angustia colectiva. Nadie rinde cuentas, nadie brinda explicaciones. Cada crimen es una dolorosa incertidumbre para los seres cercanos a la víctima y también una advertencia para todos los demás. El terrorismo de estado se propone paralizar a la población por el miedo”, así describía Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina el terror fundado por la violencia arbitraria, por la muerte patrocinada por azares impregnados de injusticias.
Pero antes que Galeano estuvo Rodolfo Walsh, quien nació el mismo año que Osvaldo Bayer, y antes de la dictadura del gobierno de Perón en Argentina sucedió, entre tantos otros acontecimientos, la huelga de los trabajadores anarcosindicalistas en la Patagonia argentina en la década de 1920, por la explotación y represión de sus jefes y, paralelamente, de una pequeña fracción del Estado.
Hablo de Rodolfo Walsh porque Osvaldo Bayer lo leyó y lo convirtió en una consigna de su escritura, porque Operación Masacre no solo fue el resultado de una investigación sobre terrorismo de Estado que nos habla del fusilamiento de 12 civiles inocentes, también fue un texto que marcó el camino de los escritores que no pueden ser cómplices de la barbarie y que no pueden ser el brazo intelectual de un Gobierno atroz. La dictadura argentina exilió a Bayer cuando todavía estaba escribiendo Los vengadores de la Patagonia Trágica, o La Patagonia rebelde. Y fue entonces, en esos años en los que el sol fue cubierto con el humo de la represión y los pájaros callaron por el ruido de los disparos, que Osvaldo Bayer reafirmó que su camino estaba con los desfavorecidos, con los perseguidos y con los que fueron proclamados malditos y no gratos en su propia tierra.
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Osvaldo Bayer prestó servicio militar, pero su voluntad nunca fue empujada a empuñar un arma. Estudió historia en Alemania en 1952, en el país de sus abuelos y de los habitantes que convivieron junto a él en Belgrano cuando varios alemanes llegaron a Argentina tras la violencia causada por el nazismo en la Segunda Guerra Mundial. El entonces historiador regresó en 1956 para enlodarse en el periodismo. Un año después se publicaría Operación Masacre, el libro con el que Walsh, su amigo y referente, demostraría que los civiles en Argentina empezaban a ser víctimas de ese fantasma llamado “terrorismo de Estado”. El periodismo y la narrativa argentina darían un giro que también iba a ser provocado por Bayer. Trabajó en Noticias Gráficas, en el Esquel, en Clarín y en La Chispa, un periódico independiente ubicado en la Patagonia que él mismo fundaría para contar las verdades que siempre quiso perseguir, aquellas que se ocultaban entre muertos, entre voces silenciadas y entre miradas disipadas.
Además de escritor y periodista, Bayer también desempeñó una labor como guionista. Sus participaciones en La Patagonia rebelde, película inspirada en su libro, y en Awka Liwen dan cuenta de una prosa que logra adaptarse al cine para narrarnos otra perspectiva sobre una realidad que se hace incómoda e incolora.
La historia de La Patagonia rebelde, que fue la que visibilizó a Bayer, nos remonta a las condiciones desfavorables e inhumanas de la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) entre 1920 y 1921 en el territorio nacional de Santa Cruz. La explotación de la comunidad obrera por parte de la gobernación local y la presión de Inglaterra con el gobierno nacional recrudecieron el contexto beligerante que recaía en Río Gallegos, lugar donde se asentaron las protestas y los boicots por parte del movimiento FORA y que era encabezado por el español Antonio Soto, quien sembró en la comunidad un sentimiento anarcosindicalista que derivó en la postura contestataria y panfletaria provocada por el hambre, la pobreza y la injusticia que había permeado las condiciones de vida en la Patagonia. Así, la actitud de sublevación ante la inequidad y la vulnerabilidad se fue acrecentando con las protestas y las huelgas que ponían en vilo la economía y la estabilidad de los comerciantes y dirigentes del territorio nacional de Santa Cruz. La represión, que sirve siempre como respuesta a la rebelión de las masas, provocó la muerte de 1.500 obreros y el sentimiento de venganza que perduró hasta el principio de la década de 1930.
“Elegí el anarquismo para rescatarlo del olvido, ya que el peronismo había escondido la historia del movimiento obrero anterior a 1945. Durante muchos años la gente creyó que el sindicalismo y la lucha obrera habían nacido con Perón, cosa que no es así. Trotsky dijo alguna vez que si los anarquistas no existieran habría que inventarlos, porque le han hecho mucho bien a la humanidad con su incorruptible oposición. Demostraron tener una línea que no abandonaron nunca”, expresó Bayer para argumentar que el anarquismo fue, también, su estilo de vida. Lo plasmó en la historia de la lucha de los anarcosindicalistas en la Patagonia y lo registró también contando la vida y obra de Severino di Giovanni, el anarquista combativo de origen italiano que se exilió en Argentina cuando Benito Mussolini se alzaba con las banderas del fascismo en Italia antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial. De ahí surgió su interés por quienes prefirieron, como dice la canción, “estar al lado del camino”. Y de esas voces insurrectas, de esas vidas subversivas que se negaron a conformarse con lo impuesto y con lo que muchas veces es injusto, Bayer se alimentó de las arbitrariedades que sucedieron en su tiempo para hablar ante los medios, para gritar a través del arte y defender a quienes fueron y han sido invisibilizados. En su máquina de escribir, en la tinta incendiaria de su pluma yacían las raíces de su narrativa libertaria y socialista, abogando siempre por las minorías, por las historias que intentan ser opacadas por esa quimera que llaman “historia oficial”, que no es otra cosa que la historia o la versión que le conviene al Estado para erradicar el terrorismo que muchas veces ha proliferado en nombre del bien de la nación.
Bayer habló de las prostitutas que se negaron a atender a los soldados que asesinaron a más de 1.000 personas en la represión que se vivía en la Patagonia argentina en 1920. Exaltó el acto heroico que hay detrás de evadir cualquier persuasión que surge de la figura de autoridad. El acto de rebelarse era, para él, una justicia poética.
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En las entrevistas que concedió a lo largo de su vida también habló de su cariño por Rosario Central, equipo del cual se hizo hincha, entre otras cosas, por sus orígenes obreros, pues la historia de los “canallas” se remonta a un grupo de trabajadores del Ferrocarril Central Argentino en la década de 1880. Habló también de su amistad entrañable con Rodolfo Walsh, pues no solo los unió el año en que nacieron, aunque de aquí podía surgir un precedente de los caminos entrelezadados. Mientras Bayer se exiliaba en la tierra de sus antepasados para salvarse del autoritarismo de Perón, este le pedía a Walsh que se liberara del peligro que corrían por contradecir la dictadura. Pero Walsh, que tenía un carácter de acero, inmune a las amenazas y al terror promovido por las ráfagas, le decía que las ideas debían promoverse desde dentro, que no se podía combatir a un Estado que ataba a quienes pensaban diferente desde fuera. Y fue su coherencia y valentía los que ocasionaron su muerte. Una muerte honrosa que se dio en nombre de los que fueron desaparecidos y de los que callaron por atreverse a decir lo que era justo y no lo que era correcto para el Gobierno.
Bayer quiso volver a Buenos Aires en un avión integrado por escritores que callaran los fusiles con las plumas contestatarias y rebeldes que respondían siempre al pueblo, a los que hacían parte de las causas populares. Su idea, auspiciada por su espíritu solemne, no fue posible. Pero esto no lo detuvo. Indirectamente con su obra y su convicción logró que varios ciudadanos lo siguieran, que nuevos sujetos pensantes llevaran en sus letras la lógica que se sobrepone a las órdenes que carecen de fundamentos y de coherencia. Logró que el malestar de la injusticia se convirtiera en el compromiso civil con una historia que pretendía ser narrada a través de la fantasía y no de la cruda realidad que sus mismos protagonistas habían construido.
Haroldo Conti, quien conformó con Walsh y Bayer una tríada artística y académica, se destacó por su humanismo y su resistencia, ambos profesados a través de sus papeles como guionista, profesor y escritor, roles en los que congeniaba con aquellos pensadores que abarcaron varios estilos narrativos y diversos espacios que se tejían para coadyuvar a las minorías que estaban siendo discriminadas y marginadas por los discursos totalitarios de Perón y su brazo armado.
Hebe de Bonafini, activista y cofundadora de la Asociación de las Madres de Plaza de Mayo, también tejió una amistad con el escritor argentino. Durante años se unieron para esclarecer los días nebulosos de la dictadura. Sus experiencias de vida como víctimas directas del gobierno peronista los impulsaron. Su condición como perjudicados nunca fue un pretexto y mucho menos un motivo para crear condolencias; por el contrario, su aturdimiento causó que la indignación impulsara y promoviera en ellos una actitud rebelde que se fue posicionando con el pasar de los años y que se centró en el recuerdo y en la verdad, responsabilizándose también de constituir la memoria histórica de Argentina, sin pasar por alto cualquier detalle que ayudara a solventar las incertidumbres y los vacíos que dejó la dictadura.
Bayer habló de luchas, de desigualdades, de desmemorias y de descaches. Habló en favor de los derechos humanos, de los pueblos originarios, de los relatos fidedignos de una identidad que siempre busca ser resquebrajada o quebrantada por los gobiernos a los que nunca les creyó, que se muestran redentores y debajo de las sotanas tienen el hacha, la trampa y la penuria.
“El intelectual tiene que tener todas las libertades para escribir lo que se le da la gana, no se le puede poner norma ni prohibición. Eso sí, tiene la obligación moral de salir a la calle cuando ve injusticias en la sociedad, no quedarse en la torre de marfil”, afirmó Osvaldo Bayer.
“En Argentina no se fusila: se secuestra. Las víctimas desaparecen. Los invisibles ejércitos de la noche realizan la tarea. No hay cadáveres, no hay responsables. Así la matanza —siempre oficiosa, nunca oficial— se realiza con mayor impunidad, y así se irradia con mayor potencia la angustia colectiva. Nadie rinde cuentas, nadie brinda explicaciones. Cada crimen es una dolorosa incertidumbre para los seres cercanos a la víctima y también una advertencia para todos los demás. El terrorismo de estado se propone paralizar a la población por el miedo”, así describía Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina el terror fundado por la violencia arbitraria, por la muerte patrocinada por azares impregnados de injusticias.
Pero antes que Galeano estuvo Rodolfo Walsh, quien nació el mismo año que Osvaldo Bayer, y antes de la dictadura del gobierno de Perón en Argentina sucedió, entre tantos otros acontecimientos, la huelga de los trabajadores anarcosindicalistas en la Patagonia argentina en la década de 1920, por la explotación y represión de sus jefes y, paralelamente, de una pequeña fracción del Estado.
Hablo de Rodolfo Walsh porque Osvaldo Bayer lo leyó y lo convirtió en una consigna de su escritura, porque Operación Masacre no solo fue el resultado de una investigación sobre terrorismo de Estado que nos habla del fusilamiento de 12 civiles inocentes, también fue un texto que marcó el camino de los escritores que no pueden ser cómplices de la barbarie y que no pueden ser el brazo intelectual de un Gobierno atroz. La dictadura argentina exilió a Bayer cuando todavía estaba escribiendo Los vengadores de la Patagonia Trágica, o La Patagonia rebelde. Y fue entonces, en esos años en los que el sol fue cubierto con el humo de la represión y los pájaros callaron por el ruido de los disparos, que Osvaldo Bayer reafirmó que su camino estaba con los desfavorecidos, con los perseguidos y con los que fueron proclamados malditos y no gratos en su propia tierra.
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Osvaldo Bayer prestó servicio militar, pero su voluntad nunca fue empujada a empuñar un arma. Estudió historia en Alemania en 1952, en el país de sus abuelos y de los habitantes que convivieron junto a él en Belgrano cuando varios alemanes llegaron a Argentina tras la violencia causada por el nazismo en la Segunda Guerra Mundial. El entonces historiador regresó en 1956 para enlodarse en el periodismo. Un año después se publicaría Operación Masacre, el libro con el que Walsh, su amigo y referente, demostraría que los civiles en Argentina empezaban a ser víctimas de ese fantasma llamado “terrorismo de Estado”. El periodismo y la narrativa argentina darían un giro que también iba a ser provocado por Bayer. Trabajó en Noticias Gráficas, en el Esquel, en Clarín y en La Chispa, un periódico independiente ubicado en la Patagonia que él mismo fundaría para contar las verdades que siempre quiso perseguir, aquellas que se ocultaban entre muertos, entre voces silenciadas y entre miradas disipadas.
Además de escritor y periodista, Bayer también desempeñó una labor como guionista. Sus participaciones en La Patagonia rebelde, película inspirada en su libro, y en Awka Liwen dan cuenta de una prosa que logra adaptarse al cine para narrarnos otra perspectiva sobre una realidad que se hace incómoda e incolora.
La historia de La Patagonia rebelde, que fue la que visibilizó a Bayer, nos remonta a las condiciones desfavorables e inhumanas de la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) entre 1920 y 1921 en el territorio nacional de Santa Cruz. La explotación de la comunidad obrera por parte de la gobernación local y la presión de Inglaterra con el gobierno nacional recrudecieron el contexto beligerante que recaía en Río Gallegos, lugar donde se asentaron las protestas y los boicots por parte del movimiento FORA y que era encabezado por el español Antonio Soto, quien sembró en la comunidad un sentimiento anarcosindicalista que derivó en la postura contestataria y panfletaria provocada por el hambre, la pobreza y la injusticia que había permeado las condiciones de vida en la Patagonia. Así, la actitud de sublevación ante la inequidad y la vulnerabilidad se fue acrecentando con las protestas y las huelgas que ponían en vilo la economía y la estabilidad de los comerciantes y dirigentes del territorio nacional de Santa Cruz. La represión, que sirve siempre como respuesta a la rebelión de las masas, provocó la muerte de 1.500 obreros y el sentimiento de venganza que perduró hasta el principio de la década de 1930.
“Elegí el anarquismo para rescatarlo del olvido, ya que el peronismo había escondido la historia del movimiento obrero anterior a 1945. Durante muchos años la gente creyó que el sindicalismo y la lucha obrera habían nacido con Perón, cosa que no es así. Trotsky dijo alguna vez que si los anarquistas no existieran habría que inventarlos, porque le han hecho mucho bien a la humanidad con su incorruptible oposición. Demostraron tener una línea que no abandonaron nunca”, expresó Bayer para argumentar que el anarquismo fue, también, su estilo de vida. Lo plasmó en la historia de la lucha de los anarcosindicalistas en la Patagonia y lo registró también contando la vida y obra de Severino di Giovanni, el anarquista combativo de origen italiano que se exilió en Argentina cuando Benito Mussolini se alzaba con las banderas del fascismo en Italia antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial. De ahí surgió su interés por quienes prefirieron, como dice la canción, “estar al lado del camino”. Y de esas voces insurrectas, de esas vidas subversivas que se negaron a conformarse con lo impuesto y con lo que muchas veces es injusto, Bayer se alimentó de las arbitrariedades que sucedieron en su tiempo para hablar ante los medios, para gritar a través del arte y defender a quienes fueron y han sido invisibilizados. En su máquina de escribir, en la tinta incendiaria de su pluma yacían las raíces de su narrativa libertaria y socialista, abogando siempre por las minorías, por las historias que intentan ser opacadas por esa quimera que llaman “historia oficial”, que no es otra cosa que la historia o la versión que le conviene al Estado para erradicar el terrorismo que muchas veces ha proliferado en nombre del bien de la nación.
Bayer habló de las prostitutas que se negaron a atender a los soldados que asesinaron a más de 1.000 personas en la represión que se vivía en la Patagonia argentina en 1920. Exaltó el acto heroico que hay detrás de evadir cualquier persuasión que surge de la figura de autoridad. El acto de rebelarse era, para él, una justicia poética.
Puede leer: Osvaldo Bayer: "Sostengo, como eslogan, que mientras haya miseria no hay democracia”
En las entrevistas que concedió a lo largo de su vida también habló de su cariño por Rosario Central, equipo del cual se hizo hincha, entre otras cosas, por sus orígenes obreros, pues la historia de los “canallas” se remonta a un grupo de trabajadores del Ferrocarril Central Argentino en la década de 1880. Habló también de su amistad entrañable con Rodolfo Walsh, pues no solo los unió el año en que nacieron, aunque de aquí podía surgir un precedente de los caminos entrelezadados. Mientras Bayer se exiliaba en la tierra de sus antepasados para salvarse del autoritarismo de Perón, este le pedía a Walsh que se liberara del peligro que corrían por contradecir la dictadura. Pero Walsh, que tenía un carácter de acero, inmune a las amenazas y al terror promovido por las ráfagas, le decía que las ideas debían promoverse desde dentro, que no se podía combatir a un Estado que ataba a quienes pensaban diferente desde fuera. Y fue su coherencia y valentía los que ocasionaron su muerte. Una muerte honrosa que se dio en nombre de los que fueron desaparecidos y de los que callaron por atreverse a decir lo que era justo y no lo que era correcto para el Gobierno.
Bayer quiso volver a Buenos Aires en un avión integrado por escritores que callaran los fusiles con las plumas contestatarias y rebeldes que respondían siempre al pueblo, a los que hacían parte de las causas populares. Su idea, auspiciada por su espíritu solemne, no fue posible. Pero esto no lo detuvo. Indirectamente con su obra y su convicción logró que varios ciudadanos lo siguieran, que nuevos sujetos pensantes llevaran en sus letras la lógica que se sobrepone a las órdenes que carecen de fundamentos y de coherencia. Logró que el malestar de la injusticia se convirtiera en el compromiso civil con una historia que pretendía ser narrada a través de la fantasía y no de la cruda realidad que sus mismos protagonistas habían construido.
Haroldo Conti, quien conformó con Walsh y Bayer una tríada artística y académica, se destacó por su humanismo y su resistencia, ambos profesados a través de sus papeles como guionista, profesor y escritor, roles en los que congeniaba con aquellos pensadores que abarcaron varios estilos narrativos y diversos espacios que se tejían para coadyuvar a las minorías que estaban siendo discriminadas y marginadas por los discursos totalitarios de Perón y su brazo armado.
Hebe de Bonafini, activista y cofundadora de la Asociación de las Madres de Plaza de Mayo, también tejió una amistad con el escritor argentino. Durante años se unieron para esclarecer los días nebulosos de la dictadura. Sus experiencias de vida como víctimas directas del gobierno peronista los impulsaron. Su condición como perjudicados nunca fue un pretexto y mucho menos un motivo para crear condolencias; por el contrario, su aturdimiento causó que la indignación impulsara y promoviera en ellos una actitud rebelde que se fue posicionando con el pasar de los años y que se centró en el recuerdo y en la verdad, responsabilizándose también de constituir la memoria histórica de Argentina, sin pasar por alto cualquier detalle que ayudara a solventar las incertidumbres y los vacíos que dejó la dictadura.
Bayer habló de luchas, de desigualdades, de desmemorias y de descaches. Habló en favor de los derechos humanos, de los pueblos originarios, de los relatos fidedignos de una identidad que siempre busca ser resquebrajada o quebrantada por los gobiernos a los que nunca les creyó, que se muestran redentores y debajo de las sotanas tienen el hacha, la trampa y la penuria.
“El intelectual tiene que tener todas las libertades para escribir lo que se le da la gana, no se le puede poner norma ni prohibición. Eso sí, tiene la obligación moral de salir a la calle cuando ve injusticias en la sociedad, no quedarse en la torre de marfil”, afirmó Osvaldo Bayer.