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Hay canciones que son mantras, cultos, rituales. Hay voces que se convierten en la piedra angular que nos edifica. Voces que son el abrazo que desafía nuestro miedo de bestia huidiza y hay otras que nos desdibujan poco a poco para llevarnos a encontrarle un propio ritmo a la nuestra. “Otra mañana más” en que su música, como hace más de 17 años, es serendipia, trueno y también refugio.
Santiago Cruz Vélez a sus 44 años, cantautor, padre y esposo, se enfrenta a la hoja en blanco y a la guitarra con un tono maduro y confiado y se da licencia de hablar de amor: no solo del que atañe a las relaciones de pareja, y por el que es más promocionado en las estaciones de radio, sino también porque durante años le ha escrito con gran intimismo a lo que nos trasgrede y quebranta, a lo visceral. En su canto también expone sus preocupaciones como ciudadano, como lo hace en “Hijos del calvario”, “Contar hasta tres”, y más recientemente en “No estamos solos” e incluso le ha dado un giro a su forma de narrar el amor como sucede en “Hay días”.
Estudió Finanzas y Negocios Internacionales y terminó la carrera como garante de tranquilidad para su familia; sin embargo, aprovechaba sus espacios entre clases para cantar “Se me olvidó otra vez”, de Maná, o “Alba”, de Iván y Lucía. Solo hasta hoy y Sentidos fueron grabados de manera independiente.
Mi primer encuentro con su música se dio en un concierto de Miguel Bosé, más adelante junto a Alejandro Sanz. “Una y otra vez”, “La puerta” y “La utopía de Mariana” fueron las primeras canciones que hicieron eco en mí. Años más tarde, en 2005, durante un desconectado convocado por una emisora muy escuchada en el país, me acerqué trepidando a pedirle que cantara una de las canciones que más me gustaba y que no hacía parte de esas ‘más sonadas’, sin saber todo lo que esa melodía traería a mi camino. Para mí, pasada la adolescencia, se abría una puerta. En paralelo, a él muchas le eran cerradas por no sonar de manera determinada, por no tener el respaldo de una disquera y por cientos de criterios más que hacen parte de una fórmula de la industria a la que él, incluso habiendo sido parte de ella, no le ha dado el brazo a torcer.
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Cruce de caminos, tercer disco. Un cambio de rumbo. Una decisión de vida: vender parte de las acciones de un bar del que era dueño, tomar su equipaje y viajar a España a grabar con Nacho Mañó. Además de la fundamental presencia de la Negra Zuluaga, a esa tripulación se van uniendo otros personajes, talentos y fuerzas, incluida la del afecto de un sello musical con el que también publicó durante una década Equilibro, A quien corresponda, Trenes, aviones y viajes interplanetarios, Elementales y varias ediciones especiales y en vivo. Recientemente, el ibaguereño tomó de nuevo su equipaje, esta vez con menos carga y con una perspectiva de búsqueda. Regresar a lo orgánico, a la libertad y al reto de darle aliento a esa voz que con terquedad siempre le ha apostado a la coherencia.
En un encuentro literario en 2019, citó el nombre de uno de sus libros favoritos, de Joe Dispenza, para hablar de su quehacer: “Somos gente corriente, haciendo cosas extraordinarias”, para mencionar el valor irreductible de hacer arte, de hacer canciones. Por eso se reivindica con el poder de la palabra, el poder de un verso o de cualquier composición, como una fuerza que va más allá del rótulo del éxito de encabezar listas, de los likes, la payola y/o de la fama, que, si bien puede ser un impulso para llegar a más público, no pueden ser el centro de la creación.
Otra mañana más
Luego de producir tres discos en España, uno en Brasil, otro entre Argentina, Puerto Rico y Colombia, Cruz decide encaminar este proyecto con artistas, productores e ingenieros colombianos. “Otra mañana más”, también hallada en redes sociales con el hashtag #OMM, es el segundo sencillo que presenta en esta nueva etapa, esta vez su imán atrajo a Andee Zeta y Mapache (Juan Pablo Isaza, Nicolás González y Pablo Benito) en la producción, a Mateo Lewis en la mezcla y a Mosty en el Matering. Con una letra contundente y un ritmo melancólico, el intérprete dibuja un paisaje de un posible panorama de cerros e intenciones nubladas y de la impotencia de estar lejos de la persona amada. Una canción que sugiere una segunda oportunidad para encarar los errores propios de las relaciones, y que finalmente nos invita a lanzarnos y descubrir si el amor es entonces paracaídas o precipicio.
“La música, en mi opinión, no es tanto lo que la gente quiere oír, sino lo que yo quiero contar”, señaló en una entrevista en 2019, para referirse a la gran pulsión de la música entre el creador y su receptor, gracias a esa génesis de comunicación entre ambos lados. Cabe destacar que la relación de Cruz con sus seguidores viene siendo cada vez más estrecha con los años. Ejemplo de ello es que este segundo sencillo fue elegido por seguidores de España, Estados Unidos, México, Brasil, Colombia y otros países latinoamericanos, tras un encuentro a través de plataformas digitales, en el que el músico presentó dos canciones a personas que han seguido muy de cerca su camino musical.
“La propuesta visual es impresionante, narra a la perfección lo que ocurre al escuchar la canción, ese sitio destruido y post apocalíptico es un excelente reflejo de esa nostalgia”, menciona Ana María Barbosa, una de sus seguidoras. Este video oficial producido por MadLove y animado por Animaedro nos presenta a un personaje que parece indicarnos la primera parte de una historia, que camina a través de la ciudad gris en busca de un rastro, de una certeza. Entre los edificios, la pantalla de una tablet, un puente, una fogata y una botella de vino donde reconocemos varios símbolos del ibaguereño presentados en Elementales, y algunos fragmentos que se sobreponen durante el clip.
Ver video: https://www.youtube.com/watch?v=hpZs4LH31lE
Al otro lado de la puerta: el valor de los signos
“La música es tanto una vía de escape como un mecanismo de supervivencia; a veces da esperanza e inspira”, escribió el músico escocés David Byrne en su libro How Music Works (2012).
Supervivencia es un término con el que podría definir no solo su música, sino el camino que ha recorrido para batallar por su propia voz. Esa intuición es una cuota de sentido que también ha inspirado a la mía y que incluso llevo tatuada en mi muñeca izquierda, en itálica, para recordar quién soy y la esperanza de aferrarme a todas las posibilidades: Utopía. Él en sus 1,95m asila más de 25 tatuajes: sus símbolos elementales, la mano derecha de su hija Violeta, el cóndor de Obregón, un dibujo de su hijo Salvador, entre otras formas de habitar sus signos.
Durante años, además de llenar el soundtrack de mi vida con varias de sus composiciones, de sus letras se han derivado también múltiples referentes e inquietudes artísticas que me han llevado a libros, poemas que no solo se han grabado en memoria, sino incluso en mi escritura y en mis actos.
Por ejemplo, me llevó a un poema de Medina Reyes titulado “Risa de las piedras y los peces”, dio paso a que mi piel se cubriera de hielo y a que mi anhelo premeditado de terquedad, así como el pezhielo, buscara los días soleados. Y qué importaría si llegaran a encontrar su cadáver, jamás intuirían que su sonrisa denotaría que no le importaba el precio que tendría que pagar al abandonar la profundidad del mar a cambio de los rayos de luz.
Quisimos ir al otro lado de la puerta de sus canciones. Ir a las letras y a esas lecturas que visita con frecuencia o que significaron de alguna manera una mirada original sobre el arte. Entramos a su biblioteca, a través de algunas preguntas que tienen como eje narrativo sus canciones.
Allí nos encontramos con Borges, Cortázar, Dylan, Medina Reyes, Kundera, y también con sus recuerdos de infancia y la sorpresa de ver a su madre, doña Fabiola, rodeada siempre de libros, una lectora voraz que dedicaba algunos fines de semana a organizar sus libros y limpiarlos cuidadosamente, mientras él solo jugaba a apilarlos uno sobre otro hasta encontrarse absorto al armar torres que se elevan hasta la superficie del techo; o la reminiscencia de una abuela poeta que con desparpajo compartió sus primeros acercamientos al teatro, e incluso el hilo de afecto y azar que guarda la Antología poética de Jaime Sabines que le regaló a su hermana María Paula hace trece años.
¿Un libro que haya deseado que durara Otra mañana más?
De los últimos que he leído y que tal vez he disfrutado más por muchísimas razones fue Historia oficial del amor de Ricardo Silva Romero, creo que es un libro que ya debería ser obligatorio como texto de Historia y Español a la vez porque refleja un momento muy particular en la historia del país; una historia de una generación de la que yo también hago parte, yo me veo reflejado ahí en las historias de Ricardo, especialmente con su madre y de la música en el papel de la familia y los abuelos, lo que fue con Colombia en los cuarentas, cincuentas y sesentas, entonces creo que sería muy lindo ver la evolución de esa Historia oficial del amor con esa visión aguda que Ricardo tiene sobre Colombia y su gente; me gustaría que se siguiera contando la historia casi como una especie de reality literario.
¿Cuál o cuáles son sus libros Elementales?
Yo creo que, no sé si para todos, pero para la mayoría de los colombianos, los libros de García Márquez. En mi caso particularmente, más que Cien años de Soledad que me parece una historia bellísima, fue El amor en los tiempos del cólera, que es un libro elemental para mí. Por otro lado, está Érase una vez el amor pero tuve que matarlo de Efraím Medina Reyes por su tono, su sentido del humor, por esa acidez y esa oscuridad que bien sabe manejar él, me apasiona.
Cuando era niño recuerdo mucho que había unos libros que tal vez no son obras literarias, ni son muy conocidos. Eran unos libros infantiles con los que uno podía interactuar, imagínate lo novedoso que resultaba hace treinta años. Con ellos podías tomar decisiones sobre la historia del libro yendo a distintas páginas. En un momento donde la palabra interactividad era completamente desconocida, estos libros a mí me maravillaban, “si va por el río, vaya a la página 32”, “si cruza el puente, diríjase a la página 40”, entonces se desarrollaban infinidad de historias, recuerdo uno de los títulos: El tesoro del rey, ese libro dejó mucha huella en mí por lo novedoso que era el sistema en ese momento.
Con Violeta y Salvador leemos todas las noches un fragmentico. Me hiciste recordar un meme que vi y me sentí plenamente identificado, el de la boa que sale comiéndose al elefante y adentro decía “read another motherfucker book”, aun así, te cuento que de El principito ya vamos por su quinta lectura, de hecho a Violeta se lo leía cuando estaba en la panza de María Paz. Ahorita estamos leyendo uno que se llama Las princesas también se tiran pedos.
Hay días de días, ¿qué anda leyendo durante estos?
Ahora mismo ando con tres lecturas. Bueno eso que te digo de leer tres libros al tiempo es una mentira (sonríe). Intento visitarlos cada tanto, pero a veces no como corresponde. Uno es Sobrenatural: Gente corriente haciendo cosas extraordinarias, del doctor y científico Joe Dispenza y los otros dos son libros de música. Uno es How to make it in the new music business, algo así como cómo lograrlo en el nuevo negocio de la música, de Ari Herstand, y uno que se llama Music Marketing for the DIY Musician, que traduce Mercadeo musical para el músico que lo hace todo él mismo, de Bobby Borg, perfecto para un músico independiente como yo. Ese fue un regalo muy lindo de Mariana, mi ex mánager.
Compártanos un fragmento de una frase que se diga una y otra vez
El libro se llama Aquiles pies ligeros, una obra maravillosa del italiano Stefano Benni y hay una frase que me repito porque me veo reflejado y porque lastimosamente somos un país poco puntual: “La vida del puntual es un infierno de soledades inmerecidas”.
¿Un libro que le haya abierto La puerta?
Yo creo que El corsario negro, de Emilio Salgari, cuando yo era niño, adolescente, y fue tal vez la primera novela no ilustrada, porque yo tenía varios libros como La vuelta al mundo en ochenta días y otras obras de Julio Verne en formato cómic, y este primer libro junto con Sandokán; pero me acuerdo mucho de El Corsario como el que me abrió la puerta al universo de la lectura, sin duda alguna.
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¿Un libro que sea como un Capítulo uno de una canción que hubiera querido escribir?
Me encantan en la música y en la literatura los círculos y eso lo encuentro en lo que nos propone Paul Auster, por ejemplo, en Leviatán creo que puede ser ese libro del que hablas. Esas figuras donde siempre hay una conexión en alguna parte y hay unos círculos bellísimos que arma Auster en su trabajo y también La triología de Nueva York, me impactaron tras su lectura.
¿Un libro que haya sido su paracaídas en momentos de excesos y densidades?
Tal vez El búfalo de la noche, de Guillermo Arriaga, no sé si paracaídas o como roca para llevarme al fondo, pero me acuerdo de ese libro en aquel momento. Me atrapó el tono descarnado de la escritura de Guillermo, a quien tuve la fortuna de conocer hace unos años en Bogotá, creo que tengo un ejemplar firmado de ese libro.
¿Un libro que le llevó a pensar en una historia diferente?
El trabajo de Joe Dispenza en general, que es un trabajo de neurología, de meditación, de auto observación, que es un camino que he venido recorriendo los últimos años de la mano de mi esposa. Libros como El placebo eres tú y Sobrenatural son libros que me hacen buscar otra historia diferente, por ejemplo, ese ejercicio del abandono del ego ahorita en este momento como artista independiente es un reto constante ¿no? Y ando en ese pulso y por suerte, por ahora, sorteándolo de buena manera.
¿Tienes algún libro favorito de epístolas que tal vez haya inspirado A quien corresponda?
Tanto de cartas no, pero recuerdo algo similar por su estilo. Un tal lucas, de Cortázar, que es un libro de textos cortos, donde el narrador que es el alter ego del autor, y que son muy frecuentes en la poesía. Yo visito habitualmente un librito que tengo de García Lorca o por aquí tengo un libro que me gusta mucho, La belleza del diablo, de Rimbaud, esta edición de Alrevés es bellísima y, su estructura, me hace pensar mucho en A quien corresponda, de hecho iluminó mucho el diseño del disco que no traía un cancionero habitual, sino que varias hojitas con la letra de cada canción escaneada a puño y letra como si fuera una carta.
¿Un libro que haya discutido con café con abrazo?
El libro fue Historia oficial del amor y se lo regalé a mi amigo y músico argentino, Abel Pintos, durante una de sus visitas a Bogotá, que vino a cantar a mi lado; recuerdo que conversamos sobre el libro y la forma de escribir de su autor.
¿Un libro que, si pudiera hablar, le diría: “No me lo esperaba, que ahora cantes por mí”?
Hubo uno, El cantor de tango, de Tomás Eloy Martínez. Fue un libro que desde que lo vi, me llamó el título, mi cercanía con la cultura argentina. Cuenta sobre el viaje de un estudiante de música americano que decide viajar a la Argentina para conocer la raíz de este ritmo que le apasiona; su deseo genuino lo lleva a recorrer las plazas y las calles donde nació el tango. El universo al que me llevó y toda la descripción tan vívida y tan clara del universo de este cantor, me sorprendió. No soy muy conocedor de su obra, pero este libro me rompió la cabeza.