“Otra vez San Valentín”, un cuento de la escritora española Ana Álvarez
Con motivo del día de los enamorados, relato del libro “Antología de relatos románticos. San Valentín 2020″, sello editorial Selecta.
Ana Álvarez * / Especial para El Espectador
Otra vez San Valentín
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Otra vez San Valentín
Inmaculada Piñero entró en el juzgado dispuesta a defender un caso difícil. Se trataba de una mujer que, durante un periodo de su vida dominado por las drogas, había perdido la custodia de su hija de cuatro años en favor del padre. Tres años más tarde, y completamente rehabilitada, luchaba por recuperarla. (Recomendamos: Un cuento de Julio Cortázar para no olvidar los 40 años de su muerte).
El caso la había marcado, como madre que era, y estaba dejándose la piel para ayudar a su cliente. El abogado del padre luchaba por que no se le concediera ni siquiera la custodia compartida y solo tuviera derecho de visita, siempre bajo la supervisión de una tercera persona.
Durante varios días, había aportado documentación de médicos, psicólogos y personal sanitario. Isabel Blanco estaba totalmente rehabilitada, lo había logrado gracias a su profundo deseo de recuperar a su hija, y ella estaba dispuesta a ayudarla. Las mujeres debían apoyarse unas a otras, estaba convencida de que lo lograrían, a pesar de que el abogado paterno era un hueso duro de roer. El magistrado que llevaba el caso no daba pistas de hacia qué lado se inclinaría, pero estaba segura de que tenía que imponerse la justicia, y no se podía privar a una madre de su hija por un error del pasado.
Se reunió con su cliente en la antesala del juzgado donde se libraba la causa y allí se enteró de una triste noticia: el juez había sufrido un derrame cerebral aquella madrugada y habían tenido que sustituirlo. La vista se aplazaba cuarenta y ocho horas para que el nuevo magistrado tuviera ocasión para ponerse al día.
—¿Quién es el sustituto? —preguntó a uno de los empleados presentes.
—Uno que tú conoces muy bien —respondió con sorna.
—Conozco a todos los magistrados de este juzgado —dijo sacando su voz más dura de «letrada de hierro», cómo sabía que la llamaban.
—A este, de forma muy especial.
—¡No puede ser! ¿Raúl? ¿Mi marido?
—En efecto, su señoría el magistrado Hinojosa.
Cerró los ojos con fuerza. ¡Debía haber un error! Nunca coincidían en un caso, había sido un acuerdo al que llegaron cuando él consiguió la judicatura, y siempre habían logrado mantenerlo. Él rechazaba los casos en que ella estaba implicada, y viceversa.
Se apartó un poco para telefonearle. Raúl respondió al primer timbrazo, como si esperase su llamada.
—Dime, Inma.
Mal asunto. Ni cariño ni preciosa. Solo Inma, lo que significaba que no hablaba Raúl, sino el juez.
—Acabo de enterarme de que vas a juzgar mi caso.
—En efecto.
—Raúl, decidimos evitar estas situaciones.
—No he podido negarme. Serrano ha sufrido un derrame cerebral del que no se va a recuperar y en este momento no hay otro compañero disponible. No se convertirá en algo habitual, descuida.
—No me gustaría que alguien cuestionara tu sentencia.
—Puedo asegurarte que el hecho de que seas mi mujer no influirá en mi imparcialidad. Desde este momento y hasta que, una vez estudiados a fondo los documentos del caso, dicte sentencia, serás solo la abogada Piñero. Y te agradecería que, para evitar suspicacias, no me llames durante las horas de trabajo.
—De acuerdo, señoría —recalcó el tratamiento.
Cortó la llamada y regresó junto a su cliente para informarle de que se había cancelado la sesión aquella mañana.
Dos días después, se volvieron a reunir en el juzgado de familia. Inma evitó mirar a su marido, sentado frente a ella, para que nadie pudiera adivinar cómo le ponía verlo desempeñar su papel de magistrado. En aquel momento, era solo el juez que llevaba el caso. Ya se lo demostraría aquella noche cuando llegaran a casa. Era la víspera de San Valentín y aún no sabía qué sorpresa había escogido Raúl para celebrarlo, pero ella se le iba a tirar al cuello en cuanto asomara por la puerta. Que su hija Marta ya se hubiera ido de casa tenía sus ventajas.
Se sentaron en espera de que se leyera la sentencia. Raúl presentaba su aspecto más profesional y por mucho que lo miró no logró encontrar sus ojos. Su marido se tomaba muy en serio su faceta profesional.
Pero a medida que escuchaba su entusiasmo, se fue viniendo abajo. La sentencia no era ni por asomo la esperada. Negaba de forma tajante la custodia a la madre y limitaba las visitas a una hora semanal, en presencia de un familiar y en la casa paterna. Sintió la furia crecerle dentro, pero logró controlarse. Miró a su marido, que permanecía serio y circunspecto, evitando sus ojos. Él la conocía lo suficiente para saber cómo se sentía y también el enfrentamiento que tendrían cuando estuvieran a solas. El tipo del que ambos querían evitar no aceptando los mismos casos.
Inma aguardó a estar en su casa para dar rienda suelta a su furia. No quería montar un espectáculo en el juzgado y mucho menos dar pie a habladurías sobre su matrimonio.
Raúl la esperaba tranquilo, con una copa en la mano. En el ambiente, flotaba el olor de una infusión relajante, lo que la enfureció aún más. ¡Si esperaba calmarla con tila, valeriana u otra de sus mezclas iba apañado! Estalló nada más verlo.
—¡Te sentirás satisfecho con tu sentencia!
—La considero justa.
—¿Justa? ¿Te parece justo privar a una madre de su hija?
—En este caso, sí.
Mostraba la expresión imperturbable con que se revestía en los juicios.
—Deja la cara de juez para los tribunales, ahora te estoy hablando yo.
—Me está hablando la letrada Piñero, puesto que me reclamas una sentencia.
—Claro que te la reclamo, porque sé qué ha sucedido. Has dictado en mi contra para que no te acusen de favorecer a tu mujer.
—Eso no es cierto. He fallado de acuerdo con mi criterio de justicia. No me puedo creer que cuestiones mi imparcialidad.
—¿No sientes lástima por esa pobre madre? Está rehabilitada y lleva limpia de dogas casi un año.
—He visto los informes médicos.
—¿Y te los pasas por el forro?
—No me los he pasado por ningún sitio. Solo que no he pensado en ella a la hora de dar mi veredicto.
—¡No, claro que no! Has pensado en el padre. Los hombres os apoyáis unos a otros. Vosotros cometéis un error y os creéis merecedores de ser perdonados, pero si lo hace una mujer, entonces pierde todo derecho a enmendar sus errores.
—He pensado en la niña.
—¿Y crees que estará mejor con su padre y con la novia de este?
—De momento, sí.
—¿De momento?
—Inma, he leído los informes psicológicos de la pequeña y siente miedo de su madre.
—Porque los recuerdos que tiene no son agradables, necesita cambiarlos. Pero ahora, gracias a ti, eso no sucederá.
—Habrá una revisión del caso en un año y, si para entonces tu cliente ha sabido ganarse el afecto de su hija, se planteará un cambio de sentencia. De momento, no permitiré que una pequeña pase miedo para que tú te salgas con la tuya.
—Este es el motivo por el que no debemos trabajar en los mismos casos, porque acabaremos tirándonos los trastos a la cabeza.
—No he podido evitarlo.
—¿Seguro, su señoría?
—Seguro, letrada.
Incapaz de contener su enfado, Inma salió del salón y se encerró en el despacho. El resto de la tarde y la cena la pasaron en un tenso silencio. La noche, cada uno en un extremo de la gran cama, evitando tocarse.
Y amaneció el día de San Valentín. Era una fecha que para ambos tenía muchos recuerdos y siempre la celebraban con intensidad. Desde aquel año en la Facultad de Derecho en que él le envió un precioso centro de flores con un poema de Bécquer. Cada año le correspondía a uno organizar algo especial para el día de los enamorados, y aquel año, el honor era de Raúl.
Pero Inma se sentía tan enfadada que no deseaba ninguna celebración. Sin siquiera un beso fraternal, se marcharon a sus respectivos trabajos. Sumergirse en papeleo y legajos la hizo relajarse un poco y olvidar que aquel era un día especial.
No fue a comer a casa, tomó algo cerca del bufete y continuó trabajando. Raúl no la había llamado, debía estar tan enfadado como ella. A media tarde, llamaron a la puerta del despacho. Se acercó hasta el portero electrónico. No esperaba ningún cliente.
—¿Sí?
—¿Inmaculada Piñero? Una entrega.
Abrió con la esperanza de que no fuese una bomba enviada por algún cliente ofuscado.
Minutos después salía del ascensor un repartidor cargado con un precioso centro de flores, idéntico al que Raúl le había enviado en la facultad. Sintió el corazón golpearle con fuerza en el pecho mientras recibía el obsequio, daba una propina al repartidor y buscaba la tarjeta que estaba segura de encontrar. Halló unas palabras manuscritas en la alargada caligrafía de su marido.
«Volverán del amor en tus oídos
Las palabras ardientes a sonar,
Tu corazón, de su profundo enfado
Tal vez despertará.
Pero mudo, absorto y de rodillas,
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te quiero…, desengáñate.
¡Así no te querrán!».
Espero que el señor Bécquer no se ofenda porque haya cambiado su poema, pero ya sabes… no soy poeta y tengo que usar los versos de otro para expresar lo que siento. Te quiero con locura, amor mío. Ayer, ahora y siempre.
Sintió que el enfado se evaporaba de inmediato. Que el maldito zalamero de su marido había tocado su alma una vez más. También, muchos años atrás, cuando le había mandado un centro de flores idéntico a ese, ella estaba muy enfadada y, aunque se negó a reconocerlo, él ablandó su corazón con unas flores y unos versos. Entonces lo había llamado para darle las gracias. En ese instante, se las daría en persona. Con una sonrisa, apagó el ordenador y se marchó a casa para celebrar San Valentín como la fecha merecía. En los brazos del hombre que la amaba y al que ella también quería con locura.
* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial. Ana Álvarez: (Sevilla, 1959) cursó estudios de bachillerato y auxiliar administrativo, tarea que realizó un tiempo. Durante muchos años ejerció de ama de casa y ha escrito durante toda su vida, casi siempre novelas románticas de ambientación contemporánea que, por timidez, solo leía a su hija, quien la animó a publicar en internet. La gran cantidad de comentarios elogiosos la decidieron a autopublicar y, más tarde, a enviar sus novelas a Penguin Random House, donde publica bajo los sellos Ediciones B, Debolsillo y Selecta.